El Club Tennis de La Salut tiene en su interior una sala llamada «Masters» en honor a dos de sus miembros, Manolo Orantes y Àlex Corretja, los dos únicos campeones españoles del torneo de fin de año, ahora llamado ATP World Tour Finals. El problema es que esa sala está hoy en uso y tenemos que utilizar la adyacente, una más pequeña, con la pared llena de raquetas originales de distintos tenistas. Ahí es donde nos cita Corretja, dos veces finalista de Roland Garros, exnúmero dos del mundo, y actual comentarista en Eurosport y Teledeporte. Con un hilo de voz —está ronco, no sabe por qué—, Álex se muestra tal y como es: educado, simpático, generoso en la memoria y los detalles… Se sabe cómo quedó cada set de cada uno de los partidos decisivos que jugó en su carrera y solo discutimos por cuántos Abiertos de Roma ganó Pete Sampras. No rehúye ninguna pregunta ni regatea ninguna respuesta con tópicos. Tal vez por su condición de entrevistador en los grandes torneos, se ha convertido en un entrevistado ideal.
El año que llegaste a ser número dos del mundo (1999) hubo cinco tenistas distintos que llegaron al número uno. Los mismos que en las últimas dieciocho temporadas.
Es que, por entonces, los de arriba estaban mucho más igualados porque no dominaban en todas las superficies. Por ejemplo, Sampras era el número uno consolidado, pero cuando llegaba la tierra, a excepción de una vez que ganó en Roma, no daba el nivel. Perdía muchos puntos respecto a los especialistas. La diferencia llega a partir de 2000, porque el ranking se unifica y ya no puedes sumar muchos puntos en tierra o en rápida y seguir arriba. Necesitas sumar puntos en todas las superficies porque pasas del «Best 14» que había antes a una serie de torneos obligatorios en tierra, hierba, cemento, indoor…
Nadie duda del talento superlativo del «Big 3» o incluso «Big 4», con Murray, pero ¿no dice algo de sus rivales que el dominio se mantenga incluso en 2022?
A ver, es que cuando empiezan a surgir Federer, Nadal, Djokovic o Murray… resulta que dominan en todas las superficies. Eso es muy complicado y ya te digo que no pasaba antes. Son unos superdotados de ambición ilimitada y que se han retroalimentado para sacar lo mejor de ellos mismos.
Obviamente, son superdotados, pero ver que el mejor jugador de lo que va de año, con diferencia, es Rafa Nadal, con treinta y cinco años y un pie roto, llama la atención.
Sí, sí, es atípico, es muy raro… y es sinónimo de que la consistencia sigue estando por encima de la potencia. En el tenis actual se juega con mucha más velocidad y con golpes mucho más potentes que antes, pero también con muchos más errores. Los que han conseguido jugar a un nivel muy alto y a una velocidad muy intensa, pero con pocos errores, siguen siendo los mejores. Además, ellos vienen de una generación donde la disciplina y el orden siguen primando por encima del desorden. En cambio, en los últimos diez-quince años han ido saliendo generaciones que, en buena parte, tienden al desorden. Eso es lo que está haciendo que les cueste mucho ganarles. Piensa que, cuanto más tiempo se juega, más difícil es que pierda el mejor. Si juegan una hora, puede pasar cualquier cosa, pero a cinco sets, no es solo una cuestión de físico, sino de cabeza. Lo que te va a hacer ganar es la cabeza y ahí es donde el «Big 3» te marca la diferencia.
Hablando de tenistas «desordenados», ¿qué te pareció lo de Alexander Zverev en Acapulco?
Me pareció una ida de olla muy lamentable. No entiendo que no le hayan suspendido. Ellos sabrán por qué han tomado esa decisión. Desde fuera, viendo lo que ha sucedido, siendo extenista y presidente del Players’ Council durante dos años, es incomprensible que no le suspendan; es un muy mal ejemplo. Sí, le han puesto una multa, pero el problema es que ese dinero es absolutamente insignificante en comparación a lo que ese jugador factura. Le han hecho un flaco favor al deporte del tenis y a los jóvenes que suben. A mí siempre me han educado en los valores del respeto al rival, al público, al juez… y aun así también he roto raquetas. En momentos de desesperación, me mosqueaba y reventaba la raqueta. Yo no me considero un ejemplo de nada… pero, que yo rompa una raqueta, es mi manera de demostrar que no controlo mis nervios; otra cosa es que golpee la silla del árbitro una, dos, tres veces… y que, incluso cuando ya se supone que me he calmado, le dé una cuarta vez y le insulte. Es tan desproporcionado. Que eso no tenga un castigo directo me parece absurdo y da a entender que vale todo. Y no vale todo.
Cuando Rafa Nadal ganó en Australia este año, te echaste a llorar…
Me eché a llorar porque no entendía cómo había conseguido hacerlo otra vez. Es incomprensible lo que hace. Me impresiona que sea capaz, a día de hoy, de tener la misma ilusión, las mismas ganas para seguir triunfando. Piensa que él venía de varios meses sin jugar, de pasar el covid en diciembre, y se va a Melbourne a jugar un torneo pequeño. Y lo gana. Entonces, pongo un tuit que dice: «Increíble lo que ha hecho» y recibo muchas respuestas —y eso que la gente es muy respetuosa conmigo en Twitter y en Instagram—y en plan «A ver, cómo no va a ganar a estos…» y yo les intentaba explicar: «Es parte del proceso y este proceso le va a ayudar a llegar luego a los grand slams con otra actitud». Ver que era capaz de remontar ese encuentro ante una muralla como es Medvedev y que era capaz de encontrar de nuevo una solución para escapar me pareció tan indescriptible… ¡Es que además pierde el saque con 5-4 a favor en el quinto! Ahí piensas «no puede ser que no vaya a ganar después de todo lo que ha pasado». Yo intento ser muy imparcial en los partidos que comento, pero eran demasiadas emociones. Por eso me eché a llorar.
Justo antes del torneo, comentaste en Eurosport que había que tener paciencia con Rafa, que aún no sabíamos si podría apoyar bien el pie, con cuánta fuerza, etc.
Claro, es que mi única duda era cómo se iba a poder mover. Porque si te mueves bien, llegas y golpeas… pero si no te mueves bien, ni llegas. Por eso, cuando le vi ganar fue como «¿en serio?». Y, luego, tirando hacia mí, yo he visto lo que cuesta llegar hasta ahí, he tenido una carrera en la élite y sé lo difícil que es. Jugué dos finales de Grand Slam y no logré ganar ninguna y este tío ha ganado veintiún títulos. En Roland Garros, por ejemplo, encadené cinco años jugando como mínimo cuartos de final, pero un día te viene una alergia; otro día, te sale un herpes; otro día, tienes una pequeña lesión… Cuando ves a alguien que uno por uno va venciendo todos los obstáculos, te llama la atención. Es una capacidad de sacrificio enorme: olvidarse de lo que ha hecho y volver a hacerlo. Esa es una de sus principales virtudes.
¿Qué te parece que el debate sobre el mejor de la historia se juzgue solo numéricamente y solo en un tipo de torneo? ¿No reduce demasiado las cosas?
Es que lo tienen que simplificar de alguna manera. A ver, para empezar, nunca habíamos imaginado que alguien fuera a llegar a veinte grand slams. Cuando Sampras ganó catorce, la sensación en el vestuario era que eso era inalcanzable, que iba a ser único. Pero es que además Sampras hizo seis años seguidos número uno, eso era lo que marcaba su supremacía. Históricamente, el ranking siempre ha sido muy importante; en cambio, ahora… Si yo pregunto «¿quién ha tenido mejor carrera, Thomas Johansson o Àlex Corretja?», unos dirán: «Johansson, porque ganó el Open de Australia y Corretja no ganó ningún grande», pero yo prefiero tener mi carrera que la que tuvo Johansson. ¿Quién ha tenido mejor carrera, Gastón Gaudio o David Ferrer? Yo prefiero la de David Ferrer, me ha transmitido más que otros que han ganado grand slams. No se puede medir una carrera solo por el número de grand slams que hayas ganado, pero, a día de hoy, que coincide que hay tres superdotados que han ganado muchísimos títulos, pues los tienes que desempatar de alguna manera.
El asunto es cómo eliges ese desempate.
Claro. Para mí, el número de grand slams cuenta muchísimo, pero también cuenta muchísimo el número de semanas como número uno o los Masters de final de año que hayas ganado. El H2H (enfrentamientos directos) no me dice tanto.
¿Y eso?
Pues porque son circunstancias de juego.
De hecho, tú tienes el H2H ganado con Federer y con Nadal. Y con Djokovic, porque no jugasteis…
¿Y qué significa eso? Nada. Que mi juego, en su día, no le iba tan bien al estilo de Federer porque era muy joven y fallaba mucho con el revés y en tierra batida me bastaba con mandarle muchas bolas altas ahí. A Nadal le pillé muy, muy joven. Él no tenía experiencia y yo sí, pero es insignificante. Por eso, cuando la gente dice: «Federer ha perdido contra Djokovic y contra Nadal más veces y por eso no puede ser el mejor de la historia», para mí, es absurdo. Por los estilos de juego, Nadal, por supuesto que le va a hacer muchísimo daño a Federer. El único lunar táctico que le hace daño a Federer es la pelota alta al revés y el mejor golpe de la historia es la derecha cruzada alta de Rafa al revés del rival… Se junta lo mejor de uno con el único punto débil del otro. Pues es normal que le gane en muchísimas ocasiones. Y que Djokovic le gane también es normal: porque neutraliza su saque como nadie, porque le juega muy largo, porque no le deja coger su derecha como le gusta… es normal que le gane muchas veces. Lo que quiero decir es que son estilos de juego, nada más.
