Ocio y Vicio Eros

Cuando follar significaba no tener que decir «lo siento»

Love Story. Imagen: Paramount Pictures. follar
Love Story. Imagen: Paramount Pictures. follar

Este artículo encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº 5 Especial Libertinaje.

No escribo esto desde la nostalgia. Cuando se ha tenido, en su debido momento, lo que se quería tener —placer y deber: porque un humano no es completo sin las dos caras de Jano—, la nostalgia constituye una asquerosa pérdida de tiempo.

Pero tanto como me molestan los viejos crápulas, más o menos de mi generación —un poco menos, casi siempre—, que presumen de un hígado cirrótico y desafiante, tanto como me crispa semejante actitud a lo Bogart de medio pelo, me ponen frenética esos momentos de ajuste de cuentas con el pasado que, con frecuencia, encuentro en algunas series de televisión estadounidenses. No me refiero a las soberbias —Los Soprano, The Wire y algunas otras—, de las que tan bien se escribe en estas páginas. Hablo de las producciones post-Reagan (que alargan su mensaje hasta nuestros días), de gran consumo, creadas para familiarizar al público con dos ideas brutales pero eficaces: que la pena de muerte es buena y que los 70 fueron una puñetera mierda.

De pronto la inspectora, que lleva el escote abierto hasta el anochecer y las tetas subidas hasta la barbilla, toda ella bótox y colágeno, le dice a su compañero, ese buen padre desgarrado que no soporta tanto vicio y crimen como ve (por ejemplo, en Ley y Orden): «El violador se crio en casas de acogida, fruto de una unión… ejem, esto, de los 70». «Vaya por Dios», viene a replicar él, con expresión de entendido. «Qué años tan espantosos». Y ahí queda eso.

Porque para este flojo, puritano, cruelmente virtuoso e interesadamente represor mundo en el que vivimos, todos aquellos que fuimos jóvenes en la década de los 70 terminamos formando parte de la familia Manson y asesinando a Sharon Tate y convidados. Como si entre los alucinados trippies de los insanos —y no pocas muertes por heroína de cachorros de grandes familias— no hubiera existido una deliciosa libertad cotidiana e íntima, de clase media, que no considerábamos libertinaje (aunque así lo bautizaban los curas y otras gentes de bien), sino mera y llanamente el ejercicio del derecho a la felicidad y follar.

«Polvo que no echas, polvo que se te escapa», solíamos decir y hacer. Ahora miro los anuncios de támpax suaves para que él no se sienta incómodo, o de compresas cool para que a ellas no les huela el reclamo sexual, escucho conversaciones entre jóvenes machos sobre el dolor que produce la operación de fimosis, y alucino en colores que la amiga LucySD nunca utilizó, por su sosería. ¿En qué momento el sexo se convirtió en algo peligroso? ¿Fue a raíz de la plaga o del miedo al compromiso? ¿O de ambas cosas a la vez?

Los años 70 fueron tan magníficos que empezaron antes, en los últimos 60, y terminaron después, en los 80, el día en que enterramos a Tierno Galván en el sector laico del cementerio de la Almudena e iban los líderes del PSOE detrás del féretro, encabezando la comitiva fúnebre, lívidos de envidia, pues los chavales mensajeros, con sus motos, le hicieron escolta voluntaria al hombre que había devuelto a Madrid la alegría y el orgullo urbanos, y la juerga. En la cara de Alfonso Guerra se podía ver que todo aquello nos lo iban a hacer pagar. 

Mientras tanto, en Barcelona —que fue en donde florecí al mal—, el pujolismo imponía el tedio comarcal. Lo hacía a base de martirilogio y folclore autóctono, algo que, por cierto y contra lo que se diga, el Caudillo nunca prohibió, porque no era imbécil y sabía de su inocuidad.

