Arte y Letras

Bestiario acuático de lo insólito y lo divino

Existe la creencia popular de que, en tiempos mucho más remotos, en una lejana era pre Google Maps, los marineros no se atrevían a aventurarse en aguas desconocidas por el temor a caerse con toda la pesca por el borde del mundo. Pero lo cierto es que aquellos navegantes no eran terraplanistas temerosos de no pisar el freno a tiempo, sino gente con un par de dedos de frente que preferían no toparse con monstruos marinos desconocidos. Algo totalmente comprensible, porque cualquier persona que se haya sentado ante un documental marítimo, o simplemente haya metido la cabeza bajo el agua en un domingo en la playa, es consciente de que lo único que albergan las profundidades de la mar salada son engendros que están mucho mejor existiendo a oscuras.

Sabedores de ello, los cartógrafos medievales utilizaron dichos temores como herramienta para procrastinar curro y ahorrarse explicaciones, pintando bestias acuáticas en los océanos inexplorados o potencialmente peligrosos que representaban en sus atlas, para que nadie se animase a visitarlos. La Carta marina de Olaus Magnus, el plano más antiguo de las costas nórdicas, ya dibujaba sobre los parajes ignotos a ballenas grotescas, cerdos marinos diabólicos y langostas gigantes triturando humanos entre sus tenazas. Mitos extraños y revoltosos que los habituales de los puertos, los lugareños impresionables y los escritores creativos fueron acicalando hasta confeccionar un extraordinario bestiario acuático de tentáculos, fantasmas sombríos, islas vivientes o deidades capaces de desatar el apocalipsis. 

Jörmundgander

Bestiario acuático de lo insólito y lo divino

El romance entre la gigante Angrboda y el dios Loki propició, como mínimo, tres acoplamientos satisfactorios si nos ceñimos al número de vástagos que la parejita tuvo en común: Fenrir, Hela y Jörmundgander. Un enorme lobo monstruoso, la CEO del inframundo y una terrorífica serpiente marina descomunal, respectivamente. O lo que en la mitología nórdica se conoce comúnmente como «Menudas Tres Piezas». La leyenda de Jörmundgander, esa bestia con nombre de chupito ideado en Ikea, se entonaría tradicionalmente en los cantares recogidos en la antología poética islandesa Edda prosaica. Unos versos que narran cómo el bicho, cuando era tan solo una culebrilla, fue despreciado por Odín y arrojado a las profundidades del océano de Midgard. Allí creció hasta convertirse en un ser gigantesco que se mordió su propia cola, atrapando todas las tierras del mundo en su interior como un colosal cinturón cósmico.

Jörmundgander goza de una fama notable que le debe mucho a estar oficialmente considerada como el archienemigo principal del dios del trueno. Porque fue Thor quien protagonizó la gresca contra la serpiente más recordada de los mitos nórdicos. Una batalla acontecida al envalentonarse el dios y decidir, tras merendar dos bueyes y quedarse con hambre, que era buena idea salir a pescar a Jörmundgander junto a Hymir, un jotun gigantesco y desafortunado exposeedor de dos bueyes que tuvieron la mala suerte de encontrarse a la vista de un Thor al que le rugían las tripas. La serpiente escaparía con vida del enfrentamiento, pero aquella contienda sería inmortalizada desde entonces en cientos de tallas, pinturas y merchandising para heavies. Las profecías condenarían a Jörmundgander a convertirse en instrumento para el apocalipsis, sentenciando que la próxima vez que el ofidio se sacase el rabo de la boca daría comienzo de manera oficial la temporada de Ragnarök.

Umibōzu

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Los japoneses no son capaces de dejar de ser exóticos y tradicionales ni siquiera cuando toca hablar de monstruos marinos. Es por ello que el Umibōzu que mora sus océanos es un ser alejado de las escamas o las aletas y adscrito a la liga paranormal de los yōkai, espíritus sobrenaturales típicos del folclore nipón que habitan en todas las cosas. Umibōzu se traduce literalmente como «monje marino» y la culpa de ello parece tenerla que una de sus formas más comunes sea la de una gigantesca sombra espectral, de ojos fantasmagóricos, dotada de un cabezón que se asemeja a la testa afeitada de los monjes budistas. Su modus operandi a la hora de relacionarse con los seres humanos se basa en presentarse ante los barcos pesqueros cuando el mar está en calma para, a continuación, sacudir las aguas hasta hundir la embarcación y demostrar quién manda ahí. O, en su defecto, por solicitar a los tripulantes una ofrenda en forma de barril con parte de la pesca atrapada y, tras recibirlo, proceder a destruir la nave, porque ser un espíritu milenario no está reñido con ser un auténtico gilipollas.

