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Isidre Monés: «He dibujado de todo y en casi todas las técnicas y procedimientos, y he hecho de esta variedad una bandera»

Isidre Monés

Isidre Monés (Barcelona, 1947) ha dibujado miles de cromos, cientos de tiras de Donettes, portadas para decenas de editoriales como Bruguera y páginas a cascoporro para emblemáticas revistas de terror de la Warren como Eerie, Vampirella o Creepy. También es el responsable del apartado gráfico de los juegos más emblemáticos de la época dorada de Cefa (¿alguien ha dicho Imperio Cobra?) y si has montado algunos de los puzles Educa en los 80 y 90, muy probablemente hayas acabado obteniendo una de sus ilustraciones como resultado.

Un buen día Oriol Malet nos contó que Isidre vivía en su misma calle de Esparreguera y nos recomendó, casi obligó, a visitarlo. Isidre Monés es historia viva de la ilustración española de los años 70 y 80 y a sus setenta y tantos años no deja de dibujar como si le fuera la vida en ello. Porque, según nos dice, si no lo hace, se muere. Y así, mientras nos enseña todas las láminas y proyectos que tiene en marcha, hablamos sobre sus inicios en la publicidad, su afición por los cromos y su salto al cómic y la ilustración hasta acabar trabajando para Toutain y Miralles en Selecciones Ilustradas. Una dispersión de intereses que, según nos cuenta, no parece haber jugado a su favor a la hora del reconocimiento público que se merece.

¿El arte te viene de familia?

Tuve un hermano dibujante diez años mayor que yo. Comenzó a dibujar modas en tiendas como El Dique Flotante, una casa muy importante de alta costura del Paseo de Gracia. Entró con dieciocho o diecinueve años, y me gustaba mucho ver cómo lo hacía. No exactamente los que dibujaba para su trabajo, porque hacía maniquís o modelos. Se divertía con otras cosas como chistes, muñecos o carteles de teatro y eso fue lo que me atrapó. Yo quería ser dibujante de cromos. Lo de ahora no se parece en nada a lo que se hacía entonces. Desde hace treinta o cuarenta años solo hay cromos de fútbol, pero cuando yo era pequeño había cromos de animales, de coches, de trenes, aviones… yo quería dibujar aquello. Y lo conseguí. A los doce años era un coleccionista apasionado y a los diecisiete ya dibujaba colecciones de cromos.

Así que podemos decir que vienes del cromo. De allí son tus referencias.

Es que en casa apenas teníamos libros, y los de la escuela estaban llenos de texto. Tal vez había algún dibujo o foto pequeña, y lo único que encontrabas en color era el mapa de España. Los sábados íbamos al cine pero no había televisión. La única referencia de, por ejemplo, imágenes de animales o de vehículos americanos estaba en los cromos. ¿De dónde si no aprendí lo que era un Dodge, un Pontiac o un Cadillac? 

Pero a los quince años comenzaste a ilustrar profesionalmente.

Fue por una gran casualidad. Mi hermano dejó su trabajo en la alta costura porque no le gustaba demasiado y porque era, y aún lo es, un mundo demasiado cerrado y extraño. Se fue entonces al ámbito de la publicidad con los Roldós como dibujante, y yo fui detrás. Con catorce años me ofrecieron trabajar de aprendiz. Yo ya sabía dibujar porque llevaba tres años practicando en la Academia Valls, donde antes había estudiado Tàpies, entre otros. Y entonces vino esa casualidad que te comentaba. Mi hermano se fue a una multinacional, la McCann Erickson, y en aquella empresa, la primera de este tipo en Barcelona, entró de jefe de estudio Miquel Conde, que había trabajado unos cuantos años en Brasil y que resultó ser uno de los dibujantes más importantes de cromos de mi época de coleccionista. Y como yo quería seguir trabajando con mi hermano, me llevó un día a hablar con Conde, y cuando me explicó lo de los cromos y le hablé de mi afición, se le encendió la bombilla y me dijo que él también quería montar un estudio y hacer cromos como los de antes, que le gustaba mucho más que la publicidad. 

