Nunca digas «de esta agua no beberé, este cura no es mi padre, y no me va a gustar esta miniserie». Confieso que cuando la plataforma Hulu anunció la producción de Pam & Tommy, me dio bastante pereza la posibilidad de ponerme a verla. No por razones concretas relacionadas con la propia producción, sino porque la pareja mediática por antonomasia de los años noventa, formada por Pamela Anderson y Tommy Lee, siempre despertó en mí un interés cercano a cero.
Entiéndaseme: Pamela Anderson me cae bien; en las entrevistas parece simpática y razonable, pero no se puede decir que haya tenido una carrera interesante. En cuanto a Tommy Lee, me gustan algunas canciones del grupo donde toca la batería, Mötley Crüe, y me alegran la noche si las pinchan en algún sitio, pero no es que los tenga como grupo de cabecera. Me hace gracia ver imágenes de ellos en los ochenta, cuando encarnaban el estereotipo de grupo de rock anárquico y hedonista. Por entonces, Tommy Lee parecía un enorme teleñeco, y es hilarante verlo dejar que su compañero de banda Nikki Sixx le golpee la cabeza contra una mesa durante una entrevista. Y es imposible no mencionar el libro The Dirt (en España Los trapos sucios), donde los cuatro miembros originales de Mötley Crüe rememoraban su carrera. Si usted no lo ha leído, hágalo. Es una de las autobiografías musicales más divertidas que he leído nunca, y se la recomiendo a cualquiera, incluso a quien no le interese lo más mínimo Mötley Crüe. En ese entretenidísimo libro, sin embargo, los únicos pasajes que se me hicieron cuesta arriba fueron aquellos en los que Tommy Lee contaba su relación con Pamela Anderson. Francamente, prefiero que Tommy se golpee la cabeza contra cosas, y no que me golpee la cabeza a mí con la crónica de su romance.
Antes de ver la serie era consciente, por supuesto, del escándalo mundial que supuso en los años noventa la publicación de una grabación en la que Pamela Anderson y Tommy Lee mantenían relaciones sexuales: la sex tape inaugural del famoseo contemporáneo. Pero nunca me había molestado en indagar en la psicodélica historia que había detrás del escándalo. Resulta que un carpintero llamado Rand Gauthier estaba reformando la mansión donde vivían Pamela y Tommy; cuando estos decidieron no pagarle, Gauthier planeó cuidadosamente un robo, entró en la mansión mientras ellos dormían, y se llevó una caja fuerte. En ella encontró aquella cinta que los recién casados habían grabado durante unas vacaciones. Gauthier, que antes de carpintero había sido actor porno (¡bienvenidos a Los Ángeles!), decidió usar sus contactos en la industria para vender copias de la cinta y lucrarse. Además, para lanzar su «empresa» buscó el método de financiación menos aconsejable del mundo: pedirle dinero al mafioso Louis «Butchie» Peraino. Y bueno, a partir de ahí se desencadena un pitote mediático y criminal.
Decía que no soy fan de Pamela y Tommy, pero puedo simpatizar con ellos por toda la mierda que Gauthier, sus cómplices —y, la verdad, casi toda la prensa de la época— les hicieron pasar en los años noventa. Vivían en un estado de tensión permanente; baste ver el momento en que Tommy Lee ataca a un fotógrafo. Es un ataque no muy sangriento, pese a que el fotógrafo pone cara de haber sobrevivido al Vietnam. De hecho, Lee termina agarrándose la cabeza desesperado, mientras Pamela Anderson planta a cara a los paparazzi. Quienes, la verdad, suenan bastante gilipollas en esta filmación. En fin, un nada envidiable día a día para la Pareja del Momento:
Este asunto de la filmación sexual del matrimonio Lee coincidió con los primeros años de un internet medianamente funcional para el usuario medio. Gracias a las redes, la filmación fue distribuida internacionalmente sin que Pamela Anderson y Tommy Lee pudieran hacer nada por evitarlo. Hoy, este tipo de transgresión de la intimidad es algo casi asimilado por la sociedad, hasta el punto de que las sex tapes ya ni siquiera constituyen un escándalo, pero entonces el mundo no estaba preparado. Y mucho menos estaban preparados los protagonistas. En cualquier caso, con independencia de lo que cada cual opine sobre la pareja Anderson-Lee, la difusión de aquella cinta fue una atrocidad y un imperdonable ataque a la intimidad de dos personas que nunca tuvieron la menor posibilidad de defenderse. La ley les dio la espalda, y no digamos la voracidad de los medios. Visto desde hoy, es increíble (o no) la falta de sensibilidad que el periodismo y la opinión pública demostraron hacia la pareja solo porque tenían una imagen pública que se entendía frívola. Ella, una modelo de Playboy y una actriz más conocida por lucir bikini en Los vigilantes de la playa que por interpretaciones «respetables». Él, un rockero al que todo el mundo tenía por medio imbécil, y con un conocido historial de abuso de alcohol y drogas. Esta imagen pública justificaba, a ojos de muchos, que tuviesen menos derechos en lo relativo a la defensa de su vida privada.
