En los años 60, hubo en Israel una oleada de pornografía sadomasoquista relacionada con los nazis y la II Guerra Mundial. Aunque resulte difícil de creer, la primera generación que creció en este país no conocía el Holocausto al nivel de detalle que hay actualmente en amplias capas de la población de todo el mundo. Cuando se produjo el juicio a Adolf Eichmann en 1961, se le dio la máxima difusión mediática posible para que los más jóvenes tomaran conciencia de lo que había ocurrido. Uno de los resultados indirectos de esta medida fue la aparición de una suerte de porno nazi. Literatura que evocaba escenas de sexo sadomasoquista con mujeres nazis y prisioneros de las fuerzas aliadas o judíos.
Lo que se había contado en el juicio era tan inexplicable e incluso inimaginable que generó una fascinación por ello en los adolescentes que solo pudo ser canalizada a través de una especie de heroísmo sexual. Las nazis eran dominátrix que querían hacer torturas sexuales a los prisioneros y los nazis casi siempre hombres afeminados. Como el happy end siempre consistía en la ejecución de los verdugos, académicamente se ha analizado esta pornografía como una transgresión derivada de un deseo de venganza visceral. Juzgar a Eichmann era importante porque mostraba cuál debía ser el comportamiento de la civilización ante un monstruo. Sin embargo, los instintos lo que piden ante semejante ser es liquidarlo sin miramientos. La razón estaba en los medios y en el proceso, pero el subconsciente escapó por esa vía pornográfica.
Poco después, en Europa también hubo un auge de películas eróticas relacionadas con el nazismo. El fenómeno comenzó con La caída de los ídolos de Visconti, que inspiró Portero de noche y Pasqualino: Siete bellezas, ambas, casualmente, dirigidas por mujeres. Todas con coartadas intelectuales, pero el género, llamado nazisplotation, tuvo una amplia oferta enserie B. Eran años en los que en el cine europeo se había apostado por el erotismo. Se había producido el fenómeno Emmanuelle seguido de obras artísticamente ambiciosas como El último tango en París, de Bertolucci, con sexo de por medio.
En su vertiente nazi, todas las cintas desembocaban en escándalo. La de Visconti fue clasificada X en Estados Unidos, Portero de noche desencadenó una huelga y la de Pasolini, Saló, fue prohibida directamente. Como es de imaginar, el escándalo convirtió este género en uno de las más rentables de la industria europea. Funcionaron perfectamente porque suponían la violación de dos tabúes a la vez, el sexual y el de fascismo, pero hubo más. Para la historiadora de cine Sabine Hake, cuando en este género se mostraba a los hombres nazis como neuróticos, narcisistas y sádicos, lo que se pretendía era mostrar su masculinidad como homosexual. Algo que entonces era una afrenta.
El paradigma de esta visión fue la orgía gay de la película de Visconti que recreaba la noche de los cuchillos largos, en la que fueron purgadas las S.A. Fue la mayor influencia de Salón Kitty de Tinto Brass. Si Visconti se había inspirado en hechos reales para componer las escenas de la orgía, que terminaba de forma extremadamente sangrienta porque era un ajuste de cuentas entre nazis, Brass había tomado como referencia un libro supuestamente histórico y había llevado la ecuación de nazis y sexo a cotas verdaderamente absurdas. Un más difícil todavía que triunfó. Tal fue el éxito de Brass que hasta tuvo una mala secuela de su película inmediatamente en L’Ultima Orgia Del III Reich, de Cesare Canevari.
