Y autobiografías del encanto y el desencanto. Superheroínas de vanguardia y detectives en horas bajas. Romanticismo desde los márgenes. Costumbrismo en los límites de la fantasía y de la realidad. Memorias históricas de represiones homicidas. Crónicas colectivas del calvario del autor de cómics. Vampiros, quimeras, alienígenas, yokais y galletas para perros. El primer trimestre de 2022 se ha presentado muy animado: he aquí una selección de un buen puñado de títulos que apuntan a otro buen año para los lectores de cómic de cualquier estilo, tema o procedencia.
Dog Biscuits, de Alex Graham (Fulgencio Pimentel)
Los cómics de este último par de años que se han lanzado a hablar sobre cómo vivimos la pandemia han tenido también sus propias olas. Una primera de tebeos de crónicas autobiográficas, a modo de diario, y otros que la han observado con cierta reflexividad y distancia. Dog Biscuits, webcómic nacido en aquellos días de confinamiento, optó por una tercera vía estableciéndola como telón de fondo de uno de los culebrones de relaciones personales más absorbentes que se hayan podido dibujar en un tebeo en mucho tiempo. Fondo de realismo sucio expresado desde una caricatura antropomórfica feísta, Alex Graham narra aquí las idas y venidas de un triángulo amoroso con gran atención en la construcción de las psicologías de cada uno de sus protagonistas. Desenfadada, neurótica y tremendamente actual Dog Biscuits recoge con éxito los legados sucesivos tanto del cómic underground como del cómic alternativo para, irónicamente, crear un tebeo extremadamente contemporáneo.
Espada, de Anabel Colazo (Ediciones La Cúpula)
La tercera novela gráfica de la autora de Encuentros cercanos y No mires atrás se desplaza de la temática esotérica (ovnis, leyendas urbanas y creepypasta) al género de fantasía sin abandonar del todo algunos elementos y temas procedentes de aquellas obras, tanto en lo visual como en lo argumental. Espada es un cómic de fantasía atípico que desarrolla una intriga desplegada con una calma tensa para plantear una reflexión sobre el poder y/o la riqueza y su distribución, ligada a la responsabilidad ética y acercando su problemática de fondo a la de cualquier sociedad actual. Con una estética naíf y preciosista, lejos de las épicas epatantes que abundan en el género y lejos del sempiterno maniqueísmo de la lucha del bien contra el mal, Anabel Colazo apuesta por una voz íntima y personal, directora de gran parte del relato, que plantea y asume dilemas complejos, manteniendo a su protagonista sibilinamente en la cuerda floja hasta su conclusión.
El fracaso como una de las bellas artes, de Raule, Damián, Fernando Llor y Esteban Hernández (Valnera Gráfica)
En un primer trimestre del año en el que ha aflorado la denuncia sobre la precariedad de los autores de cómic, hay que destacar este original cómic multibiográfico que narra la odisea del dibujante Esteban Hernández con los guionistas Raule, Damián y Fernando Llor al flanco para conseguir colocar un álbum en Francia. Recordando un poco en concepto al Si una noche de invierno un viajero… de Italo Calvino, las páginas biográficas grises y plomizas que hablan de la incertidumbre profesional se alternan contrastadamente con las coloridas páginas de muestra de los cómics de diversos géneros presentados para conseguir un sí de la editorial. De esta forma, el cuarteto autoral consigue construir un relato honesto, ingenioso y emocionante que habla de las penurias vividas por los artistas del noveno arte para intentar consolidarse en el medio y de los miedos e incertidumbres que van aparejadas. Pero también de la solidaridad gremial y el codo con codo entre compañeros.
