El poeta alicantino Pascual Pla y Beltrán fue pionero del realismo socialista en España. Obrero y autodidacta, estuvo vinculado al círculo intelectual del PCE en Valencia. Junto a los hermanos Renau, Manuela Ballester, Max Aub o Ángel Gaos. Su memoria es hoy un lejano eco a punto de apagarse.
«He pasado años sin saber de nadie. Uno está como metido en un pozo: todo el mundo se olvida de él. Ni una sola vez he visto citado mi nombre en el extranjero. Nadie me ha enviado ni una sola vez un saludo. Esto es doloroso, querido Max». En estos términos trasladaba el poeta Pascual Pla y Beltrán su situación en la España de posguerra a su amigo Max Aub en una de las cartas que se escribían. Hoy el olvido se cierne implacable sobre el que prendiera la mecha poética del realismo socialista en España.
Pla y Beltrán es el arquetipo de poeta obrero adscrito a los postulados estéticos soviéticos. Su kafkiana personalidad está suscrita por los traumas y la joroba que le acompañaron. La mayoría de sus conocidos están muertos. El rastreo es posible gracias a dos autores. El pionero fue el poeta Antonio Gracia, que en 1984 publicó Pla y Beltrán. Vida y obra (Instituto de Estudios Alicantinos). Por su parte, Manuel Aznar Soler, catedrático de Literatura Española en la Universidad de Barcelona, lanzó una antología al año siguiente. Y tiempo después toda la obra en dos volúmenes: Pascual Pla y Beltrán. Poesía completa (2008, Institució Alfons el Magnànim) y Narrativa, teatro y ensayo (2009, Consell Valencià de Cultura).
«No me preguntéis quién soy/ porque es muy vulgar mi historia;/ ¡sabed que en la noche voy/ siempre soñando en la gloria!». Esta «vulgar historia» es fruto de un jornalero y una lavandera. Es 1908. El escenario natal se ubica en Ibi, una villa alicantina con unos tres mil setencientos habitantes entonces. Su infancia constituye la primera parada de un itinerario borrascoso. Eran pobres y al gos flac tot són puces. Así que tuvo que cuidar de sus hermanas y pronto de las ovejas. Su padre los abandonó tras separarse el matrimonio. Con esta tesitura, emigraron al poderoso productor textil: la vecina Alcoy. Pla habría de trabajar en las hilaturas mecánicas que «aplastaron mi corazón y mi cerebro» y que calificó como «el oficio que más tenía que ensombrecer mi vida». Tiene veinte años y la decisión está tomada. La familia cogerá un tren destino Valencia.
En la capital del Turia los días pasan en la biblioteca. «Mi abuela le daba cada bronca. Había que trabajar, no leer tanto. Claro, la entiendo también…», cuenta su hija Yolanda. No obstante, transita entre ambas ciudades. «La línea de mi vida tenía dos paralelos: la literatura o la fábrica. Entre la oscuridad de los dos caminos elegí el primero». Quiere escribir. Quiere hacerle palanca a la vida. Interviene en tertulias y recitales en centros obreros de Alcoy. Publica sus primeros versos en prensa local. Logra que amigos que habían sido dedicatarios de sus poemas financien La cruz de los Crisantemos (1929). La ópera prima. Un conocido empresario alcoyano del papel de fumar puso gratis el soporte. Al año lanzará Huso de eternidad (1930) acompañado de un retrato firmado por Josep Renau que dice: «Al poeta, cara de poeta, alma de poeta, Pla y Beltrán. Su amigo Renau». Y qué década la que entra.
Llueven octavillas entre los huecos que dejan los cuerpos apiñados. Sigfrido Blasco-Ibáñez, de la Unión Republicana Autonomista, sale al balcón del ayuntamiento y proclama la República. Es 14 de abril de 1931. Para entonces Pla ha convertido Valencia en su núcleo vital e intelectual. Ingresa en la UJCE, las juventudes comunistas. Ese año fundaría con sus amigos Rafael Duyos y Ramón Descalzo la revista Murta. Experiencia corta, de poca difusión, pero relevante como confirmación literaria. Colaboraron Cernuda, Aleixandre o Max Aub, entre otros. Pero la sombra de la miseria no le abandona. Su hermana, dependiente de él, enferma de tuberculosis y muere. En esta época pasó una corta temporada en prisión por su actividad política. No claudica. En 1933 se afilia a la UEAP (Unión de Escritores y Artistas Proletarios) de Valencia. Aquí están Josep y Juanino Renau, Max Aub, Manuela Ballester, Ángel Gaos o Gil-Albert. La cárcel le había reafirmado. «Era una figura pública del partido en Valencia. No sé si es leyenda, pero me dijeron que cobraba del PCE para ser su representante. Que cada vez que sucedía algo le detenían a él», señala Aznar.
