Deportes

Dioses primigenios, calimocho de verbena y tipos que no reconocerías en la calle: sobre el Giro de Italia 2022

Jai Hindley, ganador del Giro de Italia 2022
Jai Hindley, ganador del Giro de Italia 2022. Foto: Cordon Press.

Pum, se acabaron los temas de conversación.

Han intentando chuparse el codo derecho con la lengua (imposible). Alguien comenta que, tío, el ornitorrinco suda leche, sí, como lo oyes, suda leche, lo he leído por televisión, Jajá, sí, sí, leído por televisión. El de más allá cuenta la historia de Shakespeare y Cervantes, que murieron en la misma fecha pero no en el mismo día, por no sé qué del calendario que hizo un tío de Roma, y luego uno que era papa, bueno, no me acuerdo bien, pero es flipante. Sobre la mesa hay una botella casi vacía, restos de hojitas verdes y el último número de Jot Down resobeteado. Y, entonces, alguien plantea el clásico ranking, el que sale siempre en estas situaciones.

¿Cuál es la peor gran vuelta que se haya corrido nunca?

Pues bien, a partir de este año tienen ustedes un candidato más. Serio, con argumentos.

Bienvenidos al Giro de Italia, edición 2022. La carrera que provocó pesadillas al coronel Kurtz.

Unas bases regulares

Primer fallo: de recorrido. Faltaba crono. Faltaban puertos con mil quinientos metros de desnivel (que Italia tiene unos cuantos). Faltaban etapas de gran fondo. Faltaban tiradas asesinas por media montaña. Faltaba algo serio en Dolomitas. Faltaba algo serio en Alpes. Faltaban pasos con altitudes de esas que acojonan. Todo. Los modernos organizadores huyen de la dureza, porque la dureza genera diferencias, y las diferencias matan la emoción. O eso creen ellos. En todo caso las diferencias matan la incertidumbre, que no es lo mismo. Si a usted su novia le dice que van a ser padres siente emoción. Si luego recuerda que ella lleva cinco meses de Erasmus en Bolonia, y solo coincidieron dos findes, entonces entra la incertidumbre. Ambas sensaciones se te clavan aquí, debajo del ombligo, pero no comparten más. Mantener diferencias de segundos no solo es ridículo, sino que resulta contrario a la historia de este bonito invento. Al menos en los Giros de Moser y Saronni los italianos tenían lo que buscaban… Ahora ni eso. 

Segundo fallo: de contendientes. Porque tampoco andaba el Giro muy sobrado. A ver, cómo decirles… ¿Recuerdan las grandes de los ochenta y los noventa? Cuando estaban Hinault e Indurain. Que por debajo venían montones de tipos candidatos-pero-con-defectos. El que no cronea, el que baja mal, aquel que horrible en recuperación, ese no lleva equipo, el otro siempre trinca un día malo la tercera semana. Y luego estaban ellos, los machos alfa, los putos amos, Bernard y Miguel. Pues bien, este Giro era algo así, solo que sin Bernard y Miguel. Teníamos veteranos de Corea, poetas ciclotímicos, pódiums sin rostro, Pietás en bici y dos o tres rompetechos cuesta abajo. Vamos, lo de siempre cuando no acude el Ejército Real Esloveno. Así es difícil ilusionarse (y, también, mantener un esquema clásico de carrera ciclista). Digamos que con un nivel medio bajo todos encuentran su mediocridad menos llamativa, y sonríen tontorrones ante oportunidades que les deberían estar vetadas. Y eso provoca precaución. Y canguelo. Y bostezos. 

Tercer fallo: de actitud. Porque falta actitud. Que tú puedes no tener aptitud, pero con algo de actitud te salen cosas interesantes en la vida (yo, por ejemplo, he subido Peña Cabarga). Pero si los sentimientos están anestesiados por la mente, y la mente solo busca el «guarda, guarda, que ya caerán los otros», pero, eso… puedes trincar contratos grandes, pero no esperes que escriban epopeyas sobre ti.

