Arte y Letras Filosofía

El héroe cultural: de Prometeo a Frankenstein

Prometeo trayendo el fuego, por Jan Cossiers
Prometeo trayendo el fuego, por Jan Cossiers.

El Homo erectus empezó a utilizar el fuego hace más de un millón de años, aunque pasaría mucho tiempo antes de que nuestros remotos antepasados aprendieran a encenderlo: el más antiguo iniciador de fuego conocido —un nódulo ferroso percutido por un trozo de sílex— fue encontrado en una cueva marina del noroeste de Francia habitada por el Homo heidelbergensis hace unos cuatrocientos mil años.

La domesticación del fuego supuso la focolarización del hábitat (del ignis domesticus a la domus ígnea), un paso trascendental en nuestra evolución, de cuya importancia da fe la vigencia del término «hogar» como meliorativo de «casa». Después de la adquisición del lenguaje (y mucho antes cronológicamente), el control del fuego fue el paso más importante de nuestros ancestros hacia la condición humana. Pues el fuego no solo supuso calor y seguridad frente al frío y los depredadores, sino también algo no menos importante: tiempo. La posibilidad de cocer los alimentos permitió dedicar menos tiempo a buscarlos (al volverse comestibles los que crudos no lo eran) y mucho menos a masticarlos y digerirlos. Y el tiempo «libre» se pudo dedicar a la observación, la reflexión y la interacción social, es decir, a la cultura. No parece gratuito ver una relación estrecha entre el fuego y el lenguaje, la segunda —y primera en importancia— gran conquista de la humanidad. Podemos imaginar a un grupo de homínidos reunidos alrededor de una hoguera, compartiendo el calor y la comida cocida por las llamas, a salvo de los depredadores, con la calma y el tiempo suficientes como para intercambiar gestos y sonidos no dictados por la urgencia, sentando las bases de un —o el— protolenguaje1.

Su progresivo control del fuego, más aún que la bipedestación, fue el primer gran elemento diferenciador de los homínidos. Otros animales utilizan e incluso fabrican herramientas, construyen elaborados habitáculos y presas, emprenden complejas tareas colectivas… pero ningún otro ha convertido en su aliado a uno de los peores azotes de la naturaleza.

El fuego (que, por razones obvias, casi todas las culturas identificaron con el Sol) empezó siendo un regalo ocasional del cielo o de la tierra. Pero era un regalo muy peligroso: tanto los rayos que ocasionalmente inflamaban un árbol como los incendios provocados por el calor o la lava ardiente que brotaba de los volcanes podían causar terribles estragos. Un regalo sugiere la existencia de un donante, y un regalo peligroso, la de un donante ambiguo o voluble, ora favorable, ora adverso. Por eso no hay que extrañarse de que los héroes civilizadores sean a menudo taimados e impredecibles.

El propio Prometeo, el héroe cultural por antonomasia, desata las iras de Zeus al engañarlo en varias ocasiones, por lo que el dador del fuego y del arte de la metalurgia es también el causante indirecto de la catastrófica apertura de la caja de Pandora. Esta ambivalencia se refleja en las dos interpretaciones contrapuestas de que ha sido objeto a todo lo largo de la historia la figura de Prometeo, generoso benefactor de la humanidad, pero a la vez irresponsable desencadenante de las desgracias que conlleva la pérdida de la inocencia.

Casualmente (o tal vez no), encontramos ambas interpretaciones, y en su expresión más alta, sin salir del reducido ámbito de una pareja: Mary Shelley tituló Frankenstein o el moderno Prometeo la primera gran manifestación literaria del miedo reverencial a la ciencia (denominado por ello «síndrome de Frankenstein»), mientras que la obra más ambiciosa de Percy B. Shelley, Prometeo liberado, exalta la figura del titán como «el regenerador que utiliza el conocimiento para vencer al mal y guiar a la humanidad desde el estado de inocencia ignorante hasta el estado de virtud mediante la sabiduría»2.

El fuego y el lobo

Loki, el homólogo de Prometeo en la mitología escandinava, tan astuto y embustero como el titán, pero menos generoso con los humanos, representa tanto los aspectos beneficiosos del fuego como los destructivos, y, además, es el padre de Fenrir, un gracioso cachorro que al crecer se convierte en un terrible lobo al que ni siquiera los dioses pueden controlar.