Algunos avispados marineros descubrieron que el truco para salir indemne de un encuentro con Umibōzu pasaba por efectuar una jugada de lo más absurda: obsequiar al fantasma con un barril sin fondo, treta que inexplicablemente lo deja confuso durante el tiempo suficiente como para que el barco se escaquease del lugar silbando. Como Japón aglutina en su territorio casi siete mil islas distintas, existen multitud de variantes sobre el mito de este yōkai acuático. Existen versiones que también otorgan al engendro el aspecto de una zagala atractiva, un ciego con muy mala leche, un mono gigantesco, una versión cafre de Buda o una bestia de pelo revoltoso.

Aspidoquelonio

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El Physiologus fue uno de los grandes bestsellers de la Edad Media; un volumen, redactado en Alejandría por un autor incierto, donde se recopilaban decenas de fábulas sobre animales asombrosos y sus desventuras. Entre los especímenes ficticios listados en aquel manuscrito destacaba especialmente la figura del Aspidoquelonio, la tortuga ancestral de dimensiones monumentales que mora mares despreocupada de todo lo que la rodea. Un majestuoso ejemplar sobre cuya enorme concha suele acomodarse y crecer todo tipo de vegetación, fauna y, ocasionalmente, asentamientos enteros de pueblos no demasiado versados en geología y con una esperanza de vida tirando a corta.

Lo interesante de los textos recogidos en el Physiologus es que cada tropelía fantástica narrada en sus páginas escondía en realidad una sana moraleja o un consejo aleccionador. En el caso del Aspidoquelonio, el manuscrito alertaba sobre lo perjudicial que puede resultar la curiosidad, relatando el desgraciado destino de aquellos marineros que, confundiendo el rocoso caparazón del animal con una isla donde atracar las naves y acampar el culo, acabaron siendo arrastrados al fondo del océano por culpa de un galápago con ganas de bucear un rato.

La llamativa naturaleza de esta leyenda facilitó que acabase colándose en todo tipo de ficciones posteriores: poemas de J. R. R. Tolkien, videojuegos como World of Warcraft o Pokémon, mundos animados como los de Hora de aventuras o Naruto, partidas de Dungeons & Dragons y obras literarias como La historia interminable, donde la tortuga se presentaba bajo el popero nombre de Vetusta Morla. Pero sería el escritor Terry Pratchett el que elevaría a once ese concepto de quelonio colosal: en su saga de libros ambientados en Mundodisco presenta a una descomunal tortuga espacial que ejercía de cimientos para todo un mundo.

Qalupalik

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El mito de que los pueblos esquimales poseen más de un trillón de palabras para nombrar la nieve es en realidad una falacia. Una leyenda alimentada por la idea popular de que los habitantes del Ártico tienen pocas cosas mejores que hacer más allá de ojear el catálogo de la nueva temporada de parkas, domesticar focas e ir por ahí señalando y bautizando cada copo de nieve que toca suelo. Sin embargo, para lo que sí tienen una palabra en las tribus inuit es para la pérfida alimaña que gusta de secuestrar a los infantes más gamberros del poblado: Qalupalik. Un hombre del saco de aspecto humanoide y tufo a azufre, con piel verde gelatinosa, cara de anfibio mal follado, uñas kilométricas y un pelazo grimoso que imita los estilismos de aquellos fantasmas de chavalas que se acurrucan en los pozos japoneses.

El Qalupalik mata las tardes buceando bajo las capas de hielo que cubren las aguas árticas, acechando para atrapar a aquellos mocosos esquimales que desobedezcan a sus padres y se arrimen demasiado a una grieta u hoyo de la superficie. Cuando consigue dar caza a alguno de aquellos niños, esta criatura lo empaca en la capucha de su amautik, un anorak típico de la zona —que por alguna razón está también de moda entre los seres fantásticos— y lo arrastra hacia las profundidades. Se desconoce realmente qué es lo que hace con sus víctimas, aunque la teoría más popular afirma que las devora en su gruta para perpetuar su inmortalidad y mantener intacta la magia de su melena.

Leviatán

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El monstruo marino definitivo, la sierpe a remojo de más alto abolengo, el jefe final de fase en alta mar y un ser tan antiguo como la existencia misma. Una bestia legendaria que ha cimentado su prestigio ejerciendo como invitado habitual en las sagradas escrituras de todo tipo de credos. La tradición hebrea lo refleja en el Libro de Job como un dragón indómito de escamas impenetrables y un aliento flamígero, con el que disfruta hirviendo los mares para cocer a los navegantes, mientras el Libro de Isaías lo dibuja como una serpiente tortuosa con muy mala leche.

