Juan Carlos Iragorri, director de El Wapo —el podcast en español del Washington Post— disecciona el contexto de las elecciones de 2022 en Colombia y lo que se puede esperar del que sería el primer presidente de izquierda del país, Gustavo Petro.
Contaba Lluis Bassets, a propósito de Robert Kaplan y su conocido texto La venganza de la geografía, que la geopolítica es «la ciencia de la fatalidad geográfica». Cuando le pido a Juan Carlos Iragorri (Cali, Colombia, 1961) que me resuma en cuatro o cinco párrafos verbales la historia de Colombia de los últimos sesenta años, empieza por explicarme antes de nada y para «situarse sociológicamente» cómo se ubica Colombia en el mapa.
Dicen los colombianos que su país es el del Sagrado Corazón, porque en él todo puede pasar. Así pues, fatalidad y geografía parecerían estar unidas contra todo pronóstico pues en Colombia hay petróleo, esmeraldas, las tierras más fértiles del mundo, la biodiversidad más esplendorosa y paisajes, playas, montañas y ríos únicos. Algunos diríamos que hasta tiene vallenato, un género que tiene algunas de las piezas de música popular más fascinantes de las habladas en español. Pero Colombia es mucho más conocida por su desgracia, esa que tiene forma de violencia estructural y de refugio de redes mafiosas que generan la mayor producción mundial de cocaína, que por sus maravillas naturales e incluso por su excepcional talento artístico. A pesar de tantas figuras de la música internacional.
«Colombia está en la esquina noroccidental de Suramérica y tiene costa en el Atlántico y el Pacífico. El tamaño de Colombia es como el de Francia y España unidas, o California y Texas. En ese territorio hay dos mitades, una mitad es muy montañosa, la otra mitad está al sur y al oriente, está cubierta por selva y llanuras y prácticamente no hay población. La población está concentrada —cincuenta millones de habitantes— en el lado montañoso». Saquen conclusiones rápidas: en esa extensión alternante de paisajes diversos semivacíos y montañas, la presencia del Estado es reducida en muchos kilómetros cuadrados, es fácil ocultarse con equipamiento militar y puede cultivarse y transportarse cualquier cosa. La geografía parecería ayudar a la fatalidad que están ustedes deduciendo. Por qué no para lo contrario es una de las incógnitas abiertas a las generaciones futuras.
Elecciones entre la esperanza y el temor
En este país entre fatal y luminosamente alegre en sus calles y sus noches, se celebran nuevas elecciones a la Presidencia de la República en mayo de este año de 2022, y puede decirse que representan una encrucijada en el avance de este país en su pugna contra la fatalidad. Hace un lustro llamaron la atención del mundo por un acuerdo de paz entre Gobierno y guerrilla (en realidad, sOlo una parte de las guerrillas, la más importante, las FARC), pero en medio de la sorpresa de la opinión pública internacional, un plebiscito rechazó el acuerdo por muy pocos votos en medio de una fortísima división social.
El acuerdo se solucionó políticamente sin consenso y con la sensación de cierre en falso. Pero en las leyes colombianas quedó el tratado y comenzó a aplicarse, a regañadientes, por el sucesor del presidente que lo firmó, Iván Duque Márquez. Un presidente, a fecha de hoy criticado prácticamente por todos, pero del que debe decirse en justicia que suerte no ha tenido, más allá de sus aciertos y desaciertos personales. La administración Duque parece haberse vivido como un paréntesis mientras se decide, si es que fuera posible, si se vuelve al mundo anterior al acuerdo de paz o se avanza hacia otro con todas las consecuencias de ese acuerdo. Y todo ello con una pandemia por medio.
Juan Carlos Iragorri puede darnos luz a este lado del Atlántico de qué pasa y por qué pasa. Dejó el derecho que estudió en la Universidad del Rosario de Bogotá (una universidad de larguísima tradición jurista) para dedicarse al periodismo, donde ha alcanzado las mayores cotas de prestigio profesional. Ganador del Premio Internacional de Periodismo Rey de España y el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, entre otros, ha formado y forma parte de las cabeceras y medios más relevantes del periodismo internacional: empezando por lo más presente, la dirección del podcast en español del Washington Post (El Wapo, una delicia que deben escuchar) y simultáneamente la dirección de Voces en la cadena de radio RCN.
