Sociedad

Cinco bombas atómicas en Marte

Cinco bombas atómicas en Marte
Una parada para rezar en algún lugar de Marte. Foto: Karlos Zurutuza. atómica

El plan de Sabir, Shaswar y Shabir era secuestrar un avión pakistaní y aterrizar en India, y eso fue exactamente lo que pensaron cuando vieron aquella bandera sobre la torre de control. Pero estaban en Hyderabad (sureste de Pakistán), donde, además de apañar el atrezo, se había pedido a las mezquitas de toda la ciudad que no usaran los altavoces durante la llamada al rezo. Para cuando los jóvenes se dieron cuenta del engaño, los comandos pakistaníes ya habían liberado a la tripulación y el pasaje.

La historia ocurría un 28 de mayo de 1998, justo el día en el que Pakistán planeaba detonar cinco ojivas nucleares con las que había de saltar al campo de la exclusiva liga del plutonio. Aquel horror se escenificó a las tres y cuarto de la tarde sobre el distrito de Chagai, un erial de roca —justo en el vórtice en el que coinciden las fronteras de Irán, Pakistán y Afganistán— en el que más de quince mil personas se protegen del sol más abrasador y los continuos terremotos. Aún hoy dicen que, de hacer una parada por allí camino de Quetta, es mejor no refrescarse la cara con agua, que aquello te puede quemar los ojos. 

Todo el mundo en la región conoce la historia, al menos lo justo como para evitar el agua. Ahmad Baloch, un médico de Quetta que prefiere no dar su nombre real «para evitar posible represalias» asegura que todavía se desconoce el impacto real de la radiación sobre los habitantes de Chagai: el gobierno prohíbe el acceso a la zona y sigue siendo imposible llevar a cabo ningún estudio médico sobre la población local. «Los que hemos atendido a pacientes de la región hemos constatado un gran número de casos de cáncer de piel y, sobre todo, de ojos. Probablemente la radiación alcanzara los depósitos subterráneos de agua de los que depende la gente de la región. Aquí, en Baluchistán, apenas llueve», contaba el médico.

Baluchistán es la provincia más pobre, árida y despoblada de Pakistán; también la que sufre los mayores índices de mortalidad infantil, de analfabetismo o de represión a todos los niveles por parte de un gobierno central obsesionado con sus recursos naturales (oro, uranio, petróleo y gas, mucho gas) y aplastar las reivindicaciones nacionales del pueblo baluche. Un proverbio pastún dice que viven en el lugar al que Dios arrojó los escombros tras la creación, y un grupo de geólogos norteamericanos fue aún más allá: «Es lo más parecido a Marte sobre la tierra». Que Islamabad probara allí sus ojivas nucleares era algo que no pillaba a nadie de sorpresa.

Las detonaciones se produjeron en el monte Ras Koh, una mole de granito negro. Fue a mediados de los años setenta cuando se comenzó a expulsar a la gente que vivía en la zona: se trabajaba contrarreloj en una red de túneles y galerías que, decían, servirían para la explotación de cobre y oro en las recién inauguradas minas de Sandyak. Pero el plan era otro. «Haremos la bomba aunque tengamos que comer hierba después», llegó a decir Zulfikar Ali Bhutto, el primer ministro pakistaní que impulsó el proyecto durante su mandato (1973-1977). 

La marcha de Bhutto no alteró el curso del proyecto. Durante la dictadura del general Zia-ul-Haq (1978-1988), la mayoría seguía sin saber qué era realmente lo que ocurría allí, aunque a finales de los ochenta se daba por hecho que aquellas obras nada tenían que ver con la explotación minera. Se cree que fue por esas fechas cuando Pakistán desarrolló finalmente un arma nuclear con la ayuda de China. El gobierno habló entonces de un arsenal en Ras Koh; eso, sumado a la localización fronteriza con un país en guerra como Afganistán, era la excusa perfecta para justificar el cierre de la zona a personal ajeno al ejército. Al final, la verdad acabó por salir a la superficie: Chagai iba a ser un campo de pruebas atómico. 

Eran los años en los que Occidente apoyaba sin fisuras al general Zia-ul-Haq porque la prioridad máxima era expulsar a los rusos de Afganistán. Un efecto colateral de aquello fue el brete en el que puso Reagan entonces la postura norteamericana respecto a la proliferación de armas nucleares. Zia murió en 1988, un año antes de que Moscú reculara en su carrera hacia las aguas calientes del Índico. Para entonces, lo que se cocía en el monte Ras Koh era ya una realidad de la que los medios daban cuenta a diario y, finalmente, Occidente se empezó a preocupar por el asunto. Los japoneses incluso ofrecieron dinero a Islamabad a cambio de que suspendieran aquellas pruebas mientras los baluches organizaban las primeras protestas antinucleares del sur de Asia. 

