Cine y TV

Larry David, cabrón sin frenos

Larry David en Curb Your Enthusiasm. Imagen HBO
Larry David en Curb Your Enthusiasm. Imagen: HBO.

Hablemos del «larrismo».

¿Alguna vez ha pensado que sentarse en torno a una tarta para cantar el cumpleaños feliz a un hombre adulto tiene algo de estúpido? ¿Le molesta cruzarse con un conocido y tener que pararse e improvisar dos frases más allá del «buenos días» de rigor? ¿No le parece algo exhibicionista esa gente que usa el manos libres en lugares públicos sin motivo y que parece por tanto hablar sola? ¿No arde en deseos de indicarles que se acerquen el teléfono a la oreja para que todos sepamos que no son chiflados peligrosos? ¿Alguna vez una pareja en la que solo uno de los dos trabaja y lleva dinero a casa le ha invitado a cenar en un restaurante y se ha sentido extraño al deber dar las gracias a ambos? ¿Piensa en ocasiones que el mundo está lleno de burdas convenciones sociales que nos obligan a ocultar nuestros verdaderos sentimientos? ¿Se ha sorprendido al saber que usted mismo alberga decenas de pensamientos que, por más que todos tengamos, conviene ocultar en aras de la corrección política? 

Existe hoy un hombre (o mejor dicho un personaje, aunque como veremos la línea distintiva es más bien borrosa) un antihéroe quijotesco, un repulsivo y encantador hijo de perra empeñado en desmontar todos y cada uno de esos lugares comunes del decoro. Un asesino social aferrado sin remedio a su doctrina, consistente en decir exactamente lo que piensa en todas las situaciones del tipo de las arriba listadas. Esa doctrina es el «larrismo», y Larry David su sumo sacerdote.

Hablamos de uno de los más grandes comediantes de los últimos treinta años. Creador en la sombra de una de las mejores series de finales del siglo XX, justamente reconocida y célebre en España (Seinfeld), y autor total y protagonista absoluto de la más mordaz, excesiva, cínica y corrosiva comedia de principios del XXI: Curb Your Enthusiasm.

Larry David (1947) nació en el seno de una familia judía de Brooklyn y trabajó el circuito teatral de stand-up comedy de Manhattan en sus inicios. Ahí terminan las similitudes con Woody Allen. Uno no hallará un intelectual en David (de hecho afirma que sus únicas pasiones en la vida son el golf y el béisbol), ni encontrará detrás de su discurso humorístico a un hombre aterrado por la muerte y la ausencia de Dios. El genio de David es otro y parece simple, pero es extremadamente peculiar y valioso: Larry es un grifo siempre abierto de ideas brillantes y delirantes extraídas de la más banal cotidianidad. Cuéntele usted lo que ha hecho esta mañana, háblele de su leche con cereales, del ascensor de su edificio, del ambientador de su vehículo, de la textura de la madera del escritorio de su oficina. En apenas unas horas, David habrá escrito un hilarante guion basado en estos emisarios de la rutina.

Pero para su desgracia fue consciente bastante tarde de este don, y hasta los cuarenta años malvivió como pudo sin un penique en el bolsillo. Finalizada su educación superior y tras una breve experiencia paramilitar en la Guardia Nacional, probó suerte con moderado éxito como comediante de stand-up en su Nueva York natal al no sentirse capaz de hacer otra cosa. Se dice que su carácter retraído y arisco le creó más de un problema con el público. También que la primera impresión que los espectadores le causaban al salir al escenario era vital, hasta el punto de haberlo abandonado en cierta ocasión tras lanzar una inquisitoria mirada a la platea y murmurar con desprecio «Mmm… no». En estos años de penurias y estrecheces habría llegado al punto de patearse las calles de Manhattan identificando lugares convenientes donde refugiarse si, llegado el momento, su destino se confirmase y terminara siendo un vagabundo.