En territorio cristiano nadie se pone de acuerdo del todo: santo Tomás de Aquino y el obispo Peter Binsfeld consideraban al Leviatán como un príncipe demonio que encarnaba el pecado capital de la envidia, pero los católicos más alarmistas veían en aquella criatura a la personificación de Satán, mientras en los pies de página de la Biblia los estudiosos apuntaban que, a lo mejor, el monstruo mítico se trataba en realidad de un cocodrilo gordo.

Otros manuscritos señalaban que no era tan importante el bicho como su hocico, al considerar que las fauces del animal ejercían como puertas de entrada y libre circulación hacía el averno, con parada y pincheo en el Juicio Final. Y los poemas épicos contenidos en los textos ugaríticos se referían a él como una poderosa fiera de siete cabezas. Con tanto baile de outfits, los artistas no lo han tenido fácil a la hora de darle forma al retrato robot: los ilustradores de la enciclopedia medieval Liber floridus lo esbozaron como un dragoncillo verdoso, Gustave Doré lo pinceló en el siglo XIX como un descomunal reptil y los aerógrafos modernos gustan de estamparlo en las camisetas de jugadores de rol luciendo pinta de horripilante serpiente marina. 

Pez Obispo

Bestiario acuático de lo insólito y lo divino

Un caso interesante del presente bestiario, por tratarse de un animal que es literalmente lo que anuncia su propio nombre: un pez con pintas y maneras de obispo. Una trucha gigante que camina sobre dos patas luciendo cara de señor agrio, barriga escamosa, apéndices blandurrios a modo de dedos y una colección de aletas cuya disposición se asemeja casualmente a la vestimenta de un obispo, mitra incluida. Fue descubierto en algún momento del siglo XVI por una tropa de asombrados pescadores polacos que decidieron capturarlo y arrastrarlo ante su rey a modo de insólito trofeo. Dicho monarca arrojó al obispo fake a sus calabozos, hasta que unos sacerdotes cristianos solicitaron entrevistarse con el prisionero y averiguaron, comunicándose a través de señas, pues el Pez Obispo era incapaz de hablar, que a la criatura no le hacía ni puta gracia estar encarcelada.

Embravecidos con algún tipo de solidaridad episcopal interespecies, los clérigos solicitaron la liberación inmediata del bichejo. El Pez Obispo regresó al mar, pero antes de desaparecer entre el oleaje se giró para bendecir a sus libertadores con la señal de la cruz, presuntamente porque era mejor seguirles el rollo a aquellos tarados que volver a ejercer de mascota real. Otro caso parecido aconteció en Alemania en la misma época, aunque en dicha ocasión el Pez Obispo apresado se negó a comer, feneciendo de hambre tres jornadas más tarde.

Lo curioso del asunto es que esta entidad fantástica aparece referenciada dentro del Historiæ animalium, un renombrado catálogo zoológico publicado por el naturalista suizo Conrad von Gesner a lo largo del siglo XVI. Hasta la fecha no está claro si la inclusión del sacerdote acuático en aquella enciclopedia se debía a que Gesner realmente creía en su existencia o a que se estaba marcando un troleo zoológico.

Sirenas

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La imagen mainstream de la sirena es la de esa adolescente salada con facilidad para el posado de Instagram y muchas preguntas incómodas que hacer a su progenitor. Una chavala que de cintura para abajo tiene cuerpo de pez, suspira por los arrumacos de un príncipe con el tren inferior bien equipado y tiene carisma suficiente para convencer a la fauna oceánica de montar batucadas submarinas. Desgraciadamente, los mitos clásicos sobre sirenas son mucho menos festivos y amontonan muchos más cadáveres. La leyenda de la diosa siria Atargatis se escribió hace tres mil años, y versaba sobre cómo a la mujer le dio un calentón y se encamó con un pastor mortal de buen ver, engendrando una hija tras la pasión. Arrepentida por pecar, Atargatis asesinó al amante, abandonó a la niña en el desierto y se arrojó a un lago para convertirse en pez. Ocurrió que las aguas no concibieron descacharrar tanta belleza divina y solo la metamorfosearon a medias, convirtiéndose así en la primera sirena oficial de la historia.

Desde entonces, la mayoría de las mitologías cercanas a costas han adoptado alguna variante de la idea: los británicos las acusan de provocar desgracias; los rusos, de ser fantasmas que ahogan a desdichados tras embelesarlos con canciones; los africanos, de provocar secuestros; y los coreanos no se quejan porque sus sirenas son tan afables como para dar el parte del tiempo a los pescadores del lugar. Cristóbal Colón anotó en su diario que, mientras navegaba masacrando indígenas por el Caribe, observó personalmente a un grupo de sirenas chapoteando y tampoco le parecieron para tanto. Años más tarde se descubriría que no es que el genovés se las diese de follamisses, sino que el hombre era un Rompetechos: había confundido a los lozanos manatíes del lugar con muchachas a remojo.

