El pasajero de un crucero con rumbo a los Estados Unidos apura una copa de whisky mientras observa cómo los relojes de a bordo se retrasan automáticamente cada vez que la ruta de la embarcación, que navega en dirección opuesta a la rotación de la tierra, aborda un nuevo huso horario. Un camarero contempla la sorpresa en aquel hombre y procede a aclarar la razón por la que el mecanismo interno de aquellas agujas les permite dar marcha atrás en el tiempo, apuntalado su explicación con la advertencia «Será mejor que no piense demasiado en ello o perderá la cordura». Esta es una historia sobre diferentes tipos de jugadas de ajedrez, ejecutadas en tableros terroríficos. Pero ante todo es una historia sobre la cordura, y sobre un hombre cuyo mecanismo interno condena a su cabeza a viajar atrás en el tiempo.
Austria, 1938, la amenaza del Anschluss, el plan de expansión con el que la Alemania nazi de Adolf Hitler pretende absorber el país, sobrevuela las agitadas calles de una Viena que, tras unos años desgraciados marcados por la Gran Depresión, lleva meses sometida a una intensa presión política. El 11de marzo, el notario Josef Bartok (Oliver Masucci) amanece leyendo a Goethe, repasa en la prensa local las noticias sobre un inminente referéndum en el que se votará la anexión con los germanos, y concede a sus asistentas el fin de semana libre para que puedan acudir al sufragio sobre el destino del país. Al anochecer, asiste junto a su mujer Anna (Birgit Minichmayr) a una elegante celebración entre eminentes personalidades de la élite vienesa. En un clima enrarecido, el matrimonio danza mientras Bartok susurra a su esposa «El mundo no puede terminar mientras baile Viena». Poco después, la ocupación alemana se convierte en una realidad, y Bartok es detenido por las tropas de la Gestapo cuando, alertado por un amigo, se preparaba para huir hacia el extranjero. Tras negarse a colaborar con los nazis, el notario es encerrado en un hotel reconvertido en prisión, donde los agentes alemanes lo condenarán a una terrible tortura psicológica aislándolo por completo del mundo. Cuando la soledad está a punto de volverle completamente loco, Bartok logra hacerse con un libro de ajedrez en el que se sumergirá para sobrevivir a su encierro.
Novela de ajedrez (Schachnovelle), el libro en el que se basa The Royal Game, fue la última novela escrita por el famoso escritor Stefan Zweig. Considerada como su obra maestra, la publicación de Novela de ajedrez tuvo mucho de tragedia: Zweig, un austriaco que hubo de huir de su propio país tras la anexión a la Alemania nazi, entregó el manuscrito a su editor un par de días antes de quitarse la vida, deprimido por el exilio, junto a su esposa en Rio de Janeiro. El libro se publicaría en Buenos Aires meses más tarde y de manera discreta, con una tirada escasa e impresa en alemán. Su llegada a tierras europeas se demoraría un año, editándose inicialmente en Suecia, porque el nazismo tenía vetada la obra de Zweig en los países de lengua germana. Se trata, por tanto, de una obra literaria extraordinaria, un relato de ficción inspirado por los horrores de las torturas nazis y firmado por un autor que se suicidó tras sufrir la persecución del ejército alemán y acabar convencido de que Europa no saldría de aquella. La novela fue llevada al cine en 1960 por Gerald Oswald, bajo el título Juego de reyes, y también visitó los escenarios en forma de ópera y de representación teatral.
The Royal Game, la nueva adaptación de Novela de ajedrez al mundo del cine, desembarcará en los cines españoles el 11 de febrero con el realizador alemán Philipp Stölzl (El médico, Goethe!) al timón efectuando una jugada muy inteligente. Porque su película reverencia el material de Zweig al utilizarlo como base, pero lo aborda concentrándose en el hundimiento hacia la locura al que se ve arrojado su protagonista, el estupendo Oliver Masucci, una cara conocida para el gran público gracias a la serie fantástica Dark y un actor que, irónicamente, interpretó una descacharrante versión moderna de Hitler en la comedia Ha vuelto.