Pasa también en otros deportes…
Claro, como culé, uno se puede alegrar mucho porque de las últimas diez veces que ha jugado el Barcelona en el Bernabéu haya ganado, pongamos, ocho. Muy bien, pero si miras el palmarés, el del Madrid es mejor que el del Barça.
Vayamos un momento a Djokovic, ¿no hay algo trágico en él? ¿Ese empeño en caer bien y a la vez cometer todas las torpezas posibles?
A ver, él aparece en un momento en el que Federer y Nadal son los referentes. Y todos necesitamos referentes. Necesitamos a Lendl contra McEnroe o a Evert contra Navratilova o a Graf contra Sabatini… y el contraste de juego tan brutal de uno y otro provocaba esa atracción por parte del aficionado. La elegancia y la facilidad de Federer, su perfección técnica… frente a la potencia y la entrega de Nadal, que no se rinde jamás, que siempre persevera, que da su vida por ganar ese partido. Federer y Nadal van a ir juntos toda la vida. Yo creo que Djokovic ha sentido durante muchos años que él era tan bueno como Federer y Nadal, ha ido un poco a rebufo y cuando se ha puesto a su altura, ha visto que la gente seguía amando a Federer y a Nadal, pero que a él no le querían tanto. Y, de alguna manera, eso le frustraba porque, sinceramente, para mí, Djokovic es una muy buena persona. Es alguien que intenta siempre colaborar, que ayuda muchísimo, que es muy humano… y eso le dolía. Cuando él ha visto que, a nivel deportivo, ha conseguido incluso igualar a Federer y a Nadal sin que la gente se lo reconozca, es probable que se haya desesperado un poco.
¿Eso sigue siendo así?
No, yo creo que él ya está por encima de eso. Sin ser amigo de Djokovic ni conocerle demasiado, creo que ya ha pasado página. Por ejemplo, ahora con lo de las vacunas, él toma su decisión y considera que tiene que hacerlo de esta manera y, como decimos en Cataluña, «peti qui peti». En la final del US Open del año pasado, cuando él va perdiendo con Medvedev 6-4, 6-4, 5-2, la gente se da cuenta de que estaba absorbiendo toda la presión de tantos meses con el rollo de ser el primero en lograr veintiún grandes, conseguir el Grand Slam en un mismo año… y en ese cambio de lado, la gente empieza «Novak, Novak, Novak…» y se ve que él se derrumba un poco, porque nota que hay miles de personas amándolo y para él eso es casi más importante que un título.
De hecho, empezó a llorar, porque él está en una filosofía de vida muy de encontrarse a sí mismo, estar en armonía consigo mismo y ve que no le entienden, eso le desespera. Creo que, a día de hoy, con todo lo que le ha pasado en los últimos años —el pelotazo del US Open 2020, la final que perdió el año pasado, lo de Australia de este año…—, él está más fuerte que nunca. Yo le admiro profundamente porque dice lo que siente. No dice lo correcto para que la gente le adore y eso le honra. Luego, puedes estar más o menos de acuerdo con su forma de pensar, pero no puedes criticar la forma de ser consecuente con sus principios. Él respeta que yo esté vacunado, pero, por los motivos que sea, él ha decidido no hacerlo. No sé, yo soy muy fan de Djokovic, de Nadal y de Federer. No solo de Nadal y de Federer. Djokovic es un tío mucho más inteligente de lo que la gente cree.
De hecho, hay una cosa de Djokovic que es muy marciana y que sí creo que no se va a superar en muchísimo tiempo, que son las más de 361 semanas como número uno del mundo. Ha pasado desapercibido por completo.
Y es injusto. Porque si ese récord lo tuvieran Rafa o Federer, se recalcaría todo el rato como algo inaccesible, insuperable… A Djokovic no lo elevan a los altares porque genera mucha controversia y porque hay mucha gente que no está de acuerdo con su forma de vivir la vida. Eso debería ser independiente. Si tú quieres valorar lo que es su trabajo deportivo, has de valorar sus éxitos deportivos. Otra cosa es que hiciéramos una encuesta de quién te cae mejor o quién te transmite más.
Cuando miras hacia atrás y piensas que ya llevas diecisiete años retirado, ¿te da vértigo, alivio, alegría, nostalgia…?
Sorpresa, más que otra cosa. Me impresiona que haya pasado todo esto y, a la vez me alegra que todavía me recuerden. Hay gente que me dice: «Me encanta cómo comentas» y, luego, aclaran, «pero no te ofendas, también me gustabas como jugador». No me ofendo nada, porque ni yo pienso en cuando jugaba; es que, para mí, eso es pasado. Hoy en día, doy gracias a todo lo que aprendí como jugador porque me sirve para seguir aprendiendo como analista, comentarista o entrevistador. Me reconforta mucho más que me digan que les gusta cómo comento a que me recuerden porque gané el Masters. Por supuesto que me hace mucha ilusión cuando me recuerdan algún punto concreto o me preguntan por tal partido, cuando iba dos sets a cero… vale, pero han pasado diecisiete años. Si todavía estuviera pensando en cómo era yo cuando tenía veintiocho años y era el número dos del mundo… qué más me da, si es que no me acuerdo, ¿sabes? Para mí es mucho más importante pensar en lo que hago ahora y en lo que siento ahora. ¡Casi llevo los mismos años de comentarista que de jugador de tenis!
Tu último partido fue en Estoril, en 2005, contra un jovencito llamado Feliciano López… que, por cierto, acaba de ganar en Acapulco en dobles, con cuarenta años.
Feli tiene un físico privilegiado. Aunque ha sido un jugador de tenis exitoso, no sé si exprimió al cien por cien las capacidades que tenía. Se ha cuidado mucho en los últimos años y su físico le permite seguir ahí todavía. Quizá, cuando era más joven, no era tan consciente y a lo mejor no le sacó todo el rendimiento que pudo, porque para mí ha sido el mejor sacador español de largo y uno de los mejores de la historia del tenis. Ha ganado cosas, claro, pero yo creo que podría haber ganado alguna cosa más importante dentro de lo que ha sido una buenísima carrera. Ahí sigue, de hecho.
Pocas cosas estéticamente más bonitas que ver jugar a Feliciano López en hierba.
Es muy elegante, tiene muy buena presencia, un saque que es un cañón, muy buena volea… y sí que es verdad que, en la zona del revés, siempre ha tenido más problemas, a la hora de pasar a los jugadores, de ser más consistente, pero, en hierba, si lo corta y se va para adelante, la bola bota muy baja y molesta mucho al rival. Su derecha, sin ser muy explosiva, hace daño porque la coloca bien, y tiene muy buen feeling con la pelota. Por eso digo que, en algún momento, aunque ha hecho dos o tres cuartos de Wimbledon, le ha faltado algo más. Ha jugado muy bien por equipos con España, ha sido muy bueno en dobles, pero…
También es verdad que, a jugadores como Feliciano López o Fernando Verdasco, que han sido habituales en otro tipo de publicaciones más del corazón, si se quiere, se les ha mirado siempre con excesivo celo, como si, por ser el número diez o el quince del mundo y no el número uno fueran unos fracasados…
Bueno, pero la gente piensa eso o se burla de ellos por desconocimiento o, directamente, por envidia. No tienen ni idea de lo que hay detrás, del sacrificio que hay que pasar para llegar hasta ahí arriba. Lo que pasa es que si tú tienes una serie de programas que dan mucha más importancia a con quién vas o dónde vas a cenar o qué llevas puesto, pues al final eso prima sobre tu carrera deportiva porque es lo que consume la mayoría del público que no conoce nada de lo que conlleva ser tenista. Y, por otra parte, en las redes sociales, hay mucha gente que no respeta, que se juntan y se ponen a insultar a alguien porque tampoco tienen nada que hacer. Que tú opines está muy bien, pero son opiniones que no tienen valor, como mucho te pueden afectar si el altavoz que se les da es grande. Aun así, con el potencial que tenían tanto Verdasco como Feli, yo sigo pensando que, siendo mucho mejores tenistas de lo que la gente cree, le podrían haber sacado algo más de jugo a su tenis, pero, por supuesto, son ellos los que tienen que decir si han dado siempre el cien por cien o si han preferido también vivir otras experiencias, que es totalmente lícito.
Tu retirada fue algo inesperada, por decirlo de alguna manera.
Sí. Perdí contra Feli ese partido y en el siguiente entrenamiento, me di cuenta de que algo me pasaba en el ojo, que no veía bien, no calculaba las distancias. Llegué a jugar un challenger en Praga y, al volver, fui al oftalmólogo. Me dijo que tenía un derrame en la mácula y que tenía que retirarme. Bueno, en realidad, ese fue el empujón definitivo, porque es verdad que en aquellos tiempos cuando cumplías treinta ya lo normal era dejarlo. Tu tope era intentar seguir hasta los treinta. Pero en mi caso no fue decidido. A mí me hubiera gustado retirarme en el Godó o en algún torneo así especial, pero, ya ves, a día de hoy, me da absolutamente igual. En el momento me dolió más porque fue muy abrupto, pero tampoco fue traumático. Sentía que lo que había conseguido ya era lo que tenía que conseguir. La lesión en el ojo me privó de despedirme bien y de jugar más tiempo, pero no me privó de ganar nada grande.