A la vez pensó que si podía seguir haciendo publicidad, lo haría por su cuenta y no para una agencia. Me ofreció un trabajo en su estudio. Así que además de seguir trabajando en publicidad, empecé a hacer colecciones con él. Él se encargaba de los fondos, que era lo más pictórico, y yo empecé a trabajar con coches, aviones, barcos, trenes… Pero después de unos pocos años, pensé que ya estaba bien de hacer colecciones de cromos para Conde y me puse a hacerlas por mi cuenta. Lo bueno es que como fui alternando el trabajo en publicidad con otros trabajos, contaba con dos sueldos, lo que era la pera para los años 70. Fue la época más buena de mi vida. Para que te hagas una idea, tenía un seiscientos, vivía en la Guineueta y trabajaba en Gamma, en la calle Tuset, o como la llamaban, Tuset Street, y me podía dar el lujo de conducir hasta allí a diario y dejar el coche en un aparcamiento. La cosa daba para parking y todo.

Isidre Monés

Tu paso por agencias de publicidad te debió dar una visión distinta a la de muchos otros ilustradores de la época.

No tengo claro si otros compañeros tuvieron contacto con el diseño. Entre el 62 y el 70 trabajé en seis agencias o estudios de publicidad y diseño. Aprendí lo que pude de composición, procedimientos y técnicas. También fotografía. Todo me fue muy útil para mi profesión posterior o en mis colaboraciones publicitarias hasta principios de los 90, cuando ya trabajaba como autónomo. Siempre admiré a los comiqueros que apuraban la composición de la página, como Toppi o Sió. Nunca me interesó la línea clara. 

En publicidad también descubrí que soy un hombre con poca visión empresarial. Un día me llamaron para una tormenta de ideas, nos sentamos en una sala y el comercial llegó con una cajita de algo que se llamaba Donuts. La abrió y allí estaba aquel rosco con el agujero en el centro. Nos lo fuimos pasando todos de mano en mano y cuando llegó a las mías les dije que aquello no tenía ningún futuro porque pringaba. Y fíjate.

En aquella época la materia prima de la publicidad era el dibujo. Teníais trabajo para aburrir.

Sí, porque la fotografía aún tenía un papel muy pequeño. Y allí estaba yo, recién casado con Marta, viviendo en varios sitios hasta que nos trasladamos a Esparreguera. Desde los 70estuve trabajando por mi cuenta. 

Y tras los cromos vinieron los cómics. 

Josep Maria Beà fue mi contacto con ese mundo. Lo curioso es que el cómic nunca me había gustado demasiado. Bueno, miento. Cuando era pequeño, cada tarde iba a un puesto de Via Laietana donde mi tía Montserrat vendía diarios y tebeos. Me sentaba a su lado y leía lo típico de Bruguera: DDT, Tiovivo, Can Can, Capitán Trueno o Pulgarcito. Mi favorito siempre fue Vázquez. Todas aquellas historias me entretenían, pero los dibujos no me gustaban demasiado. Cuando leía Hazañas bélicas pensaba que todos los dibujos, todos los soldados, tenían el mismo careto. Si era rubio, alemán. Si moreno, americano o inglés. Los distinguía por el casco y nada más.

Ya de mayor descubrí el cómic que me gustaba con la colección de Drácula editada por Luis Gasca en Buru Lan. Allí descubrí a Maroto, Beà, Carlos Giménez o Sió, de Badalona, que es muy bueno. Esos autores me hicieron ver que el cómic no era solo Superman o Capitán Trueno, sino que era mucho más. Moebius aún estaba con Blueberry y no había empezado con sus locuras. Y por otro lado, en la revista italiana Linus descubrí a tres autores que me hicieron explotar la cabeza: Breccia, Toppi y Battaglia.

