«Saldremos mejores». El mantra repetido hasta la saciedad durante los primeros meses de pandemia fue la justificación esperanzadora que pretendía calmar ánimos y arrojar algo de luz a un futuro incierto que apenas se adivinaba. Y, para qué engañarnos, nunca una consigna estuvo más equivocada. Podrían enumerarse demasiados sucesos políticos, sociales, medioambientales, humanitarios, etc que han devenido tras la crisis sanitaria, todos ellos avalando el hecho de que, tras la magnitud de lo acontecido, el ser humano (como especie, como grupo, como sociedad) ni ha salido mejor, ni ha sabido estar a la altura de las circunstancias.
Finales de abril de 2020. Netflix anuncia, contra todo pronóstico, que habrá una nueva temporada de Borgen. En pleno confinamiento, la noticia fue un soplo de aire fresco (al leerla, al menos durante unos breves instantes, algunos sí que nos sentimos mejores), y rápidamente suscitó un aluvión de conjeturas: ¿abordaría la ficción danesa la emergencia sin precedentes en la que estaba sumido el planeta? ¿Cómo sería mirar a la COVID-19 a través de los ojos de Birgitte Nyborg? Eran muchos los caminos que podía haber transitado la nueva Borgen, y muy jugosa la posibilidad de que una de las teleseries más inteligentes de los últimos años mostrase la gestión política de la pandemia sin excesos dramáticos ni pirotecnias formales, efectistas o lacrimógenas. Pero, siguiendo la tónica general de lo que se intuía en aquel tiempo indeterminado, confuso e intermedio que fue el confinamiento, la sospecha no pudo estar más desencaminada… ¿o quizá no?
Para aquellos no familiarizados con el fenómeno Borgen, entre 2010 y 2013 esta fue, a todos los efectos, la serie que trasformó la relación del espectador con la política. Centrada en el personaje de Birgitte Nyborg (una soberbia Sidse Babett Knudsen), Borgen se adentra en los entresijos de la política danesa desde el nombramiento de la protagonista como primera ministra del país, dejando el mínimo espacio posible entre la ficción y la realidad. Tanto es así que, mientras la serie estaba en antena, las conexiones se sucedían sin llegar a distinguir si se trataba de la capacidad premonitoria de la ficción (en octubre de 2011, Helle Throning-Schmidt fue la primera mujer en gobernar el país, tan solo un año después de que Borgen lo imaginara), o una fantástica influencia de esta sobre la realidad (cuando la primera ministra Mai Henriksen defendió los derechos de las prostitutas, la oposición la acusó de copiarle los argumentos a la tercera temporada de la serie).
Pero lo cierto es que Borgen ha sabido mantenerse siempre en su propia (si bien muy cercana) realidad alternativa, con sus equivalentes más o menos reconocibles que le han permitido hacer concesiones, proponer desde lo utópico, pero también abordar sin tapujos aspectos controvertidos del panorama político internacional. No podría ser de otra forma: cuando la televisión danesa DR1 contactó con Adam Price para encargarle la creación de una serie, el guionista danés tuvo la firme convicción de que debía alejarse de los policíacos que parecían dominar la producción audiovisual del país. Y puede que esa sea, precisamente, una de las señas de identidad de Borgen, su radical alejamiento del nordic noir. Y así, definiendo su obra por oposición a un género de éxito, Price compuso un retrato atrevido y esclarecedor de los mecanismos del poder (políticos y periodísticos) que controlan Dinamarca, y en el que era fácil que el espectador de cualquier rincón del planeta se viera reconocido. Pero Borgen es una de esas rarezas donde el éxito no está supeditado a un único hallazgo. Al contrario, su capacidad para correr en paralelo al devenir de los tiempos ha hecho de ella una serie autoconsciente, comprometida con su momento y con las batallas que se libran delante y detrás de las cámaras.