Con todo esto… pues oigan, pocos paños calientes. ¿Tuvo la carrera momentos? Solo faltaría, que nos hemos pasado tres semanas entre Hungría (excéntrica apertura), Eslovenia e Italia. Pero, así en conjunto, poca cosa. Algo deprimente. No hay que echarse las manos a la cabeza, porque las clásicas estuvieron fenómenas, y el año pasado salió bueno en grandes, pero negárselo sería un poco cínico. Y aquí cinismo, el justo.

Ciclismo también, ciclismo también el justo. Al menos durante la primera semana (alargada). Y, mira, visto lo de después hasta tuvo tema. Y buenos nombres.

Uno es Mathieu van der Poel. Que debutaba en el Giro (la carrera que nunca corrió su abuelo), que quería brillar. Primera y… diana. Esprint en un castillo, victoria, maglia rosa. Fue el comienzo, pero toda la prueba ha sido locura por parte de Mathieu. Ataques a destiempo, piques en montañas que no debería poder subir (no, al menos, tan rápido), cucamonas a los espectadores. Van der Poel reúne en uno solo al perfecto shit starter y al gen Z que adora las cámaras (y las cámaras lo adoran a él). Entre tantos suspensos, la suya es nota altísima.

En Hungría ganó también una etapa Simon Yates. Ese extraño elemento que es Simon Yates. Una crono, ganó, Simon Yates, y se te hace raro hasta leerlo, pero es que Simon Yates le ha dado una nueva dimensión a la palabra «irregularidad». Lo mismo trinca el Premio Nobel de Química que te lo llevan de invitado a Pasapalabra. Giro raro, el suyo. Destacando donde no se le espera (destacando donde no debería destacar, con ese cuerpo escombro de chuloplaya que me gasta), hundiéndose en Blockhaus (terreno natural), reincidiendo después en fracasos y victorias. Finalmente, se sube a un coche. Tiene rostro de no esforzarse mucho, y pedalada idéntica en los días buenos y los de resaca. Por eso lo queremos tanto.

En el Etna, primera llegada en altitud… En fin, pues nada. Es duro el Etna, pero… nada. Bueno, vale, un aviso y una aparición. El aviso, parcial para Lennard Kämna, otro jovencito que hace bastante bien todo. Mira, parece que su equipo carbura. Kämna será decisivo más allá de la Malga Ciapela, pero queda tanto…

La aparición se llama Juan Pedro López. Juanpe López. Sí, con esa «n» que mata gatitos, con esa «n» que incluso la RAE se apresuró a corregir. No me importa, llamadme Juanpe, dijo el mozuco, como si fuera la primera frase de una novela larguísima sobre ballenas, condenados y Queequeg. Pero por Lebrija, que no sé yo si hay mucha ballena en Lebrija. Bueno, entró segundo en el Etna, y trincó el rosa, una cosa de lucir mucho. Diez días aguanta, hasta Turín. Diez días. Luego, cabalístico, fue décimo en la general. Sus entrevistas eran cosas de inglés con acento sevillano y muchas lágrimas (luego en carrera tiró un bidón a otro ciclista, no perdamos la esperanza). Gran pillaje.

Esprints, escapadas (de Gendt repite en Italia década y pico más tarde de aquel expediente X del Stelvio) y Blockhaus. Puertazo tremendo, cosa seria de cojones. Con su historia, con su leyenda. Y allí comienzan (siguen) los bochornos. Trantrán tontorrón hasta casi arriba, y tirones chiquitucos. Siempre que alguien tensa quedan solos Bardet (luego abandonaría con tiritonas, vómitos y aspecto general de blancazo resacoso), Carapaz y Landa. Ya está, ya tenemos pódium, pensábamos, avaros. Luego dejaban de pedalear, preguntaban por los hijos (a Mikel por las fiestas), se hacían selfis, cuánto tiempo, lo subo con hastag #fumadón, #Tarangulloraría y #quedamucho. En fin. Al final entran algunos otros, y se impone con esprint largo un tal Jai Hindley. Luego les hablo de él.