Aquello me gustaba mucho y le dije a Beà que quería entrar en Selecciones Ilustradas. Me dijo que preparara algo y preparé un cómic de cinco o seis páginas, el primero de mi vida, basado en un cuento de Antón Chéjov. Creo que nunca se publicó, pero en Selecciones Ilustradas estaban en un momento tan bueno que Toutain dijo que estaba muy bien. Me ofreció unos guiones, vi uno de Poe y me dijo que me lo llevara y lo hiciera. Aunque creo que el primero que escogí fue una historia de ladrones de tesoros y aztecas, «Blood Brothers». Sí, creo que aquella fue mi primera historieta. Recuerdo que para lo rápido que soy dibujando dediqué muchísimo tiempo a lo que acabaron siendo diez páginas. Ahora lo miro y me doy cuenta de que más que una línea narrativa clara acabé haciendo una galería de preciosas ilustraciones con todo un abanico de distintas técnicas, pero que apenas se compaginan unas con otras. Pero allí estaba.

Ahora la gente dice que Toutain ganaba más de lo que pagaba a los dibujantes, pero ya te digo que lo que se pagaba por página con, por ejemplo, un Creepy, era mucho más que lo que cobraras en Bruguera. Lo único que condeno de Selecciones Ilustradas es que no me devolvieran ni un puto original de mis ilustraciones, y estamos hablando de unas doscientas o doscientas cincuenta.

¿No tienes ninguno de tus originales?

Ninguno. Pero es que de Bruguera tampoco me devolvieron ninguno, y les había hecho miles de trabajos. Era una época en que, por un lado, no te los devolvían, y por el otro, tampoco los pedías porque te valía con que te pagaran. Tal vez alguno sí pensó en ello, como Blasco, que se encargaba de dejar claro que se lo tenían que devolver todo o no lo entregaba.

¿Cómo fue trabajar con Toutain, Marcel Miralles y el resto del equipo de Selecciones Ilustradas?

Me vi poco con Toutain. Siempre fue una persona muy correcta conmigo. De aquellas reuniones y alguna más me pareció un hombre listo, observador y con psicología digamos que utilitaria. Por ejemplo, una vez me dijo que daba demasiadas explicaciones, que siempre les estaba recordando que trabajaba toda la semana, de lunes a domingo. Cosas así. Un día le pregunté qué iba a hacer con su revista 1984 si ya estábamos en 1983. Me dijo que ya pensaría algo. Acabó sacando el Zona 84.

Traté más con Marcel Miralles, con quien tuve una muy buena relación. Era un tío muy inteligente, cordial y amable. Era un placer conversar con él, y por supuesto, trabajar. Un gran profesional. Un poco alarmista, todo hay que decirlo, pero supongo que venía con el cargo. Guardo muy buenos recuerdos de nuestros viajes a París o Copenhague, paseando por aquellas ciudades y visitando sus museos. Fueron buenos tiempos. Por el resto del equipo, aparte de Beá tuve muy poca relación con los compañeros. Además, ya no dibujaban juntos en la oficina. Supongo que se me iba el tiempo trabajando en todo lo que estaba metido.

Isidre Monés

Sea como sea, menudo equipazo.

Estuve durante un año y pico trabajando con Warren y creo que fui el único que se fue de allí por decisión propia. Tenía muchas cosas entre manos y el cómic me empezó a aburrir por el hecho de la repetición. Hacías siete u ocho páginas y tenías que dibujar al mismo personaje en decenas de viñetas, y además me costaba que se pareciera entre ellas. Por cambiar, y aprovechando que también me gusta escribir, hasta se me ocurrió proponer alguna que otra historia. De tres guiones que envié me aceptaron uno, que acabó llevando textos de Gerry Boudreau y acabó titulándose «Nightmare!».