Debutas en un torneo ATP en el Conde de Godó de 1992, poco antes de los Juegos Olímpicos, contra un crepuscular Sergio Casal…
En aquel Godó pasé la previa porque lo que querían mis entrenadores era que jugara previas, no que me dieran invitaciones al cuadro principal. Las previas son lo que te da experiencia, lo que te da rodaje. Para nosotros, Casal era un referente, sobre todo en dobles, aunque también le habíamos visto ganar a Boris Becker en la Davis aquella… pero sabía que en tierra y en individual tenía opciones. Creo que le gano 7-5 en el tercero y me arrodillo en la pista, porque es mi primer éxito como tenista. A las pocas semanas, me pasó algo parecido en Hamburgo: pasé la previa y gané a Emilio Sánchez-Vicario, otra leyenda de la época, que aún estaba cerca del top ten. Son partidos que recuerdas con mucho cariño porque te marcan un poco hacia donde tú quieres ir, ratifican que vas bien.
¿En qué momento te das cuenta de que no solo «se te da bien» el tenis, sino que te puedes dedicar a ello, que vas a ser uno de los cien en todo el mundo que pueden vivir de ello decentemente?
A ver, yo a los diez años ya entrenaba cuatro horas cada día: tres de tenis y una de físico. Y, por las tardes, estudiaba cuatro horas con profesores particulares, cara a cara, no en una clase, sin compartir nada con mis compañeros. Soy campeón de España a los doce, a los catorce, voy cumpliendo etapas, y a los dieciséis soy campeón del mundo, ganando la Orange Bowl, en Miami. Ahí ya estaba funcionando el Grupo Bimbo, coordinado por Manuel Orantes y con Javier Duarte como entrenador, y veo que tengo que tomar una decisión, incluso mis entrenadores me lo dicen: tengo que decidir si me quiero dedicar o no al tenis. Es el momento de definirse por una carrera. Tengo la gran fortuna de que mis padres me apoyan en todo y que, en ese momento, tanto la Federación Catalana de Tenis como la Española y el Grupo Bimbo empiezan a patrocinarme y ahí ya no tengo que ocuparme de nada más que de jugar al tenis. Ni yo ni mi familia.
Y todo cambia.
Claro. Ahí paso a entrenar ocho horas al día y, a los dieciocho, como te decía, empiezo a jugar previas ATP porque el año anterior acabo el año el 234 del ranking y con ese puesto ya puedes jugar previas. Ahí tengo la suerte de pasar la previa del Godó y ganar un partido, la de Hamburgo y ganar un partido, la de Roma y ganar un partido, la de Roland Garros… Luego, hago final en un challenger y ya estoy jugando directamente en cuadros de torneos ATP, va todo muy rápido. La parte más complicada de un tenista que empieza, que es la de los challengers y las previas, me la salto en seguida. Por ejemplo, yo no he ganado un challenger en mi vida porque he jugado muy pocos. De hecho, en una final iba 5-0 en el tercero y perdí el partido porque ya pensé que lo había ganado, contra Ronald Agenor.
¿Qué recuerdas de aquellos primeros años en el circuito? ¿Qué jugadores te intimidaban más, con cuáles te llevabas mejor?
Yo tenía dos posters en mi habitación: uno de Lendl y otro de Edberg. Lendl era mi ídolo por sus muñequeras, por cómo jugaba, por los passings que metía, y a medida que fui creciendo me fue impresionando mucho Edberg, por su elegancia, cómo sacaba y subía a la red, cómo vestía. Eran como dos contrastes, pero eran mis dos ídolos a nivel mundial. A nivel de España, tenía mucha cercanía con Jordi Arrese, era alguien que me daba muchos consejos, que me ayudaba, me recogía en coche y nos íbamos a correr juntos… Era muy disciplinado y muy buen referente para mí.
¿Cómo era jugar contra esos ídolos?
Un día, me tocó jugar contra Lendl en Burdeos y perdí 6-1, 6-4. Recuerdo entrar en la pista y estar detrás de Lendl ya impresionado antes de jugar el partido. Estoy ahí con mi ídolo, con el tío del que tengo un póster en mi habitación… Eso no puede ser. Cuando acabó el partido, no había móviles ni nada, llamé a mis padres y les dije: «Acabo de perder con Lendl 6-1, 6-4, quitad inmediatamente su póster de mi habitación». Yo no podía jugar con un tío al que tenía idolatrado. Yo ya era uno de ellos. No me refiero a «uno de ellos» por calidad, claro, pero sí en el sentido de que tenía que jugar contra ellos. Dos años más tarde, me toca Edberg y le gano, en pista rápida, además, en Indianápolis. Un milagro, casi.
Y ahí te das cuenta de que ese es tu sitio.
Al principio, cuando entras en el circuito, siempre tienes dudas. Si tendrás buen ritmo, si tus golpes serán suficientemente buenos, si vas bien de velocidad de piernas, si tu potencia te dará para jugar contra los grandes… y a medida que van pasando los años, te vas dando cuenta de qué es lo que necesitas. Yo observaba mucho y entrenaba mucho y cuando me eliminaban de un torneo, procuraba quedarme para poder entrenar con los buenos. Por ejemplo, Lendl me llamaba y me decía «Mañana entrenamos de 7 a 9». En Montecarlo, por ejemplo. Y yo pensaba: «Joder, ¿a las 7 de la mañana?» Y él decía: «Es que a las 7 de la mañana no hay nadie en el club, y así yo puedo entrenar tranquilo. No quiero que vengan tres mil personas a ver mi entreno». A las 7, yo llegaba y él ya estaba en el gimnasio, sudando, saltando a la comba. Me decía: «Ve entrando en calor, porque a las 7.15 o así entramos en pista y cuando entremos en pista, tenemos que estar ya calentitos…». Y así, un día tras otro. «¿Mañana a las 7 otra vez?» Ok. Y lo mismo con Muster o con Agassi. Les decía: «Oye, he perdido, si me necesitáis para entrenar…». Claro, yo metía mil bolas y era disciplinado. Si me decían «derecha cruzada, derecha paralela y luego subes», pues yo lo hacía al pie de la letra. Lo mismo que hice yo después con otros. Así les vas perdiendo el miedo a ellos. Les respetas, pero les pierdes el miedo.
Los primeros 90 son años de esplendor en el tenis español, los mejores probablemente hasta entonces: ¿qué recuerdas de los dos Roland Garros de Bruguera, el segundo contra alguien de tu generación, Alberto Berasategui?
Bruguera abre la lata. Nos mostró que, con nuestro estilo de juego, podíamos ser buenos. Emilio Sánchez había mostrado que podía ser un muy buen jugador, pero fallaba con el revés y los cuartos de final eran su techo. Era un muy buen doblista, junto a Sergio Casal, ganaron algún grand slam juntos, pero a nivel individual siempre había alguien que era mejor que él. Y Bruguera nos mostró que, jugando a «nuestra» manera: con una derecha liftada, tirando para arriba el revés, teniendo un buen saque, siendo disciplinados y con muy buen físico, se pueden ganar grand slams. Fue como un despertar para nosotros y, de hecho, Alberto Berasategui en 1994, con ese estilo tan peculiar, se dispara cuando parecía que yo estaba más preparado porque llevaba más años a las puertas. Lo que pasa es que yo no tenía su potencia, yo necesitaba ir pasando por distintas etapas poco a poco. Alberto, en cambio, con esa derecha que tenía, un revés y un saque efectivos y un muy buen juego de piernas, se dispara, queda entre los diez primeros, gana siete títulos y hace final de Roland Garros. Para nosotros, fue la confirmación de que uno de los nuestros, del Grupo Bimbo, podía jugar la final de París. Y eso, para Costa, para Moyà, para mí… es un aliciente más. ¿Si él lo ha hecho, por qué no lo vamos a hacer nosotros?
¿Estaba Félix Mantilla ahí también con vosotros?
Mantilla viene desde un poco más abajo. Mantilla llega un poco más tarde. Era muy duro, muy sólido. El año que gana Charly en Roland Garros, yo le gano a Pioline y él le gana a Félix en semis.
Tu primer Grand Slam fue, cómo no, Roland Garros, en 1992, y perdiste en cinco sets ante una máquina de la tierra batida: el argentino Mancini.
Paso la previa, me toca Mancini y me pongo 3-0 en el quinto… Habíamos empatado a dos sets y se puso a llover, así que empiezo al día siguiente superagresivo, cojo esa ventaja, pero no soy capaz de mantener el ritmo ante un tío tan bueno… y me acaba ganando 6-3. Pero ya estaba ahí. Ya estaba entre los buenos.
Por aquel entonces, era difícil imaginar a un español rindiendo a alto nivel fuera de la tierra batida, pero tú no te pusiste límites.
Yo estuve mucho tiempo con Duarte, también me asesoró mucho Orantes… y hubo un momento en el que nos dimos cuenta de que, salvo Roland Garros, Roma, Hamburgo y Montecarlo, todo lo demás era pista rápida. Si quería ser un jugador grande, el 80 % del circuito era en pista dura, así que, en vez de entrenar sobre tierra batida, nos íbamos a La Vall d´Hebrón, a La Teixonera… a entrenar en pista rápida. Al cabo de un tiempo, preguntamos si nos podían hacer pistas cubiertas en el CAR (Centro de Alto Rendimiento) y ese fue el cambio más grande. En el verano de 1995, en vez de irme a jugar torneos de tierra batida por Europa, me fui a Estados Unidos a jugar en pista rápida. No ganaba un partido, pero lo veía como una inversión. Muchos de mis compañeros me decían que estaba loco, que en tierra se ganaban más puntos… y tenían razón a corto plazo, pero, a medio plazo, si quería llegar a lo más alto, si quería aspirar a ser el número uno, tenía que jugar en todas las superficies. Era la única forma.
Ese mismo 1995, en segunda ronda del US Open, te pones dos sets a uno contra Andre Agassi, que parecía imbatible aquel año, ¿qué piensas?
