La cuenta de Instagram del Dinamo de Kiev, el club de fútbol capitalino, ha estado subiendo fotografías de la ciudad bombardeada desde que comenzó la invasión rusa a Ucrania. La vida ha cambiado allí en todo sentido. Las últimas noticias que nos han llegado nos hablan del reciente hermanamiento, insospechado hasta hace unos años, entre ultras del Dinamo de Kiev y seguidores del Shakhtar Donetsk, enemigos acérrimos en los últimos tiempos. Se han hermanado por causa de la guerra y la visión común que ahora comparten sobre Ucrania. Putin los ha unido. Vivir para creer.
El devenir del Shakhtar Donetsk en este siglo XXI ha fluctuado entre la gloria deportiva y cierta logística del disparate. Antes de la invasión hacía uso del Olímpico de Kiev para poder disputar la liga ucraniana. Hasta hace dos años el equipo venía jugando sus partidos como local en el estadio Metalist, en la ciudad de Járkov (la segunda del país y una de las plazas más castigadas por los bombardeos rusos). Lo hacía muy lejos de su región natural, el fatídico Dombás, foco prorruso y excusa por parte de Rusia para invadir Ucrania. Cada fin de semana el club al completo tenía que hacer el trayecto de Kiev a Járkov para disputar sus partidos. Pero antes incluso de Járkov, recién estallada la guerra en el Dombás, el Shakhtar jugó sus partidos como local en la lejana Lviv (hasta 2016), también llamada Leópolis, la ciudad más occidental y europea de Ucrania.
El forzado sello viajero del Shakhtar tiene su explicación en todos estos últimos y horribles años. Desde que en 2014 estallara la guerra en las regiones prorrusas de Donetsk y Lugansk, el equipo y su directiva se vieron obligados a emprender su peregrinaje por distintas ciudades de Ucrania. El Shakhtar instaló su sede administrativa en la propia Kiev, mientras sus bien pagados jugadores, incluidos sus muchos brasileños de color caoba, fueron distribuidos en pisos de lujo de la capital. En 2017 trasladó su sede a Járkov, más al nordeste del país y menos lejos de las separatistas Lugansk y Donetsk.
Por todo ello, la delicada situación de Ucrania ha tenido su peculiar influjo sobre el fútbol. Los citados Dinamo de Kiev (el más añejo e histórico) y Shakhtar Donetsk (el nuevo rico del siglo XXI) nos resultan conocidos por ser habituales en las competiciones europeas (sobre todo el Shakhtar y su vistosa elástica de color naranja). Pero otros equipos como el Dnipro o el Karpaty Lviv, con sus nombres casi impenetrables, nos resultan mucho más peregrinos, pese a que ahora la guerra nos permite redescubrir su historia y su avatar como parte de la génesis de este país doblado en dos: Ucrania.
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Antes de esta guerra frontal y analógica diseñada por Rusia (incluso antes del conflicto en el Dombás siete años atrás), tuvo lugar una simbólica guerra de camisetas azules y naranjas entre el Dinamo de Kiev y el Shakhtar Donetsk. La guerra de las elásticas se produjo con la llamada Revolución Naranja de 2004, cuando el por entonces presidente y vieja momia política, Leonid Kuchma, fue desalojado del poder por corrupción. Tuvo que ceder su puesto al vicepresidente Víktor Yanukovich, líder del prorruso Partido de las Regiones (referente político de la rusofilia en la Ucrania del este). Las elecciones de 2004 fueron un fraude y su repetición hizo presidente al nacionalista Víktor Yúshchenko (el recuerdo de este buen hombre nos produce repelencia: envenenado con dioxina, su rostro se recubrió de bubas y deformaciones horripilantes).
La Revolución Naranja de 2004 tuvo su rocambolesco episodio en el fútbol ucraniano. El presidente del Shakhtar Donetsk, el millonario prorruso Rinat Akhmetov, obligó a sus futbolistas a jugar con atuendo blanco para evitar que los colores del club se identificaran con los de la revolución que impulsaban los ciudadanos más proeuropeos desde la capital. La ironía cromática consistió en que el Dinamo de Kiev vestía de azul y apoyaba a los revolucionarios naranjas, mientras que el Shakhtar de color butano apoyaba al Partido de las Regiones, asociado al azul. La otra gran ironía añadida y posterior es que diez años después el Shakhtar se vio obligado a hallar abrigo en Kiev por el estallido de la guerra en el Dombás.
