El doctor Cardoso llamó a la camarera y pidió dos macedonias de fruta sin azúcar y sin helado. Quisiera hacerle una pregunta, dijo el doctor Cardoso, ¿Conoce usted los médecins-philosophes? No, admitió Pereira, no los conozco, ¿quiénes son? Los más importantes son Théodule Ribot y Pierre Janet, dijo el doctor Cardoso, fueron sus obras lo que estudié en París, son médicos y psicólogos, pero también filósofos, propugnan una teoría que me parece interesante, la de la confederación de las almas. Explíqueme esa teoría, dijo Pereira. Pues bien, dijo el doctor Cardoso, creer que somos «uno» que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única; el doctor Ribot y el doctor Janet ven la personalidad como una confederación de varias almas, porque nosotros tenemos varias almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico . El doctor Cardoso hizo una breve pausa y después continuó. Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad es solo un resultado y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso de que surja otro yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigir la cohorte de las almas, mejor dicho, la confederación…
(Sostiene Pereira, Antonio Tabucchi, 1994)
Lo grave de un genio es que es abrasivo para toda su generación, solía decir Francisco Umbral. En el caso concreto de los contemporáneos de Sigmund Freud (1856-1939) los quemados se cuentan por decenas. Uno de los más dañados por el éxito social de las teorías freudianas fue el médico y filósofo francés Pierre Janet (1859-1847), padre de la psiquiatría dinámica francesa, que tuvo la desgracia de tener que vivir en paralelo con el médico vienés que revolucionó el mundo con la invención del psicoanálisis.
La obra de Pierre Janet, de innegable valía técnica, es un claro ejemplo de la importancia del contexto social para que una teoría científica triunfe o fracase. Su vida fue una continua pugna por evitar el advenimiento del psicoanálisis freudiano. Así las cosas, lo que le sobrevino a Janet fue una sonora derrota que llegó en medio de un estruendoso olvido. El tiempo y la historia no han tratado bien a Pierre Janet y sus teorías, que pasan por obsoletas y son objeto de durísimas críticas de las que se libran conceptos freudianos muy similares a los de Janet.
Debe tenerse muy presente que de la mano de Janet y Freud llega en las postrimerías del siglo XIX la llamada psiquiatría dinámica. O sea, el embrión de las dos mayores escuelas de psicoterapia que han visto los tiempos: el psicoanálisis y el cognitivismo (Janet). Freud y Janet coinciden con poco más de treinta años en el parisino hospital de La Salpètriere en las clases del gran Charcot, santo patrón de todas las histerias. Y ambos llegan en fechas muy próximas al descubrimiento del inconsciente y de su papel en las enfermedades psíquicas. De aquí arranca la primera espina entre ambos ¿Quién fue el primero en dar nombre y función a dicho concepto? Janet lo publicó antes, pero parece cierto que Freud trabajaba ya con él en el año en que Janet leyó su tesis sobre El estado mental de las histéricas, en 1893.
A renglón seguido, Janet tuvo la ocurrencia de patentar su método curativo de las neurosis como «análisis psicológico» y enfatizar la importancia para la curación de la relación terapéutica entre médico y paciente. ¡Cómo no discutir con Freud si este, pocos meses después, bautiza con el nombre de «psicoanálisis» su invento! Pero aunque los nombres sean similares, antes de finalizar el siglo la distancia conceptual entre ambos es grande. Y lo peor de todo, Janet se había hecho una idea incompleta del psicoanálisis y Freud una idea deformada del trabajo de Janet. La competencia ya es abierta y terrible. Freud, gran publicista, espera hasta 1900 para publicar un libro que marcará el despunte de su fama: La interpretación de los sueños. La inquina de Janet, que en esos primeros años del siglo XX es aún más popular que Freud, aumenta, y sus ataques contra el psicoanálisis son frecuentes. Janet rechaza el pansexualismo que impregna la teoría psicoanalítica de las neurosis y el funcionamiento «sectario» de Freud con sus discípulos.
El punto de inflexión del combate entre los dos lo marca el Congreso Internacional de Medicina de Londres en 1913. Freud se niega a asistir para presentar el psicoanálisis ante el público europeo y envía a Jung, que es quien se enfrentará a un envalentonado Janet. El francés se lanza a tumba abierta y profetiza: «En un futuro, el psicoanálisis será recordado exclusivamente por su contribución al análisis psicológico». Justo al revés de lo que ha venido sucediendo hasta la fecha… La apisonadora freudiana había comenzado a funcionar y su método se extendía como la peste por los cinco continentes. Se viene el ocaso de Janet. Sus teorías comienzan a languidecer pese a que sigue pariendo conceptos que llegan vivos hasta nuestros días: psicastenia, obsesiones, disociación, etc. Es curioso que Janet, que fue filósofo antes que médico, reclamó un sustrato orgánico como base de la patología neurótica mientras que Freud, que era neurólogo, se entregó a los brazos de la psicogenia hasta la embriaguez. Hoy sabemos que tal vez el modelo janetiano, más próximo a lo biopsicosocial, está más cerca de ser cierto que el freudiano, pero siempre es más seductor, más novelesco entregarse a las pulsiones sexuales que a la neurobiología. ¡Ahhh! ¡el sexo! ¡la sexualidad! Ahí, en esa brillantísima intuición comercial radicó gran parte del fulminante éxito social del freudismo.
Hacia 1930 de la fama de Janet no queda ni la raspa. El psicoanálisis le sepultó en el olvido. Tras rumiar su derrota durante varios años, no se sabe muy bien por qué, el anciano sabio francés quiso encontrarse con Freud. En 1937 Édouard Pichon, un yerno de Janet que se hizo psicoanalista, escribió a Freud para solicitarle que recibiera a Janet, que iba a pasar por Viena. Pero Freud respondió muy duramente en una famosa carta que envió a Marie Bonaparte, una discípula:
No, no veré a Janet. No puedo evitar reprocharle que se haya comportado injustamente con el psicoanálisis, y personalmente conmigo, y que nunca haya hecho nada para repararlo. Fue lo bastante torpe como para decir que la etiología sexual de las neurosis solo podía germinar en la atmósfera de una ciudad como Viena. Más tarde, cuando los escritores franceses difundieron el rumor de que yo había seguido sus conferencias y le había robado sus ideas, él, con una sola palabra, habría podido poner fin a tales habladurías puesto que, en realidad, nunca hablé con él, ni oí pronunciar su nombre durante el período de Charcot. No, no Io veré.
Pese a todo y aunque cueste creerlo, gracias a otra carta de Édouard Pichon enviada al psiquiatra Henry Ey, se sabe que en abril de 1937 el eminente especialista Pierre Janet llamó a la puerta de la casa de Sigmund Freud en el 19 de la Bergasse. Fue rechazado por el ama de llaves que le respondió que el profesor no se encontraba. No, no veré a Janet… repitió el orgulloso vienés. Esta descortesía de Freud puso punto final a una disputa de heredades que duraba más de cuarenta años. Freud moriría en el exilio en Londres en 1939 y Janet en París en 1947 a la edad de ochenta y siete años. El día que falleció Pierre Janet, un 24 de febrero, una inoportuna huelga de imprentas impidió la difusión de la noticia de la muerte de uno de los mayores especialistas mundiales en el estudio de las neurosis.
EXCELENTE artículo. Justo y necesario. La introducción, con las referencias a Paco Umbral y a Tabucchi, y el volapié de cierre ponen toque literario a una estricta exposición de hechos de gran interés… y muy demostrativos… con la Neurobiología como gran protagonista ausente.
EXCELENTE.