Pero a mí lo que me gustaba eran las cosas de época. Ahí podía hacer vestidos divertidos y esas cosas. Aun así, volví al cabo de los meses y me alegró ver que casi todo era ciencia ficción. Fue entonces cuando hice un cómic muy curioso, porque no era habitual en aquella época que en una extensión de unas veinte páginas, seis o siete fueran de viñeta completa. Te encontrabas retos interesantes, como cuando dibujé el edificio Chrysler desde arriba sin contar con Google ni nada, como se hace ahora. Tuve que buscar imágenes en libros y no lo encontré desde la perspectiva que me interesaba. Y mira que fui de los que iban a las ferias del libro o al Mercat de Sant Antoni a buscar libros que me sirvieran de documentación. Tengo cientos de libros sobre animales, aún más sobre historia ilustrada, también de geografía, o cine, por supuesto, y en ninguno encontré el dichoso edificio Chrysler.

En definitiva, me lo tuve que inventar. Son páginas de las que estoy volviendo a hacer ahora para contar con nuevos originales de aquellos trabajos. Sea como sea, después de aquello el cómic tuvo un bajón en Estados Unidos y Selecciones Ilustradas intentó empezar a trabajar en color, algo que no había hecho nunca. Empezamos a hacer libros de historias a color, probamos con historias de Disney o de superhéroes, y muchos de nuestros dibujantes no se vieron haciendo aquello y se marcharon. Beà montó Rambla, por ejemplo, donde le hice un cómic sobre un relato de Kafka. Es algo que llevo persiguiendo desde hace muchos años, editar los cuentos de Kafka ilustrados. Pero bueno, entré con el tema del libro juvenil, cosas de La Galera en catalán. Después de Pilarín Bayés soy de los que más ha hecho en esa editorial.

Te fuiste del cómic a la ilustración pura.

Sí. Para América hice una prueba para Disney, les gustó, y acabé haciendo como treinta libros para ellos. Lo malo era que se trataba de un trabajo muy anónimo, no aparecías por ningún lado y, de nuevo, no te devolvían nada. Con ellos hice superhéroes, Las Tortugas Ninja, Thundercats, X-Men o Star Wars. De los últimos guardo algunos originales, aunque hace un par de años tuve una crisis de trabajo y vendí algunos ejemplares. Hay coleccionistas que quieren originales y otros que incluso me han pedido reproducciones a lápiz de aquellos dibujos.

¿Qué influencias tuviste en este ámbito de la ilustración?

Todos nos inspirábamos en Heinz Hedelmann, el ilustrador de El Submarino Amarillo y el pop art del diseño. Los modernistas y simbolistas llenaban los diseños de curvas, flores hippies y colores y dibujos psicodélicos. A mí me encantaba Pla-Narbona, que supo combinar de maravilla su trabajo artístico con el diseño gráfico. Y pronto vinieron influencias como Bob Peak o Corben, tanto en su faceta de ilustrador como la de comiquero, por supuesto. Más tarde llegaría Moebius, claro, ¡quién no se fija en Moebius! Y después me fui interesando progresivamente en los ilustradores de libros juveniles. Nunca estuve en la feria de Bolonia, pero durante años Miralles me compraba el catálogo anual, que era una preciosidad. Ojeaba aquellas páginas y todas aquellas portadas no dejaban de inspirarme en mi trabajo. Los ilustradores en los cuales inspirarse eran muchos, y sin embargo, las y los catalanes, siendo muchos y teniéndolos tan a mano, me gustaban a medias. Cavall Fort, donde publiqué durante más de cuarenta años, era una inacabable cantera, pero el estilo de los 80 y 90, con esos dibujos pretendidamente infantiles y ese aire tan naíf nunca fue lo mío. Me llegaban poco. Oh, y Drew Struzan también me parece un artistazo. Lleva mucho tiempo metido en el universo Star Wars.

Sigo dándole vueltas al tema de los originales. A día de hoy es impensable que una editorial se quede con ellos.

