Este artículo encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº 35 especial Décimo aniversario.
Una de mis hijas se quedó mirando al techo el otro día y exclamó con un suspiro: «¡Llevo diez años viviendo!». Le parecía muchísimo, pues creía que nunca iba a llegar ese día, y si luego aprendes algo es que los días llegan, por muy lejanos que se te antojen, y después se te van viniendo encima y no se paran, son como autobuses que pasan sin detenerse. Supongo que ese día se dio cuenta de que ciertos días que solo imaginas, porque tienen algo literario o de película, al final llegan. Pero no fue una intuición lo suficientemente inquietante como para que se pusiera seria, solo le pareció curioso. Y es verdad: si algo es la vida es curiosa, es curiosísima.
Las posibilidades de la vida mi hija también las ve en un juego muy divertido que tiene. Son fichas con mitades de animales que, combinadas unas con otras, dan animales increíbles, porque no existen, aunque podrían haber existido, por qué no. Ya distingue perfectamente los animales que existen de los que no, después de haberse pasado una vida, unos diez años en su caso, preguntando ante cada animal: «¿Y este qué animal es?». A partir de ahí te haces una idea de lo posible y lo imposible, y de adulto ya es difícil salir de ahí.
¿Qué animal es esta revista que tiene entre las manos? Es una revista imposible. Lleva diez años cuando, según las leyes de la ciencia, no debería haber sobrevivido ni dos trimestres. Parece más bien una caja de bombones. Es una revista que huele a libro. Puede que por eso el día que haces limpieza no eres capaz de tirarla, como si fuera un pecado. Es el leopardo de las nieves de las revistas: cuando aparece te da una sensación de belleza, nostalgia y agradecimiento, de un placer raro. Siempre al borde de la extinción, avistada de cuando en cuando, te sientes un privilegiado si te la encuentras. Menos mal que la vida tiene estas cosas, que no todo está escrito. Muchos, cuando la vimos por primera vez, pensamos que no podía durar, como casi todo lo bonito. En España lo sofisticado está mal visto, es el rasgo que más nos distancia de Europa, y no digamos de África, un continente con un profundo sentido de la elegancia. Aquí solo la vulgaridad garantiza totalmente la aceptación social.
En un mundo tan resabiado como el del periodismo, y además el periodismo español, no entendían nada. Esta gente creía en lo que nadie cree: en la textura del papel, en el blanco y negro, en que a la gente le gusta leer y que la traten como si fuera inteligente, en hacer escribir, en hacer hablar a otros y escucharlos. Esta revista tiene, en todo caso, algo de intratable y a la vez asombrosamente cercano, personal; tal vez sea un gato, uno de esos más raros que un perro verde, pero con un sexto sentido de complicidad. También dentro de la revista hay algo de vida salvaje, cierto caos, te mandas a la mierda y luego te abrazas, pero sobre todo el sueño de cualquier periodista: puedes hacer lo que te da la gana. Vamos, es que te lo exigen.
Cada vez que vuelves a ver la revista la impresión también es la de divisar una ballena que sale a respirar después de un tiempo sumergida. Ves entonces que sigue por ahí, luego no sabes por dónde anda. Es uno de esos seres únicos, tan frágiles, con tantos depredadores en un ecosistema cada vez más asfixiante, que nunca sabes si lo volverás a ver. Una vez vi en un documental un pájaro tropical de colores que cantaba en solitario en medio de la jungla y llamaba a otro como él, en busca de pareja. El eco resonaba de forma espectral en la selva, porque ni los del documental sabían si era el último de su especie y si respondería alguien o estaba solo en el mundo y aún no lo había descubierto. Los lectores a veces nos sentimos así: no sabes si habrá por ahí gente como tú, y llegamos a esta revista como náufragos nadando hasta una isla, una isla misteriosa que aparece y desaparece.
Lo más misterioso es Mar, que está escondida dentro de la revista, como un enigma en un acertijo, o el capitán Nemo en un submarino, pero quizá esto ya lo saben. Ella dice que es un calamar, un animalito tímido e inteligente que es el que mejor escapa del mundo —siempre lo consigue— con un truco de magia. De pronto desaparece y deja una nube de tinta, porque no quiere dejarse ver, ni que lo atrapen, para despistar a la muerte. La tinta en el mar no escribe, pero deja la huella indeleble de lo que está escrito en el agua.
Acabo de leer la noticia del fallecimiento de Mar.
Que la tierra, o el mar, le sean leves.
Es precioso que escogiese el símbolo del calamar, escondida tras una nube de tinta.
Conmovedor este artículo, Don Iñigo, gracias; yo tampoco me animo a deshacerme de estas artesanías en blanco y negro que juntas pesan tanto, resabio de épocas con otras aspiraciones, pero me han tomado de sorpresa el epílgo en “estado de gracia” y los comentarios sobre la ida de esta señora misteriosa; y disculpen mi desorientamiento, pero ¿es la misma que al festejar el décimo aniversario de JD, Marcos Pereda nos regaló un artículo delicioso, narrando unos diálogos alucinantes entre él y una Mar que, además de llamar desde un teléfono con número desconocido lo hacía con un lenguaje críptico y desopilante tratando de incorporarlo a la revista? Jamás me reí tanto. Gracias a todos.
La misma!!! Ese artículo es delicioso, delirante y divertidísimo. ¡Narra los comienzos! Junto con el del transporte público de Roma, una de mis piezas favoritas :D