Con el tiempo lograría pequeños papeles en programas humorísticos de televisión, y llegaría a formar parte durante unos meses de la nómina de guionistas de Saturday Night Live sin que su trabajo fuera prácticamente nunca puesto en onda. El encuentro crucial se produjo a finales de los ochenta, cuando Jerry Seinfeld, colega del circuito teatral de Manhattan, le pidió ayuda para dar forma a la sitcom que se había comprometido a preparar para la NBC. Tras varias discusiones, David propuso un enfoque novedoso para el show: este no trataría de nada en concreto. Se limitaría a desmenuzar la inercia cotidiana, y el propio Larry podría volcar anécdotas de su atribulada experiencia vital en varios de los personajes, incluyendo a su propio álter ego en la serie: el ya legendario George Costanza. Y es que, como ocurriera a George en Seinfeld, las circunstancias obligaron a Larry a irse a vivir con sus padres cuando rondaba la cuarentena. En otros periodos residió en unas míseras viviendas protegidas de Manhattan, donde tuvo un vecino algo excéntrico llamado (sí) Kramer. Pasó por decenas de extraños oficios (y fue, como George, vendedor de sujetadores), y en cierta ocasión dejó un trabajo (en Saturday Night Live, de hecho) gritando fuera de sí, mandando al cuerno a los responsables del programa y jurando en arameo… para volver a presentarse el lunes como si nada hubiera ocurrido. La anécdota sirvió de base para uno de los más célebres episodios de la serie.

Seinfeld revolucionaría el humor televisivo con sus guiones redondos que nunca trataban sobre nada en concreto, y sería la sitcom más exitosa de la historia hasta entonces: cuando David se desvinculó amistosamente de la serie al término de la séptima temporada por puro agotamiento (había escrito hasta entonces ciento treinta y cuatro episodios) ya se había convertido en multimillonario. Dejaba bien atado (Jerry Seinfeld seguiría trabajando en solitario durante otras dos temporadas) un proyecto que ya había roto varios tabúes para una cadena generalista como NBC, especialmente desde aquel episodio («The Contest») en el que los protagonistas apostaban quién sería el último en volver a dejarse llevar por sus hábitos onanistas.

Pretty, pretty, pretty good!!

Tras el merecido descanso y un fallido acercamiento al largometraje (escribe y dirige la olvidada Sour Grapes en 1998), abraza la idea de volver al circuito de la stand-up comedy, y rueda para la cadena de pago HBO un extraño pseudodocumental de una hora, mitad real, mitad ficción, que recoge sus preparativos. En Larry David: Curb Your Enthusiasm (1999) Larry se interpreta a sí mismo, o a una especie de proyección cínica y amargada de sí mismo, angustiado por volver a enfrentarse al público y apenas consciente de su condición de creador en la sombra de la comedia televisiva más exitosa de la historia. El documental tiene una recepción discreta, pero HBO atisba un nicho y, dado lo barato del proyecto (se rueda en exteriores y prácticamente con una sola cámara) da plena libertad creativa a David para que conciba, siguiendo la misma idea y formato, una serie con capítulos de treinta minutos de duración.

Nace así Curb Your Enthusiasm, que convierte la vida de Larry David en Los Ángeles en calculada ficción disfrazada de realidad. Traducción aproximada: «modera tu entusiasmo» o «no te entusiasmes tanto». Quizá un título-respuesta a las posibles expectativas que pudiera generar la nueva serie del creador de Seinfeld (aunque David ha apuntado con sarcasmo que el título obedece más bien al rechazo casi patológico que le produce la gente entusiasta) si bien Curb nace desde el principio como un producto minoritario, artesanal, de un único creador, sin el empaque de la producción y del equipo de guionistas de Seinfeld y, lo más importante, como un juego cómico prácticamente improvisado. Conviene detenerse en este punto: David asegura que jamás se planteó la posibilidad de interpretar a George Costanza en Seinfeld, por más que el personaje estuviera basado en él. Dicho rechazo obedecía, entre otros motivos, a la enorme pereza que le habría producido tener que memorizar líneas de diálogo semana tras semana. Al tener que interpretarse a sí mismo en Curb, decidió que todos los diálogos de la serie fueran improvisados. Así, en cada capítulo David se limita a escribir un boceto del argumento de no más de siete u ocho páginas, sin diálogo, que distribuye (no siempre) entre los actores. A partir de ahí la cámara rueda en escenarios naturales, ni siquiera se construye un set de rodaje. La improvisación da a Curb un carácter único de serie permanentemente en construcción, forzosamente irregular en ocasiones, pero totalmente anárquica y sustentada por un grupo de amigos, un equipo integrado en el que reinan el compadreo y las carcajadas. No es difícil descubrir sonrisas de complicidad entre los miembros del reparto en algunas escenas. 