No es la única vez que encontramos al lobo (u otro cánido, como el coyote o el chacal) asociado a un ambivalente héroe civilizador. Los perros descienden de los lobos que acompañaban a las hordas primitivas en sus cacerías, y hay un claro paralelismo entre la domesticación del fuego y la del lobo, pues en los dos casos un temible enemigo se convirtió en un aliado. Ambos procesos, no exentos de peligros, supusieron importantes avances para nuestros ancestros, por lo que no es casual que los encontremos en los mitos cosmogónicos de las culturas más diversas.

Teniendo en cuenta los orígenes agrícolas y ganaderos de la civilización, no es de extrañar que el lobo sea el villano recurrente de fábulas y cuentos tradicionales. Los lobos eran el azote de los primitivos pastores, y diez mil años después esta pugna entre depredadores que compiten por los mismos recursos no se ha extinguido del todo. Pero, por otra parte, el lobo fue el gran colaborador del ser humano en su etapa de cazador recolector, y es el antepasado del perro, «el mejor amigo del hombre». Paradójicamente, el mejor amigo del cazador se convirtió en el peor enemigo del ganadero. Y, rizando el rizo de la paradoja, los descendientes directos de los lobos son nuestras mascotas favoritas.

En la antigua Roma, crisol —si no cuna— de la cultura occidental, tanto el lobo como el fuego tuvieron una enorme importancia simbólica. La loba Luperca era la venerada madre adoptiva —y nutricia— de Rómulo y Remo, los fundadores míticos de la ciudad (y a la vez la lupa era la vilipendiada prostituta: de ahí el término «lupanar», que sigue siendo sinónimo de prostíbulo; en última instancia, el mito fundacional de Roma expresa la misma «fusión de contrarios» que la consabida expresión «de puta madre»). Y la llama sagrada del templo de Vesta era para los romanos el más venerado objeto de culto, aun después de que el gran incendio del año 64 arrasara el hogar de las vírgenes vestales, como para evidenciar la doble función del fuego, protector y destructor a la vez.

El héroe cultural de nuestro tiempo

Así como el arquetipo del héroe guerrero sigue muy presente (demasiado, de hecho), tanto en los superhéroes de la cultura de masas como en la versión sucedánea de las estrellas del deporte, el héroe cultural no tiene una representación visible salvo, en todo caso, en su vertiente negativa: el típico «sabio loco», malvado o irresponsable, que intenta dominar el mundo o lo pone en peligro con sus impíos experimentos. Algunos grandes científicos, pensadores y artistas llegan a veces a hacerse populares; pero, en general, más por sus excentricidades que por sus aportaciones (comprendidas por muy pocos), y el verdadero héroe cultural de nuestro tiempo es el gran ignorado de nuestra desquiciada sociedad.

Porque el héroe cultural de nuestro tiempo, como no podía ser de otra manera, no es un individuo sino un colectivo. Un colectivo por suerte cada vez más y mejor articulado, pero por desgracia cada vez menos y peor conocido: la comunidad científica.


Notas

(1) No pretendo proponer una teoría del origen del lenguaje, sino solo señalar una posible relación primigenia entre el fuego y la palabra (si se me permite la referencia a un clásico del cine), un asunto que de por sí requeriría otro artículo (y otro articulista).

(2) De una nota de Mary Shelley sobre la gestación de Prometeo liberado.

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29 Comments

  1. A mi entender, los científicos no son héroes, sino siervos, seres vendidos, obreros del pensamiento que no tienen consciencia siquiera de su condición, criaturas rendidas por completo al poder que hasta a la hora de votar, votan a quien vote su amo. Sorprendente fenómeno que el amo y el esclavo voten lo mismo. Difícil lo tienes, Pablo Iglesias.
    Bien tuvo en cuenta su situación el matemático Gregory Perelman, hombre venerable y sabio, cuando LE “otorgaron” la medalla Fields y renunció a los 15000$ del honor. Qué cuantía tan generosa. Compárese la cantidad con la que obtiene un rookie de la NBA y se advertirá quién cuenta más en la estima de los patrones y el aprecio del llamado “público”, cuya luz lo oscurece todo.
    Una de las pocas veces que Nietzsche acierta aparece en el parágrafo 207 de “Más allá del Bien y del Mal”. El resto del libro es cotilleo, diletantismo y basura. Ahora, a propósito del papel del científico que ahí describe, la clava. Lea, Frabetti y lloré, porque es para echarse a llorar. Ya en el siglo XIX, en plena eclosión de la ciencia del electromagnetismo y toda la industria que implicaba, Nietzsche trae a colación a esos hombres objetivos, que apenas si son lo primero, aunque de lo segundo anden sobrados.
    Spinoza, que fue científico, sino metafísico, fue probablemente el último gran héroe intelectual. Ya me contará usted qué científico ha sido capaz de enfrentarse al poder como aquél hiciera.
    Habrá que recordar la carta del “pacifista” Einstein a Roosevelt apoyando el proyecto Manhattan.
    https://tinyurl.com/yckwpkfh
    Por ejemplo.