La solución para todo eso ha sido el asunto de la digitalización. Como la mayoría de originales son digitales, los editores se han acostumbrado a recibir archivos. Incluso si lo hago a mano, lo que reciben es un archivo del dibujo escaneado. Eso nos ha beneficiado en que, por un lado, ya no tengo que pedir originales porque me los quedo yo en todo momento, y por otro lado, agilizo el trabajo. Por ejemplo, en Disney hacía los fondos con aerógrafo y las figuras con acuarela. Un currazo. Y eso que los colores de Disney me los hacía Marta, porque soy un poco daltónico. Mezclo verde y marrón, azul y violeta, y sin referencia me pierdo. Cuando tenía que hacer los enanitos con Disney, te mandaban una referencia de colores, te comprabas el Pantone, y cada enano tenía el gorro de un color, los zapatos de otro… cinco o seis colores por cada uno de los siete enanitos, y Marta los hacía todos, los ponía en botecitos y los etiquetaba para mí.

Así seguí un tiempo hasta que en la época de los 80 llegaron los juegos Cefa, y solo ahora, después de tantos años, estoy empezando a aparecer como dibujante reconocido en libros que hablan de aquellos juegos. Hasta hay alguna sección como homenaje a mis dibujos, o incluyen entrevistas. Es emocionante. El problema de mi falta de reconocimiento es que he hecho demasiadas cosas. Disney, Creepy, tiras de los Donettes…

Y cada vez estuviste más ocupado. ¿Exigencia de los tiempos o cosa tuya?

Culpa mía. Todo me gustaba y me parecía divertido. Hacía tiras de Donettes en dos o tres horas, por lo que en tres días tenía una serie de veinte. Y lo hacía a la vez que estaba con algún cómic, o con algo de Disney. Me encontré con momentos en que tenía que entregar un trabajo por la mañana y otro por la tarde que aún no había acabado. En esos momentos me iba a un restaurante, pedía y mientras llegaban los platos iba dibujando. O entre un sitio y otro, dibujaba en el coche. Tenía un tablerillo y aparcaba al lado de alguna fuente por si tenía que hacer alguna acuarela.

Isidre Monés

¿Te pagaron algo de la reedición de los Creepy que hizo Planeta hace unos años?

Planeta no me ha pagado nada de todo ese trabajo. Hablé con el director de la división de cómic y le dije que entendía que no me pagaran derechos, pero que me avisaran. Al cabo de las semanas recibí una caja con todos los Creepy que habían reeditado. En los primeros no había participado, y al poco de editar los que ya incluían mi trabajo, la cosa se acabó. Pero bueno, tras aquella época empecé con las tiras de Donettes o los kalkitos, con los que tuve la oportunidad de hablar con Félix Rodríguez de la Fuente toda una tarde de domingo en que nos contó una serie de ocho capítulos de animales. Allí estaba yo tomando notas como un loco, notas que por cierto acabaron volando por toda la Castellana, Marta tuvo que bajarse corriendo a frenar los coches, yo recogiendo…

También hice muchos puzles para Educa. Poco antes de que Bruguera cerrara, también hice las cien portadas del Club del Misterio. Ni me gustan los juegos, por lo que nunca supe las reglas de los juegos de Cefa, ni me gusta las novelas de detectives. Y tuve que hacer cien novelas, una cada semana. Me enviaban el libro, si lo tenían, y le pedía a Marta que se lo leyera, porque le gustaba. Luego le preguntaba de qué iba, pero sin que me diera detalles relevantes, aunque alguno se me pasó. En la portada de El cartero siempre llama dos veces, en la portada está la mujer matando al hombre en la bañera. Y nadie me dijo nada. En Selecciones también pasaba lo mismo, cuando visitábamos a Toutain había tantos guiones que Marta y yo nos dedicábamos a rebuscar historias de época, que eran mis favoritas.

¿Qué tal fue tu trabajo con Pepe Pineda en los juegos Cefa?