Universo Sandman Hellblazer, de Simon Spurrier, Aaron Campbell, Matias Bergara y Jordie Bellaire (ECC Ediciones)
Los fans de Jonh Constantine han estado de enhorabuena, si bien una enhorabuena que se ha hecho breve y un poco amarga. Recientemente se ha completado en España la publicación de la etapa del guionista Simon Spurrier que ha recuperado el personaje de una forma en la que no se pierden las esencias que lo configuraron en los años de Vertigo pero sin dejar de actualizarlo a través de un elenco de secundarios y rivales modernos. Como en otros cómics de su pluma, el guionista construye aquí un mosaico de casos engarzados en una metatrama que explota en un final repleto de giros, dejando ganas de más. Tristemente, la serie no verá continuidad debido a la inexplicable cancelación de la seria. Nota especial merecen los equipos creativos con Aaron Campbell, Matías Bergara y Jordie Bellaire, que han dotado esta andadura del mago urbano con estilos barrocos, sucios, plásticos y extravagantes. Una lástima ver decapitada así una cabecera que tenía a todos sus responsables en pleno estado de gracia.
2 viaxes, de Xaquín Marín y Reimundo Patiño (Editorial Elvira / Fosfatina Ediciones)
La recuperación del patrimonio del cómic en España con frecuencia se ha visto ceñida a unos pocos nombres o editoriales de referencia, acotando la historia de nuestro cómic al triángulo Madrid-Barcelona-Valencia. Por eso, una reivindicación notable que se ha gestado recientemente es esta edición facsímil de una obra pionera del cómic gallego y contracultural, allá en el 1975. Recordados hace unos años en el ensayo O lado da sombra, Xaquín Marín y Reimundo Patiño fueron dos visionarios que convirtieron el tema de la diáspora gallega en sendas delirantes odiseas fantacientíficas. Expresivos y barrocos, emplazados en un punto indeterminado entre el cómic de ciencia-ficción para adultos francobelga y el underground americano pero con mucho carácter propio, 2 viaxes es un grito en la inmensidad del espacio, que ha conseguido cruzar en el tiempo para recordar que hubo una vanguardia artística única en su género muy valiosa más allá de los lugares popularmente conocidos.
No quiero ser mamá, de Irene Olmo (Bang Ediciones)
Se ha hablado mucho de lo difícil que es ser madre, pero no tanto de lo difícil que resulta no serlo. O al menos que te dejen en paz no queriendo serlo. Irene Olmo cruza la autobiografía con el manifiesto para desmontar los discursos que perpetúan la transmisión del imperativo a ser madre y que toda mujer debe oír en algún momento, si no varios, de su vida. El estilo de caricatura naif característico de No quiero ser mamá no se riñe con la expresión de un hartazgo que se manifiesta como una suerte de «esprit de l’escalier» muy honesto y autoconsciente. Con un análisis inteligente y bien estructurado, la autora va construyendo su propio discurso para contrarrestar las presiones sociales que buscan dirigir la vida propia en contra de lo que cada una realmente desee. Exhaustiva en los planteamientos, firme en las posiciones y humorística para exponer experiencias recurrentes, la voz de Olmo es un sano respiro a alentar.
Amorcito, de varios autores (Autoeditado)
Aunque el mundo de la fanzinería y la autoedición ha sido, con bastante seguridad, el sector del cómic más golpeado por la pandemia, no hemos dejado de ver propuestas interesantes, persistentes en hacer cómic con claves diferentes a las que se ven en el mundo editorial. Fundado por Luis Yang, autor de la quinta del mítico fanzine Nimio, que dio a conocer a autoras como Núria Tamarit, Xulia VIcente o Anabel Colazo, Amorcito es un shoujo mag colectivo que ve en 2022 su segundo número (y va, al menos, para dos más) con una nueva nómina de autores y autoras que encauzan sus historias desde los relatos de género, moviéndose entre la adoración de ciertos cánones visuales y la experimentación más libre. El hilo rojo que une las historias —las relaciones afectivas en diferente forma e intensidad— cada dibujante se lo lleva a su terreno de preferencia dando de resultas una antología rica y variada en estilos y tonos, que sorprende y enamora en cada giro de página.