¿Y quién es el personaje llamado Larry David que vemos en Curb? El fundador y apologeta supremo del «larrismo» del que hablábamos al principio. Un ser profundamente asocial, cínico y amargado. La serie nos dice que Larry ya era así antes del éxito de Seinfeld. Ahora vive en una mansión de Los Ángeles y es asquerosamente rico, pero el dinero no le ha cambiado: día tras día combate su infelicidad batiéndose contra las incorruptibles normas del decoro, y terminamos empatizando con él porque en el fondo todos albergamos un Larry en nuestro interior. Esto tiene especial mérito porque Curb también se empeña en recordarnos que Larry es, por encima de todo, un bastardo miserable: negará su riñón a su mejor amigo, moribundo y necesitado de un trasplante. Buscará mil excusas para dejar a su novia antes de que los tests médicos de ella confirmen si tiene cáncer, «porque no puedes dejar a una enferma de cáncer y además tienes que cuidar de ella». Cometerá varias tropelías pero, pese a ser siempre derrotado, luchará a diario contra los heraldos de lo políticamente correcto: la serie presenta el dibujo grotesco y exagerado de la clase alta de Los Ángeles, un grupo de millonarios quejumbrosos, permanentemente agarrados al interruptor de la indignación y en ocasiones auténticos caraduras aprovechados no muy diferentes del propio protagonista. Larry se medirá contra ellos en esas decenas de situaciones que podemos identificar en nuestra propia vida cotidiana. Pero también se las verá contra judíos que se ofenden al escuchar a alguien silbar una melodía de Wagner, enfermos de Parkinson que aprovechan su situación para ganarse el favor de los demás y hasta con una familia de Nueva Orleans a la que Larry acoge en su casa tras el último huracán, y que aprovecha su hospitalidad para comportarse como una panda de gorrones a la que no hay manera de echar. Porque no solo su protagonista, sino también la propia serie golpea con ganas.

La absoluta libertad creativa que HBO da a David permite a este llevar su sanísima mala leche mucho más allá de las concesiones que NBC hizo con Seinfeld. El exceso está servido. Así, en Curb vemos a Larry colarse en las reuniones de un grupo de ayuda a víctimas del incesto, a un niño gay de siete años obsesionado con la esvástica, una discusión sobre si una persona atropellada en Central Park el 11 de septiembre de 2001 debe ser considerada una víctima del 11S, otra acalorada discusión entre un superviviente de Auschwitz y un ganador del reality Supervivientes a costa de quién ha sufrido las mayores torturas y privaciones o a Larry debatiéndose entre contribuir al boicot de sus conciudadanos judíos a la apertura de un restaurante palestino o seguir gozando de los increíbles favores sexuales de la propietaria palestina del restaurante. La serie, además, sigue también la marca de estilo que hizo célebre a Seinfeld, extrayendo chistes de oro de la rutina diaria. Volvemos a descubrirnos ante esas situaciones cómicas que solo pueden ocurrírsele a un genio: ¿qué tiene de malo contratar a una prostituta con el único propósito de poder circular por el carril reservado a vehículos de dos o más ocupantes? ¿Podemos comprarnos una camisa que nos ha gustado tras verla en la foto de un fallecido y pasearnos con ella puesta delante de la viuda? ¿Y qué hay de esos hombres que cargan con la fama de tener un miembro pequeño? ¿No se deberá esa leyenda a que siempre se han emparejado con mujeres de vaginas extraordinariamente grandes?