Pues que no estaba preparado para ganar. Ni aun estando dos sets a uno arriba. Sabes que vas al límite, el ritmo de Agassi te dejaba con la lengua fuera, te movía como un péndulo. Parecía que jugaba al ping-pong: se metía en la pista y te tiraba cada bola a una esquina. Te hacía sentir como un conejo detrás de la pelota. Sí, iba dos sets a uno, pero era consciente de que, si Agassi no tiraba el partido, no iba a llegar. De hecho, hablo de memoria, creo que me gana los dos últimos sets 6-0, 6-2. Acabé acalambrado pero feliz, porque lo había dado todo en la pista central del US Open, en Nueva York. Al día siguiente, salí a la calle y me conocía todo el mundo (risas). Me paraban en la Quinta Avenida y todo, no entendía nada.
Al año siguiente, en cuartos de final, te toca Pete Sampras. Es el famoso partido de los vómitos, por el que seguro que mucha gente te recuerda en Estados Unidos.
Yo ni soy consciente de que él vomita, porque estoy muy lejos. Veo que le pasa algo y pienso que se encuentra mal. Llevamos cuatro horas y media jugando y pienso «este está fundido», porque, además, yo estoy superbien de físico, jovencito, tal… y Sampras era un tío de saque-red, que no solía complicarse mucho en sus partidos porque ganaba siempre con mucha solvencia. Ese día, yo le llevo al límite porque le juego «pim-pam, pim-pam» y eso, a él, le destroza físicamente.
Hasta que llegáis al tie-break del quinto set.
Y ahí yo sí estoy convencido de que voy a ganar. Le dan una advertencia, pero le tendrían que haber quitado algún punto, porque se tomaba muchísimo tiempo entre saque y saque para recuperar. Si hay veinticinco segundos, él se tomaba cuarenta o cuarenta y cinco. De media, se tomó cuarenta segundos, me lo dijo un periodista de aquí cuando se cumplieron los veinticinco años de aquel partido. Hay puntos en los que se toma más de cincuenta, pero, claro, es que era el número uno del mundo. El juez de silla le dio una advertencia y las veinticinco mil personas casi se lo comen, imagínate si le quitan un punto.
Llegas a tener bola de partido a favor.
Con 7-6 y saque suyo. Voy en carrera y le tiro una derecha cruzada, pero el tío se estira, consigue volear y me deja la pelota muerta. Luego me hace el ace de segundo saque cuando se está muriendo y a mí eso me parte la cabeza porque pienso «este tío se está muriendo y me acaba de hacer un ace de segundo saque». Me descoloca hasta tal punto que pierdo el partido en el siguiente punto porque hago doble falta. Pierdo por completo la concentración, es el primer momento en todo el partido en el que pienso que no voy a ganar. Y estaba a dos puntos de ganar, pero ya pienso «nada, es imposible, no voy a ganar».
¿Sientes que aquel torneo te pone «en el mapa» tenístico? Es uno de esos clásicos que sabes que la ESPN o la cadena de turno van a echar luego mil veces.
Bueno, ese partido me sirve para confirmar que voy por el buen camino. Lo de la ESPN te importa tres pepinos, ni te lo planteas. Te pone en tu mapa. Te dices «estoy listo». Porque tengo veintidós años, porque estoy el 25 del mundo y porque ya veo que, incluso en rápida, puedo ganar al mejor. Seis meses más tarde, gano Roma y me meto entre los diez primeros del ranking.
De hecho, le ganas al «Chino» Marcelo Ríos. Poca gente he visto yo con el talento de Ríos y a la vez con la sensación de desprecio hacia el juego que tenía, como si no le pudiera importar menos todo aquello.
Un talento descomunal. «El Chino» te sobraba, te hacía sentir un inútil en la pista y a él le encantaba hacerte sentir un inútil. Lo flipaba y le encantaba fliparte a ti, incluso en los entrenos. Yo me llevo muy bien con él, jugamos diez veces y cada uno ganó cinco. Él me ganó en la final de Montecarlo 6-4, 6-4, 6-3 y dos semanas más tarde jugamos la final de Roma. Para mí, «el Chino» era un rival súper difícil, porque yo era disciplina, orden, entrega… y él era todo lo contrario. Me sacaba de mis casillas. Te pegaba un saque, te hacía una dejada, te metía un angulito, te restaba tres a la mierda, le daba todo igual… y eso a mí me volvía loco. Le gané 7-5, 7-5, 6-3, o sea, casi, casi, le devuelvo el mismo resultado. Era alguien muy único.
¿No crees que se arrepiente de haber sido tan indisciplinado? Llegó a ser número uno, pero solo jugó una final en Australia, creo.
No sé cuánto se arrepiente y cuánto no, no tengo ni idea. Está claro que él fue número uno y que ganaba en Montecarlo, ganaba en Roma, ganaba en Hamburgo… pero cuando llegaba a París, en cuartos de final no le daba para más, porque físicamente o mentalmente petaba. El talento te puede dar muchas victorias, pero siempre y cuando tú hayas trabajado mucho. Si no, solo con el talento, llega un punto que te acaban pasando por encima porque siempre hay alguien que también tiene mucho talento pero que ha trabajado más que tú. Y eso es lo que le pasaba al «Chino» en Roland Garros o en los demás grand slams.
Otro tío con el que te enfrentaste mil veces, antes me hablabas de pasada de él, fue Thomas Muster, uno de los grandes referentes de la tierra batida de los noventa.
Muster era un calvario. Una versión desmejorada de Rafa. Era un drama jugar contra él. Ibas a jugar y te lo encontrabas calentando como una bestia en el vestuario. Te cambiabas de ropa pensando: «¿En serio tengo que jugar contra este ahora?». Tenías la sensación de que estaba grillado, pero tenía un físico descomunal y cuando entraba en la pista su táctica era llevarte de lado a lado, desgastándote durante media hora, aunque fueras 2-1. Y tú sentías: «Me voy a morir». Porque si llevas media hora corriendo y solo vas 2-1… A veces, tenía la sensación de que ni siquiera me ganaba los puntos porque no quería. Había bolas que se quedaban a media pista y en vez de ganármelas, me volvía a meter un angulito para que pensara que podía llegar y me diera otra carrera. La metía dentro y me volvía a meter otro ángulo. Y así, todo el rato.
Un tipo peculiar.
Yo tengo dos anécdotas increíbles con Muster. Él me ganó muchas veces porque yo no tenía potencia suficiente para ganarle y una de ellas fue en México, no sé cuántas llevaba seguidas conmigo, puede que fuera la octava por lo menos. Y el tío me da la mano y me dice: «Sorry, Alex, I beat you one more time» (Lo siento, Álex, te he vuelto a ganar). Me contracabrea lo que me dice, me quedo flipado: no solo me ha ganado, sino que me lo ha pasado por la cara. Más adelante, gana Montecarlo, gana Roma, gana París, lleva como cuarenta partidos seguidos ganando en tierra batida y a mí me toca en primera ronda de Gstaad.
Así, para empezar.
Sí, me recoge el chófer y tiene unos papelitos con el cuadro y empiezo a mirar por arriba, que él estaba de cabeza de serie número uno, y veo Muster-Corretja. Pienso: «La madre que me parió». Me podía haber tocado otro. Total, que juego contra él y le gano. Jugué un partidazo, subiendo mucho a la red, porque Gstaad tiene mucha altura y me venía bien esa estrategia… y, cuando le voy a dar la mano, tengo el atrevimiento de decirle «Sorry, Thomas, I broke your record» (Lo siento, Thomas, te he roto la racha). El pavo se me quedó mirando con ojos de fuego y a las tres o cuatro horas, yo estaba en la habitación y me suena el teléfono del hotel. Era su entrenador, Ronnie Leitbeg, que se ha muerto hace unos pocos días, y me dice: «Eh, Alex, ¿qué tal?». Yo estaba ahí todo agrandado, pensando que me llamaba para felicitarme porque me había cargado a su jugador, y me suelta: «Thomas me ha dicho que si podéis entrenar mañana a las diez». Y yo: «¿Qué? Pero si le acabo de ganar, ¿para qué voy a entrenar con él mañana?». Me explica que quería entrenar conmigo, que quería practicar cosas… en fin, yo llamo a mi entrenador, se lo explico y le parece bien, así que, al día siguiente, estamos entrenando y a los quince minutos me dice: «¿Jugamos un set?». Yo no entendía nada, pero, bueno, jugamos el set y me cascó un 6-1. Me dio la mano y ya se quedó tranquilo, en plan «me ganaste ayer, pero el puto amo soy yo».
En 1998, juegas tu primera final de Roland Garros, contra tu amigo Charly Moyá, que había disputado a su vez la final de Australia el año antes, contra Sampras. ¿Tuviste la sensación de no haber competido al cien por cien? ¿Te pudo el escenario más que a Charly?
A ver, lo que más influyó fue que Carlos tenía un juego muy difícil para mí: una derecha muy potente y un saque muy fuerte. Era muy alto, cubría muy bien la pista… Tenía un revés normal, pero no generaba casi potencia, cosa que a mí me venía casi peor. Y, luego, es verdad que había jugado la final de Australia el año anterior y eso le enseñó a no ser conformista. Aparte, en el camino a la final, yo juego el partido más largo de la historia de Roland Garros, en tercera ronda, contra Hernán Gumy, cinco horas y treinta y un minutos. Eso me deja fundido y, aunque me recupero, y de hecho hasta la final no pierdo ni un solo set, ya me quedo tocado. Había jugado final en Hamburgo, había hecho otros resultados y el caso es que llego a la final bien, pero no muy fresco… y Carlos me pasa por encima porque juega mucho mejor que yo. Mi único reproche es mi poca preparación para ese partido a nivel mental. No haberme reunido la noche anterior con mi equipo para dejar claro hasta qué punto esa era una oportunidad única. Lo quise afrontar como un partido más para no darle mucha trascendencia y salí a la cancha en plan: «Si pierdo, no pasa nada: he hecho final de Roland Garros, que es la leche, además contra un amigo…» y, de hecho, cuando pierdo, salto la red y le abrazo porque yo estoy viendo ahí un amigo, no un rival.
