La estrambótica historia de Anna Delvey era digna de ser contada. Hay quien piensa que actualmente existe una saturación de ficción basada en casos reales, pero no estoy de acuerdo, ¡en absoluto! Mientras esa ficción sea de calidad, nunca hay suficiente. El mundo es un sitio extraño repleto de gente extraña, y cualquier guionista con dos dedos de frente sabe que la realidad es una constante fuente de inspiración.
Para quien no esté muy al tanto, Anna Delvey —cuyo verdadero nombre es Anna Sorokin— pertenece al selecto grupo de los estafadores más notorios del siglo XXI. Y eso es mucho decir, porque la competencia es variada y selecta. Para resumir con pocas frases sus andanzas, diremos que durante cinco años, y siendo una veinteañera inmigrante aparentemente salida de ninguna parte, Anna hizo vida de millonaria en Manhattan, durmiendo en los hoteles más lujosos, comiendo en los restaurantes más caros, codeándose con la alta sociedad y viajando por el mundo… sin tener prácticamente un dólar a su nombre.
Quienes la conocen la describen como una depredadora manipuladora y ambiciosa más allá de toda medida, pero también extremadamente carismática e inteligente. No me cabe ninguna duda de ambas casos. Mientras consiguió mantenerse en un inexplicable apogeo social, no solamente estafó a ciudadanos individuales, sino que consiguió engañar a grandes bancos estadounidenses para que aceptasen tramitar préstamos de decenas de millones de dólares. Esos mismos bancos que se arrancarían las uñas antes de darle un dólar a cualquiera que no esté respaldado por una fortuna previa.
El truco de Anna, que pese a ser un truco no era nada fácil de llevar a cabo, consistió en ocultar su verdadera identidad —una rusa de clase trabajadora— y hacerse pasar por la heredera de un imperio empresarial alemán. Mediante un espectacular dominio de las expectativas ajenas, consiguió que todo el mundo en Nueva York, desde periodistas a banqueros, se tragase sus patrañas. Hizo un uso astuto y extensivo de las redes sociales, Instagram en particular, para vender esa imagen (la Kim Kardashian de la escena neoyorquina, salvo porque en los bolsillos de Anna solía haber más telarañas que billetes).
Pese a ejercer como una auténtica pionera del pijerío en Instagram, lo suyo no era solamente imagen. Con su acento indefinible —una mezcla del residual acento ruso que no conseguía ocultar del todo, de alemán fingido, y de una imitación de las pijas estadounidenses—, Delvey era capaz de mantener conversaciones convincentes sobre asuntos de lo más variado. Podía hablar como una especialista en moda, pero también demostraba saber mucho de arte, literatura, gastronomía, vinos, etc. A ojos de las clases altas neoyorquinas, que aún hoy miran con fascinación todo lo que suene a abolengo europeo, la repentina aparición de esta exótica connoisseur alemana fue como el paso de un cometa, así que compraron ciegamente sus mentiras. Envalentonada, Delvey empezó a apuntar cada vez más alto, hasta que las mentiras resultaron insuficientes para mantener sus alocadas ambiciones. Semejante castillo de naipes no estaba destinado a durar para siempre y terminó derrumbándose con estrépito. Anna Delvey ha pasado una temporada en la cárcel y, mientras escribo estas líneas, sigue esperando a que los servicios estadounidenses de inmigración decidan qué hacer con ella.
Tras la caída de Delvey, la periodista Jessica Pressler fue la encargada de convertirla en una celebridad nacional (y ahora internacional). En un artículo del New York Times titulado «Cómo Anna Delvey engañó a la gente guapa de Nueva York», narró las psicodélicas andanzas de la rusa. El artículo llegó a manos de otra mujer que no da puntada sin hilo, la productora Shonda Rhimes quien, haciendo gala de su ya legendario instinto para lo que funciona en televisión, decidió contactar con Anna Delvey para comprar los derechos de su biografía. El resultado es la miniserie Inventing Anna (en español ¿Quién es Anna?). Aquí es donde entra en juego otra mujer muy notable: Julia Garner.