En el número de marzo de 1977 de la revista de cine canadiense Take One, cuando presentó la película al otro lado del charco, Tinto Brass demostró no tener abuela. Se situó en la misma estela que las películas de la misma temática de Visconti, Pasolini y Cavani, pero dijo «[ellos] ven el uso sádico del sexo como un modo de comportamiento típicamente fascista» para puntualizar: «en mi nueva película, Salón Kitty, quería llegar a algo más profundo que eso». Su mensaje, entre decenas de escenas en las que mostraba genitales y pechos de forma arbitraria y gratuita, era el siguiente: «Ninguno de nosotros ha vivido realmente la era fascista como adultos conscientes, y ninguno de nosotros está tratando de decir que esos días fueron realmente así. Pero estamos tratando de usar la historia como una lección para hoy (…) Yo, por ejemplo, estoy interesado en el conflicto entre dos ideologías típicas: una ideología de la muerte, como el fascismo, y una ideología de la vida, como el erotismo (…) Bajo los sistemas fascistas, todas las expresiones emocionales normales del sexo en las uniones románticas fueron sistemáticamente destruidas».
El argumento en cuestión para tan elevada misión era el de un libro homónimo de 1970 firmado por el escritor alemán Peter Norden. En algunas ediciones, se podía leer en el subtítulo «una historia real», en otras «Actualmente, una película apasionante». Lo que contaba, que luego se ha reproducido en centenares de artículos e incluso en otros libros que recopilan historias de espionaje o curiosidades de la II Guerra Mundial, es que el Salón Kitty era el burdel más lujoso de todo Berlín en los años 30. Ubicado en el número 11 de la calle Giesebrecht. Lo regentaba una mujer de cincuenta años, Kitty Schmidt. Cuentan que se dedicaba a la evasión de divisas de judíos y que, cuando ella pensaba huir del país, fue detenida por el servicio secreto de las SS, el Sicherheitsdienst des Reichsführers-SS (SD).
Según sigue la leyenda, Walter Schellenberg, responsable del contraespionaje del III Reich, tenía múltiples cargos contra ella, pero le propuso un trato. Usar su prostíbulo como tapadera para colocar escuchas y obtener información de los clientes, los personajes más prominentes de la capital alemana. La idea original habría sido de Reinhard Heydrich. Las prostitutas se convertirían en espías y las habrían reclutado entre nazis selectas con interrogatorios por medio de médicos y psiquiatras. En total, se habrían grabado los coitos de diez mil clientes con sus correspondientes conversaciones. La película de Tinto Brass siguió este argumento como un hecho histórico.
En 2020, en Alemania se publicó Kittys Salon: Legenden, Fakten, Fiktion de Urs Brunner y Julia Schrammel. Un libro curioso, porque sus autores investigaron cuántas licencias se había permitido Peter Norden en el argumento que acaban de leer de cara a rodar una película. Si se trataba de hechos contrastados, no habría que comprar derechos. Lo que descubrieron fue que Kitty Schmidt, natural de Hamburgo, era una profesora de piano que, efectivamente, regentó un prostíbulo llamado Pensión Schmidt. Esta mujer, cuyo nombre completo era Kätchen Emma Sophie Zammit-Schmidt, no dejó nada escrito sobre su actividad proxeneta. Su nombre apareció por primera vez en un libro histórico en las memorias del citado Walter Schellenberg, que fueron publicadas en 1956.
En ellas, se dice que Heydrich se servía de su subordinado Schellenberg para establecer contactos con las altas esferas y los círculos intelectuales y culturales de Berlín. La relación entre ambos fue aún más estrecha porque la mujer del primero, Lina Matilde, «una fría belleza nórdica no exenta de orgullo y ambición propia, pero completamente esclavizada por Heydrich», encontró en el segundo alguien que podía satisfacer su deseo de entablar relaciones con sectores sociales más cultos y aficionados al arte y la literatura.
Parece que por esta afinidad, según la versión de Schellenberg, su marido llegó a sospechar. El rumor de que estuvieron liados ha circulado por diversas fuentes. Sin embargo, en estas memorias lo que se dice es que llegó un momento en el que por fin Heydrich decidió hacerle caso a su esposa y los tres juntos empezaron a ir a conciertos, al teatro y a montar a caballo juntos. Lo curioso es que, al incorporarse el subordinado al círculo familiar del jerarca, le cogió confianza y empezó a pedirle que saliera con él de marcha para luego, después de beber, irse juntos de putas.