Pero no era un partido más.
No, y me tomó unas semanas darme cuenta de que entre ganar y perder ese partido había mucha diferencia. En muchos sentidos. En la forma que veía que trataban a Charly en los torneos, en el trato que le daba la prensa… y te das cuenta de que ser finalista no había sido un éxito. A lo mejor lo habría sido si hubiera perdido contra Agassi, porque aquí habría sido yo el protagonista, pero al sentir que había otro español que me había ganado, en el fondo, en el orgullo, me picó. Empiezas a pensar que llegar a la final, bueno, no es para tanto… cuando, en realidad, es la leche.
Ese año tuviste varios duelos con Moyà, que también te eliminó del US Open, antes de cruzaros en el Masters.
Carlos me ganó en Montecarlo en dos sets, me ganó en París en tres sets y en el US Open me volvió a ganar en tres sets. No le gané ni uno de esos ocho sets. Llegamos a la final del Masters, en Hannover, y se pone delante 6-3, 6-3… pero dentro de mi fuero interno, yo siento que puedo ganar ese partido. Porque es una pista cubierta, porque yo no he acabado de encontrar mi mejor versión y porque mi deseo de ganar ese partido es infinito, no como en París. A medida que va pasando el tercer set, el juego se iguala, hay un punto ahí con cinco iguales que él tiene la posibilidad de romperme el saque, no lo consigue, y yo siento que puedo, que estoy. Gano el tercero, el cuarto… y en el quinto voy 3-1 abajo, pero sigo sintiendo que puedo ganar. De hecho, saco para ganar el partido y pierdo el saque, como le pasó a Rafa en Australia con Medvedev, también por eso me emocioné tanto cuando lo vi, porque me recordaba a lo que me había pasado a mí. Me removió muchas cosas. Al final, acabo ganando porque él tira una derecha fuera y me dejo caer al suelo, agotado. Era un 29 de noviembre, llevábamos compitiendo desde el 3 de enero. Once meses viajando y jugando. Y ahí sí me vienen catorce años de mi vida: desde los diez, estudiando, con un profesor al lado; entrenando siete-ocho horas cada día. Me dejo caer como diciendo: «Vale, ha merecido la pena». Yo no necesitaba mantenerlo en el tiempo, necesitaba sentir en un momento concreto que yo era el mejor de todos. Y fue en ese torneo.
No ha vuelto a ganar ningún español el Masters, ¿no?
No. Lo ganó Orantes en los setenta, que salió también de este club.
Igual que hablábamos antes de la poca importancia que se le da a veces a ser número uno del mundo, podríamos hablar de lo poco que se reconoce el título de «maestro» cuando el nombre lo dice todo.
A veces pienso que eso es lo que me ha hecho también ser diferente a mis compañeros. No gané ningún grand slam, eso es cierto, pero ganar Roland Garros ha sido más habitual en nuestro deporte y, en cambio, ganar el Masters, de mi generación, solo lo he conseguido ganar yo. Eso me ha hecho tener una consideración especial desde el punto de vista profesional. Es verdad, volviendo a lo que tú decías, que la gente no es ni consciente de lo que es ganar el Masters, porque como no lo ha ganado Rafa, en España se le da menos valor. Si lo ganara Rafa, lo pondría en alza, porque los que son muy entendidos en la materia dicen: «No lo ha ganado ni Rafa, fíjate si es difícil este torneo», pero los que no son tan entendidos piensan: «Bueno, no es tan importante, Rafa no lo ha ganado y lo ha ganado todo».
También es verdad que lo de Rafa y el Masters es, hasta cierto punto, raro.
Es una cuestión tenística. En pista cubierta, no hace ni la mitad de daño, y además se juega siempre al final del todo, cuando él ya está muy tocado físicamente. En cambio, para Federer, Djokovic y otros, jugar en esa pista es como para nosotros jugar en tierra. Es algo natural para ellos. Por eso, Rafa no lo ha ganado… y ojalá lo ganara, porque yo creo que realzaría el mío.
Pocos meses después, Charly llegaría al número uno del mundo. Tú te quedas a las puertas…
Yo voy avanzando poco a poco: en 1997, me meto entre los diez primeros y acabo el doce. En 1998, acabo el tres, y cuando acabo el año, me reúno con mi equipo y decimos: «Vamos a seguir igual, vamos por el mismo camino, porque estamos muy cerca del número uno». En el primer torneo de 1999, en Sídney, hago final y me meto el dos antes del Open de Australia. El uno es Sampras, pero Sampras no compite. Bueno, por ahí estaba «el Chino» Ríos también, ahora no recuerdo, puede que él estuviera por delante, lo que sí recuerdo es que soy el cabeza de serie número dos en Melbourne. Y yo no lo siento como una presión extra, sigo haciendo mis rutinas, mi trabajo… pero se empieza a notar el esfuerzo que llevo del 97 y del 98, en el que gané cinco títulos, hicimos semis de la Davis, gané el Masters de fin de año, di mil entrevistas, con el desgaste emocional que eso supone… El caso es que perdí en Australia, quedándome a tres partidos del número uno, y me fui a Dubai, porque aún sentía que estaba muy cerca.
¿Y qué pasa en Dubai?
Pues aún vivía con mis padres y le dije a mi madre: «Es que yo no iría a Dubái, pero estoy muy cerca del número uno y tengo que ir». Y ahí me equivoqué. Si sientes que has de ir, has de ir, pero si sientes que no has de ir es por algo. Voy, pierdo en primera ronda ante Andrew Ilie, con 7-6 en el tercero, y hay ahí un efecto boomerang: no solo me he ido a la otra punta del planeta, sino que además he perdido. Vuelvo aquí y me voy a Indian Wells. Yo ya estaba muy cansado, pero hice un último esfuerzo. Perdí con Philipoussis y ahí sí que me vine abajo. A Miami fui ya sin fuerzas y ahí ya dije: «No puedo seguir jugando, tengo que descansar» y me perdí Montecarlo y parte de la tierra batida. Me hicieron una analítica y tenía los glóbulos rojos por los suelos, en fin, que estaba agotado y me acabé perdiendo torneos que no me quería perder y que daban muchísimos puntos. Fui a Dubai, que no hubiera pasado nada si no iba, y me acabé perdiendo los que sí me importaban. En 1999 ya empieza mi bajón, porque empiezo a jugar por inercia, sin fuerzas. Acabo el año el 25 o el 26.
Pero en 2000 sí que haces un año muy bueno.
Sí, porque me voy recuperando. En las charlas motivacionales a empresas, hablo mucho del año 2000. Yo ahí hago cambios: de preparador físico, de raqueta, de mentalidad… y voy a Australia y pierdo 6-0, 6-0, 6-1 contra Hewitt. La gente pensaba: «Hostia, este tío ya no se recupera de esta». Pero yo siento que estoy bien otra vez, porque vuelvo a tener ganas de jugar. El siguiente partido es de Copa Davis, contra Italia, pierdo el primer set contra Andrea Gaudenzi 6-4 y luego le gano los siguientes 6-1, 6-1, 6-1. Me voy a Indian Wells y gano Indian Wells, en pista rápida, jugando contra tres «top ten». De repente, vuelvo a estar arriba.
El año es muy completo en muchos aspectos.
El gran objetivo era ganar la Davis e intentar ganar una medalla olímpica… en individuales. Lo primero lo consigo y lo segundo, atípicamente, lo acabo logrando en dobles. Gano cinco títulos y acabo «top ten», que era mi máxima ilusión.
Vamos con los Juegos de Sídney: bronce con Albert Costa en dobles.
Para mí, fue lo mejor que he vivido en mi carrera. La experiencia de convivir con los demás deportistas en la Villa fue lo mejor que me ha pasado. Fue súper enriquecedor: aprender de otras disciplinas, de otras formas de ser, de otros caminos… Estabas en el gimnasio, veías a los rusos, que estaban serios, concentrados, con un gesto duro, y al lado estaban los brasileños, que entrenaban con música, o los italianos, que entrenaban mirándose en el espejo (risas). Era un contraste tremendo. Yo soñaba con dos momentos: el de la ceremonia inaugural, que pensaba que iba a ser increíble, y lo fue: la gente llorando, abrazándose, dándose besos… A ver, yo había estado en pistas de tenis y en el campo del Barça haciendo un saque inicial, pero aquello era completamente distinto. Son miles de personas gritando cuando sales con la bandera de tu país. Y ahí abajo, miles de deportistas. No había redes sociales, cosa que probablemente nos hizo disfrutarlo más en aquel momento. Había gente grabando con sus cámaras, pero no era el rollo de ahora con los teléfonos.
¿Y el otro momento?
La medalla. Yo pensaba que iba a ser en individuales porque venía de un verano brutal: gané en Gstaad, gané en Kitzbuhel, gané en Washington y luego ya venían los Juegos. Estaba de la pera, pero me tocó contra Tommy Haas, que era un alemán muy bueno, y fue como «hostia, vaya oportunidad se ha escapado». Teníamos el dobles, pero nos lo tomábamos un poco de broma, con Albert Costa. Estábamos tan despreocupados que eso nos fue motivando, éramos muy amigos, y fuimos creciendo en el torneo. Fue un milagro, aquello, porque en segunda ronda ganamos a los bielorrusos, que tenían a Max Mirnyi, que era un pavo de 1.95, y otro que se llamaba Voltchkov, al que le daba igual todo, reventaba la pelota… Tuvimos bola de partido en contra y ganamos. Ahí pensamos: «Oye, pues igual podemos hacer algo grande».