    • Frabetti

      Una cosa son los científicos individualmente considerados y otra la comunidad científica. Por otra parte, el héroe cultural es un ente intrínsecamente ambiguo, o ambivalente, como señalo en el artículo. No hay que entender «héroe» como dechado de valor; bien es cierto que esa es la acepción que se ha impuesto como más habitual, pero no significa eso en antropología. El héroe cultural o héroe civilizador es el que aporta conocimiento, para bien o para mal. Para bien y para mal.

    • Copérnico

      Está claro que quién es de florido «entender», no necesita evidencia, se basta y se sobra con su inagotable manantial, feliz en su laberinto de espejos, espejos ricamente ornamentados, guarnecidos de la interperie, espejos que a lo que son ataduras, les confieren rango de riendas.

      ¿Quién es el siervo?

  2. He reparado, Frabetti, en lo bien que usted me cae. Un rasgo por el que me resulta tan agradable de arrancada aparece justo debajo del título: «Carlo Frabetti». Un hombre que se define por su nombre y un apellido, ya me cae bien. Es un hombre. Alguien real. Ahora, todos esos pedantes de mi tierra que añaden a su nombre TRES apellidos me tocan desde el inicio los huevos. Me basta atender a ese afán colonial de su lenguaje para indisponerme desde el primer momento. Ya dos apellidos son demasiados, pero el ansia de los gilipollas no tiene límites. Ni siquiera en el lenguaje.

    • Frabetti

      En mi caso tal sobriedad nominal no tiene mérito: los italianos solo tenemos un apellido, como los británicos, estadounidenses, etc.

  3. J.I.G.

    No creo que la comunidad científica sea el héroe cultural contemporáneo. Es más, dudo que tengamos referencias contemporáneas asimilables al héroe clásico que mencionas. Me explico:
    El héroe inicia un viaje hacia sí mismo en aras de obtener un bien que le trascienda, mientras que los científicos emprenden proyectos enfocados en el «ahí fuera» con el fin de llegar a fin de mes (al menos en España).
    En cuanto a lo cultural, los héroes protagonizan los mitos que los científicos niegan mediante la literalización.
    Uno crea la cultura sacrificándose, y el otro busca impacto, notoriedad y salir vivo.
    Seguro que habrá científicos que sacrifiquen parcelas de su vida por su trabajo, pero es justo ahí donde radica la diferencia: Lo que para los científicos en general es un medio, para Todo héroe es un fin.

    • Frabetti

      Como ya he dicho en otro comentario, la acepción meliorativa del término «héroe» que actualmente es la de uso más común no es aplicable al «héroe cultural» tal como lo entienden antropólogos y mitólogos. El ejemplo más claro es Loki, un auténtico truhan que incluso ha sido incorporado como tal al universo de los superhéroes de la cultura de masas (o Coyote en América). El héroe civilizador se caracteriza precisamente por su ambigüedad, y expresa, desde siempre, la ambivalencia del conocimiento, que reporta grandes beneficios pero también causa graves daños. Como el fuego. O la energía atómica.

      • Ese es el argumento del cuchillo de Aristóteles, que lo mismo que pela una naranja, sirve para pelar la epidermis de un señor. Sin embargo, hace tiempo que dicho argumento no puede «lavar» el quehacer científico. ¿Cuál es el beneficio que se obtiene de un arma termonuclear? ¿Y de la tecnología hipersónica? Hablemos de la guerra biológica. ¿Qué uso positivo tiene? O de la guerra química. ¿Alguna idea positiva a propósito del gas mostaza?

        • Frabetti

          Vale. Pero hablemos también de la imprenta, de la penicilina, de los trasplantes, de la tecnología que nos permite dialogar en este foro (y que en mi juventud era impensable). Y, sí, de las tan cuestionadas vacunas, que tantas vidas han salvado y siguen salvando.