Anteriormente dirigió el Club de Prensa en NTN24 (desde Washington D. C.), colaboró con la revista Semana, llevó la corresponsalía de El Tiempo de Bogotá en Madrid, pasó por las emblemáticas revistas El Siglo y Cambio en Colombia y fue asesor del director de El País de Madrid en Estados Unidos. Ha pasado por Harvard y Oxford con sendas becas de estudios, ha residido en Bogotá, Washington D.C., Boston, Madrid y… La Cuenca, un pequeño pueblo de Soria: curiosamente, puede que la mejor reivindicación de la España vacía la haga este colombiano a diario produciendo un informativo desde allí para uno de los medios de comunicación más importantes del mundo.
Mostrándome desde su ventana el paisaje soriano móvil en mano, le pregunto: «Profesor, ¿y cómo se le explica a un europeo, para que lo entienda, cómo se ha se ha llegado hasta aquí?». A Iragorri se le suele llamar así, Iragorri, por el apellido, o le dicen «profesor». Yo le digo las dos cosas. Es amable, ponderado hasta la extenuación, riguroso y detallista con todas sus afirmaciones y de respeto escrupuloso hacia todas las personas de las que informa.
Una democracia antigua en permanente reto
«Colombia es una democracia sólida históricamente hablando. Tuvimos solamente un golpe de Estado en el siglo XX, de 1953 a 1957, y es un país donde las instituciones, a pesar de todo, funcionan bastante bien si se compara con los países latinoamericanos». La narrativa de la fatalidad se remonta entonces a 1948, con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y la revuelta a la que dio lugar, que el lector curioso encontrará en los libros de Historia referido como El Bogotazo (suceso en el que, por cierto, se curtió de joven un tal Fidel Castro).
«Gaitán era un líder muy importante entre los liberales de Colombia». Anotaremos para el lector español que el Partido Liberal colombiano de la época es una ideología más bien próxima al centro izquierda o la socialdemocracia europea, que a lo libertario a lo que lo asociamos comúnmente. Como no puede sorprender, el crimen genera «un gran rechazo» y el enfrentamiento entre los dos partidos tradicionales, el Liberal y el Conservador (godos, en la jerga local), e inicia «una guerra civil con doscientos mil muertos».
El fin de la guerra trae, como en la España de la Restauración, la alternancia pactada de ambos partidos en el gobierno, pero con una consecuencia no reparada hasta hoy. «Acabó con la violencia entre los partidos, pero marginó a las fuerzas de izquierda». En los años 60 empezaron las guerrillas porque «en Colombia», recuerda Iragorri, «existe una mala distribución de la tierra» y es «un país con unas grandes desigualdades económicas».
Durante los años 70 y 80 toma auge el tráfico de cocaína y el país se encuentra con que, en la lucha por evitar la extradición de sus dirigentes, los carteles de la droga «matan a cuatro candidatos presidenciales» al tiempo que asesinan a «centenares de policías, de jueces, de periodistas, volaron centros comerciales, pusieron bombas en aviones en vuelo…». La ofensiva criminal «se logró calmar con ciertos acuerdos con los narcotraficantes, matándolos incluso… y nos encontramos con que en los años 90 son las FARC las que cuidan los cultivos de coca». Tras años de conflicto en los que, como reacción, aparecieron grupos paramilitares con fuertes conexiones con las élites económicas, políticas y militares del país —que tuvieron un proceso de desmovilización impulsado por el expresidente Álvaro Uribe y sobre el que los colombianos tampoco están de acuerdo sobre su bondad— las FARC negocian con Juan Manuel Santos su acuerdo de paz.
Pequeño alto para darle significado a un elemento imprescindible para evaluar presente, pasado y futuro en Colombia. Aquí se hablará de Álvaro Uribe y de uribismo casi como refiriéndonos a lo mismo: uribismo es el seguimiento de la doctrina, decisiones políticas y legado de Álvaro Uribe Vélez, presidente de Colombia entre 2002 y 2010 que, en palabras de un ejecutivo bogotano a este escribidor, fue el hombre que «convirtió un país inviable en otro viable». En medio de la guerra más cruda entre guerrillas, Estado y paramilitarismo, su política de «seguridad democrática» y de enfrentamiento político con los gobiernos izquierdistas de la región (Venezuela, Cuba, Ecuador) generó éxitos innegables de seguridad, condiciones de desarrollo económico y estabilidad.
Pero sucedió a costa de excesos y crímenes por parte de actores estatales y paraestatales cuya huella divide profundamente a los colombianos. Su impacto es tan grande que los dos presidentes posteriores, Juan Manuel Santos e Iván Duque, lo han sido porque han sido promovidos y recomendados por él a su electorado, dado que legalmente ya no puede volver a ejercer una presidencia que seguramente hubiera ganado. Cómo se posiciona cada colombiano con respecto a Uribe es casi imposible de soslayarse. Polarización.
