En marzo de 2020, la plataforma Netflix estrenó la miniserie Unorthodox basada en la experiencia de Deborah Feldman, una yiddish que escapó a Alemania desde su Brooklyn natal huyendo de la comunidad judía ultraortodoxa en la que había nacido. Los productores no esperaban el éxito de audiencia que tuvo en un momento en el que el consumo de televisión aumentó de manera espectacular como consecuencia del confinamiento.
El argumento, los actores, el guion, la adaptación del texto de Feldman y las puestas en escena de la serie germano-estadounidense, fueron objeto de análisis exhaustivos y de varios premios, pero nada se dijo de un detalle muy elocuente: cuando Esty Shapiro llega por fin a Berlín, encuentra refugio en una academia de música cercana a la significativa Postdamer Platz, una elección de destino, sin duda, intencionada. Los estudiantes que la acogen son israelíes, africanos o noreuropeos, de diferente condición sexual, desinhibidos y solidarios; un grupo —capitaneado por un director de orquesta palestino indulgente, pero no paternalista— que muestra una convivencia madura, tan evolucionada y abierta como natural, ofreciendo una imagen prototípica de las nuevas urbes.
Berlín se convirtió en capital de la cultura y la tolerancia tras la reunificación de Alemania en 1990, tomando el relevo del París de los años 20. Una ciudad joven a la que llegó en los años 90 Diébédo Francis Kéré, el flamante Premio Pritzker 2022 —conocido como el Nobel de arquitectura— para formarse, y en la que ha establecido su fundación.
Kéré nació en 1965 en Gando, una aldea situada al sureste de Uagadugu, la capital de Burkina Faso. Fue el primogénito del jefe del poblado y el mayor de doce hermanos, condición que le predestinaba, llegado el tiempo, a relevar a su padre como mandatario local.
El país es el tercero por la cola en la triste lista de los más pobres y está situado al sur del Sahel, el cinturón geomorfológico que sirve de transición entre el desierto del Sahara y la sabana subtropical, desde el Atlántico hasta el mar Rojo. Cercano al Golfo de Guinea, no tiene salida al mar y queda encerrado entre sus vecinos de la altiplanicie de África occidental, en la zona que formó parte del protectorado francés hasta que este se deshizo a mediados del siglo pasado. La etapa colonialista le dejó, entre otras cosas, el idioma oficial, aunque se han reconocido cincuenta y nueve lenguas nativas siendo la más extendida la mossi o mòoré, la materna del nuevo galardonado. No tiene apenas recursos minerales y la población vive mayoritariamente de la agricultura y la ganadería en una economía de subsistencia.
Como futuro dirigente, el primer varón debía tener una formación más allá de la que proporcionaba la tribu; esta idea visionaria de su padre le obligó a acudir a una escuela situada en Tenkodogo, a diez kilómetros de su aldea, a donde iba caminando a diario. Las construcciones en las que se emplazaban los colegios o centros sociales habían sido edificadas, en su mayoría, según los patrones europeos, lo que las hacía, además de ajenas, incómodas por inadaptadas al terreno. Cuenta Kéré que ya entonces surgió en él la idea de mejorar aquellas estancias para dar nuevas oportunidades a la población infantil del entorno.
Era espabilado y buen estudiante sin olvidar que, como hijo del jefe, tenía una posición social privilegiada. Consiguió una beca para estudiar Formación Profesional en Berlín, en la rama de carpintería, y allí aprendió y trabajó hasta conseguir su entrada en la Escuela Superior de Arquitectura, donde se graduó en 2004. Conocía todas las fases de la edificación y era capaz de manejar cualquiera de los materiales que se empleaban; a ello sumaba el arraigo a su tierra y el interés por aplicar lo aprendido para mejorar las condiciones de vida de sus congéneres.
El sentimiento solidario que impregnaba su idea sobre la arquitectura convertía a esta en el vehículo del cambio hacia una sociedad más sostenible, aquella en la que sus integrantes se consideran actores y destinatarios, partícipes, en suma, de todo lo que conduzca al progreso del grupo. Este planteamiento le ha llevado a trabajar partiendo de los modelos autóctonos y ancestrales, mejorados con la tecnología más novedosa, con los que reconstruye la arquitectura de su infancia y de su patria, de modo que ambos términos, patria e infancia, resultan intercambiables.
Desde esta postura se convirtió en partidario de la llamada «doble lista», es decir, hacerse famoso en el mundo occidental y recaudar fondos para seguir con sus proyectos en su país y en toda el área a la que este pertenece, convirtiéndose en promotor, además de constructor, de estructuras de carácter social.
El primer propósito, una vez graduado en Berlín, fue la construcción de una escuela en Gando, edificada con barro y ladrillo por hombres y mujeres del lugar conocedores de las técnicas tradicionales, porque, según sus palabras, «con las personas implicadas, los diseños prosperan y el entusiasmo por llevarlos a cabo es el mejor aglutinante del grupo». Se levantaron las paredes perimetrales y sobre ellas se elevó una cubierta sostenida por pequeños pilares de acero que dejaban entrar la luz y correr el aire, lo que ventilaba el ambiente sin necesidad de utilizar ningún tipo de energía «permitiendo la verdadera enseñanza, el aprendizaje y la emoción».
