Septiembre de 2010. La escritora inglesa Caitlin Moran tiene 35 años. Acaba de teclear las últimas palabras de Cómo ser mujer; su personal manifiesto feminista escrito en forma de memorias que, en unos meses y sin saberlo ella todavía, se convertirá en un fenómeno literario. De repente, una voz le chilla que guarde el documento Word que ha terminado. «¿No te acuerdas de la cantidad de trabajo que has perdido a lo largo de los años?», le espeta esa misma voz. Caitlin se gira. Sentada sobre su cama una mujer de mediana edad, desgreñada, que lleva botas Doctor Martens y un abrigo de leopardo estampado la mira fijamente. Su cara le resulta familiar. Tienen la misma nariz respingona y en su pelo negro relampaguean los mismos mechones blancos. Es ella. Solo que diez años más mayor. Su yo del futuro se le ha aparecido para darle un mensaje: «Amiga, estás a punto de entrar en la etapa más difícil de tu vida. A partir de ahora la cosa se pone fea que te cagas».
Con esta visión fantasmagórica arranca Más que una mujer (Anagrama, 2022), el nuevo libro de Caitlin Moran en el que autobiografía y feminismo vuelven a darse la mano entre sus páginas para narrar, esta vez, las peripecias de una mujer que se adentra en la mediana edad. Pero a pesar de que Moran se sirve de este encuentro imaginario con su yo del futuro para dar comienzo a su relato, la idea para escribir este libro no la encontró gracias a un fantasma, sino a sus lectoras.
Una vez pasado el boom inicial que acompañó el lanzamiento de Cómo ser mujer, Moran, con la astucia que la caracteriza, notó cómo el perfil de mujer que acudía a sus firmas de libros comenzaba a modificarse. Envejecía poco a poco. Las chicas jóvenes, rebosantes de emoción, que a menudo lloraban en sus brazos dándole las gracias por sus libros cada vez eran menos. Ahora su lugar lo ocupaban quienes bien podrían haber sido sus madres. Mujeres de mediana edad, discretas, de pocas palabras, que no lloraban, no chillaban y que hacían lo posible por no molestar. Mujeres que, a pesar de llevar una casa, criar a sus hijos y trabajar a destajo argumentaban tener unas vidas aburridas e insignificantes. Y ahí, Caitlin Moran encontró su historia.
En Más que una mujer, la autora arroja luz sobre la realidad de ser una mujer en la cuarentena, casada y con hijos. Reivindica vidas como la suya, silenciadas culturalmente por considerarse poco interesantes. Y para narrarlo, hace gala de lo que mejor se le da: situarse como protagonista de su propio relato.
El recurso que Moran utiliza en esta ocasión es el de diseccionar un día cualquiera de su vida, separando los veintiún capítulos del libro por temáticas a las que asigna una hora concreta de su jornada. Así encontramos cómo las ocho de la mañana es «La hora del sexo conyugal». Las diez «La de las vulvas». Las siete de la tarde «La hora de envejecer». Y las cinco de la mañana «La de querer cambiar el mundo». En Las horas de Caitlin Moran, al contrario que en las de las protagonistas de la novela de Michael Cunningham, jamás hay tiempo para aburrirse.
Sin embargo, a pesar de su fama de escritora deslenguada y sin filtros a la hora de compartir su vida personal, en este libro la información que Moran proporciona sobre ella misma o sobre su familia es la estrictamente necesaria. La estructura de cada capítulo es siempre la misma: una breve instantánea de su vida privada que le da pie para hablar de un tema más profundo, pero sobre todo polémico, sobre el que quiere dar su opinión. Ya sea el papel de los hombres en el feminismo, la necesidad de retribuir económicamente el cuidado de los hijos y el trabajo doméstico o la cultura de la cancelación. Primero la golosina, después la medicina. Y funciona.
La lectura de Más que una mujer es rápida, amena. Sobre la hoja las palabras suenan como una larga y reconfortante conversación con una amiga. Gran parte de culpa la tiene el estilo de Moran: ágil, sencillo y directo. Su propósito es hacer del feminismo algo popular. Y divertido. Porque la verdadera arma de Moran cuando escribe es su humor. Ese que encuentra hasta en la cotidianidad más absurda, como ver a su marido estornudar «como si se hubiese abierto una puerta del infierno en los senos nasales de mi amado, que entonces expulsa un torbellino de demonios pletóricos, uno a uno, por la nariz, una vorágine que no hay forma de interrumpir hasta que él ha consumido toda su energía vital», escribe en «La hora de reflexionar sobre un buen matrimonio».
Es en ese talento para observar minuciosamente lo que la rodea y transformarlo en una experiencia cómica e instantáneamente reconocible para los lectores donde Moran recuerda más a una de sus mayores referentes: Nora Ephron. Y es que I Feel Bad About My Neck, el conjunto de ensayos que Ephron publicó en 2007, es el claro antecesor de Más que una mujer. Pero mientras la periodista norteamericana se centró en realizar una crónica ácida y pesimista sobre los infortunios de la vejez («Una de las cosas de las que más me arrepiento es de no haberme pasado toda mi juventud contemplando mi cuello con admiración»), Moran se recrea en celebrar que su cuerpo cumpla años. Lo celebra porque sabe que lo contrario es caer en el pozo de la insatisfacción, del castigo a una misma y de, tarde o temprano, la enfermedad. Y lo sabe bien porque fue su propia hija la que permaneció hundida en ese pozo durante años.
«La hora de los demonios», que recoge la descarnada descripción del trastorno alimenticio que padeció con trece años la hija de la escritora, es el capítulo más conmovedor y a la vez más escalofriante del libro. Por primera vez, el humor y la sorna habituales en la escritura de Moran enmudecen para dar paso a la confusión y al miedo en un relato que desarma por su honestidad. Fue la propia Nancy, hija de la autora, quien una vez recuperada la animó a escribir sobre su trastorno con la esperanza de poder ayudar a otras personas. Tanto ella como su madre fueron conscientes de que como bien dice la poeta Natasha Trethewey: «lo que no se habla, no se cura».
Porque por encima de divertir y entretener a los lectores, el propósito de Caitlin Moran cuando escribe es ser útil. Y en Más que una mujer lo consigue. Este es un libro de consejos, lleno de pequeñas píldoras de sabiduría («Ser bella causa muchos problemas; observar la belleza no causa ninguno. Decidir qué es bello te confiere poder» o simple y llanamente «No te cases con un gilipollas»). Y también es la confirmación de que todo el mundo debería leer a Caitlin Moran. Si no lo hacen, se arrepentirán. Como Nora Ephron de no haber admirado su cuello lo suficiente.
«No te cases con un gilipollas». Un consejo de gran sabiduría. Si no lo dice Caitlin Moran, nadie se espabilaría.