Ah, otra particularidad: Blockhaus parecía a ratos Cocoon, colegas, con una edad media similar a la de un consejo de administración bancario. Estaban por ahí Valverde (undécimo y anónimo), Nibali (quinto y peleón por Turín) o Pozzovivo (octavo y horroroso sobre la bici, como siempre). Te dicen que iban persiguiendo a Danilo di Luca (que ellos le perseguían en carrera, no que Danilo tuviese la policía en los talones) y lo crees. 

Me encanta el olor a landismo por la mañana.

Jacques Anquetil es una obra de Saint-Saëns. Coppi, el Nabucco. Con Merckx suena siempre al fondo La Cabalgata de las Valkirias, y a Hinault le ponen música bretona, llena de consonantes y olor a sal. 

Mikel Landa parece calimocho en una verbena.

A Mikel Landa se le quiere porque… en fin, tampoco yo sé explicarlo mucho. Se le quiere, supongo, porque derrocha ese algo inefable e inmarcesible que es el carisma. Mikel Landa va por la calle, se agacha para atarse los cordones, y pierde cachitos de carisma cayendo de los bolsillos. ¿Café con leche y pincho? Toma, dos toneladas de carisma, bote. ¿Se le casa una amiga de la infancia? Pues el sobre con los billetes y un poco de carisma, que nunca está de más en un matrimonio el carisma. 

Quizá por eso Mikel Landa tiene una popularidad que supera en mucho a sus méritos. Bueno, por eso y porque ataca agarrado abajo. ¿Cómo explicarlo para quien no es aficionado a la bici? A ver… Aristóteles y santo Tomás corren cogidos arriba, Nietzsche y Wittgenstein atacan agarrados abajo. Más o menos. Cogerse arriba es de señoros. Es la imagen, sí, la estética. Es, también, una carga a largo plazo. Porque cuando ofreces (casi) únicamente una cierta manera de hacer las cosas terminas siendo esclavo de ti mismo. O de lo que proyectaste. O de lo que otros vieron en ti.

Y eso es el landismo. Y el landismo es sí, pero no. Como en esta edición del Giro.

A ver, durante toda la segunda semana gravitó sobre los aficionados de Mikel una desgracia funesta: ¿y si este simpático botarate hace la horterada enorme de ganar la Corsa Rosa? Joder, que yo aquí vine por las risas, por las caídas, por las desgracias, por la ilusión que se mantiene a puro golpe de realidad. La vida, colega, yo vine aquí por la vida. Y ahora va y se me corona con éxitos… así no, Mikel, así no.

Spoiler: finalmente, así no. 

Spoiler 2: y menos mal. Porque ni siquiera fue un Landa landista. Fue un Landa mancebiano, por hacernos idea. Menos cambio de ritmo que un 2 CV, menos aceleración que Joaquín Rojas Marcos. Dramático en los esprints. Si llegan tres, hace el cuarto. Si llegan cinco, queda fuera de control. Y cierto aire, además, de conformismo. Con mirada objetiva… joder, es que es normal. Siete años después vuelve al pódium del Giro. Siete añucos. Entre medias, la nada (bueno, no nada-nada, ustedes me entienden). Pero como para no ilusionarse con la foto de Verona. Sucede que con Mikel estábamos acostumbrados a la menos objetiva de las miradas objetivas, así que caer a la realidad se nos hace… raro. Crecimos de golpe, primeras canas, algunos colegas tienen hijos, el de mas allá calza alopecia. Puto mundo este, molaba (molábamos) más cuando nos tiraba el puto Yates. 

(Enhorabuena, Mikel. Sea como fuera, merecido). 

Tampoco es que haya mucho más estos días. Detalles, la única etapa en condiciones, un precedente que debimos tomar en cuenta. Nada, cosas.

En Iesi ganó Biniam Girmay. Girmay ilusiona por su edad, pero luce por sus orígenes. Eritreo. Ojo, antigua colonia fascista, porque el ciclismo es un lugar caprichoso. Primer africano-africano que trinca etapa (el resto eran africanos blancos hijos de gente con pasta, para entendernos), lo que siempre lleva historia. Pena que la suya terminase allí, en el pódium, porque el corcho del champán le pegó una hostia buena en el ojo (lo juro), y tuvo que retirarse (lo juro) y aún a día de hoy no está previsto su regreso (lo juro). Si es que el alcohol es malísimo.

