Los robots y están entre nosotros aunque no hayamos reparado en su presencia, haciendo labores cotidianas y eliminando la necesidad de un trabajador humano, o como un compañero más. Y no falta mucho para que se comercialicen versiones humanoides capaz de interactuar y moverse como un humano de imitación. Fabricantes, científicos y humanistas se preguntan si podremos acabar sintiendo hacia ese compañero cibernético el cariño que sentimos hacia nuestras mascotas. Incluso enamorarnos de ellos como Joaquin Phoenix en Her. Antes de responder sí o no, consideremos cuál es el mecanismo de nuestra empatía emocional, lo que nos hace simpatizar, y amar.
Neuronas espejo y cultura, la clave de la aceptación
Si vemos resbalar a una persona que está haciendo escalada se nos encogerá el estómago, como si fuéramos nosotros los que vamos a caer. Las responsables de esta reacción son las neuronas espejo de nuestro cerebro, que se excitan cuando observamos la acción de otro individuo. No hace falta que sea humano, por eso las acciones de perros y gatos nos parecen tan monas. En esa empatía de las espejo reside también la causa de que la tarántula que nuestro amigo friki tiene por mascota nos parezca repugnante, y a la vez comprendamos su cariño por el animalito. Ahora bien, si cambiamos la tarántula por un robot humanoide como el europeo iCub, la prometida evolución de Alexa, Astro de Amazon, o un OriHime japonés, empleado para sacar a las personas de su aislamiento social, nos parecerá casi achuchable.
La cultura ha construido durante un siglo el condicionamiento para que los robots despierten nuestras neuronas espejo. Primero fueron malvados y causa de la destrucción humana, monstruos, como se presentaron en la obra de teatro que les dio nombre, R.U.R. de Karel Čapek, 1920, y en el largometraje Metrópolis —Fritz Lang, 1927—. Isaac Asimov transformó esa idea radicalmente después de la Segunda Guerra Mundial en Yo, robot, y en sus novelas donde aparecían androides, no solo para servir al humano, sino para proteger su vida e integridad a través de las tres leyes de la robótica. En los setenta Star Wars asentaría definitivamente esta idea con C-3PO y R2-D2, que además eran simpáticos, y hasta un poco bufones. Aunque la idea original de robot monstruo sigue presente, como en Terminator, hoy estamos más predispuestos a amar al robot si se presenta con una apariencia simpática, próxima al modelizado de Pixar y Disney —como Wall-E, o Manivela en Robots—. No por casualidad los modelos comerciales parecen imitarlos.
Y eso nos permite comprender mejor la verdadera dimensión del anuncio que ha hecho en enero Elon Musk, al asegurar que los robots humanoides serán un segmento económico con tanta importancia como el coche eléctrico. Su Tesla Bot, que incorporará las capacidades de la inteligencia artificial desarrollada para la conducción autónoma de sus automóviles, podrá realizar tareas humanas, especialmente las mecánicas y repetitivas. Por tanto, sustituir a los trabajadores cuya labor genera menos valor añadido, o si preferimos decirlo así, los peor pagados. Esto ya está pasando, y los gurús de la economía sí creen que la robotización de trabajos industriales será clave en los próximos años, creciendo al nivel de las tecnológicas en la última década.
Ya está pasando en las cadenas de comida rápida, porque resulta demasiado costoso tener un cocinero dando la vuelta a las hamburguesas y friendo las patatas. Podría hacerlo cualquiera, pero si hay que pagarle el sueldo mínimo, respetar las leyes laborales, darle descansos, y no hay manera de uberizarle, la opción más económica es que lo reemplace un robot. No hay maldad en esto, solo economía: para venderte un menú por cinco euros necesitas un robot que solo precise gastar un euro en generarlo. No es ciencia ficción, ya ha empezado a funcionar.