Finfolk

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Al norte de Escocia se ubican las Orcadas, un archipiélago que aglutina una setentena de islas donde se apilan veintidós mil almas humanas según el último recuento. Lo que no tiene en cuenta el padrón oficial es que entre isla e isla también se cobija otro tipo de población. Concretamente, toda una raza de hechiceros anfibios cambiaformas conocida como la estirpe Finfolk. Unas lúgubres criaturas con un amplio repertorio de poderes mágicos: pueden mutar su aspecto físico, controlar tormentas, avanzar kilómetros enteros con un golpe de remo, invocar flotas de fantasmas y hacer invisibles sus propios navíos. Desgraciadamente, su principal afición es el secuestro de seres humanos para condenarlos a un destino aciago: contraer matrimonio con ellos.

Un rapto que el Finfolk varón, denominado Filman, lleva a cabo acercándose hasta sus víctimas femeninas con sigilo, modificando previamente su forma para adoptar apariencia de animales, pescadores, barcas abandonadas o incluso ropa flotando sobre las aguas. La hembra de la especie, denominada Finwife, también caza varones para desposarlos, pero se complica menos la vida: le basta con adoptar su forma original de sirena y hacerle ojitos a cualquier mozo para que se le acerque.

Visto lo visto, la leyenda podría resumirse diciendo que el linaje Finfolk basa todas sus energías en la noble meta del turismo sexual. La tribu también es de carácter nómada, pero al estilo pijo: durante el invierno sus miembros se alojan en la lujosa ciudad de Finfolkaheem, ubicada en las profundidades del océano, pero con la llegada del buen tiempo se mudan a Hildaland, una isla mágica que solo emerge durante la época estival. Pese a todo, quitárselos de encima no es tan difícil como pudiese parecer; son extremadamente tacaños, y basta con tirar lejos una moneda de plata para que se entretengan corriendo detrás de ella.

Kraken y calamares gigantes allegados

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Los tentáculos siempre han gozado de cierta naturaleza diabólica, algo a lo que ayuda bastante su tacto gelatinoso, su aspecto alienígena y el detallazo de estar cubiertos de una de las cosas más irritantes que existen: las ventosas. Por todo ello, es razonable deducir que, si esos apéndices están conectados a algún tipo de materia gris, eso solo puede significar que dicho cerebro es maligno. Teniendo esto en cuenta, el folclore agarró los pulpos y calamares que se hospedaban en el mar y los maximizó en cuentos náuticos, convirtiéndolos en uno de los enemigos más populares del marinero fantástico. En el siglo XIII la saga del héroe islandés Örvar-Oddr incluyó en su reparto una monstruosidad que se zampaba hombres, barcos y ballenas sin masticar. Cien años después, los nórdicos adoptaron al animalillo, un cefalópodo que medía un par de kilómetros, lo bautizaron Kraken y lo convirtieron en parte de su historia.

Desde entonces, el Kraken y su familia directa de calamares gigantes se establecieron como los horrores marítimos más mediáticos al pasear sus tentáculos por libros como Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, o Moby-Dick, de Herman Melville; películas como Veinte mil leguas bajo el mar, de Georges Méliès, o la saga Piratas del Caribe; y cómics como Watchmen y videojuegos como la serie Assassin’s Creed. La parte verdaderamente espantosa del asunto es descubrir que haberlos, haylos. Porque existen un par de especies reales, el Architeuthis o calamar gigante y el Mesonychoteuthis hamiltoni o calamar colosal, que aún hoy en día son avistadas rondando los mares. Y tampoco es que se dediquen solo a chapotear por las lejanas aguas escandinavas, basta con preguntar a los lugareños de Luarca cómo llevan lo de que su localidad se haya convertido durante las últimas décadas en un punto de encuentro para los calamares gigantes.

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3 Comentarios

  1. Contrarian

    Conocí el «Kraken» en el cómic con guión de Segura y dibujo de Bernet. Una maravilla, protagonizada por el teniente Dante, patrullero de las alcantarillas de la megápolis Metropol. En su día apareció en «Zona 84» y «Metropol». Probablemente de lo mejor que hizo Bernet. El «Kraken» es un elemento fantástico dentro de una argumentación de serie negra.

  2. Varias veces he leído uno que otro artículo de esta refinada web y la verdad me han parecido muy buenos e interesantes, pero este en particular me ha gustado muchísimo, me ha hecho reír un montón y me ha alegrado el día. Muchas gracias. Muy bueno, lo voy a recomendar.

  3. Pingback: Enlaces Recomendados de la Semana (N°676) – NeoTeo

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