Pero se cruzan los «Woodies».
Woodbridge y Woodforde, dos australianos que eran intratables. Nos tocaron en semifinales y no pudimos hacer nada… La medalla de bronce nos la jugamos contra Adams y de Jager, dos sudafricanos. Ahí sentimos por primera vez la sensación de que esto va en serio. Perdemos el primer set 6-2, ganamos el segundo y en el tercero vamos 2-1 arriba y 15-30 sobre su saque cuando se pone a llover un poco. Ganamos el siguiente punto, 15-40, y se pone a diluviar. Fue como «hostia, no me jodas». Partido suspendido. Nos lo pusieron al día siguiente a las diez de la mañana con el estadio vacío porque las entradas ya no valían. Nos fuimos a la Villa Olímpica. Albert y yo dormíamos en la misma habitación. Yo estaba obsesionado con que él tirara el resto paralelo, le tiraran a la derecha o al revés, porque sabía que el de la red iba a intentar cubrir el centro para molestarle.
¿Os pasasteis toda la noche dándole vueltas a ese golpe?
A ver, es que, si tiraba paralelo y el pavo no se movía, yo, que me iba a quedar atrás, podía pillar la volea. Y si se movía, era punto nuestro. Acordamos eso, apagamos la luz y, al rato, la vuelve a encender Albert y me pregunta: «¿De verdad crees que tengo que tirarla paralelo?». «Cien por cien», le digo. No lo tenía claro. Yo le insistí con lo del paralelo y además le dije: «Si ganas el punto, luego no te vuelvas loco, porque es solo 3-1 y me va a tocar sacar a mí y me desconcentras». Al día siguiente, calentamos y tal, y en el primer punto le sacan increíble, abierto, y te juro que pienso: «Es un ace», pero Albert llevaba una raqueta con un marco más grande de lo normal, así que consigue estirarse, llega a la pelota, la tira paralela y la gana. Yo me quedo flipado, y el tío viene corriendo, empieza a saltar, y le digo: «¡Vete, vete!» (Risas).
Y, luego, en la Copa Davis, pasa algo parecido: llegas a la final como el español con mejor ranking, pero el punto que ganas es con Balcells en dobles.
Bueno, pero esa fue una táctica del G4, que eran los capitanes por entonces. La final era el 8, 9 y 10 de diciembre. Aún más tarde que la del Masters de 1998. Yo venía de jugar el Masters de ese año, que pierdo contra Sampras, pierdo contra Safin y gano a Hewitt. En la vuelta de avión, de Lisboa a Barcelona, Javier Duarte, que era mi entrenador y el líder del G4, me dice que me tiene que comentar una cosa: «Hemos hablado el G4 y el viernes no vas a jugar los individuales». Yo no entendía nada, así que me explica: «Queremos que Albert juegue el primer día, que tendrá menos presión, y creemos que tanto tú como Ferrero vais a ganar a Rafter… pero si a ti te desgastamos el viernes tres o cuatro horas, vas a estar muy tocado el sábado y eso te va a obligar a jugar el primer partido del domingo contra Hewitt. En cambio, si tú no juegas el primer día, el domingo tú puedes jugar el primer turno o el segundo. Como consideramos que el dobles es nuestro punto débil y las opciones de ganarlo son muy pocas, tienes que jugarlo tú, que eres el líder del equipo y el que más experiencia tiene. Y si llegamos con 2-1 a favor al domingo, el primer punto lo juega Ferrero y a ti te reservamos para un posible 2-2».
¿Y qué le dijiste?
Pues le miré y le dije: «A ver, no juego el viernes, que creéis que es el partido más fácil; juego el sábado, que creéis que lo vamos a perder… y el domingo, solo juego si vamos 2-2, que es el punto más jodido de la historia del tenis español». Es que no habíamos ganado una Davis nunca. Me dice: «Sí, ese es tu rol el siguiente fin de semana» y yo pienso: «Joder» (risas).
Pero sale bien…
Sí, a ver, yo necesito unos segundos para asimilarlo, pero le digo: «De acuerdo, lo acepto, vamos a ganar». Porque no íbamos a perder en tierra contra Australia, estaba convencido. Eso me lo dicen a mí en el avión, y cuando se lo explican al resto del equipo en Barcelona, tanto Albert como Ferrero dicen: «No, no, no, Álex tiene que jugar el primer día». Ahí, yo les dije que estaba ya decidido y hablado. Desde afuera, parecía que yo no había querido jugar el primer día, que si estaba nervioso… Nada más lejos de la realidad, yo quería jugar todos los días, pero exponerme a jugar tres partidos al mejor de cinco sets el 10 de diciembre, teniendo en cuenta que tanto Ferrero como Albert tenían muy buen nivel era absurdo. Yo, lo que quería, era llevarme la Copa a casa, y que fuera Ferrero el que diera el passing decisivo y el que saliera a hombros, a mí, particularmente, me da igual. A otros, igual no, pero a mí, sí. Ferrero fue el héroe de la eliminatoria y así ha quedado para la historia, pero yo sé lo que aporté a esa Copa y los que estaban ahí, lo saben. Lo que opinen los de fuera me da igual.
¿Cómo fue ese partido de dobles contra Woodforde y Stolle?
Normalmente, Woodforde jugaba con Woodbridge, pero este iba a ser padre y prefirió no viajar con el equipo. Aun así, Woodforde era el número uno en dobles y Stolle era el tres, así que lo dábamos por perdido. En el primer punto del partido, nos saca Stolle y resta Balcells. Balcells era un tío que sacaba increíble, voleaba increíble, smashaba increíble… pero restaba justito. Y en ese primer punto, resta una, devuelve otra y a la tercera pega un passing de revés que supera a Woodforde en la red. Y yo digo: «Estamos». Siento que vamos a ganar. Porque si Balcells, en el primer punto, que está súper tenso, es capaz de hacer eso desde el fondo de la pista, que en principio es su punto débil, hostias… Y en el primer punto de break que tenemos, me saca Stolle a la derecha, la devuelvo y me volea tan abierto que me da la posibilidad de correr y pegar un revés paralelo que pasa entre el recogepelotas —que le podía haber reventado la cabeza— y el poste de la red y acaba entrando en la esquina. El otro día me dijo alguien en Marbella: «Es el mejor revés que he visto en mi vida» y yo le dije: «Es el mejor revés que he pegado en mi vida» (risas).
Y les acabasteis ganando.
Romper en el primer juego nos dio mucha confianza. Las sensaciones eran muy buenas. Quedaba mucho partido, lógicamente, pero empezamos a creérnoslo y acabamos 6-4, 6-4, 6-4. Nos poníamos 2-1 y al día siguiente Ferrero jugaba contra Hewitt. Un partido muy difícil, pero yo quería que entendiera que la presión la tenía yo, que si él perdía no pasaba nada, era yo el que se lo jugaba todo con el 2-2. Pero Juan Carlos jugó un partidazo y no hizo falta que jugara yo. Da igual. Lo que queríamos era tener la Copa en casa.
Por entonces yo tenía veintitrés años, llevaba toda mi vida viendo tenis y te reconozco que ya me había hecho a la idea de que nunca vería a España ganar una Davis. De alguna manera, es el comienzo de la famosa «edad de oro del deporte español».
A ver, está feo que lo diga yo, pero sí que, a nivel de equipos, abrimos un melón importante que ayudó a los del básquet, los del fútbol. Es verdad que estaba el waterpolo, nosotros teníamos muy buena relación con ellos, eran un equipo muy peculiar, muy curioso, con diferentes personalidades, y conocerlos a ellos también nos sirvió y nos ayudó a entendernos entre nosotros. Ahí estaba Estiarte, estaba Rollán… personalidades muy fuertes. Era un deporte quizá más minoritario, pero nos motivaron mucho a pensar que nosotros también podíamos ganar lo que ganaban ellos. Nos abrieron un camino, igual que nosotros lo abrimos entre los deportes quizá con más público. En el circuito, nos decían muchas veces que no íbamos a ganar la Davis, nos lo decían los suecos y tal, que a mí me fastidiaba un montón. «Vosotros sois buenos, pero en Copa Davis no sois un buen equipo», decían. Y, realmente, bueno, yo creo que lo conseguimos porque no hubo envidias. Todos teníamos muy claro lo que teníamos que hacer. Si yo hubiera sido envidioso y hubiera puesto mal rollo en el equipo o me hubiera enfrentado a los capitanes… pero, en fin, ellos ya sabían a quién se lo decían. Si yo no hubiera sido como soy, no me lo habrían planteado.
En 2001, llega tu segunda final de Roland Garros, contra Gustavo Kuerten, ¿dirías que ha sido el mejor jugador de tierra batida de la era moderna detrás de Rafa Nadal?
Sí, probablemente, sí. Era muy alto, tenía muy buen saque, muy buena potencia en la derecha, un revesazo… Era muy bueno. A mí me neutralizaba muy bien mi revés cruzado, me cambiaba al paralelo, hacía dejadas… Era súper difícil jugar contra él, y en Roland Garros, que la pista es tan grande, más difícil todavía. Esa final es el partido, sin duda, que más me duele de mi carrera.
¿Sí?