La etapa buena fue la de Turín, un circuito espectacular bordeando casoplones que, sospecho, pertenecen todos a distintas ramas de los Agnelli. Allí tensó Bora de lejos, atacó Carapaz también de lejos (pilló liderato), Landa sudando como un cántabro en Sevilla, Nibali que parece el de hace dos lustros… Espectáculo gordísimo, diferencias serias-pero-no-tanto y victoria para Simon Yates, que pasaba por allí y, mira, ya que estoy pues me esfuerzo…

En aquellos tiempos acojonaba Almeida. Almeida. No, a ver… Almeida, el ciclista, en quién estaba usted pensando, lector travieso. Almeida es João Pedro Gonçalves Almeida, el nombre más portugués del mundo mundial (salvo Fernando Pessoa, que suena menos portugués, pero Pessoa es Pessoa). Y eso, que Joao era el mejor croner entre los de la general (tampoco necesitas competirle a Roger Rivière para eso) y no perdía demasiado cuesta arriba. A ver, no perdía demasiado… el tío andaba descolgándose cada vez que subían un puente, pero llevaba en los bolsillos del maillots fotos de Jaskula, Abraham Olano y Aru poniendo caritas, así que mantenía saludable distancia de seguridad, con segunducos picando pero nada de pérdidas definitivas. En un paradójico giro del destino (este Giro ha tenido mucho de paradójico giro del destino) nuestro amigo Joao fue positivo por covid antes de la traca final, así que nunca sabremos hasta dónde podía estirar el colega su agonía, su rostro de ir muriéndose y sus piropos por dar un espectáculo… diferente.

(Ah, también andaba retirado para entonces Tom Dumoulin, mucho más centrado en su carrera como pensador y escritor de frases para Instagram).

Ganar el Giro sin que te conozcan por la calle

La fama es algo horrible. Todos te piden autógrafos, no puedes tomar café tranquilo y hordas de aficionados a las bicis te pillan rueda para sacarse fotos en marcha (sacarse fotos en marcha es síntoma inequívoco de ser tonto del culo, amigos). 

Pues bien, a Jai Hindley no le ocurre nada de eso. Porque a Jai Hindley no lo reconocen por la calle.

Este año el equipo Bora decidió hacer una apuesta grande. Cambiar carisma por eficiencia. A mí me parece algo loco, pero… Largaron a Sagan (que te saca memes comprando detergente, pero anda pelín acabado para estas cosas del pedaleo… y bastante lechón) y construyeron un conjunto con varios tíos de clase media-alta que estaban ante la posibilidad de trascender al siguiente estatus o quedarse en peña anodina.

Uno era Jai Hindley. Jai Hindley tiene dos récords difíciles de igualar. Uno es perder todo un Giro con Tao Geoghegan. Sí, sí, como lo oyen. Esto posiblemente quedé para la historia, porque lo mismo Tao no trinca otro top 5 en lo que le queda de vida. La otra marca es, precisamente, haber sido pódium en una gtrande y que sea difícil recordar su rostro. Mala cosa. Vamos, que Hindley tiene carisma escaso, valentía justa y pocas actuaciones de esas que te pones el video mil veces. Pocas o ninguna. Pero, miren, acabó ganando esto. Después de lanzar un ataque demoledor… a cuatro kilómetros de meta. El último día de montaña. Hasta entonces… abismo blanco. El horror, el horror.