La serie está bien, es muy entretenida, y tiene un argumento de esos que justifican el consumo compulsivo de palomitas. Pero si hay algo que consigue que la serie despegue es el trabajo de su actriz protagonista. No es ningún secreto, sobre todo para quienes la hayan visto interpretando a la perennemente infeliz Ruth Langmore en la serie Ozark, que Julia Garner es una de las actrices estadounidenses más en forma desde hace ya varios años. Aún no ha cumplido los treinta, pero está jugando en su propia liga. En Ozark, Garner forma parte de un reparto espectacular que está a un gran nivel, y aun así se las arregla para robar prácticamente cada secuencia en la que aparece. De hecho, podría decirse que se ha merendado la serie: en principio, el personaje de Ruth Langmore iba a ser más secundario, pero los creadores de Ozark ampliaron su importancia en cuanto vieron a Garner ensayando. Ahora es la protagonista de facto, aunque no necesariamente lo sea en el propio guion. Aún después de cuatro temporadas, Garner sigue sorprendiendo con su capacidad para abofetear a los espectadores con reacciones inesperadas (como en esta reciente pero ya legendaria secuencia: spoiler del primer episodio de la cuarta temporada).
Alguien como Julia Garner era justo lo que hacía falta para encarnar al personaje de Anna Delvey. La estafadora rusa es una persona muy compleja, como Ruth Langmore, pero con la diferencia de que es un personaje real, que existe y tiene una presencia mediática considerable, por lo que su esencia no puede ser inventada desde las páginas del guion. Además, Anna es casi completamente opuesta a Ruth, el personaje que hizo célebre a Garner y con el que mucha gente la identifica. Ruth es una pobre chica, muy inteligente y sensible, que ha crecido en mitad de la mierda y se ha lanzado al mundo del crimen porque no hay otra cosa a su alcance, pero que pelea constantemente por conservar lo que queda de sus ideales de nobleza y lealtad.
Anna Delvey es muy distinta. Hablamos muy probablemente de una psicópata. También es infeliz, pero su personalidad es una combinación de altanería, temeridad, desapego emocional y desdén por las consecuencias que sus actos tienen sobre ella misma y sobre los demás. Teniendo en cuenta que Inventing Anna y la cuarta temporada de Ozark están en pantalla al mismo tiempo (y que muchos hemos visto capítulos a la vez), era todo un desafío para Garner que ambos personajes tuvieran vida propia sin contaminarse en la percepción del público. Pues bien, desafío completado. Tal y como hizo con Ruth, Julia Garner se envuelve en el personaje de Anna Delvey hasta que se le ajusta como un guante, hasta el punto de parecer indistinto de la actriz. De una serie a la otra, Julia Garner es realmente otra persona.
Lo llamativo es que la propia Garner no tiene nada en común con esos dos personajes, y es completamente diferente en la realidad. En sus entrevistas se muestra siempre risueña, sin un ápice de esa amargura que caracteriza a Ruth o Anna. La primera vez que vi una entrevista suya tras haberla contemplado en Ozark, me costó procesar que es la misma persona que encarnaba a Ruth. Ahora, la veo en dos series distintas y es como si viese a dos actrices.
Sería complicado resumir con palabras todo lo que Garner hace para representar los perfiles psicológicos de esos dos personajes, así que podemos recurrir a lo más sencillo y lo que al principio más llama la atención: los acentos (lamento este párrafo para quienes no entiendan el inglés, pero créanme, es un asunto que debe ser comentado en este caso). Garner es neoyorquina, pero tiene una enorme capacidad para apropiarse de acentos y hasta de voces ajenas, como pueden comprobar con su impagable imitación de Britney Spears. Es la misma habilidad que posee, aunque le dan menos ocasión para lucirlo, la británica Emily Blunt, que no necesita aclarar que está imitando a una enfermera afroamericana de mediana edad porque cuando la imita suena exactamente como cualquiera imaginaría la voz de una enfermera afroamericana de mediana edad.