Aquel trabajo siempre he dicho que fue una manera en que pude reciclarme. Toda mi experiencia en el terror americano me fue muy útil. La calle Morgue o Misterio eran como una versión más ligera de lo que hacía en Creepy. Me citaba con Pepe en un piso de sus padres cerca del Camp Nou, y durante una tarde entera hablábamos de cada nuevo proyecto, traía sus bocetos, yo hacía mis dibujos y poco más. Como no había fax ni nada, teníamos que enviar los dibujos por Renfe entre Barcelona y Zaragoza. Como tantos otros trabajos que he tenido, fue corto pero intenso. No debí hacer más de quince juegos de Cefa en pocos años. Con Educa duré mucho más. Más de veinte años, donde hubo temporadas en que la mitad de las novedades iban con mis ilustraciones. Entonces llegaron los videojuegos y… se acabó.

Por suerte o por desgracia, ahí ya empezaba a ir un poco justo de tiempo, y es que me pasé casi cuarenta años trabajando, cada semana, un par de noches enteras. Y si eran enteras, aquello era un infierno. Si tenía tres horas para dormir, dormía una, una y una para darme el gusto. Y cada vez iba más ajustado, porque no sabía decir que no y las cosas que me ofrecían me gustaban. Y claro, a veces me olvidaba cosas, y Marta tenía que revisar en el autocar de camino a la oficina mientras yo dormía si no me había olvidado de ningún detalle. Una vez olvidé las alas de Cenicienta en una página, y así salió el libro, y nadie se dio cuenta hasta cuarenta años más tarde, en la edición 50.

¿Leías los cómics que publicabais, como el Zona 84?

No. Esto lo sabe Toutain. Mi revista preferida era Totem, con Moebius y compañía.

¿Y de lo que se hace ahora?

No sigo nada de lo de ahora. Me quedé en la primera época de autores como Miguelanxo Prado o Paco Roca. Del primero me gusta su estilo semiserio. De hecho, es lo que más me interesa, tanto que fue el estilo que seguí en Oil of dog de Bierce, e incluso en los de Calders en Cavall Fort. En cambio, de Paco Roca me interesa la narrativa, como en el caso de Carlos Giménez. ¡Siendo tan diversos! Me pasa justo lo contrario que con Moebius, de quien me gustaba el dibujo y pasaba completamente del texto. Excepto en The Long Tomorrow, claro. Dejando esas referencias a un lado, no he vuelto a leer cómics. No me gusta la línea clara.

O sea, que ni hablemos del manga.

Del manga me gusta una cosa: que mantuvo la distribución de página como los cómics de los 70. Blanco y negro, viñeta grande y otra pequeña… Me encargaron algo de manga, pero no acabó saliendo. Si hubiera estado en América, donde uno que hace locomotoras, hace locomotoras, yo no podría. No soporto la repetición. Supongo que ese fue mi fallo, hacía tantas cosas que nadie me conoce.

Me parece curioso que una persona aún hoy interesada en crear cómics no sea un lector habitual de ese tipo de narrativa.

¡Más raro es que con treinta juegos dibujados no me gusta jugar ni al parchís!

Pero para dibujar un juego se pueden desconocer sus dinámicas. En cambio, para dibujar cómic hace falta saber narrar en viñetas. Vamos, como cuando decimos aquello de que un buen escritor tiene que ser también un buen lector.