Esta miniserie defiende a Pamela y Tommy en el guion, presentándolos correctamente como víctimas, pero irónicamente —y no es una pequeña ironía—, también ha revivido el suceso sin el consentimiento de Anderson o Lee. La serie no cuenta la versión de ellos, sino que está basada en un artículo que contaba la historia desde la perspectiva de Rand Gauthier, el tipo que hizo pública la cinta sexual. Más ironías: a raíz del estreno de Pam & Tommy, no han sido pocos los medios que se han dedicado a publicar titulares sensacionalistas en plan «Así sucedió», «Así era la filmación», etc. En fin, las cosas no han cambiado mucho, ni a mejor. Ahora solamente suceden más rápido.
Con independencia de la hipocresía implícita en la propia producción de la miniserie, hemos venido para hablar del resultado artístico, y el resultado es mejor de lo que cabía esperar (o, para ser precisos, de lo que yo esperaba). A la miniserie Pam & Tommy se la puede acusar de cualquier cosa excepto de no haber dado en el clavo con el tono narrativo. Mis malos presentimientos no se han cumplido, en el sentido de que Pam & Tommy evita muchas de las trampas habituales en las biografías de famosos. La primera y principal trampa que se ha evitado era la tentadora posibilidad de convertir a la pareja protagonista en una caricatura. Pensemos que en los años ochenta y noventa no había mayor cliché que la pareja formada por un rockstar y una sex symbol de la televisión. De hecho, Pamela Anderson ya había formado pareja con un famoso rockero (Brett Michaels, cantante de —estos me gustan bastante menos que Mötley Crüe— Poison), y Tommy Lee ya había formado pareja con una famosa actriz rubia, Heather Locklear.
Además de que el cliché estaba servido, cabe tener en cuenta que en los noventa Pamela Anderson y Tommy Lee eran dos personas bastante poco centradas, y hoy hubiese sido muy fácil representarlos como seres risibles y esperpénticos. La miniserie, sin embargo, los retrata no como un estereotipo, sino como una pareja real y completamente creíble; esta es una de las facetas del guion que más me han sorprendido. ¿Eran dos personas estrafalarias? Sin duda, pero la serie se toma muy en serio el que la descripción de esa relación resulte verosímil y hasta entrañable por momentos. Esto ayuda a que los acontecimientos que afectan a la pareja ganen un considerable peso emocional en el argumento.
Otra trampa que se evita es el efecto Stranger Things; esto es, el abuso de la parafernalia nostálgica. La serie estás ambientada en los noventa y describe un periodo muy preciso: el momento en que el mundo analógico estaba empezando a convertirse en un mundo digital. La mayoría de la población humana no había usado internet ni mostraba gran interés en hacerlo, pero la tecnología digital estaba avanzando de manera imparable y no tardaría en apoderarse de todo.
Pues bien, los noventa son descritos con las pinceladas justas, sin saturar la ambientación con un montón de referencias innecesarias. Algunos detalles de la época son, de hecho, mostrados de manera deliciosamente sutil, como cuando un personaje se sienta ante un ordenador y usa uno de aquellos ratones «de bola» a los que había que golpear constantemente para que el cursor se colocara donde uno quería. Es un gesto mínimo sobre el que la cámara no hace hincapié, pero que traerá inmediatos (y amargos) recuerdos a cualquiera que haya tenido la desgracia de, tal como suena, tener que limpiarles las bolas a aquellos ratones del demonio. La miniserie trata así el atrezo de la época: sin exhibicionismo, sin alarde, pero, hasta donde consigo distinguir, de manera bastante certera.