Con Narja. Poemas proletarios (1932) Pla y Beltrán alcanza un estilo propio. Rompe con la influencia modernista. «Es el primer poemario proletario-revolucionario en España. Él acepta el realismo socialista —que la URSS impondría en 1934—. Esto traducido a la poesía en nuestro país sería el romanticismo revolucionario», aclara Aznar. Luego vendrán Consignas (1933) de Alberti o Calendario incompleto del pan y el pescado (1933-1934) de Emilio Prados. En Narja el verso es libre y largo. Los temas son la opresión de la clase obrera por la burguesía, la violencia como respuesta revolucionaria, el internacionalismo y el hombre nuevo. Clama: «Y un día todo rojo de venganzas, / bajo el fusil del pueblo, ametrallado / te desharás en sangre sobre tierra». Utiliza un lenguaje directo y un tono maniqueo, violento y blasfemo que le distingue. Un Mayakovski salvando las distancias. Una lírica concebida como herramienta del partido. Agitprop: enardecer e instruir. Un estilo que mantuvo hasta el fin de la guerra. Antonio Gracia, su primer biógrafo, lo rechaza actualmente como poeta reivindicable. Y considera sobre gran parte de su obra que «confundió poema con manifiesto, concienciación con fuegos artificiales. El primer poema de Narja es un vociferío encendido y exaltatorio, una ametralladora cuya única función es disparar».
Paulatinamente va puliendo su voz lírica. «Hablé con muchas personas que lo habían conocido. Todos tenían libros dedicados. Iba con una gabardina forrada de ejemplares. Los vendía y malvivía. Es contradictorio que el destinatario objetivo de estos versos sea un proletariado que no tenía hábitos de lectura. La mayoría de lectores eran amigos. Intelectuales pequeñoburgueses valencianos o comunistas», recuerda Aznar. «También es cierto que esta contradicción es consustancial a una sociedad capitalista y que el poeta luchaba por el socialismo». En Epopeyas de sangre (1933) el campesinado aparece como héroe colectivo. Toma los sucesos coetáneos de Casas Viejas y Castilblanco. La crítica burguesa le ataca en lo político y lo estético.
Asimismo, Casas Viejas dará pie a su único drama: Seis dedos. Tragedia campesina (1934). Edición acompañada de un retrato del poeta firmado por Manuela Ballester. Estrenada en el Teatro Libertad de Valencia —más tarde Teatro Princesa— utiliza el pseudónimo del cenetista Francisco Cruz Gutiérrez que fue asesinado por la Guardia de Asalto. Esta tragedia fue representada en Moscú traducida por el hispanista Fedor Kelin, según contó su amigo escritor José Mancisidor. Al año siguiente publica Hogueras en el sur y Voz de la tierra. En este último desarrolla un neorromanticismo inspirado por la revolución minera asturiana de 1934. Estos hechos llevaron a muchos a escribir «literatura comprometida». En Camarada (1935) aparece por primera vez el amor como tema. En esta época se funda la revista Nueva Cultura, en la que colabora desde el principio.
El ruido de sables se ha convertido en un conflicto abierto. La UEAP se integra en la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura de Valencia. No hay tiempo para una revolución socialista. La consigna es ganar la guerra en todos los frentes. Por eso Valencia albergó el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura en 1937. Pla no empuñará el fusil impedido por su deformidad. Pero no cesó en su actividad intelectual y escribirá belicosamente en publicaciones como El Mono Azul, Nueva Cultura, Ataque y La Hora de España. En el mencionado Congreso se arrima a la delegación mexicana y conoce a Octavio Paz y José Mancisidor, entre otros. Este último publicará en su país un artículo titulado «Pla y Beltrán, poeta de una España nueva». Sabe codearse con gente importante. Antonio Gracia quita hierro: «Es autobombo. Él no tuvo que yo sepa relación continuada con ninguno. Otra cosa es que los conociera. Todos envidian la fama. Si no la tienes pues te echas la de haber conocido al famoso. Hay una gran distancia entre lo ocurrido y lo que creemos que ha ocurrido. Tampoco dice nada ni a favor ni en contra que Neruda mandase un telegrama el día de su muerte. Son compañeros de tribu».