Según avanza la serie, el juego de espejos entre la vida real y la ficción que propone Curb Your Enthusiasm es progresivamente más complejo. David asegura que el personaje no le representa, si bien en ocasiones, gracias a esa incapacidad de callar en aras de la corrección, se parece mucho a la persona que le encantaría ser. Varias caras conocidas se pasean por Curb, siempre como proyecciones desviadas y caricaturescas de su imagen real, y este juego se complicó especialmente en la séptima temporada, cuando David decidió cerrar el círculo: el Larry David de la ficción decide en esos episodios que ha llegado el momento de rodar un nuevo capítulo de Seinfeld, para lo que reúne de nuevo a los actores de la serie. Estos interpretan a las proyecciones de sí mismos interpretando a los personajes que les hicieron célebres. O algo así. El juego de metarrealidad o metaficción resulta aquí totalmente fascinante. La reunión de Seinfeld largamente demandada por el público se transforma así en un juguete de ficción dentro de la nueva serie de su creador.

En 2009 memorizó por primera vez un papel protagonista para ponerse a las órdenes de su admiradísimo Woody Allen en Si la cosa funciona (Whatever Works), y en 2013 protagonizó una película para HBO escrita por él mismo (Clear History). Mientras David se afana en lo suyo, usted, si no lo ha hecho, debería correr a ver Curb your Enthusiasm. Conviene no empezar desde el principio: la serie no es el resultado del trabajo calculado de la cadena de producción de un canal de televisión, sino que arrancó prácticamente como la obra de un solo hombre, que fue modelándola poco a poco y que la ha parido prácticamente en solitario (de hecho solo en la última temporada se apoyaría en parte del equipo de guionistas de Seinfeld para dar forma a los bocetos de las historias). Por eso las dos o tres primeras temporadas ganan más interés cuando uno ya ha visto el producto terminado y se acerca a ellas con interés casi científico, para ver cómo se fue construyendo el mito. 

Entre por tanto en el mundo paródico y grotesco con toques de realidad de Curb Your Enthusiasm. Hay algo liberador en el hecho de ver a alguien permanentemente levantado en armas contra el decoro social y algunas de sus absurdas reglas. Compruebe así si alberga algo de ese cabroncete en su interior, y si por tanto es usted también, a su manera, un auténtico larrista. 

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5 Comments

  1. Me puse con ella en Navidad, y llevo 9 temporadas. Es una auténtica maravilla y quien diga que no alberga un Larry David en su interior, miente. En estos tiempos donde la repugnante dictadura de lo políticamente correcto lleva enseñoreándose ya casi 2 décadas, la serie de este genio es esencial para detectar idiotas y elevar el coeficiente intelectual. Por cierto, a Seinfeld no le cogí el punto. Sin embargo adoro a Larry David.

  2. He sido siempre un fanático de Seinfield, y estoy entre los que la consideran (porque nunca hay ni habrá consenso sobre eso) la mejor serie comedia americana. Comprendí que Larry David era el genio responsable de todas las cosas que hicieron maravillosas y especial es todas las temporadas de Seinfield al ver la primera temporada de Curb Your Enthusiasm. Y fue interesante, porque comprendí que Jerry Seinfeld (mal actor, mal cómico) sencillamente se había ganado el premio mayor al rodearse de excelentes actores que ocultaban sus deficiencias y beneficiarse de los inteligentes y corrosivos guiones de David.

    Excelente texto, gracias!

  3. molinero

    Extraordinaria serie.Un personaje gruñón, que se cree mas listo que los demás, egoísta, ruin y que de vez en cuando tiene razón. Vamos, como nos pasa a muchos.

  4. EDUARDO

    A mi me gusta la traducción
    CURB YOUR ENTHUSIASM
    ==
    NO TE MOTIVES

  5. Curb your enthusiasm no significa «modera tu entusiasmo», es algo mucho mas grafico y gracioso.
    Esta basado en «Curb your dog», señal que se puede ver en todos los parques de USA, y siginifica que lleves atado a tu perro con correa.

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