Nueve años después del final de la tercera temporada, Borgen: Reino, poder y gloria no es tanto una continuación como un epílogo. Así, lo que se fue concibiendo como una ascensión trepidante desde el primer hasta el último episodio de la serie, ahora adopta el sentido inverso. Una suerte de caída a los infiernos que busca llevar a sus últimas consecuencias la gran cuestión que vertebra toda la serie: ¿hasta dónde llegan los límites del poder?
Hay que retroceder hasta el cuarto capítulo de la primera temporada para encontrar el germen de esta nueva entrega: cuando se cumplían los cien primeros días del gobierno de Nyborg, un conflicto militar en Groenlandia llevaba a la primera ministra a interceder en el asunto. Y es precisamente allí donde da comienzo esta nueva trama: en la región danesa del Ártico. Pero no será tanto una cuestión geográfica como de profundidad ética: como siempre en Borgen, de nuevo se tratará de honestidad, de rectitud, de transparencia. Porque la serie está dividida por una línea muy fina: a un lado lo público, el lugar en el que se desarrolla la carrera profesional, en el que es importante saber mantener el tipo y dar la mejor versión de uno mismo; al otro lado, lo privado, el espacio reservado para las relaciones personales, la intimidad en todas sus vertientes.
Los personajes de Borgen parecen estar en continuo conflicto, como si tener que elegir un lado u otro de la raya les produjese cierto malestar. Una diabólica dicotomía en la que las mujeres han sustituido la conquista del espacio público (aquí, en esta ficción lleva más de una década siendo una realidad) por la conquista del poder. Y esa conquista está personificada en las figuras de Birgitte Nyborg y la periodista Katrine Fønsmark (Birgitte Hjort Sorensen). Si se superpusieran las historias de estas dos mujeres, probablemente siempre coincidirían en los mismos hitos vitales (en los éxitos, en los fracasos o en las disyuntivas a las que enfrentarse), llegando incluso a converger en la última temporada. Dos historias sobre el idealismo que, en paralelo, han mostrado el reverso y el anverso de una conquista que fue, originalmente, profesional.
Y es que, antes de hablar de límites, quizá habría que mencionar los muros. Uno de los elementos visuales que más se repite en la serie es el de los enormes ventanales. Es ya icónica la imagen de una Birgitte pensativa, de espaldas a la cámara, mirando a través de las ventanas del palacio de Christiansborg (conocido como Borgen, «el castillo»). Es la representación del poder, de la dominación, pero también —y ante todo— de la soledad. Nada queda de la Birgitte del pueblo: detrás de esos cristales se desvanece lo humano. Un proceso lento, como si se consumiese el oxígeno de una habitación. Y es aquí cuando cabría preguntarse si Adam Price es un cínico, un sádico o un sencillamente un showrunner tremendamente realista. Porque Borgen: Reino, poder y gloria no es más que la constatación de que la tendencia natural del ser humano es la autodestrucción. ¿Cuánto pueden durar intactos los valores democráticos en una sociedad, o siquiera en un ser humano?
Y, sin embargo, sucede con esta nueva temporada lo mismo que con sus tres predecesoras: que está construida sobre unos sólidos pilares que son tan ingenuos y etéreos como la confianza y la honestidad. Por eso, tras el viaje al corazón de las tinieblas que traza esta nueva (y quizá última) temporada, se sigue atisbando el infatigable idealismo de su creador, y su fe en todo aquello que hay de íntegro en el alma humana. Como nos ha sucedido a nosotros, quizá los personajes de Borgen no han salido mejores de esta, pero sí que han aprendido a doblegar la curva. Y, si la tendencia natural del individuo es hacia la autodestrucción, siempre habrá quien se esfuerce por romper esa inercia con tal de volver a reconocerse en el espejo.
Una fábula esópica cuenta que un paisano yendo a un convite nupcial, aunque tenía hambre, pegó un puntapié a un canastillo de manzanas que encontró en el camino. Las manzanas terminaron en el barro. Ocurrió que un puente que debía atravesar para llegar al convite había caído debido a la erosión de las aguas. De manera que, al volver, no tuvo más remedio que coger las manzanas del lodo y limpiarlas para saciar el hambre de lobo que tenía.