Los documentos consultados, sin embargo, confirman la amistad que al menos mantuvo con algunos. Por ejemplo, la correspondencia duradera con Max Aub. A otros como Josep Renau o Ballester los conocía desde el nacimiento de la UEAP, cuando «eran cuatro gatos», en palabras de Aznar. En esta época entrevistó a Antonio Machado en Rocafort (Valencia). Pasó unos días en Madrid con Alberti. También viaja. Quiere ver mundo. Y conocer el socialismo de primera mano. Visita Moscú y de regreso hará paradas en Estocolmo, Copenhague o París. Y en Helsinki conoce al escritor Halldor Laxness, futuro nobel de literatura. Madre española y Uno de blindados recogen su visión de la guerra. El Romancero de la guerra civil (1936) incluyó sus poemas junto a otros de Aleixandre, Alberti o Miguel Hernández.
Alicante, 30 de abril de 1939. Las tropas italianas han tomado la ciudad. Corrillos de suicidas y ¡BUM! La desesperación se apodera del puerto. Y las madres lloran. Solo una minoría logra embarcar en el Stanbrook y el Maritime. Pla no pasa desapercibido. Su militancia y su físico se lo impiden. Le espera el campo de concentración de Albatera como a la mayoría de los detenidos en el lugar. «Se salvó porque su cuñado lo sacaba de las cárceles. Pero fue terrible, le hicieron hasta un simulacro de fusilamiento», señala Yolanda. Entre treinta mil y cuarenta y cinco personas ingresaron en el centro en diez días de existencia. Max Aub lo noveló en El campo de los almendros convirtiendo a Pla en un personaje. «Mi madre le decía: «Pascual, pero cuéntame» y él no quería tocar el tema… No quería revivirlo».
9327 kilómetros. Un océano. La distancia entre la democracia cardenista y la España nacionalcatólica. Entre exilio e insilio. En México residen los hermanos Renau, Manuela Ballester, Gil-Albert, Ángel Gaos y Max Aub. Otros amigos están en una fosa común. Mientras tanto, Pla malvive en Valencia. «La supervivencia se da camuflada con seudónimos o publicada en lugares muy secundarios fuera de la vida cultural pública. Se extinguen esas voces. Deben renunciar a sus planteamientos», señala Jordi Gracia, crítico literario y subdirector de opinión de El País —no confundir con Antonio Gracia—.
El poeta se hace marchante de arte para sobrevivir. Pasan los años y por fin decide recoger lo escrito desde que acabó la guerra en Poesía (1947). Ha tenido que esconderse bajo el pseudónimo de Pablo Herrera. El franquismo ha construido su propio canon literario. «Rosales o Panero se convierten en las nuevas estrellas. Participan activamente de la política cultural del nuevo régimen y se suman a algunos de los valores de esa nueva España: la restitución del lenguaje y de los juegos retóricos del neoclasicismo español, del renacimiento y del barroco». En el poemario conjura a la muerte, al amor, al dolor espiritual o a la angustia de la soledad. Ha cambiado su estilo. Utiliza estrofas clásicas como el soneto o el romance. «Si me tengo que quedar con algo, sería con algunos poemas de este libro. Menos estrafalaria, más comedida» señala Antonio Gracia. La influencia tradicional española como Quevedo o santa Teresa se hace patente. Cierta esperanza. El poemario evoluciona temáticamente desde la soledad y el deseo a la afirmación neorromántica del amor como razón de vida. «El esfuerzo, el ansia de superación y querer escribir cada vez mejor es positivo y reivindicable. Pero que su poesía sea digna de reivindicación es otra cuestión. Una cosa es lo accidental y circunstancial. Quienes necesitan líderes ven líderes en todas partes. Los que creen que la poesía no tiene un filtro pues todo entra», remarca el poeta alicantino.
«¿Para qué sirve la poesía?». La tuberculosis vuelve para llevarse a su mujer. La muerte guillotina cualquier atisbo de esperanza. La oscuridad y la culpa lo cubren todo. «Él la veía —pues para él los tabiques eran translúcidos— dejar caer pacientemente en el ensangrentado pañuelo las bocanadas de sangre negra», describe el narrador en Cuando mi tío me enseñaba a volar. «Así reconocía su fracaso. ¿Cuántas veces no se había prometido no escribir más, dedicarse a una empresa útil y remunerativa?» y termina: «Mas su conciencia —dura, fría, implacable— le gritaba: ¡Asesino!».
En la posguerra «le entraban al piso y le hacían fogatas con libros en el salón. Querían esconder la obra tras las baldosas del baño y las rompían todas. Siempre se lo llevaban detenido», cuenta Yolanda. Apunta Aznar que «el epistolario entre Aub y Pla es excelente para acercarse a la realidad entre el exiliado en México y el insiliado. Hasta el 48 no saben el uno del otro a pesar de haber sido amigos. El remite es el de la vivienda de la hermana casada con un franquista bien relacionado».