Chipotle, cadena de comida mexicana en Estados Unidos, está probando a Chippi, robot capaz de elaborar los nachos de forma autónoma en las cocinas, en uno de sus restaurantes. Su tecnología es la misma aplicada por Miso Robotics, una empresa bien conocida por haber aplicado la sustitución robótica a otras cadenas de comida rápida. Es capaz de hacer por sí solo alitas de pollo, patatas fritas y hamburguesas en la parrilla. Actualmente operado en cien locales distintos de los Estados Unidos, y aunque el coste exacto por compañía no es conocido, un Miso puede contratarse a la compañía por un monto mensual de dos mil quinientos dólares, que incluye todo, software y mantenimiento. El sueldo bruto que hoy reclaman los trabajadores esenciales en Estados Unidos, y que está siendo abonado por la falta de trabajadores disponibles, es de quince dólares la hora, dos mil cuatrocientos dólares al mes por cuarenta horas. Incluso siendo algo más caro, Chipotle declara que le cuesta tres mil mensualmente, al no necesitar descansos, fines de semana ni vacaciones compensa el extra. Esta es la idea que maneja Musk para su Tesla Bot, y si las empresas pueden incorporarlo a los empleos de baja cualificación y sueldo, podría funcionar.
Perspectiva de género: amar al robot femenino
El Tesla Bot no parece amenazante, pero tampoco despierta las ganas de darle un abrazo, y hay una razón para eso, también de origen cultural. Un reciente estudio piloto de la Universidad Estatal de Washington ha puesto en evidencia que los huéspedes de un hotel se sienten más satisfechos y mejor atendidos si el robot es femenino. En los dos hoteles que operan actualmente con robots, el Mandarin Oriental de Las Vegas, y el FlyZoo en China las voces cibernéticas son de mujer. En el segundo, donde no hay trabajadores humanos, se limitan a eso, y en el primero la androide con aspecto Pixar también tiene rasgos físicos femeninos.
Existe un estereotipo cultural de género previo, basado en el papel de la mujer como sirvienta y asistente, que vimos desde el inicio en las voces de los ordenadores, en los GPS, y más tarde en Alexa, Siri, y el resto de asistentes. Tratar con un robot es extraño, por infrecuente, y los fabricantes siguen el principio de que nos sentimos más seguros y proclives a interactuar con una inteligencia artificial femenina. A este argumento puede dársele la vuelta tomando otro condicionamiento cultural, asignaremos carácter masculino a un mecánico, un trabajador de fuerza en una fábrica, en una metalúrgica. Más fuerte, más fiable, más resistente. Lo que explica la apariencia masculina del Tesla Bot.
Nunca hemos asignado género a un ascensor, un tostador o un coche, o solo lo hemos hecho gramaticalmente. Para ser objetivos, ni ordenadores ni inteligencias artificiales tienen en sí mismos el concepto de masculino o femenino. Pero es evidente que vamos a necesitarlo en los robots si queremos empatizar con ellos. Cuando sentimos más aprecio por un gato que por un reptil es debido a que su clasificación animal, mamífero, está más próxima a nosotros mismos, y nuestras neuronas espejo reaccionan con más fuerza. Lo mismo sucede con un robot humanizado.
Creando miedo o empatía con la misma máquina
Difícil que los perros robóticos de Boston Dinamycs no hayan quedado asociados para siempre al capítulo «Metalhead» de Black Mirror, que explotaba nuestro condicionamiento cultural tipo Terminator, el del robot agresor. La máquina sin alma, razonamiento ni empatía. La imagen negativa se ha acentuado debido a la compañía que recientemente instaló una ametralladora automática operada por inteligencia artificial en los perros robot. Y cuyos aparatos patrullan ahora la frontera mexicana acompañando a la guardia estadounidense, creando preocupación en las asociaciones de derechos civiles. No podemos negar su carácter disuasorio y amenazante, que los hace efectivos para impedir la inmigración ilegal, consideraciones morales y humanas aparte.
Pero la misma máquina puede desarrollarse de formas distintas, para usos colaborativos y no violentos. En la recién cerrada AI Developer Conference de 2022 Nvidia presentó el transformer mostrado en el vídeo, capaz de andar a cuatro ruedas, de bipedestación, de pulsar el botón del ascensor y subir a tu piso para pedirte que salgas con él a correr o de paseo. Añádanle una cabeza de perrito y posiblemente la gente lo amará tanto como a los iPhones.
