Tras los atentados del 11-S, Moby Dick volvió a emerger con fuerza en los medios estadounidenses. George W. Bush había afirmado que no pararía hasta dar con Bin Laden y algunos compararon su afán perseguidor con la cacería de la famosa ballena por parte del capitán Ahab. Uno de ellos fue el crítico Edward Said, que, para señalar el carácter suicida de la persecución, recordó que «en la escena final de la novela, el capitán Ahab es arrastrado hacia el mar atado al cuerpo de la ballena con la cuerda de su propio arpón, encaminándose obviamente hacia su muerte». Al margen de lo acertado o no de la comparación, lo curioso es que ese no es el final de la novela. Quien haya leído Moby Dick sabrá que el capitán Ahab es despachado rápidamente y de una forma bastante menos impactante —se fue antes incluso de que «los tripulantes supieran que se había ido»—.
La culpa de que un crítico literario como Edward Said, que además había escrito la introducción de la novela para la edición de la Library of America, incurra en semejante lapsus es, en parte, de John Huston. Al director siempre le interesó la literatura —a él le debemos las adaptaciones de Fat City, Bajo el volcán o Dublineses (Los muertos)— y llevar Moby Dick a la gran pantalla era casi una cuestión personal para él. La novela encajaba como un guante en su visión del mundo. En ella veía una «gran blasfemia», y en el capitán Ahab a alguien que había venido al mundo para desenmascarar a Dios: «Ahab es el hombre que odia a Dios y que ve en la ballena blanca la máscara pérfida del Creador. Considera al Creador un asesino y se encuentra en la obligación de matarlo». Para Huston, la película era toda una declaración de principios. En ese sentido, siempre la consideró la más importante de su filmografía.
Con todo, la imagen que quedó grabada en la retina de Said, y en la de muchos espectadores, no salió de la cabeza de Huston, sino de la de Ray Bradbury, autor que, de forma un tanto injusta, ha quedado eclipsado por el legendario director. Huston había leído El hombre ilustrado y Crónicas marcianas, y, aunque se trata de un tipo de literatura alejada de la de Melville, pensó que Bradbury sería la persona idónea para escribir el guion. El escritor se sintió muy halagado con la propuesta, pero confesó que nunca había sido capaz de leer el libro. Huston le pidió que le echara un vistazo y a la mañana siguiente le diera una respuesta.
Aquella noche Bradbury fue leyendo páginas al azar: el capítulo en el que Melville describe la blancura de la ballena, las pesadillas premonitorias, los soliloquios del capitán Ahab. Es entonces, al escuchar a Ahab, cuando le parece estar frente a algo que no pertenece a este mundo, algo de otro espacio y otro tiempo. En las palabras del capitán escucha ni más ni menos que a Ricardo III: «Shakespeare escribió Moby Dick utilizando a Melville como tabla de ouija», bromeó en una entrevista en The Paris Review que no llegó a ver la luz (no por esa afirmación casi sacrílega, sino porque, al parecer, arremetía contra el establishment literario neoyorquino). Bradbury admiraba a Huston con fervor adolescente y, «equivocadamente o no», siempre se había considerado «el hijo bastardo de Shakespeare». Sencillamente, no pudo decir que no.
A primeros de octubre de 1953, el escritor y su familia se trasladan a Irlanda. Lo acompañan su mujer, sus dos hijas y una niñera. Huston había alquilado una casa de campo en el condado de Kildare y quería tenerlo cerca. Los Bradbury se alojaron en un hotel en Dublín y el escritor se acercaba de vez en cuando a casa del director para revisar lo escrito. Aunque en un primer momento el guionista tuvo plena libertad de acción, su relación no tardó en deteriorarse. Un día, cuando llevaba unos tres meses trabajando en el guion, llegó un telegrama de Warner Brothers. El mensaje decía que tenían que incluir el papel de una mujer fuerte en la película; de lo contrario, habría que detener el proyecto. Bradbury se llevó el susto de su vida… hasta que vio a Huston retorciéndose de la risa. Por desgracia, las bromas del director dejaron pronto de tener gracia. En ellas asomaba un oscuro deseo de humillar al escritor, especialmente cuando había espectadores delante. Bradbury escribió sobre ello muchos años después en Sombras verdes, ballena blanca (1992), un relato ficcionado sobre su estancia en Irlanda.
En un momento de Sombras verdes…, un director de cine sospechosamente parecido a Huston humilla a su guionista leyendo en voz alta una reseña demoledora de uno de sus libros. Lo que ocurrió en la vida real fue todavía más cruel: Huston hizo que el propio Bradbury leyera una reseña negativa de Fahrenheit 451 delante de varios desconocidos. El escritor acabó llorando; para Huston, solo era una broma. La tensión en su relación fue aumentando hasta que, en medio de una cena con otros miembros del equipo, un protocolario God bless you desencadenó una tormenta: ¿Quién te has creído que eres para ir por ahí repartiendo bendiciones?, ¿el papa? En esa ocasión Bradbury no se calló y faltó muy poco para que llegaran a las manos.
Después de aquello, Bradbury se quedó en una situación complicada. Estaba solo y deprimido. En febrero de 1954, su mujer, Maggie, se había ido con las niñas a Sicilia. No podía soportar ver cómo Huston hundía a su marido. Y luego estaba el clima irlandés. El escritor reconoció más tarde que por primera vez en su vida tuvo ideas de suicidio. Además, no tenía ni la menor idea de cómo iba a terminar el dichoso guion. Durante meses había leído algunas secciones cientos de veces y estaba convencido de que nunca llegaría a entender el libro del todo. Sin embargo, había algo en él, la imponente prosa de Melville, o lo que él creía que había de Shakespeare en ella, que le impedía abandonar el barco.
