Para empezar, abramos ese melón: J. K. Rowling. Porque no hay forma de abordar la nueva entrega de Animales fantásticos y dar esquinazo a su autora. Por tanto, hablemos del hipogrifo en la habitación. Y es que es poco menos que imposible acercarse a la obra de Rowling obviando toda la controversia que la novelista ha ido generando en los últimos años con sus declaraciones sobre las personas transgénero: una transfobia que, a pesar de no atisbarse en las novelas de Harry Potter, es indisoluble de la mente creadora que alumbró este impresionante universo mágico.
De entrada, la polémica y el escándalo que envuelven a Rowling han provocado que Warner haya optado por reducir su visibilidad —basta recordar su clamorosa ausencia en el reciente especial de HBO sobre la saga— y, en un esfuerzo por devolver a los fans desencantados al redil, hacer más evidentes las relaciones con la saga original. Por eso, y por la tibia acogida de Los crímenes de Grindelwald, en Los secretos de Dumbledore regresa en calidad de coguionista Steve Kloves, que ya se encargó de adaptar a la pantalla seis de las siete novelas originales. El resultado es que, ya desde su propio título, la nueva cinta parece más una precuela de Harry Potter que un spin-off, mermando el protagonismo del carismático Newt Scamander para situar en el centro del relato al legendario Albus Dumbledore.
Pero hablábamos de Rowling, y de la posible permeabilidad de unas ideas que han transformado inevitablemente su universo mágico o, mejor dicho, la pureza con la que el espectador pueda adentrarse en él. Algo se ha roto. Se ha perdido esa idea de refugio, de lugar seguro, se ha pervertido la fantasía al obligarnos a pensar como adultos. A disfrutar, sí, pero con cuidado, y a estar a la defensiva, varita en mano, por lo que pudiera aparecer en pantalla. Atrás quedaron los tiempos en que podíamos sentarnos en la sala oscura con la confianza de que las enseñanzas éticas de esta gran fábula iban a ser las adecuadas, en fin, a un relato sobre la tolerancia, la igualdad y la empatía.
Y así, con todo este mejunje moral en el patio de butacas, comienza Los secretos de Dumbledore. Pues bien, la primera en la frente: ya desde sus escenas de apertura, la nueva entrega traiciona una parte importante de la esencia de la encantadora Animales fantásticos y dónde encontrarlos (2016), que adaptaba el catálogo de criaturas mágicas de la saga Potter erigiendo un hermoso discurso animalista. Y es que, si en la segunda entrega los animales pasaban a un segundo plano, en este nuevo filme vuelven a tomar un papel central en la trama, pero no necesariamente para bien. Porque la crueldad con que se asesina a dos de ellos en los primeros minutos asienta las bases del viraje de un discurso que ha ido ennegreciéndose y alejándose de su aspecto más ecológico. Y no es que haya ambigüedad moral en el asunto: al fin y al cabo, son los villanos los que matan cruelmente a las bestias mágicas mientras Newt Scamander y los suyos siguen tratando de protegerlas. Tampoco es que no se pueda o deba mostrar la maldad en pantalla, ¡faltaría más!, o el cine acabaría por convertirse en una sucesión de utopías acríticas. Pero hay en varias escenas del libreto, en el modo en que estas están planteadas e incluso filmadas, una manifiesta insensibilidad hacia el sufrimiento animal que habría estado fuera de lugar en cualquiera de las cintas previas. Basta comparar cómo está concebida la ejecución de Buckbeak en El prisionero de Azkabán (o el asesinato de un bebé en Los crímenes de Grindelwald fuera de plano) con la obscena lágrima del qilin moribundo que habría hecho vomitar a Jacques Rivette.
Y no nos vengan a justificar que es porque la historia tiene que volverse más oscura. Hay oscuridad, sí, pero también la había en la saga original sin que por ello se abandonase a la crueldad. Todo un abismo lumínico y cromático separa La piedra filosofal y Las reliquias de la muerte: un descenso gradual a las tinieblas paralelo a la maduración forzosa del joven mago y el regreso del autócrata Voldemort. No es casual, por tanto, que sea David Yates —responsable de las cuatro últimas cintas de la saga del joven mago, precisamente las más oscuras— el director de una serie que necesitaba encontrar el difícil equilibrio entre la continuación y la reinvención. Un desafío que el cineasta ha manejado con maestría en algunos aspectos, y sobre todo en la creación de espacios: desde el diseño de las distintas naciones mágicas (representadas en la cosmopolita Nueva York, el glamuroso París y ahora también el gélido y tosco Berlín de entreguerras) hasta la imposible arquitectura que permite la convivencia de lo mágico y lo muggle.