Porque menuda semanuca. Primero Aprica. Antes pasaban el Mortirolo, pero por el lado suave, que es como si usted va a tomarse el vermú y, en fin, se toma solo un vermú. Nada, fraudulento. Luego subían Santa Cristina, donde lo de Indurain, y Pantani, y el compresor, y busco a Jacqs, y Jesús Gil con el jacuzzi, y qué joven era, amigos. Poca cosa. Ataques en el último puerto. De Mikel Landa, especialmente. Hindley y Carapaz tienen una rarísima enfermedad que les impide recibir viento directamente en el morruco, así que… Oigan, tampoco son las arrancadas de Mikel muy pimpantes (ay), pero algo llevan. Tablas al final, sensación de que es cosa de tres.

Luego es siempre lo mismo. Arrancada tímida de Landa (pero tímida, tímida, tímida nivel morirse bastante virgen), los otros dos llegan sin (aparente) dificultad, abren más o menos hueco, el vasco pierde algo en el sprint, donde compite en la liga de Marino Lejarreta y Martín Farfán. Pasó en Lavarone, pasó en Castelmonte. Pena aquí, porque se fumó el pelotón un coloso llamado Kolovrat, que tiene nombre de dios primigenio y una mala hostia en sus rampas como para dejarte las piernas zumbonas. Pero cuando no hay…

Así que todo para la última etapa. Y, de entre la última etapa, todo para el último puerto. Y, dentro del último puerto, todo para la última parte. Y, metidos en la última parte, ya esperamos hasta cuatro a meta. Cuatro a meta, algo menos. Salida de trote cochinero, cuarentón exfumador style. Que lo puede hacer andando hasta un novelista, que antes este deporte metía susto. En fin. Eso, Passo Fedaia. Al menos es el Passo Fedaia, con su glacial de la Marmolada, con el lago allí arriba, con Sottoguda, con la historia, la leyenda y la recta asesina. Allí murieron tipos como Bugno y Tonkov, allí acabó cascando Richard Carapaz. Latigazo de Kämna (gran jugada del equipo), salida de-todo-menos-fulgurante por parte de Hindley. Luego sí, luego un ritmo bastante chulo que nos arroja la gran duda: los días anteriores, ¿no pudo o no quiso? Porque si no pudo mejora bastante en sitios donde es imposible mejorar; y si no quiso pues parece un tío bastante triste. En fin. Exhibición atlética (en distancia de atletismo) de primer nivel, los chiflados de los números masturbándose a gritos con tiempos, potencias y comparativas, qué duro es todo esto, que inmensa calidad, la edad de oro del rendimiento físico. Es lo que tienen los números, que como son fríos e insensibles, carentes de relato, soportan cualquier ropaje que uno quiera ponerles. Tú me dices que subieron veloces, yo te digo que es porque vinieron de paseo. Pum, jaque. 

Y eso, Hindley que gana el Giro (no la etapa, de entre los diez primeros en la general solo han trincado parciales él y Jan Hirt, otro dato), Landa será tercero. Entre medias, Carapaz. Quizá jugó a poner nervioso, frisando por encima de sus fuerzas durante unos cientos de metros, antes de hacer pum. No sé. Sale tocado de aquí, con su puesto como contendiente a estos asuntos en (cierto) entredicho.

Y en Veronaa, pues nada. Entrada por la Arena, que siempre es estético, pero nada. Entre los treinta y cinco primeros de la general solo hay dos cambios (Carthy por Juan Pedro López, Howson por Poels). Vuelvan a leerlo, también explica causas y razones de este Giro tan triste. Y mira que Landa hizo todo lo posible para dar emoción, ¿eh?, desde salir con un casco que te lo pondría en pantalla Ed Wood hasta hacer el 76 en una crono. Pero es que era tan cortito todo… Digno final para lo que fue la carrera. Enhorabuena a Mikel por el pódium, enhorabuena a Carapaz por esa foto tan bonita. Y enhorabuena a Jai Hindley por ganar su primer Giro de Italia.

Eh, Jai, si me ves por la calle saluda. No me suena tu cara.  