En una de estas noches, según este testimonio, a Heydrich se le ocurrió la brillante idea. El texto es exactamente este:
Una noche se le ocurrió la idea de que podría ser bueno para el SD montar un establecimiento donde se podría «entretener» a los extranjeros más importantes en un ambiente discreto donde se les ofrecería seductora compañía femenina. En esa atmósfera el diplomático más rígido podría relajarse y revelar información útil. No mucho después recibí órdenes de Heydrich para establecer semejante «institución», ya que el número de diplomáticos extranjeros y sus séquitos no hacía más que crecer y hacían de este lugar casi una necesidad social. El establecimiento se llamó Salón Kitty. A través de una empresaria aparentemente inocua, una casa de gran tamaño fue alquilada en un barrio de moda de Berlín.
El mobiliario y la decoración fueron supervisados por un destacado arquitecto, y luego los especialistas técnicos se pusieron a trabajar. Se construyeron muros dobles para incorporar los micrófonos. Estos estaban conectados por transmisión automática a grabadoras que registrarían cada palabra pronunciada en toda la casa. Tres técnicos de nuestro departamento, bajo juramento, fueron puestos a cargo de este aparato. Se dotó a la presunta propietaria de la casa del personal doméstico y de restauración necesario para el establecimiento y poder ofrecer el mejor servicio de comida y bebida.
El siguiente problema era encontrar azafatas. Me negué a tener nada que ver con esto. Como le señalé a Heydrich, mi departamento suministraba solo las agentes más valiosas y yo no podía darme el lujo de asignarlas a semejante trabajo. Uno de los subordinados de Heydrich, Arthur Nebe, jefe de la Policía Criminal, que durante muchos años había trabajado en el escuadrón antivicio, accedió a asumir la tarea. Por las capitales europeas reclutó a las mejores y más cultivadas damas del demi-monde, y lamento decir que no pocas señoritas de la alta sociedad alemana estaban deseando servir a su país de esta manera.
Salón Kitty, ciertamente, trajo resultados, algunos de los invitados cedieron las informaciones más sorprendentes. Eran fundamentalmente secretos diplomáticos que Heydrich, con su habitual astucia, utilizaría contra Ribbentrop y su Ministerio de Asuntos Exteriores, porque nadie, ni siquiera el propio Ribbentrop, sabía a quién pertenecía Salón Kitty realmente. Uno de los mayores hallazgos fue el ministro de Asuntos Exteriores italiano, el conde Ciano, que fue allí con otros diplomáticos importantes.
Heydrich, por supuesto, no perdió ninguna oportunidad para hacer lo que describía como una «inspección personal» del establecimiento, pero en estas ocasiones me dieron órdenes especiales para apagar los aparatos de escucha y grabación. De aquí salió una de las intrigas características de Heydrich. Después de hablarle a Himmler sobre el Salón Kitty y de la importancia de la información recogida allí, pasó a quejarse de que durante una de sus «inspecciones» yo no había apagado el aparato de grabación, a pesar de las órdenes estrictas para hacerlo. Después me llamó a su oficina y me dijo: «No sé cómo Himmler se ha apoderado de la información, pero dice que a pesar de mis órdenes tenías el aparato de escucha encendido cuando inspeccioné Salón Kitty».
Lo único probado es que existió un burdel con aparatos de escucha. Según Brunner y Schrammel, estos dispositivos realmente solo le sirvieron a los nazis para espiar a sus propios correligionarios de alto rango. Todo lo relativo a la elección de las prostitutas, su instrucción, que incluía ejercicios de tiro y combate, pertenecía a la imaginación de Peter Norden. En su libro también se situaba a Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco y ministro de Exteriores, en el burdel en septiembre de 1940. En su boca, el fantasioso escritor pone que le dijo a Ribbentrop después de la fiesta que montaron: «Estoy seguro de que nuestras conversaciones secretas habrían llegado a mejor puerto aquí que en el ministerio, excelencia». Se referían a Gibraltar. Según la investigación de 2020, no hay prueba alguna de que esto ocurriera.