Grito nocturno, de Borja González (Reservoir Books)
Borja González está construyendo obra tras obra un pequeño gran universo en el que más allá de las historias que allí suceden se construyen espacios mágicos vinculados a sentires. En su nueva novela gráfica sus protagonistas femeninas vuelven a convertirse en caminantes en la frontera de múltiples dicotomías, en el proceso de buscar su lugar en el mundo. Entre lo mundano y lo sobrenatural. Entre lo prosaico y lo lírico. Entre lo desconocido y el lugar seguro. Entre la soledad y la compañía. Dicho juego de opuestos se sustenta formalmente en unas composiciones perfectamente equilibradas y en un dibujo preciso y detallista que sacrifica la expresión facial para entregarlo a lo postural, relacionando así estrechamente al personaje con el lugar en el que está emplazado. Extrañamente críptico y familiarmente cercano al mismo tiempo, Grito nocturno consigue perpetuar ese delicioso aire de misterio hasta el final y despunta a su autor como un brillante artesano de la elipsis
Mi bella vampira, de Katie Skelly (Sapristi Cómic)
La belleza de este cómic de vampiros de estética popera y colorista creo que no reside (o no solo) en su aire de exploit setentero, sus formas intrigantes de trazo bruto y ágil, el tratamiento naif de lo siniestro o su trama salvaje que tira millas sin mirar atrás. Creo sinceramente que su encanto lo encontramos en sus raíces: una desarrollo argumental en la antítesis de la de tantísimos coming of age adolescentes de adquisición de aprendizaje. Katie Skelly subvierte el relato de madurez al contar simplemente la historia de una joven vampira que sólo quiere escapar de una existencia inmortal siendo cautiva de su hermano. En Mi bella vampira no vence lo racional: se impone el deseo de ser libre y el subirse a la pulsión hasta cabalgarla, queden los regueros de sangre que queden detrás.
Tokyo Revengers, de Ken Wakui (Norma Editorial)
Que se podía arrasar en las listas de ventas del libro en general con un manga, ya lo habíamos visto con Haikyû!!, un didáctico y emocionante spokon de voleibol. Tokyo Revengers es el otro gran éxito que no baja de las listas ni a tiros. Aunque a priori la recurrente historia del viaje en el tiempo para deshacer un entuerto no resulta demasiado original de partida, sí que lo es que Ken Wakui haya establecido para su historia un trasfondo muy singular, el de los bosozoku, las bandas de moteros de Tokyo. Más todavía lo es habiendo sido su autor, miembro de una de ellas quince años atrás. Dicha experiencia biográfica insufla al relato de intensidad y realismo así como un punto de visto «desde dentro» de esta clandestinidad . Con un argumento repleto de idas y venidas como una montaña rusa y un dibujo perfilado y expresivo tanto para la acción como para el humor, no es difícil entender porque Tokyo Revengers se haya llevado el gato al agua.
Alto de la línea, de Clara San Millán (Belleza Infinita)
En este primer trimestre del año, en el campo del cómic experimental, ha brillado con luz propia el debut de la ilustradora Clara San Millán con esta crónica de una carrera ciclista cuyo ingenio reside en el la inquieta elección de premisas visuales para contarla y en especial para representar con una multiplicidad de permutas un momento en particular de la misma. Hay aquí una suerte de viaje lúdico que se antoja inagotable entre acercamientos a la abstracción geométrica, juegos de perspectivas, juegos de simetrías y de opuestos y de expresión conceptual. Autoconsciente de las posibilidades del medio, que el gusto por las lógicas visuales y la geometría ordenada de esta obra no les engañe: Alto de la línea es, en el fondo, un cómic con un fondo irreverente y altamente divertido, que defiende el dibujo como fuente infinita de formas de contar.
Kent State, de Derf Backderf [Astiberri (cast.) / Finestres (cat.)]
De la represión homicida que llevo a cabo la guardia nacional de los Estados Unidos, bajo el mandato de Nixon, el 4 de mayo hacia las protestas antibelicistas de los estudiantes del estado de Kent, saldadas con cuatro muertos, el historietista Derf Backderf ha sabido destilar una crónica tan aciaga como detallista. El autor, que no ha tenido jamás reparos para mirar a los rincones oscuros de la sociedad americana, proyecta aquí una recreación de los sucesos hibrida entre el cómic periodístico, cuidadoso en la narración de los hechos y en su contextualización, y de cómic bélico, contando el choque entre militares y estudiantes con unos expresividad y pulso narrativo que recuerdan a los cómics de guerra de Harvey Kurtzman. Arrolladora y trágica, Kent State se lee con una vigencia para los tiempos actuales realmente sobrecogedora.