En The Royal Game el ajedrez continúa siendo el eje central de la historia, pero la trama no presta tanta atención al juego de mesa como a su uso, por parte de Josef Bartok, a modo de salvavidas para mantenerse a flote en la cordura. En lugar de concentrarse en las batallas que tienen lugar sobre el tablero de sesenta y cuatro casillas, Stölzl opta por fijar el objetivo sobre otro tipo de partida de ajedrez: la que se desarrolla en las dependencias de un hotel de lujo transformado en cárcel. El enfrentamiento entre un prisionero, el notario Josef Bartok, y su captor, un oficial de la Gestapo llamado Franz-Josef Böhm (interpretado de manera impecable por Albrecht Schuch), un personaje terroríficamente frío y minucioso que pretende doblegar a su cautivo sin ponerle la mano encima, a través del tormento psicológico provocado por un cruel aislamiento.
Haciendo uso de estas dos piezas como reyes de la contienda, la cinta configura una historia sobre el horror de la amenaza nazi donde Hitler no hace acto de presencia, pero sí se observan las desgraciadas consecuencias de su temible reinado. Una narración que refleja la profunda brecha que dividió a un país a través de las traiciones y los sacrificios ejecutados por los amigos del protagonista. Y un relato de ajedrez donde las partidas de ajedrez que se disputan sobre una mesa se encuentran aparentemente ausentes: la única que tiene lugar en pantalla se resuelve entre planos fugaces, que no permiten observar las jugadas, mientras la cabeza de uno de los participantes entremezcla la realidad con visiones provocadas por la demencia.
La maniobra más brillante de The Royal Game es saber desviarse de la novela de Zweig con ingenio. Aquí dos roles, Josef Bartok y Franz-Josef Böhm, se encargan de soportar con entereza todo el peso del film, mientras otra pareja de personajes importantes en el libro original se convierten en peones, indispensables pero secundarios, del argumento en la película: un millonario excéntrico (Rolf Lassgård) fascinado con el don para la estrategia que demuestra el protagonista, y un extraño genio del ajedrez analfabeto, de ademanes toscos y primitivos, interpretado de nuevo por un Albrecht Schuch que hace doblete en el film, camuflándose bajo un maquillaje desaliñado.
Pero la jugada maestra de la versión de Stölzl es presentar la historia de la manera más arriesgada posible, a través de dos tramas que en la pantalla se desarrollan y muestran de manera paralela aunque realmente se encuentran separadas por el tiempo: por un lado, el confinamiento en el hotel y las penurias sufridas por un Bartok que clandestinamente refugia su mente en un manual de ajedrez. Por otro, su posterior viaje, una vez liberado, como pasajero en un barco de revelador nombre homérico donde los relojes son capaces de hacer retroceder el tiempo. Dos líneas argumentales que se enredan y enmarañan entre sí, difuminando las fronteras entre locura y cordura, hasta desembocar en un desenlace que, aunque se aleja del final que Zweig imaginó en su texto, encaja perfectamente sobre el tablero de juego.
Un baile en Viena mientras se acaba el mundo. Un encierro y un pasatiempo como salida de emergencia. Un crucero con dos pasajeros excéntricos y desvinculados de la sociedad cuyo verdadero idioma es el del ajedrez. Una partida de ajedrez sin partida de ajedrez, sin un jaque mate y sin vencedores. «Será mejor que no piense demasiado en ello o perderá la cordura».
The Royal Game, estreno en España: 11 de febrero. Reserva de entradas y consulta de salas disponibles, aquí mismo.
Con un panorama tan desolador y desalentador de las últimas propuestas cinematográficas, The Royal Game parece bastante interesante, prometedora, por lo menos viene con buen pedigree…gracias!