El sistema es similar a las antiguas terrazas romanas que se utilizaban en la cuenca mediterránea para aislar las viviendas del frío y el calor. A la escuela se añadieron viviendas para los profesores y un centro de salud, lo que convirtió al conjunto en un centro cívico y de recursos. Esta intervención le hizo merecedor del premio Aga Khan de Arquitectura, con cuya dotación pudo abrir su propio estudio, Kéré Arquitecture, en Berlín (2005).
Los encargos le han llovido desde entonces: en 2017 la Serpentine Gallery de Londres le adjudicó las obras de una instalación temporal para los jardines de Kensington en la que el diseño hacía alusión a la escasez del agua y al gran árbol de su ciudad natal bajo el que se reunían en su infancia, al anochecer, los vecinos «para comentar el día, intercambiar ideas, narrar historias y celebrar». Un momento especial que daba sentido de comunidad al poblado bajo el árbol, metáfora del cobijo, que cobraba así fuerza espiritual. No era la única referencia a sus orígenes: los paneles se pintaron con triángulos de color azul índigo, característico del boubou, el caftán que se utiliza en Burkina Faso como prenda de vestir.
Posee la doble nacionalidad alemana y burkinesa, es profesor invitado en las escuelas de arquitectura de Harvard y Yale e imparte docencia desde la Cátedra de Participación en la Technische Universität de Múnich. En los proyectos que ha realizado fuera de África imprime su sello con el uso de materiales naturales, como el pabellón de madera, denominado Xylem, junto al Tippet Rise Art Center, en Montana (Estados Unidos) en el que vuelve a utilizar la estructura de árbol bajo el que se ampara la vida y el Sarbalá Ke, un conjunto de «tiendas» para el Festival de Coachella (California) de 2019, que pintó de colores brillantes, tan característicos de las poblaciones subsaharianas, en memoria de la que tenía su abuela, narradora de historias.
África es el escenario en el que se proyectan o edifican la mayoría de sus diseños: la Escuela Secundaria Liceo Schorge en Koudougou, la Ópera Village y el Centro de Salud y Bienestar Social en Laongo, el Parque Nacional de Mali y los edificios planeados para la Asamblea Nacional de Burkina Faso y el Parlamento de Benin (inspirado en el «árbol de la palabrería»). Tiene otros tantos encargos para actuaciones en Kenia, Mozambique y Uganda, todos ellos de edificios públicos o comunitarios.
El premio Pritzker del que se ha hecho merecedor fue instituido por Jay y Cindy Pritzker en 1979, a través de la Fundación Hyatt, que promueve actividades de carácter científico, médico, cultural y educacional y tiene su sede en Chicago. Se concede anualmente a arquitectos vivos cuyos trabajos «combinan talento, visión y compromiso y contribuyen al progreso de la humanidad a través del arte de la arquitectura». Como requisitos se tienen en consideración la creatividad en el diseño, la funcionalidad, la calidad de la edificación y su impacto social. En el comunicado de la concesión a Francis Kéré se señala su «capacidad para empoderar y transformar comunidades a través de edificios que demuestran belleza, modestia, audacia e invención» así como la integridad de su arquitectura, el uso poético de la luz y, sobre todo, la defensa de los valores que promueve la Fundación Hyatt. El jurado destaca, además, «su sentido de comunidad y calidad narrativa que él mismo es capaz de contar con pasión y orgullo».
Al conocer la noticia, Kéré ha manifestado su satisfacción personal y el agradecimiento en nombre de las comunidades a las que va dirigida su obra: «Espero cambiar el paradigma, empujar a la gente a soñar y arriesgarse… no porque seas rico puedes desperdiciar material ni porque seas pobre no debas crear calidad, todos merecen calidad, todos merecen lujo y todos merecen comodidad. Estamos interrelacionados y las preocupaciones sobre el clima, la democracia y la escasez son preocupaciones para todos nosotros».
El premio tiene una dotación de cien mil dólares acompañados de una medalla de bronce y una escultura de serie limitada de Henry Moore. Se entrega en una ceremonia que tiene lugar cada año en una ciudad distinta en la que haya una obra arquitectónica significativ,a como es el caso del LSE Marshall Building de Londres, en el que se celebrará en esta ocasión.
Francis Kéré forma parte del grupo de africanos cuyos valores transcienden lo personal y se aplican a lo comunitario: Samuel Eto’o, actual presidente de la Federación Camerunesa de Fútbol, Denis Mukwege, el ginecólogo congoleño ganador del Premio Nobel de la Paz por su contribución a la lucha contra las violaciones y la explotación de las mujeres y Sahle-Work Zewde, primera mujer que preside un gobierno en Etiopía, son algunos nombres de una nueva generación que construye desde y para sus países. Como señalaba el senegalés Felwine Sarr en su libro Afrotopía (2016), es necesario descolonizar las mentes y crear una nueva filosofía africana, lejos de complejos, de deudas y de enfrentamientos. África posee la fuerza necesaria.
En 2018 hubo una magnífica exposición suya en el Museo ICO de Madrid, muy interesante y bella
Es cierto. Ahora tienen otra muy interesante también de una arquitecta llamada Anne Heringer, te la recomiendo.
Efectivamente, tener un Moore se convirtió el maximo en el coleccionismo británico entre los 60 y los 80.
unorthodox interesante documental , gracias por la nota