La expectativa de un gobierno de izquierda
Las elecciones encrucijada de 2022 llegan con incógnitas densas. Por ejemplo, ¿puede en Colombia ganar un partido de izquierda las elecciones y que se comporte como un partido de izquierdas a la europea? Una forma de decir que, si gana, no pasa nada, el poder se alterna pacíficamente y no se cae en políticas desastrosas de populismo de izquierdas. Que Colombia se convirtiese en una Venezuela, para entendernos.
En una conversación bogotana no hace tantos años, otro ejecutivo colombiano le decía a este autor que nosotros, los europeos, no podemos entenderlo bien: «Aquí unas elecciones se interpretan como un cambio de régimen». Y debe decirse que tiene visos de realidad, que las decisiones económicas de calado se detienen a la espera de saber qué puede pasar. Hasta la legislación (suspendida ahora) bloqueaba la contratación pública durante los meses anteriores a las votaciones para evitar favoritismos y corruptelas que condicionen el voto. Y es llamativo el rumor, cierto o falso, de que se están firmando contratos mercantiles con cláusulas de ruptura condicionadas a la victoria del líder de la izquierda.
«Tenemos como veintitantos candidatos», cuenta Iragorri. «En las encuestas está primero Gustavo Petro: un hombre de izquierda —nunca Colombia ha tenido un presidente de izquierdas— que fue guerrillero y miembro del M-19». Las elecciones se celebran inmersas en un contexto donde «la mitad de los colombianos pasan problemas para poder comer dos veces al día» y en el que persiste «gran desigualdad a pesar de todo lo que se ha reactivado la economía, más que en otras partes».
Volviendo atrás: ¿puede gobernar? «Hasta ahora la izquierda ha sido identificada con las guerrillas. Es decir, las FARC, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y el M-19 eran de línea Moscú unos y de línea Pekín otros, por lo que para los colombianos la izquierda siempre ha sido guerrilla. Siempre ha sido algo que ha estado fuera de la ley, pero eso ha cambiado». Nos describe a Gustavo Petro: «Es un gran orador, fue un gran congresista, pero no sabemos cómo va a gobernar. Fue alcalde de Bogotá y no fue un buen administrador».
El líder de la izquierda colombiana ha articulado su candidatura a través de un nombre ciertamente ambicioso: El Pacto Histórico. Las administraciones electas colombianas suelen referirse a sus períodos de gobierno enteramente en torno a un lema. Por ejemplo, el Petro alcalde concurrió, ganó y gobernó la ciudad de Bogotá con el lema Bogotá Humana. El actual presidente, Iván Duque, gobierna bajo la leyenda El futuro es de todos. La idea de trascendencia histórica se presenta porque parece que ha llegado el momento de dejar atrás a una serie de capas sociales (las élites económicas y oligárquicas colombianas) que, se dice, siempre han gobernado al país. Y, por otro lado, para superar las presidencias de Álvaro Uribe y sus protegidos posteriores. En cierta forma, se discute si el nuevo presidente será, otra vez, el que diga Uribe u otro que se presume distinto para poder cambiar orientaciones, formas y estilos.
La incógnita de la radicalidad de Gustavo Petro
Si se tiene edad, esa ansiedad de cambio recordará al momento cercano a la victoria de Felipe González en España en 1982 que empleaba un eslogan de simbolismo cercano: Por el cambio. Hay paralelismos: aceptar que un partido de izquierdas gobernara elegido por los votos tras el drama de la guerra civil y la posterior persecución de izquierdas y opositores al régimen militar. La izquierda de la memoria colectiva era la izquierda de la Segunda República, muy cercana a los postulados de la revolución que encarnaba la Unión Soviética, entonces muy lejos de estar desprestigiada como fracaso económico y social.
«Evidentemente, si Petro ganara, cambiaría el modelo». Por ejemplo, el de la concentración de poder actual, dejar de lado a «cinco personas que son los dueños del país o lo que es menos del 1 % de la población», para mutar a un escenario en el que pudiera «manejar el país el 99 % restante». Para ese cambio de modelo, Petro presenta ideas económicas que no coinciden con las ortodoxias actuales: «Dice que el Banco de la República tendría que imprimir billetes para que la gente tenga más dinero en el bolsillo y eso, por supuesto, unos dicen que es lo correcto y otros dicen que es una locura». En definitiva, «no se sabe muy bien cómo sería un gobierno de Petro. Ahora parece que es más moderado, pero hay un sector de la población que piensa que Petro va a llegar a expropiar y que va a ser una especie de Hugo Chávez, Nicolás Maduro o Daniel Ortega».