A todo esto, ¿quién era y de dónde venía el tal Rinat Akhmetov? De origen tártaro, su familia había llegado en tiempos a la pródiga cuenca del Don para trabajar en las minas de carbón. Igual hicieron tantos y tantos trabajadores de lengua rusa venidos desde distintos enclaves de la URSS. Como otros próceres iguales a él, que de pícaros y trajinantes callejeros se transmutaron en potentados del gas, Akhmetov se hizo dueño del Shaktar Donetsk a medida que, con gran listeza y olfato, se iba convirtiendo en uno de los grandes referentes del poder en Ucrania.
Poco a poco los aficionados al fútbol fueron habituándose a las atrevidas formas del Shakhtar Donetsk, lo mismo en la Champions que en la Europa League. Aparte de su llamativo resol naranja, lo que lo hacía peculiar era su nutrido cuerpo de jugadores color tostado. Como dijimos, la mayoría de ellos eran brasileños, fichados a golpe de talonario gracias al ricachón Akhmetov. El Shakhtar era en sí mismo un mejunje enriquecido en una coyuntura frenética. Akhmetov levantó el elefantiásico estadio del Donbass Arena en 2008. Era el mismo estadio que sería bombardeado en la guerra de 2014 entre las milicias separatistas prorrusas y el ejército ucraniano.
Ajeno por entonces a la posibilidad de cualquier conflicto armado, en 2009 el prócer Akhmetov fletó de su bolsillo cinco aviones llenos de aficionados, muchos de ellos mineros, para presenciar en Estambul la final de la Europa League ante el Werder Bremen alemán (en semifinales el Shakhtar consiguió apear con todo su escozor al mismísimo Dinamo de Kiev). Los ucranianos del este se alzaron con el triunfo y, con ello, el frente prorruso del país consiguió extender su influjo político y deportivo hasta las entrañas de Kiev.
El equipo de Akhmetov siguió jugando como gran embajador del Dombás hasta que estalló la guerra en 2014, en respuesta a la revuelta conocida como el Euromaidán. El prorruso Yanukovich, ganador de las elecciones, fue desalojado del poder al ucraniano modo (quiere decirse sin muchas miras democráticas). El Euromaidán se produjo cuando Yanukovich decidió mirar más al lado ruso, lo que le llevó a suspender un acuerdo de acercamiento a la Unión Europea, la cual, de forma insensata, había ofrecido sus brazos a la antigua y mítica Rus de Kiev para enojo de Moscú.
Así las cosas, a Akhmetov el rebufo del Euromaidán lo llevó a un insólito giro político y logístico también. Defendió entonces la unidad de Ucrania (en parte para defender los intereses comerciales del Shakhtar Donetsk). Los separatistas prorrusos, muchos de ellos hinchas del Shakhtar, asaltaron e incendiaron las oficinas empresariales de Akhmetov. El prócer tuvo que exiliarse en Kiev en un clima de rareza y desubicación sentimental.
Equipo medio huérfano y medio peregrino. Esta ha sido el sino del Shakhtar Donetsk en todos estos años, los que van de la primera guerra en el Dombás a la invasión total de Ucrania por parte de Rusia.
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En 2015, el orbe futbolístico europeo conoció que existía un equipo con nombre parecido al de un cotizado mineral: el Dnipro. Hoy por hoy ya sabemos que Dnipro es otra de las ciudades que ha estado sufriendo los bombardeos rusos. Su nombre responde a la zona del óblast de Dnipropetovsk, cuyo contorno es atravesado por el curso del río Dniéper.
El caso es que en 2015 el desconocidísimo Dnipro alcanzó la final de la Europa League ante el Sevilla Fútbol Club. En semifinales consiguió dejar en la cuneta al Nápoles entrenado por Rafa Benítez. Un año antes había estallado ya la guerra en el Dombás entre el ejército ucraniano y los separatistas prorrusos de Lugansk y Donetsk. El Dnipro alcanzó la final espoleado por la fibra nacional y como homenaje a los soldados ucranianos caídos en el frente del este. Incluso algunos de sus hinchas se enrolaron en la guerra como voluntarios. De entre ellos los había afines a sectores radicales de la extrema derecha ucraniana (sus detalles los veremos más adelante).
En Varsovia, sede de la final, se presentó la heroica comitiva del Dnipro ante el Sevilla, quien al cabo logró su tercera Europa League. Pero para los anales quedó la hazaña deportiva y el halo bélico que por entonces envolvía al bravo y correoso equipo ucraniano. Cierto es que no todo el mundo conocía el pormenor de aquella guerra extraña y lejana que había estallado en el este de Ucrania, en la región minera del Dombás (ahora sabemos que agentes secretos rusos habían estado alimentando la secesión con triquiñuelas y un seductor aroma vintage a KGB).