La influencia de Shakespeare en Moby Dick es, por cierto, tal vez menor de lo que se pensaba en aquellos años. Al igual que la mayoría de los críticos de la época, Bradbury creía que Melville había reescrito su novela después de leer al escritor inglés. Esta teoría surgió del hallazgo de unas anotaciones escritas por Melville en el margen de un libro de Shakespeare (en concreto, un volumen que contenía El rey Lear, Otelo y Hamlet). En esas anotaciones figuraba el célebre Ego non baptizo te in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti, sed in nomine Diaboli, que según el propio escritor era el motto secreto de Moby Dick. Más tarde se descubrió que las famosas anotaciones no eran invención de Melville, sino que habían sido extraídas en su mayoría de un artículo de sir Francis Palgrave. Al parecer, algunos elementos importantes de la novela derivan de ese artículo de Palgrave sobre la caza de brujas.
En cualquier caso, para evitar problemas con la censura, Bradbury tuvo que prescindir del famoso Ego non baptizo te in nomine Patris… (que en la novela aparece cuando Ahab «bautiza» con sangre el arpón con el que pretende matar a la ballena). No obstante, el carácter sacrílego de la película, contrabíblico, podríamos decir, permanece en el personaje del capitán Ahab y en algunos detalles sutiles. En un momento de la película, Ahab dice: «Yo convertiré en oro la sangre de Moby Dick» y, poco después, «transformaré el cuerpo de la ballena en inmundo aceite». Además de la ausencia de la fórmula bautismal blasfema, llama la atención la ausencia de Fedallah. Bradbury decidió prescindir de este personaje porque era «un auténtico rollo» y con él se corría el riesgo de convertir la película en una comedia involuntaria: «En una tragedia, si no tienes cuidado, pon una violación de más, un incesto extra o un asesinato… y de repente es la hora de las risas».
El problema de eliminar a Fedallah es que con él también desaparecía la profecía que anticipaba el final del capitán Ahab. ¿Cómo iba a terminar el guion entonces? Por suerte para él, una mañana de abril de 1954, el escritor tuvo una revelación. Al mirarse al espejo, se dijo: «Soy Herman Melville». Y así, convertido en Melville, reescribió las últimas treinta páginas del guion en ocho horas. De repente, todas las metáforas cobraron sentido, los cabos sueltos del texto se unieron como por arte de magia. Acto seguido, cogió el manuscrito y se lo entregó a Huston. «Tienes un aspecto peculiar». «Sí, porque no soy Ray Bradbury, soy Herman Melville».
Esta teatral escena, contada en varias ocasiones por el propio Bradbury, encierra más verdad de lo que parece a simple vista. El final que ideó para la película estaba más en la novela de lo que se piensa (lo cierto es que el escritor no prescindió del todo de Fedallah). Esto no resta, en modo alguno, mérito al guionista. Al contrario. Creo que consiguió darle a Ahab un final más lógico y natural, tal vez el único que podría tener. Aunque Melville no salió de la tumba para reclamar los derechos de propiedad intelectual, Bradbury se llevó un buen disgusto con la autoría del guion. En un primer momento ofreció a Huston firmar como coautor a modo de gesto de agradecimiento, pero el director lo rehusó. Para su sorpresa, cosa de un año después, la productora le comunicó que Huston iba a figurar como coautor del guion por expreso deseo del director. Según Bradbury, no había colaborado lo más mínimo.
Pero la historia de Ahab no acaba aquí, al menos no para Bradbury. Hay una anécdota de la gran Flannery O’Connor, muy conocida gracias a Ricardo Piglia, que no me resisto a recordar aquí:
Tengo una tía que piensa que nada sucede en un relato a menos que alguien se case o mate a otro en el final. Yo escribí un cuento en el que un vagabundo se casa con la hija idiota de una anciana. Después de la ceremonia el vagabundo se lleva a la hija en viaje de bodas, la abandona en un parador de la ruta, y se marcha solo, conduciendo el automóvil. Bueno, esa es una historia completa. Y sin embargo no pude convencer a mi tía de que ese fuera un cuento completo. Mi tía quería saber qué le sucedía a la hija idiota luego del abandono.
Como la tía de O’Connor, Bradbury no se resistía a dar la historia por acabada. Por eso, algunos años después, comenzó a escribir Leviatán 99 —novela corta recogida en Ahora y siempre (Minotauro, 2009)—. En esta ocasión, encontramos al capitán —un trasunto de Ahab— navegando por el cosmos en busca de un cometa que le había dejado ciego. El libro no es muy bueno que digamos, pero, en el fondo, el capitán tuvo suerte de toparse con Bradbury. No todos los personajes pueden presumir de tener varios desenlaces, menos aún de vivir una segunda vida en el espacio exterior.
Moby Dick, John Huston, Ray Bradbury… qué más se puede pedir como tema aquí?? Uno podría pasar años hablando y leyendo sobre ellos.
Enhorabuena y muchas gracias.
Me ha gustado mucho el artículo, gracias.
Interesante artículo y, sobre todo, muy bien escrito. Enhorabuena y gracias!
Yo leí Mobydick, cómo muchos, en el colegio y la verdad fue solo una cuento de aventuras. Este fin de semana me ha aparecido en dos interesantes reseñas. Debo leerlo nuevamente, desde otra perspectiva o con la mirada ya madura y descansada (cansada) de la experiencia de la vida
La verdad: me gusta Ray Bradbury y me gusta John Huston. Pero considero que «Moby Dick» es lo peor que han hecho ambos. No lograron comprender a Melville, por desgracia.