Un escenario difícil de creer pues «las instituciones son fuertes en Colombia, a nadie se le ocurre que va a haber un golpe de Estado militar, el Congreso mal que bien cumple sus funciones y los tribunales y la rama judicial funcionan por su lado». De hecho, en las elecciones de 2018, en las que Petro ya fue candidato, la revista The Economist le pidió al expresidente Álvaro Uribe que confiara más en su propio electorado cuando hacía campaña ante una más o menos inevitable deriva chavista de un Petro que, al final, no logró vencer.
«Pero la gran pregunta es esa, ¿podría Petro hacer un gobierno al estilo de un de Felipe González en España o el de Pedro Sánchez o el de Lionel Jospin cuando fue primer ministro de Francia, o el de Olaf Scholz? Da la impresión de que sería más radical y esa es la pregunta: qué tan de izquierdas sería Petro».
En ese caso, para dotarnos de una orientación, ¿dónde podríamos ubicar a Petro con respecto a los otros líderes de la izquierda gobernante latinoamericana: Evo Morales, Boric, Pedro Castillo…? «Evo Morales para muchos trató de quedarse en el poder haciendo reformas que no se sabe si Petro quisiera hacer, uno pensaría que no». Por su parte, Castillo «es un maestro sindicalista que no tiene experiencia gobernando, Petro tiene la experiencia de haber sido alcalde de Bogotá». En su filosofía, «Petro es muy distinto a Evo y Castillo».
Boric, el nuevo presidente chileno, «empezó siendo mucho más radical en la campaña y terminó nombrando un gabinete mucho más moderado». Iragorri menciona el caso de la ministra de Exteriores, Antonia Urrejola, que siendo presidenta de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos fue muy crítica con Nicolás Maduro, lo que sugiere distanciamiento con el gobierno más temido del socialismo del siglo XXI. «Por lo que ha declarado, Petro quiere darle un vuelco al Estado colombiano», pues asegura que todos los gobiernos habidos hasta ahora «han sido corruptos». Si se cumple esta expectativa debiéramos esperar un gobierno «más bien radical, por lo que sería como el Boric de campaña y no como el presidente electo».
En un modelo de elección de doble vuelta, para la posible elección de Petro tiene mucho que ver lo que ocurra en los espectros del centro y la derecha, que el día 13 de marzo vivirán sus respectivos procesos de primarias. En el siguiente artículo abordaremos qué sucede en ambos territorios electorales y la influencia del expresidente Uribe.
(Continúa aquí)
Hablas de presidentes de izquierda latinoamericanos y no mencionas al presidente del pais mas grande de habla hispana en el mundo ?
Si a Andrés Manuel lo consideras de izquierdas, tienes un problema. Populista, demagogo y simplón.
López Obrador es un político izquierdista corrupto más de Hispanoamérica.
Negrolegendario (su chivo expiatorio es España; y eso que en España gobierna la izquierda…), millonario (los caprichos de lujo de su hijo son un filón en las redes sociales mexicanas) y con vínculos con el Narco (con leyes muy laxas contra ellos y con territorios del país controlados totalmente por ellos).
México no sé si es el más grande pero es el que tiene más kilómetros cuadrados. AMLO es el que justifica el nivel de vida de su hijo fifi (pijo) con mansión y Mercedes Benz en Texas y pide austeridad a sus ciudadanos. Mientras su hijito es asesor del Tren Maya «disque» sin contribución económica (acá sabemos que gratis no se hace nada). Petro justifica sus zapatos de más de 3.000.000 de pesos, diciendo que se los compró su mamá (3 salarios mínimos de Colombia). Su mamá de origen humilde por lo cual parece que abandonó esa condición. Y grande grande es Maduro 1’90 y más de 120 kilogramos de músculo, uno de los pocos con sobrepeso (no me atrevo a decir gordo) en Venezuela. Para los de la derecha, centro, arriba y abajo en Latinoamérica también tenemos atributos parecidos. Saludos
Madre mía. Decir que la gestión de Uribe trajo seguridad salvo unos «excesos y crímenes por parte de actores estatales y paraestatales cuya huella divide profundamente a los colombianos» es lo mismo que decir que Franco calmó España, salvo unos cuantos muertecitos y exiliados.
No sé si este señor se acuerda de los FALSOS POSITIVOS, chavales pobres muertos y disfrazados de guerrilleros para cobrar la recompensa.