También se evita la trampa de llenarlo todo con personajes famosos de la época, excepto cuando tienen intervención en la trama. De hecho, ni siquiera los miembros de Mötley Crüe reciben atención; apenas aparecen y no hablan, salvo un par de frases de Nikki Sixx. Que, este sí, es el personaje interesante de Mötley Crüe y está vivo de puñetero milagro (llegó a inyectarse heroína usando agua ¡de un retrete en un bar de carretera!), pero nunca fue material de la prensa del corazón, así que en la miniserie aparece de manera anecdótica.
La serie, pues, no se pierde en cameos innecesarios y se centra sobre todo en los tres personajes principales: Pamela Anderson, Tommy Lee, y Rand Gauthier. Lo más fascinante es la transformación de los actores que interpretan a la pareja principal. En la vida real, ni Lily James se parece a Pamela Anderson ni Sebastian Stan se parece a Tommy Lee (para colmo es visiblemente más bajito), pero esto termina por no importar. Ambos se sumergen por completo en los personajes hasta hacernos olvidar que no son ellos, algo por lo que yo no daba un céntimo. Pero sí, lo consiguen, y es increíble. Por supuesto, ayuda que el trabajo de caracterización es muy bueno, apabullante en el caso de Lily James, pero son ambos intérpretes y no sus maquillajes quienes se apoderan de los personajes a los que representan. Y, lo que es más importante, Lily James y Sebastian Stan tienen una gran, gran química en pantalla, lo cual es fundamental para que una pareja de ficción resulte creíble. Podrían haber realizado grandes interpretaciones por separado y no haber conseguido esa química, lo cual hubiese sido un enorme problema en una serie como esta. Pero funcionan fantásticamente bien juntos.
Seth Rogen también hace un gran papel como Rand Gauthier, un tipo inmaduro y ridículo que desencadena una tormenta porque es igual de caprichoso e irresponsable que aquellos de quienes se quiere vengar, pero peor persona. Por lo demás, el reparto de secundarios es reducido, aunque eficaz. Por ejemplo, Nick Offerman está en su salsa encarnando a un inefable productor de cine pornográfico. Aunque la gran sorpresa de la miniserie es Andrew Dice Clay, el cómico a quien los noventa hicieron aún más daño que a Mötley Crüe. Aquí encarna al mafioso «Butchie» Peraino:, la verdad, y escribo esto para asombro de mí mismo, lo hace con tanta habilidad que no hubiera desentonado un ápice como secundario en Los Soprano.
Pam & Tommy cuenta una historia estrambótica que por momentos parece salida de la mente de los hermanos Coen, pero que sucedió en la realidad. Describe, con simpatía y sin sentimentalismo (aunque sí con cierta tendencia a usar valoraciones más propias de 2022 que de los noventa), el ponzoñoso efecto que la constante invasión de la intimidad tiene sobre dos personas que no le habían hecho daño a nadie. Y además, insisto, hace la foto fija de un momento muy particular en el tiempo: el final del siglo XX no solamente en el calendario, sino también en el modelo de sociedad. Primero, el rápido declive de la tecnología analógica que caracterizaba el manejo de la información hasta entonces, propiciando fenómenos nuevos cuyo alcance nadie había sido capaz de prever. Segundo, el surgimiento de un nuevo modelo de relación entre esa sociedad y los iconos de la cultura popular, con una descarada impunidad de la peor facción de la prensa. Y tercero, el tremendo choque de realidad para las estrellas que todavía se creían capaces de vivir más allá de la línea de tiro de la maquinaria mediática. En resumen, no voy a decir que Pam & Tommy es perfecta o va a ser la miniserie del año pero, además de ser una perfecta foto fija de los noventa, cuenta una historia que era muy difícil de contar sin forzar el tono, y se ha salido con la suya.
Bueno, puesto que usted lo dice, voy a echarle un vistazo. Porque desde luego, tenía la intención de pasar de esta miniserie como de la defecación de Amber Heard en el lecho matrimonial de Johnny Depp.
Con la edad, la capacidad de asombro va disminuyendo considerablemente. Y esa es la sensación que me deja este escrito. Que bueno es ser sorprendido por una miniserie que no hemos valorado en su justa medida. Gracias. Muy refrescante editorial.
¡Cómo sonaban los modems de los 90! Aquel sonido chirriante e insoportable y Altavista como buscador. Está muy bien la serie.
Totalmente de acuerdo. Serie que merece la pena. Empiezas viéndola de forma desenfadada y situándote de parte Gauthier, pero acabas avergonzado por no haber valorado correctamente el derecho a la intimidad.
Muy buena serie.