Precisamente mis primeros escarceos se produjeron en las noches de las Ramblas, con el Paco vivo y nosotros todavía más, lúcidos, sabedores de que solo en lo privado podíamos imponer nuestra ley. Chicas perfectamente decentes nos buscábamos la vida con chicos perfectamente razonables. O no. También podíamos dragar las calles en busca de exóticos o de marines, ya que, en Barcelona, la VI Flota no siempre repartía sus favores entre las profesionales. Se producían idilios de un sola madrugada en la pista del Jazz Colon o en la barra del Kit Kat, o en los sofás del Big Ben, y una escalera en el sótano de un bar bien podía facilitar una postura antinatura ejecutada a la salud de la Santa Madre Iglesia y del que todavía iba bajo palio.

Por nuestra cuenta, las mujeres nos habíamos hecho con la píldora anticonceptiva, y nuestros hombres se habían deshecho del condón. Además, ellos practicaban en verano con las suecas y alemanas que venían a la Costa Brava —doy gracias porque la RDA no dejara salir a Angela Merkell— y, el resto del año, nos favorecían con sus hallazgos. Nosotras no nos quedábamos preñadas para atraparles, aunque a veces nos tentara hacerlo con su mejor amigo, y a ellos con nuestra mejor hermana, pero la sangre nunca llegaba al río, porque no había otra sangre que la de las venas, bullendo en nuestra juventud.

Y todos odiábamos Love Story. Quienes hemos llegado hasta hoy sin nostalgia y también sin arrepentimiento la seguimos odiando, así como 50 sombras de Grey y cualquier otro apósito térmico de la sexualidad.

Llamadlo libertinaje, si queréis. Yo lo llamo felicidad.

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12 Comentarios

  1. Por el amor De Dios o de quien sea. Que Maruja Torres se asome más por aquí.

    • Me he decidido a comentar exactamente lo mismo que expresas tú. Más Maruja Torres por favor. Bravo.

  2. Cuánto cliché.

  3. Una mujer libre, qué alegría comprobar que aún existen.

    • Maria Teresa Soler

      Que tonteria más supina escribe esta señora, desde la época de Adan y Eva que se folla!!! y Eva mucho má que Adán. Sino porque hoy habria en el mundo más de 8000.000.000 millones de habitantes.

  4. Con tu permiso, lo comparto en Twitter.
    Gracias por este ‘libertinaje articulo’.

  5. Todo el libertinaje (intelectual, cultural y sexual) de la Barcelona de los 70 está en el libro de Federico Jiménez Losantos «Barcelona, la ciudad que fue» (este autor era comunista maoísta y miembro del PC en esos años convulsos).
    Después vino lo que ya se sabe: Terra Lliure, atentado contra Federico, imposición del «CatanaZismo institucional», emigración de intelectuales, profesores y artistas de Barcelona a Madrid hasta hoy.
    En Barcelona se quedo la casta burguesa racista catalana (y los «charnegos agradecidos»), y la ciudad cultural de España paso de Barcelona a Madrid (movida madrileña en adelante).
    Es lo que tiene la intolerancia, el racismo y el nacionalismo; todo financiado por la propia España, por supuesto…

  6. Luc Montagnier

    Maruja debe vivir en una burbuja alejada de la realidad. Doble suerte tuvo, por no contraer el VIH y morir de SIDA, y por no ver a nadie padecer está terrible enfermedad.

    Libertinaje, sí, pero con condón.

    • Describir lo que pasaba entonces no es hacer apología actual o pretender recomendarlo hoy.

      No vamos a criticar a quienes recuerden hoy con alegría lo bien que estaban en el cine o en un garito atestado en enero del 20 sin mascarilla, ¿no?

      • Es una respuesta inteligente pero no me convence. Más bien es como criticar a quien recuerde con alegría la época en la que los jóvenes se chutaban heroína en los 80…

        Maruja no describe objetivamente hechos del pasado, si no que recuerda con nostalgia y añoranza prácticas y comportamientos sociales (practicar sexo con cualquiera sin preservativo) que fueron muy dañinos para la salud pública, y siempre lo han sido (incluso antes del VIH, con las enfermedades de transmisión sexual).

        Quizá peque de quisquilloso, es un buen artículo pero la frase nostálgica de «los hombres se deshicieron del condón» me ha chocado

        Un saludo

  7. Vamos, que queda claro que la Maruja no es precisamente la princesita de los ricitos de oro.

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