Sin duda. Porque es la final de Roland Garros, porque voy un set arriba, porque me había dejado la piel y la vida… El primer set lo gano 7-6, en el segundo llegamos a cinco iguales y ahí tengo punto de break. Estoy con viento en contra y pienso que, si gano ese punto y saco luego con viento a favor, me pongo dos sets a cero y le puedo ganar. Jugamos el punto y acabo fallando un revés paralelo que se me va por un centímetro. El siguiente punto, el tío me quiere hacer saque-red, pero le resto profundo y en una derecha suya, la pelota toca la cinta y se queda muerta en mi campo. Y en el siguiente, no sé qué hace también, que, en fin, me gana tres puntos de mierda que a mí me medio descolocan. Entonces, me toca sacar a mí con viento a favor que, en principio, te ayuda, pero estoy más temeroso para no tirarlas fuera y él aprovecha para soltarse y me gana el set.
Un palo tremendo.
Según acaba el set, me meto en el baño por una salida que tienen en Roland Garros, me miro al espejo y pienso: «No voy a ganar. No voy a ganar este puto torneo». Y pierdo 6-2, 6-0, no fui capaz de recuperarme. No pude olvidar lo que había sucedido. Tenía veintisieteaños y sentía que llevaba diecisiete años de mi vida intentando ganar ese grand slam… y cuando vi que se me escapaba, me dio igual perder 6-3, 6-3 que 6-2, 6-0. Me molesta porque no di todo lo que tenía todavía y porque es un partido que me podía haber dado un grand slam que al final no gané. Años después, hablando con Kuerten me dijo: «Hostia, es que yo pensé que, si me ganabas ese juego, me ganabas el partido, porque yo no tenía ni idea de cómo ganarte, eras una puta pared». Estaba a esto de conseguirlo y al final me quedé a millones de años luz.
En ese torneo, le ganas a Federer en cuartos y a Grosjean en semifinales. Hay una percepción en el aficionado español de que en Francia y en Roland Garros odian a los españoles, ¿tú lo notabas así?
¿Tú crees que los franceses odian a los españoles?
Hombre, «odiar», no…
¿Que les tienen manía? No te digo hoy, te digo hace veinte años.
Bueno, la cosa puede haber variado por Rafa.
A ver, no es un tema de que odien a los españoles, pero había un pique entre Francia y España a nivel deportivo, a nivel social… Ahora, creo que no, creo que no existe, pero veinte años atrás… Nosotros sentíamos que les «molestaba» que ellos, siendo una gran potencia, teniendo recursos y las facilidades que tenían, tuvieran que ver cómo llegaba un país con menos recursos y ganara con Arantxa, con Moyà, con Costa, con Ferrero… No era tanto que nos tuvieran manía a nosotros por ser nosotros sino en plan «joder, ¿qué hacen estos que nosotros no somos capaces de hacer?». En la final de Roland Garros, ellos adoptan a Kuerten como hijo predilecto porque ya que no tienen un francés y yo me había cascado al francés que tenían en semis… y en el año 98 también me había cascado al francés que tenían en semis (Cedric Pioline), pues van contra mí no porque me tengan manía, que a mí siempre me han tratado espectacular en Francia, de hecho, todos mis contratos eran franceses: Lacoste, L´Oreal, Biotherme… pero en esa final, ellos adoptaron a Kuerten como suyo, de ahí la historia del corazoncito.
¿Qué historia?
Pues él estuvo con match point en contra en octavos de final, que estábamos todos en el vestuario viendo el partido a ver si se lo cargaba Michael Russell. Acabó ganando y dibujó un corazoncito con la raqueta en la pista. En la final, cuando me gana a mí, hace lo mismo y todo el mundo: «Hostia, qué bonito», y, hoy en día, voy a Roland Garros y una de las imágenes es el puto corazón de Kuerten, que yo lo que quiero es meter un petardo en ese corazón (risas).
Tiene que pasar casi un año, hasta Roland Garros 2002, para encontrar un resultado a la altura: semifinales contra Albert Costa.
Yo ahí empiezo a perder la fe en que puedo ganar un grand slam, es cuando llego al límite. Mis fuerzas empiezan a bajar. En 2001, aún gano un torneo en Amsterdam, pero en 2002 mis resultados durante la gira de tierra son nefastos. Lo que pasa es que mi propia experiencia, mi propio juego, hacen que llegue a Roland Garros y vuelva a hacer un buen torneo. En semifinales, me encuentro con un Albert relajadísimo, al que todo le iba de cara, había sido padre de dos hijas, ya casi ni contaba con que iba a ganar un grand slam… Albert era un tío que tenía todos los golpes: el saque, la derecha, el revés, le salía todo natural. Empezamos a trabajar juntos físicamente, también, con el mismo preparador, porque me lo pidió él como amigo, y no solo me gana a mí, sino que luego le gana en la final a Ferrero. Pero es que mis semis están muy condicionadas, porque yo siento que, si gano y me toca jugar la final contra Ferrero, no tengo opciones. Si ves fotos de la época, yo tenía un herpes en la cara y físicamente estaba fundido. En mi fuero interno, pienso: «Joder, es que si llego a otra final y la pierdo con Ferrero… tres finales perdidas… casi prefiero perder en semis». Entonces, entre el nivel de Costa y que yo mentalmente estoy al límite, la cosa no podía ir bien.
Luego tienes un buen verano.
Sí, me recuperé, gané en Gstaad, gané en Kitzbuhel, y en el camino le gané a Costa, a Ferrero, a Gaudio, que fue el que ganó Roland Garros en 2004… Eso me da la tranquilidad de pensar que yo podía ganarles, que era tan bueno como ellos, pero en Roland Garros me faltaba algo más, me faltaba un golpe ganador que no necesitaba en Gstaad o en Kitzbuhel por la altura, que me ayudaba.
Todos los nombres que van saliendo en esta conversación: Costa, Ferrero, Bruguera, Moyá… han acabado como entrenadores de élite. ¿Tú nunca pensaste en dar el salto?
Bueno, yo asesoré a Andy Murray tres años y sigo recibiendo ofertas para entrenar a jugadores y jugadoras, pero no me compensa. Con Murray, empecé unas semanas como asesor en tierra batida, y luego estuve con él de asesor general durante casi tres años. La gente me llamaba «coach», pero yo no era su «coach». El «coach» es una persona que se cuelga de ti, que no te suelta, que te conoce por completo: cómo vistes, cómo piensas, cómo te despiertas… Te ve la cara y dice: «Buf, hoy estás jodido, espabila». Y yo no quiero ese papel, yo no quiero estar fuera de casa tantas semanas. A mí me parece bien que cada uno siga vinculado al mundo del tenis de la manera que crea oportuno, pero no me compensa… y me ofrecen algunos jugadores de los mejores del mundo; muy, muy buenos. Pero no. Ya hago ocho semanas del circuito en televisión y eso me es suficiente. Solo me lo podría plantear si no hago esas ocho semanas, cambiar una cosa por otra, pero mi límite está en ocho-diez semanas. Al menos, a esta edad, igual luego pienso diferente.
¿Cómo surgió lo de dedicarte a la televisión?
Surgió cuando tuve el problema en el ojo; Emilio Sánchez-Vicario lo estaba dejando porque le habían nombrado capitán de Copa Davis o algo así, y en televisión me dijeron: «Àlex, ¿te gustaría comentar mientras estés de baja?» y yo dije: «Ah, vale». Comenté y como luego ya no volví a jugar, pues me gustó y me quedé. De jugador, ya me gustaba mucho analizar, así que surgió así, muy natural. Primero, con Televisión Española, que todavía hago el Godó y Madrid con ellos, y luego, con Eurosport, con los que tengo exclusividad para el resto de torneos. Les comenté un día que me gustaría hacerles una entrevista a los jugadores cuando acabaran los partidos, porque cuando acabas un partido de cinco horas, que te venga un periodista y te diga, «¿Qué tal, estás cansado?» es como… «¿En serio, tío, esto es todo lo que me tienes que preguntar?». Les dije que, ya que estaba comentando el partido, igual podía hacerles un par de preguntas al acabar, aunque tuviera que bajar corriendo las escaleras con el cámara y con el micro…
La verdad es que, si lo piensas muy fríamente, es muy complicado que salga bien, incluso que yo llegue a tiempo y sin jadear, pero, con el tiempo, he conseguido hacerlo con tranquilidad, me genera cero estrés, porque sé que voy a hacerlo bien y que lo que le voy a preguntar es algo que acabo de ver y que sé de lo que estoy hablando… A veces, ni sé lo que le voy a preguntar después, y casi prefiero ver qué me contestan para reaccionar.
Hay una serie de partidos por los que me gustaría preguntarte: el que le ganas a Sampras en hierba en Copa Davis, en Houston, en 2002.
Eso es incomprensible. Es incomprensible. Es lo que tiene la Davis y, además, hablamos de un partido. Igual que te dije antes que perdí con Illie a un partido en Dubai, le gané a Sampras a un partido en Houston. A un partido, todo el mundo tiene nivel. Él jugaba para conseguir su victoria número cien en hierba y yo creo que había ganado tres partidos en toda mi carrera. Entrené toda la semana muy específico: muchos saques, muchos restos… y aunque empecé perdiendo dos sets a cero, pensé: «Sigo, sigo, sigo…». Gano el tercero 7-6 sin romperle el saque, gano el cuarto 7-5 y en el quinto, ya empiezo a creer que puedo ganar, pero es de esas cosas ilógicas que pasan en la vida. Yo hubiera perdido todo mi dinero en ese partido. ¿Posibilidades de que Sampras pierda con Corretja en hierba? No sé, 98 a 2. ¿Posibilidades de que Sampras pierda con Corretja en hierba después de ganar los dos primeros sets? 99,9. Y le gané. Y Sampras, dos meses más tarde, ganó el US Open y se retiró.
Tuvisteis varias de estas Sampras y tú, ¿cómo te llevas con él?