Yates, responsable de alguno de los hallazgos visuales más deslumbrantes de la saga, es la bisagra perfecta entre los dos mundos: mientras todo parece desmoronarse alrededor del proyecto (la expulsión de Johnny Depp, la taquilla menguante, las controversias con Rowling y el actor Ezra Miller…), el cineasta mete dentro de una maleta un gran montón de buenas ideas y regala una gran cantidad de guiños a los fans que aún esperan ver destellos de aquello que en su momento les hizo disfrutar como niños con hechizos y encantamientos disparatados.
Y este es uno de esos motivos por los que, pese a sus manifiestas debilidades, Animales fantásticos: Los secretos de Dumbledore merece ser vista. Por esa maleta que, como el corazón de su dueño, es más grande por dentro que por fuera. Por lo que representa, quizá incluso pese a la propia J. K. Rowling. Y también por la bondad y ternura de personajes como el infinitamente empático Scamander o el pastelero Jacob Kowalski. Y es que Los secretos de Dumbledore, como algunos de sus personajes, es una película que se debate constantemente entre hacer lo fácil y hacer lo correcto. Y aflora así, al final, la inevitable dualidad de una obra surgida de la pluma bífida de una autora que se erigió en voz de los diferentes, los marginados y los desposeídos, pero que ha acabado convirtiéndose en el azote tuitero de los mismos colectivos vulnerables que habían encontrado en el mundo mágico un espejo de sus luchas y reivindicaciones.
Seguramente por eso la película acaba haciendo lo correcto en varias ocasiones mientras cede a lo fácil en otras. Hace lo correcto al sacar (¡por fin!) del armario a Dumbledore, y hacerlo además con absoluta naturalidad, sin sutilezas pero también sin aspavientos. O al poner sobre la mesa la paradoja de la tolerancia de Karl Popper, cuestionando si debemos permitir que las voces del fascismo sean escuchadas, o que formen parte siquiera de un juego democrático en el que manifiestamente no creen. Pero, ¡ay!, en pleno clímax los escritores acaban decantándose por lo fácil y, tras sembrar en el guion la pureza de corazón del muggle Kowalski, carecen de la valentía necesaria para llevar esa idea hasta sus últimas consecuencias. Al fin y al cabo, Rowling, la escritora que pasó de vivir de la beneficencia a conseguir éxito mundial, ha asumido su nueva posición en la aristocracia mágica, y no va a permitir que unos simples humanos vengan a gobernar los destinos de aquellos que merecen el poder por derecho de nacimiento. ¡Faltaría más!
Me parece bastante inacertada la crítica desde una posición tan centrada en la fama de la autora o las estúpidas controversias en una red social tan burda como todos sabemos que es Twitter, cosa que a día de hoy ocurre con cualquier persona más o menos reconocida. Deja bastante claro que el análisis se llevó a cabo con una predisposición importante
Exacto
Completamente de acuerdo con usted
No puedo estar más de acuerdo.
La peili es entretenida? Tanto como el resto de la saga de Harry Potter? Porque a mí en concreto que los talibanes de guardia quieran cancelar a la autora por su opiniones (que las podemos discutir y yo creo que no son tan decabelladas), no me modifican ni un ápice la visión que tenía sobre su universo. Y tiene tela que lo primero, y lo último que se comente en la crítica sea el asunto de marras.
Ya me extraña que no hayan pedido que quemen las copias de La Vida de Brian, por aquello de los problemas de Loreta con la realidad.
Si esto es una crítica….pensaba que procurabais publicar textos de calidad y no esto. Siempre pido para mi cumple una suscripción al jot down. Dos años llevaba. Obviamente ya no. El sesgo de la supuesta critica hace que tenga este año otros regalos.