Ocio y Vicio Destinos

Mundo Battiato, una parada en Villa Grazia (1)

Villa Grazia 1 Franco Battiato
Franco Battiato, ilustración de María Jesús Casermeiro.

1.

La luminosa Sicilia, con su amplia oferta de seducciones, ofrece desde el pasado año un aliciente alternativo para visitarla desde la intimidad. Un viaje, por así decirlo, que podría tener algo de responso. Por eso hay quien, como nosotros, decide viajar a la isla con la idea un tanto amorosa, naif y fanática de llegar al pequeño pueblo de Milo, en concreto a Villa Grazia, la residencia donde vivió Franco Battiato hasta su muerte a los setenta y seis años, ocurrida el 18 de mayo de 2021.

Nos plantamos en Villa Grazia casi un mes después del óbito. Traíamos un pequeño presente para dejarlo allí, a modo de exvoto particular. Era una caricatura original del artista siciliano, dibujada por la pintora María Jesús Casermeiro, que lleva la leyenda «¡Viva Franco! (Battiato)» y que, entre otros disparates, da nombre a una sección de opinión en el rotativo Diario de Sevilla. Entregamos la caricatura en un sobre, al que añadimos una nota improvisada escrita en inglés: «A present from a fan of Franco (from Spain, Sevilla-Siviglia). Never forget you. Thanks for all. Yours, Javier».

Más allá de la perforación de la gramática inglesa, la nota nos resultó de lo más simpática, sobre todo porque nos acordamos al escribirla de la dura pronunciación que del inglés siempre hizo uso Battiato en sus canciones. De entre su talento único y heteróclito a la vez, el acento en lengua extranjera no fue su fuerte. Pero este lastre, con el tiempo, se ha convertido en otro más de sus encantos.

2.

Habíamos dado al fin con Villa Grazia siguiendo una ruta interior por la isla. Desde Nicosia y Randazzo hasta Castiglioni di Sicilia, a la vera de los montes Nebrodi y Peoritani, fuimos oteando a lo lejos la boca del Etna, «el enorme gato casero, que ronronea tranquilo y despierta de vez en cuando», como lo describiera Leonardo Sciascia. Entre campos de color pajizo y curvas montuosas que se perdían por la lontananza, asomaba al fondo lo que más bien parecía no un volcán, sino unas misteriosas señales de humo, al modo de los indios arapahoes del tiempo de la conquista del oeste americano. El año pasado, en pleno rubor de primavera, el Etna volvió a despertarse una vez más. De ahí la fumarola visible desde la carretera, la cual atravesaba el paisaje interior de la isla que, poco a poco, íbamos descubriendo, valorándolo más por su austeridad que por el drama de sus formas, colores y texturas, como tal vez lo habíamos imaginado con cierto exceso de confianza.

Hicimos parada previa en el pueblo de Castiglioni di Sicilia, uno de tantos pueblitos que de pronto aparecen en el horizonte, normalmente agarrados a lo alto de una peña. Fuimos a visitarlo porque la guía turística aseguraba que era uno de los pueblos más idílicos no solo de Sicilia, sino de Italia. No fue para tanto, la verdad sea dicha. Pero desde los puntos altos del villorrio volvimos a contemplar el Etna y el humo de puro habanero que desprendía bajo la luz del sol. 

A partir de Castiglioni di Sicilia pusimos rumbo a Milo y a la casa de Franco Battiato. Nos metimos por carreterillas imposibles y embudos peligrosos, surcando la falda nordeste del Etna, mientras señales de precaución y montones de ceniza apartados en los bordes nos indicaban que todo el entorno pertenecía a los dominios del volcán, si bien lo que íbamos dejando atrás no eran más que zonas poco o nada sugerentes a la vista, núcleos residenciales dispersos, terrenos híbridos y poca cosa más.

De hecho llegamos al fin a Villa Grazia con la ilusión del reclamo un tanto diluida. De modo —nos dijimos— que esta residencia burguesa, que estos muros rosáceos, que estos árboles del jardín que asoman desde dentro han formado parte de la vida y del mito battiatiano. He aquí, pues, el lugar apartado, casi convertido en un cenobio, donde el músico alumbró tantos discos, donde pintó al olvido de las horas, donde meditó día y noche, donde cultivó su huerto de tomates, donde recibió a amigos, músicos escogidos y algún periodista, y donde permitió rodar más de un videoclip musical.

Más sencillo habría sido para nosotros subir hacia Milo desde Giarre-Riposto, la localidad donde nació Battiato en 1945 y que, de hecho, puede contemplarse desde Villa Grazia, con el mar Jónico de fondo y el perfil de la costa oriental siciliana perdiéndose por el nordeste, hacia Taormina y el estrecho de Mesina. Subir desde el mar hasta Milo habría sido más lógico. Pero nosotros lo hicimos desde tierra adentro, por entre la ceniza del Etna, como quien dice.