Me llevo bien, lo que pasa es que es muy seco. Respetuoso, pero ni tú te metes en su vida ni él se mete en la tuya. Hemos coincidido poco desde que nos retiramos, dos o tres veces. Muy bien, muy educado… pero si fuera otro tipo de carácter, podríamos haber hablado del match ball que yo le tiro y de este otro punto y tal, pero no. Él no está en ese juego, le da absolutamente igual.
En 2003, jugáis final en la Davis en Australia y os ponen el «Himno de Riego» tocado a trompeta para presentar los equipos, ¿cómo os sentó aquello?, ¿fue una burla, un despiste, una provocación…?
Una equivocación, punto. Al pavo le pusieron la partitura equivocada y estaba todo orgulloso de haber tocado el himno de España con su trompeta. Nosotros desconocíamos al cien por cien lo que estaba tocando. Ni yo ni mis compañeros sabíamos que eso era el «Himno de Riego». Solo veíamos al secretario de Estado haciéndonos gestos. No fue ninguna falta de respeto, fue un error. No sé cómo el hombre no lo comprobó antes, simplemente salió así.
Y, por último, es inevitable, háblame un poco de los dos partidos que le ganas —en Barcelona y en Madrid— a Rafa Nadal cuando aún era un adolescente…
Bueno, a ver, yo recuerdo que él era muy descarado, muy agresivo, muy luchador, con muchísima intensidad… A mí me ayudó el hecho de que él había ganado a Costa la semana anterior en Montecarlo, fue como una alerta: ya no era un niño, era un buen jugador de tenis. A mí me pilló en un momento bastante malo, que ya estaba de bajada, pero aun así le pude ganar. De hecho, cuando me da la mano en el Godó, se ve que él está mal, no digo que fuera irrespetuoso, pero sí se ve que está cabreado, en plan «pero cómo he perdido con este pavo». Yo había entrenado con él una vez y la fuerza con la que jugaba era brutal, así que ya sabía que tenía que darlo todo para ganarle. Y la de Madrid… creo que él sentía que me tenía que ganar. Y jugó muy mal. Además, en pista dura, cubierta, lo tenía más difícil porque al principio su juego no se adaptaba muy bien: no sacaba muy fuerte, la derecha la liftaba mucho, con lo que no hacía tanto daño, el revés no lo jugaba muy largo, así que, tácticamente, no hacía tanto daño en ese momento. Fue mi manera de aprovechar mi oportunidad, porque un año más tarde, él ya se disparó y yo ya me vine para abajo.
¿A qué te dedicas ahora, aparte de a comentar torneos en Eurosport o Teledeporte?
Lo que estoy haciendo bastante es dar charlas motivacionales para diferentes empresas, de cualquier ámbito, y ahí cuento mi experiencia en el trabajo de equipo, la gestión de la presión, las derrotas, los objetivos… pero aplicado al mundo de la empresa. También hago clínics de tenis o de pádel, que está muy de moda, para las empresas, juego con ellos. Son muy entretenidos… Intento escoger el tiempo que tengo para seleccionar lo que me apetece y lo que no me apetece. Ir a buscar a mis hijas al colegio, eso es lo que más me llena, más allá del Àlex Corretja que la gente pueda conocer. A mí me ha encantado estar aquí y charlar contigo, pero si esta entrevista es a las cuatro de la tarde, yo no la hago. Si puedo escoger, intento que no me interfiera con llevar a mis hijas a las extraescolares o llevar a mi hija pequeña al parque. A mí me compensa más eso que cualquier otra cosa que haga.
Un gran tipo, gran tenista y excelente comentarista. Magnífica entrevista. Oro puro. Por estas cosas merece la pena Jot Down.
Muy buen entrevista.
Lo q que siempre me ha sorprendido de Corretja es lo majo y normal que se ve teniendo en cuenta que desde muy pequeño dejó de tener contacto con compañeros de clase. Vivir aislado de un mundo normal habiendo sido campeón de España en todas las categorías lo hace realmente excepcional por su humildad.
No falla: antes que el «qué», que la profesión, está el «quién», la persona. Sospechaba que Àlex Corretaje era así, y la entrevista lo ha confirmado. Y me ha gustado la forma y el fondo: el entrevistador sabiendo escuchar. ¡Enhorabuena, Guillermo Ortiz! ¡Enhorabuena, JotDown!
Coincido con los comentarios anteriores. Y es que no hay mejor comentarista de un partido de tenis que un antiguo jugador, porque nadie como él entiende lo que está pasando en la pista. Supongo que esto es aplicable a otros deportes.
Aunque mi opinión sobre Djokovic sigue siendo la misma: es un gran jugador, eso nadie se lo quita, pero es un imbécil. Alguien contrario a las vacunas no parece muy espabilado.
Yerras, Djokovic no es contrario a las vacunas, él no se ha manifestado contra las vacunas, sino contra el hecho de vacunarse él o que le impongan vacunarse. No ha dicho que sea contrario a las vacunas como causa general. Ese es el error contumaz en el que gran parte de la sociedad, que solo tiene ojos para Nadal, está instalado. Que no se haya vacunado no implica que esté en contra de las vacunas. Y a un tío que habla fluidamente 6 idiomas, y que opina y dice lo que piensa sobre muchos asuntos con un discurso bien hilvanado, catalogarlo de imbécil es cuanto menos temerario. Pero los prejuicios os nublan a muchos. Él no es responsable de que su padre sea un capullo y lo compare con un mártir, o que desde su entorno se deslicen de vez en cuando boutades.
Al menos es negacionista de la Covid, o de la vacuna de la Covid. Y, no es por nada, pero yo todos los negacionistas del Covid que he conocido son de extrema derecha ( ya sé que esto no tiene nada que ver, pero explica porqué muchos, entre ellos un servidor, le tienen manía )
¿Pero dónde ha dicho que es negacionista de la covid o de la vacuna? Porque creo que vuelves a confundir al movimiento antivacunas que lo ha tomado como estandarte de su causa, sin que él haya dado el plácet. ¿Podrías enlazar alguna declaración suya que confirme lo que dices? Porque yo no la he leído/visto/escuchado.
https://www.mundodeportivo.com/tenis/20220224/1001755089/djokovic-necesito-vacuna-proteger-mi-cuerpo-amenaza.html
Reconocerás que esto de que no se quiere vacunar por el conocimiento que tiene de su cuerpo es, cuanto menos, una estupidez supina.
No acabo de tener muy claro si es negacionista de la Covid ( aunque sus argumentos son calcados ), si parece claro que no es antivacunas en general, he visto unas cuantas declaraciones suyas y lo afirma así; es cierto. También creo que lleva un régimen alimenticio especial, evita ingerir ciertos alimentos por no sé muy bien que causa, en fin, a mí me parece un «pirao» de la salud, su cuerpo y demás.
Lo cual no quita para que, como he dicho antes, vea algun partido suyo siempre que pueda, y me admire su juego.
Eres un ignorante y un envidioso :)
Métete 15 vacunas en cada brazo y deja a los demás en paz.
No te sulfures, Dijana, get cool… ¿Ves lo tranquilo que estoy estoy yo…?
¿Discurso bien hilvanado? Desde luego que no siempre.
Novak Djokovic: positive emotions can purify polluted water.
https://www.eurosport.com/tennis/novak-djokovic-positive-emotions-can-purify-polluted-water_sto7744129/story.shtml
Este es uno de los postulados emitidos por Masaru Emoto, un pseudocientífico que intentó probar algo tan aberrante. Al parecer a Djokovic lo tiene convencido.
¿La idea de falsificar una PCR tratando de justificar un supuesto contagio para participar en Australia no es un acto reprobable?
Te envío un saludo Dani. Encantado de leer tus comentarios.
Muy buen comentarista y como tenista un fuera de serie.
Dicho esto, pienso que lo mejor de Corretja es su señora.
Bueno, es que yo estoy absolutamente enamorado de esta señora desde que la conocí y más todavía a lo largo de los años, cuando la he escuchado en apariciones televisivas. Además de su cálida presencia, tiene un sentido del humor que le hace subir muchos puntos en mi ranking. Felicito a su señor esposo por la suerte que tiene y también por la exitosa carrera de ambos.
Donde creéis que está corretja en el ranking de tenistas masculinos españoles históricos?
Así a bote pronto se me ocurre:
1) Nadal
2) Santana
3)Carlos Moya
4)Ferrero
5)Bruguera
6)Gimeno
7) Corretja
8)Costa
9)Ferrer
10)…
Detrás de Bruguera pondría a Orantes y subiría a Corretja y Costa por encima de Gimeno, siempre con las prevenciones de comparar épocas diferentes que es muy difícil.
Cierto, me olvidé de Orantes que sin duda debería estar bien situado.
También podría estar en la lista Carlos Costa ( doy por supuesto que el nº 8 es Albert ), también era muy bueno.
Bueno, es que nadie ha dicho que sea el mejor tenista español. Sólo que es un buen tenista y comentador televisivo, y un hombre muy natural y sencillo.
Si si claro,no lo comentaba por mal, simplemente se me ocurrió pensar en un puesto estaría pq fue realmente muy buen jugador.
Un saludo
Qué buena entrevista! Gracias por compartir!
Un gran tenista y una excelente persona
Mi interés por el tenis es igual al que tengo por el curling, pero si haces una entrevista de este nivel con un barredor de piedras sobre hielo,la leeré y seguro que me interesará.
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Muy buena entrevista, hecho de menos que le pregunte su ranking del big 3 y también que opina de Alcaraz y a donde puede llegar
Muy buena entrevista. Me ha encantado y aprecio a Corretja desde que se le conoce más como comentarista.
Gran entrevista de un personaje extraordinario. Por muchas razones, deportivas y no deportivas. Un tipo inteligente por el que apostaría todo mi dinero a que es, además, una buena persona. Muy bien, Jot-Down.