Cuando Garner se presentó a las audiciones de Ozark, había estudiado obsesivamente el acento del Missouri rural y le sorprendió comprobar que las demás actrices aspirantes estaban a años luz de reproducirlo. Aun así, aunque su acento en Ozark es brillante, también es un trabajo habitual en el cine o las series: un acento que pertenece a un lugar o una clase social determinada. Dicho de otro modo, un acento del que hay muchos ejemplos en la vida real. Lo de Inventing Anna era mucho más delicado, porque el acento de Anna Delvey es uno, y no hay más personas reales que hablen como ella. Es una rusa que habla inglés pero imitando el acento alemán, con ciertos dejes rusos que no ha conseguido eliminar, y al mismo tiempo tratando de adaptarse al acento estadounidense. No soy actor, pero imagino que reproducir esa clase de acento Frankenstein debe de ser una completa pesadilla.
Pues bien, Julia Garner no solamente lo consigue, sino que lo más increíble es verla explicar en directo, en el programa de Jimmy Fallon, cómo reconstruyó esa particular manera de hablar. Durante un minuto, va cambiando de acento en acento (¡de frase en frase!), añadiendo nuevos matices para ofrecer una demostración del resultado final mientras Fallon, comprensiblemente atónito, contempla el increíble proceso. Esa precisión quirúrgica para los acentos también la aplica Garner a los demás aspectos de la interpretación, pero sin que nunca parezca actuar de manera mecánica. Al contrario, sabe cómo conectar emocionalmente con el espectador, y despertar simpatía o antipatía según la situación lo requiere. Es un portento en su profesión.
En cuanto al resto del reparto, el nivel es muy alto como ya es habitual en las series y miniseries, al menos las concebidas como productos de primera línea por las distintas cadenas y plataformas. Llevo bastante tiempo encadenando series donde los repartos son casi siempre lo más excelente. En este sentido, en Inventing Anna cabe mencionar también a Anna Chlumsky, que interpreta a la periodista que investiga el escándalo, aunque cambiándole el nombre y la personalidad. Esta miniserie es todo un impulso para Chlumsky. Algunos sabrán que cuando era pequeña se hizo muy célebre al protagonizar la sensiblera película My Girl junto a Macauley Culkin. Después, su carrera pasó por bastantes altibajos (como la de Culkin: la fama infantil puede ser difícil de sobrellevar), pero en Inventing Anna va a aumentar su caché porque está fantástica. Su personaje, como el de la protagonista, también es bastante complejo. Sin ser necesariamente una psicópata como Delvey, la periodista a la que encarna tiene ciertos rasgos en común: narcisismo, altanería, y cierto desdén por las consecuencias de sus actos. La principal diferencia es que Chlumsky afronta su personaje dejando entrever (aunque casi nunca con claridad) que posee una gran vis cómica. Ese toque irónico es un perfecto contrapunto para Julia Garner: ambos personajes tienen rasgos en común, pero son complementarios al mismo tiempo.
Inventing Anna es pues una miniserie muy recomendable que cuenta una historia bastante estrambótica sobre la superficialidad e idiotez que impera en el microcosmos pijo, y que, sobre todo, sirve para entender por qué la crítica internacional se ha rendido ante ese fenómeno de la interpretación que es Julia Garner.
De acuerdo sobre Garner en Ozark.
Un detalle sobre ésta, el último capítulo que he visto, el último de la primera parte de la cuarta temporada, bastante malo, atropellado, confuso, metiendo demasiado en demasiado poco tiempo. Una lástima porque los anteriores capítulos no están mal.
Solo por puntualizar: Anna no es una psicópata, sino una sociópata. Muy recomendable también la serie de HBO «Jóvenes estafadores». Conocí a este personaje en esa serie junto a otros sociópatas que llevaron a cabo hazañas similares.
No se si la sociópata es ella o los que se dejaron engañar,curiosamente los engañados eran mujeres jovenes con ganas de destacar o hombres maduros asentados. Se deja ver de maravilla,placer culpable.
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