Terapias, robots sexuales y la barra de empatía
Los fines terapéuticos fueron el primer campo de aplicación de los robots fuera del campo laboral, y de hecho actualmente hay a la venta cinco modelos para ayudar a niños autistas. Los robots OriHime a que aludía antes son una iniciativa de la ciudad japonesa de Kobe para sacar de casa a ciudadanos que viven solos y aislados —un fenómeno cada vez más extendido en el país—.
Recientemente se han empezado a comercializar seudorobots sexuales, muñecas y muñecos dotados con un chatbot que permite conversar, y movimiento de giro de cabeza y de brazos. Los fabricantes prometen que a medida que la inteligencia artificial se desarrolle sus modelos se parecerán más a la Rachael de Blade Runner, de la que Rick Deckard, Harrison Ford, se enamora.
Si acabamos amando a un robot, o teniéndolo por amigo, debemos tener presente la existencia de la «barra de empatía». Un concepto de la neurociencia que, simplificando, se traduce en que la capacidad de nuestras neuronas espejo es limitada. No podemos amar, simpatizar, con demasiada gente, y por eso nuestro círculo íntimo siempre es reducido. Cuando metamos ahí a los robots, tendremos que sacar a algunas personas. Es el futuro, y como defiendo aquí mensualmente, es imperfecto. Pero eso no lo hace necesariamente malo.
Sigo este Futuro imperfecto como quien consulta el oráculo del entretenimiento. Qué buena guía de estos tiempos empeñados en renovarse en otros.
Solo un apunte en referencia a la supuesta lógica de asignación del género, gramatical y del otro, a máquinas como coche, tostador, ascensor. Esta teoría se cae por su propio peso si elegimos otras como nevera, batidora o excavadora. Se derrumba del todo cuando algunas como coche las traducimos al francés o al italiano y vemos que son femeninas. Bravo por todo lo demás.
Gracias, Anatole por tu comentario. Aunque tienes razón en cuanto a género y lenguaje, y quizá el ejemplo no es todo lo claro que pretendía, una puntualización. Hay un debate entre fabricantes, diseñadores y programadores sobre si asignar o no género a las máquinas con inteligencia artificial. Como los humanos categorizamos por género a personas y cosas con las que interactuamos -los niños deciden si su peluche es niño o niña- se supone que será más fácil relacionarnos con las máquinas si son femeninas o masculinas. Hay un interés en lo sean porque así estableceremos una relación sentimental más profunda con ellas, las «querremos más» y eso es estupendo para las ventas. Aunque también hay defensores de que tengan género neutro. Saludos.
Robots que trabajan 24/7 sin cobrar y sin quejarse. ¿Qué van querer de nosotros sus dueños? Si sin trabajo no podemos pagar sus servicios, ¿para qué nos quieren? ¿Somos los pobres materia prima para Soylent Green?
A mi Elon Musk me parece un timador.
Un tipo que todos sus proyectos son de futuro, pero de varias generaciones, y así nunca se van a ver realizados. Y además como trabaja con tecnologías de futuro, y en muchos casos eco-friendly, se beneficia de enormes contribuciones del erario público.
Cuando echo un vistazo a sus proyectos veo que ninguno ha llegado a buen puerto.
Tesla lleva dando pérdidas desde que empezó, y su valor bursátil está hinchadísimo con respecto a su valor de ventas. Eso quiere decir que es una burbuja que tiene que estallar, espero que más pronto que tarde.
El coche autónomo. Muy altisonante, pero si algún día se finaliza será tan caro que muy pocos, solo la élite económica, podrán permitírselo.
Lo mismo con los viajes turísticos espaciales.
Y su proyecto de llegar a Marte es el peor. Ya llegamos a la Luna y sí, fue un gran logro para la humanidad, pero solo sirvió para traerse piedras de allí. No hay nada más en la Luna, ni minerales útiles, ni piedras preciosas. Nada.
Si llegamos a Marte, nos habrá costado el PIB del planeta entero. En este caso para traernos piedras de color rojizo.
Y la última es el robot del que habla el artículo. Si algún día se lleva a cabo, la unidad saldrá a la venta por los ingresos anuales de toda una familia media.
En fin, para qué seguir.
Gran artículo, nada que ver con lo que comento.