Los años 50 abren una brecha de esperanza. Los amigos que conserva en Valencia fundan la tertulia «La bicicleta voladora», homónima a uno de sus cuentos. Así que se lo llevaron de su habitación al café Gorila de la calle Ruzafa. Y sus poemas vuelven a publicarse con su nombre civil en Panorama de la poesía moderna española de Enrique Azcoaga en Buenos Aires. Ha conocido a Concha, su vecina. Intenta publicar textos en el extranjero. Mira hacia Hispanoamérica. Apunta Jordi Gracia que «mientras el antifranquismo se hace patente en la poesía del exilio. En el interior hay un intento de reconstrucción íntima de una vida propia». Y nace su única hija, Yolanda. «Él tenía mucho miedo de que yo fuera a nacer con esa falla física. No se había estudiado, no habían los adelantos de hoy. Pero ese defecto no fue genético. Tuvo que ver con el mal de Pott, una tuberculosis que le afectó los huesos. No fue en una caída ni en las fábricas como contaba él». Tiene un amigo en Caracas, el pintor Juan Alcalde. Le habla de un lugar próspero.
«Mas yo muy asentado tengo en mi ánima que allí donde dije, en Tierra de Gracia, se halla el Paraíso Terrenal». Colón describió así lo que se llamaría Venezuela. Exilio y paraíso son conceptos que no casan bien. Pero sin duda es un respiro para el poeta. Pla y Beltrán desembarcó en el país controlado por el dictador Pérez Jiménez en octubre de 1955. Antes Alcalde había recibido el encargo del también dictador Trujillo de hacer un museo en República Dominicana. Pla finge ser dibujante técnico. España no pone pegas. Y Santo Domingo será el puente a Venezuela. Aquí se nacionaliza. «Le pagaban por la crítica literaria, su salario de la Biblioteca Nacional y un plus por hacer el Boletín Oficial de esta», recuerda Yolanda.
Empieza una nueva vida. Colabora para medios como Revista Nacional de Cultura o los suplementos de El Universal y El Nacional. Y muy pronto irán su mujer, su hija y su suegra. «Cuando nos llevó tenía un piso pequeñito alquilado. Mi mamá era buena administradora. Hambre no pasamos». La política pasa a un segundo plano. «En Venezuela ya no perteneció a ningún partido. Cuando llegó había una dictadura militar de extrema derecha. No se iba a meter en política después de lo que…». Tampoco mantuvo vínculos directos con el PCE. En Caracas sigue rodeándose de intelectuales. Pablo Neruda y Matilde Urrutia en una visita al país fueron invitados a comer a su casa. Sin embargo, su actividad de escritor es escasa en el exilio. «No tengo tiempo», se quejaba.
Doblan las campanas. Llegan condolencias de María Teresa León, Neruda o Eduardo Ortega y Gasset. El corazón de Pla y Beltrán dejó de latir el 24 de febrero de 1961. Amigos como los pintores Iván Petrovsky y Juan Alcalde o el escritor venezolano Casto Fulgencio López acompañaron el cortejo fúnebre. En adelante solo queda polvo y memoria. «El olvido, en primer lugar, se debe al simple hecho de que somos demasiados. Ocho mil millones de habitantes en el planeta que quieren estar en el recuerdo. En nuestro terreno sufrimos el darwinismo artístico», señala Antonio Gracia. Mientras que Aznar difiere: «En general paga el precio de ser vencido republicano en el 39 y especialmente como comunista».
En 2021 Pla y Beltrán es un vago susurro que da nombre a un colegio en su pueblo. No existe fundación, no se menciona en manuales de literatura y es difícil adquirir sus libros. Hasta el 2008 no se publicaron sus obras completas y cuesta encontrarlas. Todo su patrimonio está en manos privadas, salvo algunas donaciones. Su hija denuncia no poder llevárselo de Venezuela: «Te lo quitan en el aeropuerto. Toda una vida de esfuerzo que no nos regalaron y no me atrevo a sacarlo. Me quitan los cuadros dedicados de Carreño, Petrovsky y Alcalde y me matan. Mi papá no veas cómo se los veía. Quería ver si el Gobierno español me ayudaba con su obra. O el alcalde de Ibi. Yo la donaría al Archivo Municipal. Pero no sé qué garantías habría para sacarla». El año anterior había publicado Caballo y Habrá en algún lugar más claridad. El segundo recibió el Premio de Narrativa de la Asociación de Escritores Venezolanos.
México, 6 de mayo de 1958.
Querido Pascual:
Enhorabuena. Todo te lo mereces.
Un gran abrazo. Max Aub.
Yo hice mi primaria en el colegio Pla y Beltrán en Ibi y hasta ahora nunca supe nada del poeta, tal es el nivel de olvido de su figura, incluso donde nació. Gracias al autor por rescatarlo del olvido y ojalá se le pueda rendir un cierto homenaje en su pueblo natal.
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