Días después, Pakistán seguía negando que se hubieran producido, por lo que Ajtar Mengal, entonces primer ministro del Gobierno autonómico baluche, se personó en el lugar pidiendo explicaciones. La policía que acordonaba la zona le dijo que habían muerto tres campesinos por un golpe de calor, algo que podía ser creíble ya que se trata de una región donde las temperaturas son a menudo extremas. Pero la muerte de varios camellos aquel mismo día resultaba demasiado sospechosa. Los Bugtis, los Mengal, los Marri y el resto de los clanes baluches estaban atónitos: además de robar sus recursos naturales y condenar a la población local al subdesarrollo más atroz, Islamabad añadía a la lista de agravios cinco detonaciones nucleares cuyos efectos se dejarían notar durante generaciones. Pakistán sigue celebrando el Youm-e-Takbir, el «Día de la Grandeza» cada 28 de mayo. 

Déjà vu

A principios del siglo XXI, un gran despliegue de fuerzas de seguridad vetaba el acceso a un nuevo enclave montañoso —esta vez en las montañas Kirthar, en el centro geográfico de la provincia— algo que provocaba una dolorosa sensación de déjà vu y volvía a hacer saltar las alarmas. Hubo que esperar hasta 2016 para que un think tank estadounidense al que alguien hizo llegar las coordenadas del lugar concluyera, a través de imágenes de satélite, que se trataba de un arsenal en el que Islamabad almacenaría sus cabezas nucleares. La nueva infraestructura, que incluye líneas de alto voltaje, carreteras recién asfaltadas y un acantonamiento militar corroboraba la teoría. Tenía sentido: las montañas Kirthar se levantan sobre el punto más distante de las fronteras de India, Irán y Afganistán. Allí, bajo millones de toneladas de piedra y lo más lejos posible de sus enemigos, es donde cualquiera guardaría un tesoro. 

Nadie duda hoy de que Pakistán es una potencia nuclear, pero el país carece tanto de una economía estable como de un sistema político a la altura de semejante responsabilidad. A menudo se habla del peligro que supondría que esa colección de cabezas nucleares pudiera caer en manos de los talibán dada la inestabilidad que sacude al país. Si bien hay quien le quita hierro al asunto argumentando que manejar esa tecnología no está al alcance de cualquiera, y menos de gente que lucha en sandalias, otros recuerdan que fue precisamente esa gente la que hizo caer las torres de Manhattan en 2001 y mandó a los americanos de vuelta a casa el verano pasado.

Sabir, Shaswar y Shabir, aquellos tres jóvenes que intentaron frenar las explosiones con una acción tan desesperada como secuestrar un avión, fueron ejecutados aquel mismo 28 de mayo en la Prisión Central de Hyderabad. Sus cadáveres colgaban de una soga cuando el granito negro de Ras Koh se volvió incandescente. Pero los efectos de las explosiones se siguen dejando notar. De entre los escasos datos recopilados debido a las restricciones para acceder a la zona, se encuentran los obtenidos a lo largo de dos décadas por el Foro de Médicos Baluches en varios hospitales de Quetta y Noshki. Las cifras apuntan a un incremento de hasta cinco veces en los casos de enfermedades tiroideas y el triple de problemas dermatológicos (incluyendo carcinomas, erupciones idiopáticas, escamas y pérdida de cabello); también en los de leucemia, enfermedades de la médula ósea y oftalmológicas, o de cánceres de mama. Por si fuera poco, la mortalidad prenatal sigue siendo llamativamente alta en Chagai. 

Los casos se han ido certificando, y también que una de cada tres muertes en el distrito se la apunta el cáncer. Dicen que la casuística recuerda a la de los habitantes de las islas polinesias de Fiji y Kiribati, a quienes británicos y estadounidenses también irradiaron generosamente durante las pruebas atómicas entre 1958 y 1962. La diferencia es que, mientras a los isleños se les acabó compensando económicamente, en Chagai siguen echando en falta servicios tan básicos como hospitales, escuelas, una red eléctrica en condiciones y, sobre todo, agua que no te queme los ojos y las tripas.

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2 Comentarios

  1. Creo que decir que los talibanes fueron los que hicieron caer las torres gemelas es algo irresponsable.

  2. El mismo 28 de mayo ¡pero 17 años más tarde! Pakistán tenía una moratoria sobre la pena de muerte y, aunque condenados, no fueron ejecutados hasta que esta se levantó: https://dunyanews.tv/en/Pakistan/281409-PIA-Flight-544-hijackers-to-be-hanged-on-Thursday

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