En este último estudio, los autores también hallaron que, cuando murió Kitty Smith, fue enterrada en el cementerio Waldfriedhof Heerstrasse en una ceremonia a la que acudieron decenas de personas. Sus vecinos la describían como «una mujer amigable y siempre dispuesta a ayudar». En su obituario, decía: «[…] conocida propietaria de un establecimiento administrado según las costumbres parisinas de los años 20 en círculos internacionales, especialmente diplomáticos en Berlín, y facilitadora de entretenimiento elegante para invitados extranjeros del gobierno del Reich».
Cuando la película de Tinto Brass estaba en boca de medio mundo, la revista alemana Der Spiegel se las arregló en 1976 para encontrar y entrevistar a Liesel Ackermann, de sesenta y tres años en ese momento, una prostituta que había trabajado en el Salón Kitty entre 1940 y 45. Según respondió al periodista, al inicio de la guerra se le plantearon dos alternativas, o ir a trabajar a una fábrica de cadenas de tanque o cumplir con su deber patriótico en ese prostíbulo.
En su testimonio aparecía Dino Alfieri, embajador en Alemania desde mayo de 1940. Ciertamente, esas fechas fueron críticas para la diplomacia, porque Italia se había declarado neutral en aquel momento. No entró en la guerra hasta que Francia estaba vencida. Y también el aludido Ciano, del que esta mujer recordaba que «nunca se quitó los calcetines negros», pero era un «caballero muy tierno» y se preguntaba si quizá llevaba ahí escondidos «números de teléfono o papeles importantes».
El periodista alemán que firmó este reportaje encontró que el inquilino que llegó en los años 60 al piso que había albergado el Salón Kitty se encontró un montón de cables extraños detrás del papel de la pared cuando hizo una reforma para entrar. Una vez confirmado lo que ocurría allí, lo que inquietaba al redactor parece que era otra cosa. Brass había retratado a los nazis entregados a sus orgías sadomasoquistas y el periodista le preguntó a Liesel si eso era cierto. La mujer le dijo que no, que por lo general el sexo era muy normal. Ahí dentro lo único que se hacía era comer y beber educadamente y luego se pasaba a las habitaciones «donde pasaba lo otro». Solo citó una extravagancia, la de alguien, cuyo nombre no reveló, al que le gustaba que le pasearan con un collar de perro. ¿Sería Serrano Suñer? Nunca lo sabremos.
A Brass le preguntaron en Canadá si este testimonio no echaba por tierra el argumento de su film y respondió que no, que solo serviría para «aumentar la publicidad de la película». Al periodista, en cambio, encontrar una testigo de aquello sí que le valió para salvar la honra nacional. En un impresionante remate del reportaje, escribió al final: «Salvo que haya mentido, ha hecho un servicio a su patria: la leyenda del siniestro sexo nazi se ha hecho añicos. Lo que los italianos han producido como imagen cinematográfica distorsionada puede descartarse que fuese un patología. El hombre alemán pudo haber hecho esto y aquello en tiempos difíciles, pero se mantuvo decente en el prostíbulo. Gracias, señorita Liesel».
En otro reportaje de Die Tageszeitung se informó de que, desde 1972, en el piso había vivido una familia. No obstante, desde que se estrenó la película de Brass, era frecuente que turistas se personaran en la puerta en busca de algún vestigio del Salón Kitty original. Por lo visto, la propietaria, Rita Christian, estaba encantada de enseñar su vivienda de lujo, de trescientos cuarenta metros cuadrados, a los visitantes. Un tal Hans Kloss, que tenía un taller en los bajos del edificio, sí que le dijo a este periodista que recordaba los taxis llenos de chicas que llegaban al piso. El negocio como pensión en el resto del edificio, que tras la muerte de Kitty recayó en sus hijos, parece que dejó de funcionar y el nieto lo convirtió en los 90 en un hogar para solicitantes de asilo hasta que, por las quejas de los vecinos ante la presencia de tantos africanos negros, tuvo que cerrarlo también.