En Torneremo ancora, su obra testamentaria, se dice que «la vida no termina. Es como el sueño. El nacimiento, como el despertar. Hasta que no seamos libres, regresaremos de nuevo». Ahora, pasado un tiempo ya de aquella visita a Villa Grazia, la evocada ceniza del Etna nos hace pensar en algunas escenas rodadas para Torneremo ancora, como las de la zona de Argimusco, un lugar al que le gustaba ir a Battiato por su carga espiritual. Era para él como un espacio no contaminado por el ser humano, allí donde empiezan viajes y transmigraciones de las almas, donde la no pertenencia y donde la vida, junto al volcán, se regenera. Quizá debimos habernos traído un puñado de ceniza, para tenerlo como recuerdo de un destino probablemente compartido. Pero se nos pasó la ocasión.

3.

Aupado ya al éxito, pero sin corromper su inconformista viaje al centro, el músico se hizo construir su residencia privada justo aquí, en Milo, en los terrenos del antiguo castillo de invierno que fuera de los Moncada, familia de abolengo siciliana, pero de ancestros catalanes (Montcada). Como es sabido la llamó Villa Grazia en honor a su madre, la mamma con la que estuvo tan unido y que tan poco pudo disfrutar de aquel hábitat situado entre los humores del Etna y el mar de Jonia. Murió en 1994, en el paréntesis que va del disco Café de la Paix (1993) a L’ombrello e la macchina du cucire (1996). Entre otras estancias, como el enorme salón de baile que se construyó y un estudio de grabación, se habilitó también una capilla para que la matriarca y quien así lo quisiera pudiera celebrar la misa.

Los muros rosados de la casa, construida un poco en cuesta, abarcan los números 57-63. Hay varias entradas a la residencia. Pero en general, como hemos dicho, a primera vista la finca no dice nada sugerente al visitante, ni siquiera al peregrino battiatiano. No más que el aspecto de un mero espacio burgués, pero que sí responde, cuando reparamos en ello, a la letra de la irónica canción «Giubbe rosa» («Casaca roja»), del disco homónimo, como recuerda Eduardo Laporte en su reciente biografía sobre el músico (En presencia de Battiato).

Dice Battiato en «Giubbe rosa» que vive en esta casa de la colina, que gasta dos mil liras en gasolina, que solo coge el coche tres veces al mes, que baja al mercado para comprar pescado y collares para los perros en la farmacia, que observa los limoneros y naranjos y las lagartijas que lentas cruzan la calle («qué diferente e igual su mundo del mío»).

La verdad es que no vimos lagartijas por la calzada. Una lástima. El coche lo dejamos a un lado, en un saliente con vistas al mar. Un perro amistoso se nos acercó. Quiso frotarse en las perneras del pantalón. Pensamos en doña Grazia, la madre y, al cabo, la presencia áulica y reencarnada que impregna todo el entorno. Durante un tiempo Battiato, creyente en la reencarnación (una de sus fuentes fue el Evangelio de san Mateo), llegó a creer que su madre se había reencarnado en un cánido. Nada sorprendente en quien, como suele decirse recurrentemente, vivía en diferentes corrientes gravitacionales, igual que su admirado Stockhausen, músico experimental y a menudo imposible, quien dijo que provenía de Sirio, la estrella más rutilante del firmamento.

Las lagartijas. El perro y la mamma. Restos de ceniza del Etna en el asfalto. Poco a poco íbamos entrando en combustión de autor, como si la presencia de Battiato, cuyos restos incinerados se hallan en Villa Grazia, fuera tomando cierta vibración. Sin embargo, el principio de encanto se lo cargaron un par de moteros, que venían a lo mismo que nosotros. Nos preguntaron si esta era la casa del famoso músico recientemente fallecido. Asentimos con la depresión de intuir que tal vez colgarían al instante sus fotografías en redes sociales.

(Continúa aquí)

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4 Comments

  1. fernando

    uhmmmm….no me ha gustado mucho el articulo, destila un algo de forzado y quizás una falta de cariño a este gran autor. Recomiendo en youtube un video de su versión de il cielo in una stanza con imágenes de chaplin. Me parece perfecto.

    • Gaucho

      El artículo es mediocre, propio de su publicación; no es casual la de exégetas de última hora que reivindican al Maestro, cuando en los 80 y 90 era casi anatema, un pequeño secreto sólo al alcance de exquisitos solitarios. No engañan. A Battiato se le ama con humildad en el alma y mucho cariño, como bien apuntas. No con ínfulas epatantes de cazatendencias milenario. Añado otro cover divino suyo ademas de Stanza como es Ritornerai. Saludos.

  2. E.Roberto

    De este genio con una espiritualidad desbordante, no logro entender por qué no le gustaban los cortos rusos y la música negra africana. Con el punk inglese vaya y pase. Todo lo demás, único.

  3. Rosa en italiano se traduce como rosa, no como roja.
    Saludos.

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