A menudo el tiempo discurre como una ironía demoledora. Uno de los más finos estilistas del Dnipro, Yevhen Konoplyanka, acabó siendo fichado por el Sevilla Fútbol Club (jugará después en el Shalke 04 y hasta en el propio Shakhtar Donetsk). El entrenador Juande Ramos, que logró los primeros grandes éxitos del Sevilla a partir de 2006, acabó entrenando al propio Dnipro años después. Pero el mayor mazazo irónico fue que el propio club acabó desapareciendo en 2019 de la escena del fútbol ucraniano por sus desarreglos económicos.
Últimamente ha sido refundado en parte con los pocos pertrechos que quedaban tras la bancarrota. Ahora se llama Dnipro-1. Hasta que el oso ruso decidió echarse vorazmente sobre Ucrania, el Dnipro-1 figuraba en un meritorio tercer puesto de la Premier Liga ucraniana, tan solo por detrás de los poderosos Dinamo de Kiev y Shakhtar Donetsk (como detalle, el equipo de la castigadísima ciudad de Mariúpol ocupaba el último puesto en la clasificación).
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El equipo de fútbol del Karpaty no dice nada a casi nadie. Hasta ahí normal. Solo les sonará a los forofos y creyentes en el balón, ese dios redondo. Pero la ciudad de Lviv (Leópolis) ayuda a ubicar a este equipo que viste de blanco y verde y cuyo sonoro nombre remite a la región ucraniana de los Cárpatos, situada en lo que antaño fue la Galitzia oriental. Desde la histórica, mestiza y cultivada Lviv (también en ruso Lvov, en alemán Lemberg), muchos periodistas y enviados especiales a Ucrania nos han venido informando acerca de la triste mara de refugiados ucranianos que huía de la guerra hacia esta última ciudad fronteriza con Polonia.
La estación de trenes art nouveau de Lviv, de altiva traza austrohúngara, es la última parada para los expulsados por la guerra en Ucrania. El edificio tiene muchísimo más predicamento histórico que el estadio deportivo del Lviv Arena. Este estadio se erigió y bautizó con nula originalidad en cuanto al nombre para albergar una de las sedes de la Eurocopa de fútbol de 2012, que fue concelebrada entre Ucrania y Polonia (esta Eurocopa la ganará, por segunda vez consecutiva, un país llamado España).
El Lviv Arena es el recinto donde juega sus partidos el Karpaty. Actualmente juega en una división terciaria del fútbol ucraniano, la rudimentaria Persha Liga. Curiosamente, un equipo más nuevo y producto de varios refritos fundacionales, el Lviv a secas, sí que estaba disputando la Premier Liga, la máxima competición ucraniana, hasta que se produjo la invasión rusa. El Lviv ocupaba el honroso puesto número doce en la clasificación.
Como decíamos, solo los forofos del fútbol saben que existe el equipo del Karpaty. Pero puede que haya algunos más a los que sí les suene. De hecho, los seguidores del Sevilla Fútbol Club sí lo conocen desde hace unos años. Sí, el Sevilla otra vez. El club sevillano se enfrentó al Karpaty en los partidos de la fase de grupos de la Europa League de la temporada 2010-2011. En el estadio de Nervión los sevillistas vencieron por un ceremonial 4-0. En su visita al Lviv Arena ganaron por 0-1.
El viaje al oeste de Ucrania tuvo el añadido de dar a conocer la bella, historiada y monumental ciudad de Lviv, auténtico cruce de caminos en lo que en tiempos se conoció como el melting polt polaco. Por entonces, un periodista preguntó al futbolista argentino del Sevilla Diego Perotti si conocía algo sobre Lviv. El muchacho, que no obstante cursaba Criminología y no era ningún botarate, puso cara de alga. Normal.
La actual guerra en Ucrania nos permite desempolvar la historia del Karpaty. Su idiosincrasia ha estado asociada desde sus orígenes al nacionalismo ucraniano y al espíritu más europeísta, como es común en todas las regiones occidentales de Ucrania (a diferencia, claro está, de las regiones más orientales y declaradamente prorrusas).
Fundado en 1963, bajo la égida de hierro de la URSS, el Karpaty ofrece la singularidad de haber sido el único equipo que, aun jugando en la segunda división rusa, se alzó en 1969 con la Copa de la Unión Soviética. El glorioso triunfo ocurrió en el estadio Lenin de Moscú, tras derrotar al SKA Rostov del Don. El detalle añadido —y no menor— fue que sus hinchas, desplazados desde Lvov (su otro nombre en ruso) hasta Moscú entonaron en las gradas del estadio Lenin la balada conocida como «Cheremshyma», especie de oda romántica y nacionalista ucraniana.