Bibelots, de Adrián Bago González (Autsaider Cómics)
Tenía que pasar. A poco que uno haya seguido la carrera del ínclito Adrián Bago González y su gusto por los temas y las formas del cómic underground y/o alternativo, era posible adivinar que se lanzara a una aventura similar a las de Eightball, Dirty Plotte, Optic Nerve o Mundo idiota. Continuista en temas, tono y estilo con su obra precedente, Sicofante, esta revista de relatos breves monta un emparedado de dos ficciones y una pieza autobiográfica para explorar el retrato del ego del variedad de jardín de hombre blanco y hetero en horas bajas, indagar en memorias sobre obsesiones sexuales y comiqueras de juventud y practicar una sátira amarga sobre la veleidad del éxito en el mundo del arte. Cuidadoso con la edición y los detalles «de revista» en la factura final de este primer número y repleta de guiños, Bibelots deja un regustillo de cómic alternativo y a la vez curiosamente añejo bastante satisfactorio.
Cuentos de un pasado lejano, de Shigeru Mizuki (Satori Manga)
Perfectamente en su salsa estaba el legendario mangaka Shigeru Mizuki en esta adaptación de algunos de los relatos del Konjaku monogatari, una colección de relatos de la primera mitad del s. XII, considerados un clásico histórico de la literatura japonesa, en los que hombres y mujeres, pobres y ricos, todos ven aquí puestos su honor, valentía y virtud en juego a través de historias breves con una carga moral sutil. Más allá de que algunas de ellas tratasen algunos de los temas predilectos del maestro (esto es, el folclore sobre los yokai), en la traslación al manga vemos al autor perfectamente en su salsa, aportando la enjundia pertinente a cada pieza con dos de sus mejores talentos: su rica expresividad cómica y su manejo de las atmósferas nocturnas. Más de uno podrá sorprenderse de ver a Mizuki tratar lo sicalíptico y lo picaresco picaresco de una forma que podría asemejarse a nuestra tradición occidental.
Grip, de Lale Westvind (Apa Apa Cómics)
El avezado lector de cómics de superhéroes probablemente esté haciendo scroll ahora mismo tratando de localizar a ver si ha metido algo del género el gafapasta este. Pues ahí va este Grip que es el cómic de superhéroes más puro y fascinante que se ha dibujado en mucho tiempo. Aunque por el trasfondo artístico en el que se encuadra su autora podríamos hablar de este cómic como experimental o alternativo (y así es), la verdad es que Grip transporta muchos de los rasgos maravillosos y dorados que ha contenido el cómic de superhéroes en muchos momentos de su historia: la fuerza dinámica de la acción, la expresión estética de los superpoderes, el argumento del héroe joven aprendiendo a manejarlos. Lale Westvind se lleva todo eso al terreno del empoderamiento femenino, al uso del poder de forma curiosa y constructiva, a la ausencia del antagonismo y al delirio visual. Grip es todo un trip.
Mi tabla de suplicas, de Keiler Roberts (Alpha Decay)
Creo que no hay mejor síntesis de los tebeos de Keiler Roberts que aquella historieta que dibujó en este cómic en la que cuenta que se decidió a hacer un postre con ingredientes caducados que finalmente acabó por la pica de la fregadera y todo ello le pareció una metáfora de la vida. La autora estadounidense que ya abrió fuego con Isolada, persiste en su autobiografía de la cotidianeidad sobrevenida por su depresión aquí ya liberada del corsé de la estructura episódica a escenas de una página y de la conclusión en forma de punchline. Dibujados con esa característica fina línea suya que parece a punto de quebrarse pero aguanta, los nuevos relatos contenidos en Mi tabla de súplicas le permiten ahondar y expandirse en su calvario íntimo y sus circunstancias, «yendo al grano» con esa peculiar sobriedad que a la vez es sutilmente expresiva, tanto en lo textual como en la gestualidad mínima de sus personajes.
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