Esta serie se la cargaron tiempo atrás las dos actrices principales, prima donas donde las haya: Birgitte Hjort Sørensen y Sidse Babett Knudsen. En aquellos días de gloria Borgen era una serie construida alrededor del personaje masculino secundario de la primera temporada, Kasper Juul, un hábil conseguidor, propenso a dejar que los demás se engañasen y opaco a propósito de sus motivos y movimientos. La popularidad que consiguió levantó ampollas entre Birgitte y Sidse, dos abejas reinas acostumbradas a aparecer en cada plano de las series en donde intervenían. Presionaron para que tras la primera temporada se deshicieran del personaje magníficamente interpretado por Pilou Asbæk, lo consiguieron y la serie se vino abajo en las audiencias. A las dos actrices no les importó, pues tenían entonces ofertas de Hollywood. Un día cruzaron el charco, pero, aparte del acento, estaban ya entradas en años y obtuvieron papeles muy discretos. Ahora vuelven a la serie que despreciaron y en la que metieron mano no para bien. Como agravante, la serie, aparte de los manejos políticos, dependía de las vidas privadas basadas en el esplendor físico, pero Birgitte es ya una otoñal y Sidse antes de su periplo americano peleaba en vano contra la edad con potingues y toda clase de recursos de medicina estética. Les ha tocado comer las manzanas que tiempo atrás enlodaron.
El karma es funesto.
Me ha resultado más interesante su comentario que la propia serie, muchas gracias por la informacion
Entonces va a ser verdad que las mujeres tienen algo de,poder, al menos estas 2 actrices…qué gracia me hace su relato!
Diga usted que sí! es lo mismo que sucedió con DORA LA EXPLORADORA, la serie estaba inicialmente centrada en las aventuras del zorro swiper, pero el feminazismo acabó convirtiéndo el programa en un altavoz criminal para difundir entre nuestros pobres hijos la criminal ideología que usted tan claramente denuncia. qué Borgen estaba centrada en dos personajes femeninos? sí claro y qué más! pobre Pilou Asbaek, que tuvo que acabar trabajando en pobres teleproducciones anglosajonas tan poco distinguidas como «juego de tronos» para malvivir.
en serio, qué se han tomado?
j
pd: en otro orden de cosas, la cuarta temporada de Borgen me ha parecido apasionante. el final, sin embargo, no me ha gustado nada: demasiado amable, demasiado bonito y demasiado apresurado (por no hablar de las imágenes subliminales de castraciones que incluía)
Le has dado en todo el hocico. Totalmente de acuerdo en el sesgo machista del comentario. Con lo de «dependía de las vidas privadas basadas en el esplendor físico» parece que se la cascaba viendo la serie.
No sabía que onagros de vox y comentaristas de el mundo vinieran aquí, a Jotdown. Tú androfilia te delata. Tu fe y tus filias te confunden. La duda no es lo tuyo: soberbio. Lo que «sabes » no le importa a nadie. Demasiado eco en tu casa.Por lo de Esopo creo que eres más de La bella durmiente que de Borgen
Hombre, para soberbio usted, que afirma que lo que «sabe» slb no le importa a nadie. A nadie, así, categóricamente, porque seguro que usted conoce la opinión de todas las personas del mundo, o al menos de todas las personas que han visto lo que ha escrito slb. Pues bien, está usted errado, porque a mí, sin ir más lejos, si me ha importando lo que «sabe» slb. Su comentario me ha parecido muy interesante, independientemente de que esté de acuerdo o no con él. Así que ya sabe, valore menos su propia opinión y respete más las de los demás. Y guárdese sus insultitos, que están totalmente de más.
la de slb claramente la conoce porque la ha expuesto. en cualquier caso, si ha seguido usted la serie, sabrá que slb se ha columpiado total y absolutamente. si no la ha visto, véala que es cojonuda.
j
Es que el problema es que slb ha expuesto su opinión públicamente, y, por tanto, esta expuesto a que se le ponga de vuelta y media. Insultos incluidos. Aunque no veo lo de los insultos por ningún lado.
Muy educadamente se le ha tratado.