En 1981 el Karpaty fue obligado a fusionarse con otro club de Lviv de aquel entonces, llamado SKA. Adoptó una equipación roja y blanca, que era por completo ajena a sus históricos colores albiverdes. Ya en 1991, con el desplome de la URSS, recuperó sus tintes de toda la vida. Incluso el estadio dejó de llamarse Druhzba (Amistad), de viejas resonancias socialistas, y tomó el nombre de Estadio Ukraina. El nuevo rumbo había empezado tras expirar el último hálito soviético.
El nacionalismo extremo de cierto sector de sus aficionados se asocia a movimientos de ultraderecha, que beben del antaño líder ucraniano y pronazi Stepán Bandera (radicales como Sector Derecho, paramilitares del Batallón Azov o afines al movimiento Svoboda). En los graderíos del Lviv Arena no era infrecuente ver ondear las esvásticas.
En la temporada 1996-1997 y en los años 2010 y 2012, el Karpaty lució como segunda equipación camisetas y pantalones en rojo y negro. Eran los colores asociados en la Segunda Guerra Mundial a la Organización de Nacionalistas Ucranianos y al Ejército Insurgente Ucraniano del controvertido Stepán Bandera. Para muchos ucranianos Bandera es un nazi que directa o indirectamente participó en el holocausto de los judíos ucranianos (Ucrania fue otra de las grandes fosas de la Shoah). Sin embargo, para otros muchos ucranianos de hoy, Bandera fue el líder de la Ucrania independiente y un mártir asesinado por la KGB en el tardío año de 1959, cuando su figura ya había entrado en cierta fase de olvido y patetismo personal.
Hoy por hoy la culta ciudad de Lviv lo recuerda con un monumento. Fue aquí, en Lviv, donde Bandera proclamó en junio de 1941 el Estado Independiente de Ucrania (los propios nazis, temerosos, lo confinaron en un campo de concentración hasta 1944, con la intención de domeñarlo en sus desmedidos propósitos). Otras ciudades occidentales de Ucrania también han levantado estatuas en honor a Bandera, como ocurre en Ternópil.
Igual que ciertos sectores de hinchas radicales del Dnipro, se conoce que los ultras del Karpaty y de otros equipos de fútbol de Ucrania marcharon a combatir en la guerra del Dombás de 2014 contra las milicias prorrusas. Por tanto, este es en parte el aguardiente pronazi y fascista que dio argumentos a la secesión en el Dombás (sin olvido del citado Euromaidán) y lo que hoy arguye el sibilino Putin al hablar de «desnazificar» Ucrania (en la era del envenenado presidente Víktor Yúshchenko, Bandera fue elevado a la categoría oficial de Héroe de Ucrania, título que revocó después Yanukovich, el posterior mandatario prorruso).
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No es difícil imaginar que ahora muchos de estos grupos forjados en los graderíos ultras de los estadios estén formando parte del ejército ucraniano, bien agrupados en temibles unidades propias (como ocurrió en el Dombás) o bien como soldados y voluntarios integrados sin distinción alguna en las fuerzas armadas de Ucrania. De igual modo, tampoco resulta impensable que hinchas aún fieles al Shaktar Donetsk o al Zorya de Lugansk estén luchando también en apoyo a los invasores rusos, igual a como hicieron en al anterior guerra del este de Ucrania de 2014.
Al igual que ocurriera en el sangriento aquelarre de los Balcanes de los 90, el fútbol casi siempre aporta su contorno a la cartografía general de la guerra. Ahora sabemos algunos de los intríngulis futboleros relacionados con Ucrania antes y después de la invasión rusa. Solo los buenistas creen que el fútbol es independiente de los ardores de la política y, llegado el caso, de la devastación que trae consigo la guerra. Pese a la situación del país, la Federación Ucraniana de Fútbol confía en poder jugar el Mundial de Qatar 2022 en caso de que su selección pudiera superar las eliminatorias que aún le aguardan. Por ahora, como dicen, solo están pensando en salvar vidas y en ganar otra cosa: la guerra.
El fútbol suele ser un fiel reflejo del momento actual de cada país. Con la vieja Yugoslavia se pudo ver con claridad.
En otro orden de cosas, una pequeña puntualización: la de Varsovia en 2015 fue la cuarta Europa League del Sevilla Fútbol Club (la tercera fue en Turín el año anterior).