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7 Comentarios

  1. El mayor problema del ciclismo es la historia del ciclismo mismo. Ciclismo y dopaje se han convertido sinónimos en el ideario popular. No es que la gente se haya acostumbrado a ver las bicis por TV y el desmedido poder de los jefes de equipo (que también), sino que además toda competición ciclista da el tufo a mafia, a apuestas amañadas debido al inmediato pasado. Antes de que se conocieran al dedillo tales manejos, la gente acudía a las cafeterías religiosamente a ver los finales de etapa. Hoy en día se cambia de canal o se aprovecha el momento para fundido en negro.
    Pereda: has nacido en una época equivocada. Hace 30 años se te habrían rifado todos los periódicos nacionales y buena parte de los extranjeros. Escribir sobre ciclismo, con el entusiasmo que manifiestas, debe ser difícil. La sombra de Marco Pantani y Chava Jiménez siguen siendo muy alargadas.

  2. Genial.hacia tiempo que no me aburría tanto, hasta el punto de cambiar de canal, y hacía tiempo que no leía un resumen de una carrera tan exacto.
    Con pena, mucha pena, debo de reconocer que me ha enganchado más tu artículo que el giro.
    .

  3. Funkymonky

    Como aficionado al ciclismo lo más divertido del Giro ha sido este artículo, ha hecho que cobren sentido las horas frente al televisor esperando algo que no llega…dicho esto, máximo respect a para todos los sufridores( deportistas, aficionados y aficionados-deprotistas) de este mundillo, a seguir dándole al pedal a por esa etapa que queda en la memoria para bien

  4. Imperialista

    Mejor el artículo que el Giro. Si lo llego a saber me lo ahorro y me pongo el Sálvame estas tres semanas. Yo me quedo con lo mal que huele lo de Bardet. Huele a que todo sigue igual… Blancazo a blancazo sin fin.

  5. Juan Manuel P.M

    Hay personas que tienen una forma peculiar de «juntar palabras» que te obliga releer sus frases para sacarles todo su jugo. Si además de eso, que no es poco, te hace reír, eso es ya de mucho agradecer. Marcos Pereda es de los pocos que cultiva este subgénero pícaro-deportivo. Si me apuran su máximo exponente. Felicidades por el artículo.

    Dicho lo cual, y en cuanto a la carrera, debo ser sincero, no he visto el Giro de este año. Me ha bastado con esperar esta crónica. Ya de entrada, el cartel de candidatos, me desilusionó bastante y después enterarme del goteo de espectros que se refugiaban, un día sí y otro, en el coche de equipo, lo remató. Es como si el Giro vaya perdiendo, año a año, el atractivo para los ciclistas más top.

    Pero en fin, yo que vivo en el pasado, sigo anhelando la épica del ciclismo. Lamento diferir de TPV pero no creo que sea cuestión de dopping, hablando de Giro, parece un siglo refiriéndome a Froome, pero este hombre se escapó como un loco en 2018 para ganarlo. Esos episodios, se siguen dando y se seguirán dando. El problema es que es territorio ignoto para el grueso del pelotón. Solo los Tadej, Primosz, Matthieu, Wout, Julian, Remco y pocos más atesoran los genes eternos del ciclismo. Ese que nunca morirá. Salir a ganar, pase lo que pase. Cueste lo que cueste.
    P.D.- Uno que siempre ha tenido debilidad por el ciclismo francés, tenía la vana esperanza de que este pudiera ser el Giro de Bardet. Después de verlo (casi reír) en el Tour de los Alpes parecía…pero no fue. Me recordó a su némesis Pinot en el Tour de 2019. En fin habrá que seguir esperando.

  6. Víctor Moles

    Pues sí, análisis certero, tanto del señor Pereda (una vez más), como en los comentarios de los lectores.
    Un Giro mucho más deslucido que en ediciones anteriores en cuanto a recorrido; y unos corredores-equipos con poco arte, y no es cuestión de nombres, sino de valentía.

  7. Antonio Rodríguez

    Imperdibles estos repasos a las grandes vueltas. Además, este año es (lamentablemente) lo mejor del Giro

    «Luego subían Santa Cristina, donde lo de Indurain, y Pantani, y el compresor, y busco a Jacqs, y Jesús Gil con el jacuzzi, y qué joven era, amigos.»

    xDD Efectivamente, qué jóvenes éramos

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