No me interesa la novela gráfica al uso. Me aburre soberanamente, como la mayoría de novelas e incluso el cine. Leo casi solo ensayo y relatos cortos. Los textos cortos de Kafka, Cortázar, Borges o Asimov me parecen, junto a cierta poesía, la literatura más interesante. Dicho de otra manera, no me interesa que me cuenten historias, más bien que sean capaces de crear atmósferas o situaciones puntuales. Recuerdo que de pequeño me interesaban mucho los libros de zoología, y durante gran parte de mi vida he disfrutado con los libros de excursiones, que no grandes viajes, de fotografía y de dibujo de arquitectura popular ruinosa. Y por supuesto los libros de arte, tengo un buen número, principalmente medieval y del siglo XIX, desde el Romanticismo al simbolismo. Desconfío de muchas de las vanguardias en arte, mayormente porque cuando una vanguardia está en el candelero, otras manifestaciones se arrinconan. Por otro lado, me interesan muchísimo los libros de historia de las religiones. El enigma de la fe, sea cual sea, me parece lo más fraudulento de la historia de la sociedad. Su pervivencia es un enigma para mí.

Isidre Monés

¿Y si ahora pudieras elegir un proyecto?

Tengo muchos en mente. Ahora que tengo más tiempo por ser mayor y tener menos trabajos y compromisos, tengo unos cuantos proyectos en marcha. Porque quien no tiene proyectos, se muere. Uno es el proyecto de dibujar distintas colecciones: un zoo cíborg, inspiración steampunk… Mi idea es exponerlas algún día, o publicarlas de alguna manera. Estoy hablando con alguna editorial. También está la ilustración de los cuentos de Kafka. Kafka y Camus son mis escritores favoritos. A Kafka lo descubrí en los 60 cuando aquí no se editaba, sí en Argentina, pero no me gustaban tanto sus relatos largos, como El proceso o El castillo, aunque sí La metamorfosis. Me encantan sus cuentos cortos e hice muchas ilustraciones de ellos. También los de Lovecraft, de los que tengo otro proyecto en mente.

¿Y cómo llevas lo de dar clases?

Era algo que nunca me había planteado y que me encantó. Por un lado, llevo quince años enseñando a ancianos de Esparreguera a dibujar y pintar, además de contarnos historias y merendar juntos. Es una escuela de dibujo y pintura montada con dos amigos, una experiencia espectacular. Hace tiempo ya había tenido la oportunidad de colaborar en la revista Dibus de Norma Editorial. Allí publiqué durante más de tres años seis páginas mensuales en las que enseñaba técnicas de dibujo a los chavales que compraban la revista. Me encantó. Aún sigo dando talleres de ilustración o de cómic para niños, pero de forma esporádica. Y he colaborado en Radio Esparreguera con programas como Excursions ilustrades, L’art que belluga o Memòries de l’avi Isidrete.

¿Nunca has sentido que estuvieras harto de dibujar?

¡Nunca! Además, no sé hacer nada más. Si se va la luz, no sé ni cambiar una simple bombilla. Nunca he puesto una lavadora. Marta estuvo enferma unos días y le hice algo de comer, un bistec a la plancha, para lo que me tuvo que dar instrucciones paso por paso. Pon aceite. ¿Cuánto? No me gusta hacer nada que no sea dibujar. Tampoco me gusta viajar. Bueno, en coche sí, para dibujar por ahí, pero no me gusta coger un avión.

¿Qué errores no te permitirías repetir si volvieras a empezar?

He dibujado todos los días de mi vida. En hoteles, en la caravana instalados en un camping, en salas de espera de hospitales, en el coche… He dibujado de todo y en casi todas las técnicas y procedimientos. He hecho de esta variedad una bandera, y nunca sabré si una especialización me hubiera proporcionado otro tipo de ventajas. Quizá más conocimiento del público o una personalidad artística más evidente. Siempre he vivido de la ilustración y el cómic, pero para eso he trabajado con juegos, publicidad, libros juveniles, portadas de novelas… Supongo que volvería a hacer lo mismo. Levantarme cada día con un trabajo distinto sobre la mesa es un gozo.

Isidre Monés

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3 Comments

  1. Qué bonito, Levantarme cada día con un trabajo distinto sobre la mesa es un gozo.

  2. Pingback: Se oculta entre las sombras la fuerza del mal. 50 años de Dragones y mazmorras - Jot Down Cultural Magazine

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