Llegados a este punto, la única incógnita que queda pendiente es Peter Norden, que publicó su libro en 1970. Era el noveno que sacaba y anteriormente había firmado títulos como Asesinato sin asesino en 1965 o Braguitas de encaje en 1966. Este autor en realidad no se llamaba así, sino J. G. Fritz, de modo que si se busca por ambos nombres aparece una noticia sobre él en la hemeroteca de Der Spiegel bien curiosa. El texto, de 1970, cuenta que Peter Noden «que figura como J. G. Fritz en el registro de nacimiento» había sido acusado de hacer «payasadas» por la Sociedad Alemana de Relaciones Públicas de la que formaba parte. Parece que Norden se había jactado de haber trabajado en las relaciones públicas de los Juegos Olímpicos de Múnich, pero en realidad solo le había enviado un catálogo con ideas al Comité Organizador y, una vez llegado el acuse de recibo, pretendía cobrárselas. Decía el redactor «estos chistes de ideas de relaciones públicas parecían tan importantes para sus autores que incluso registraron sus medidas en el registro de derechos de autor de Washington».
En un repaso a la carrera de Norden, Der Spiegel halló que tenía un retrato de «su amigo» Franz Josef Strauss en su despacho, que colaboraba en las campañas electorales de la CDU y que era muy conocido por los jueces de Múnich. Le habían denunciado dos dueños de bares de la ciudad por deudas de cientos de marcos. También tenía una demanda del propietario de una perrera, donde Norden había dejado a su mascota Skampi, pero nunca había vuelto a recogerla, acumulando una deuda de mil doscientos euros. Para evitar que tanto estos dos como otros intentos de embargo que habían llevado los magistrados contra él pudieran materializarse, había transferido su patrimonio cual grande de España y durante años figuraba que estaba en la ruina.
En cuanto a la literatura, en lugar de destacar su talento, Der Spiegel también había encontrado deudas. «La problemática relación de Norden con el dinero se remonta a mediados de la década de los 60, cuando la empresa promotora de eventos deportivos y artísticos Wiener Stadthalle-Kiba Betriebs- und Veranstaltungs-GmbH le había exigido la devolución de diez mil marcos que le habían entregado como anticipo para que filmase su obra Bragas de encaje. Muy posiblemente, el éxito de la novela Salón Kitty y la posible compra de los derechos para la película de Tinto Brass —aunque no sale en los créditos— le debieron sacar del aprieto que atravesaba el año de su publicación. Al menos, desde entonces, escribió doce novelas más muy en su línea, como El derecho de la mujer a dos hombres en 1974 o En nombre del Führer en 1975. Pero sin duda, su gran éxito, fue hacer pasar su elaborada crónica del Salón Kitty como una investigación histórica.
Las dos primeras peliculas de Tinto Brass son lo unico grande de su filmografia, hechas antes de venderse al erotismo burdo: «Chi lavora e perduto» (1963) y «Ća ira: la fiume della rivoluzione» (1964). El resto no vale nada
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la pajuela? basura progrepuritana abolicionista de femimonjas anti trabajo sexual? que tiene de malo la paja reprimidos sexuales? de casualidad no son ustedes los de los videitos ridiculos en you tube del tipo «como la masturbacion arruina tu cerebro» echos por manginas y fanaticos religiosos? lamentable esto! y si lo de las lolitas no es de su gusto es su problema progrecelibes pero no les llamen «involucion» solo por que a su mente de reprimidos no les gusta.
no leo respuestas y sus insultos risas y descalificaciones demuestran lo que ustedes son.