          • Hay usos negativos de las ciencias que no poseen contrapartida positiva. Vamos un poco más allá: ¿Quieres poner en un lado de la balanza las vidas potencialmente salvadas por la medicina con las de las víctimas de la maquinaria bélica? Supongamos que el balance equilibra ambos platos. Dejemos a un lado la perspectiva de las víctimas en ese conteo (pues no se debe interpretar su silencio impuesto como signo de conformidad). Pero hablemos de maquinaria: sin las ciencias no existiría maquinaria pesada. Imposible. Es esa maquinaria pesada la que ha cambiado la faz de la tierra, contribuyendo a desertizar el planeta. ¿Quieres que hablemos del plástico? ¿De las emisiones de los parques inmensos de automoviles y aviones? ¿Del envenenamiento industrial de los acuíferos? ¿Cuánto cáncer debemos a la contaminación o a los abonos nitrogenados? ¿Y el fracking?
            A menudo creo que el mundo sería muchísimo mejor si los científicos hubieran trabajado muchísimo menos.

            • Frabetti

              Como vegano militante, no necesito que me recuerdes los estragos causados por el mal uso de la industria. Pero al menos ahora podemos -y debemos- elegir, cosa que no pudieron hacer nuestros antepasados ante, por ejemplo, la peste bubónica o la gripe española. Son los explotadores los que deberían haber «trabajado» muchísimo menos para que el mundo fuera mejor.

          • Óscar

            El término «comunidad científica» a veces me suscita dudas: por ejemplo, hace poco, entre dos epidemiólogos de estos «estrella», de la tele, que tango abundan desde hace casi dos años, no se ponían de acuerdo en si había que vacunar o no a los niños. Para una inflamación rotuliana de la rodilla, un médico te dice que tomes corticoides, y otro que no se te ocurra tomarlos. Por otro lado, más que cuestionar la vacuna, lo que hoy día también se cuestiona es el derecho que tiene el poder político a obligarte a inocularte una vacuna. ¿No te parece que se están empezando a traspasar límites peligrosos?

            • Frabetti

              Es lógico -y bueno- que la expresión te suscite dudas. Pero no tiene nada que ver con que dos médicos no se pongan de acuerdo o metan la pata. La comunidad científica ha alcanzado tal grado de articulación y rapidez en la intercomunicación que las buenas ideas se afianzan y las malas son descartadas con gran eficacia. Lo de la vacuna es un asunto muy complejo, sobre todo en el plano político, como bien señalas. Pero es curioso que nadie cuestione la obligatoriedad de, por ejemplo, llevar cinturón de seguridad, cuando es algo que solo afecta al usuario, y sí la de la vacuna, que nos afecta a todos. Por otra parte, hace mucho tiempo que algunas vacunas so obligatorias (o casi, por lo que conlleva eludirlas).

              • Óscar

                Claro, pero el cinturón de seguridad no tiene efectos secundarios (al menos que se sepa) sobre la salud; no puede provocar trombos, ni la muerte, ni desarreglos en la menstruación, etc… Por otro lado, yo puedo elegir no conducir si tanto me molesta el cinturón, pero no puedo oponerme a una vacunación obligatoria. Creo que se abre una puerta muy peligrosa si admitimos que pueden derribarnos la puerta de casa y ponernos la vacuna atados a una silla, que parece que es el camino por el que vamos. La cuestión sería en qué cosas que nos afectan a todos debemos admitir una vacuna obligatoria y en cuáles no: la gripe también nos afecta a todos.

                Por otro lado, al principio se decía que una vez vacunada la gente vulnerable, ya iría todo mucho mejor; luego dijeron que bastaba con el 70 por ciento, luego el 90 por ciento. Ahora ya tenemos que ser todos, y con varias dosis. A lo mejor me equivoco, pero empieza a olerme un poco mal todo esto, la verdad…

                • Frabetti

                  Hay bastantes cosas que huelen mal en todo esto, pero la conveniencia de vacunarse es innegable. Pero en ningún caso sería admisible una obligatoriedad coercitiva: a lo sumo, se podrían tomar medidas de presión indirectas, limitadoras de la movilidad de los no vacunados. ¿Dónde está el límite? Depende de la gravedad de la situación, no creo que haya una fórmula de validez general y permanente.

      • Kilgore

        A mi siempre me ha parecido que el héroe civilizador es castigado por que al traer la sabiduría (Prometeo el fuego, Adán y Eva la
        manzana del árbol del Bien y del Mal) levantan el misterio. Y si. El misterio el tinglado de la religión, y del sometimiento que conlleva, se viene abajo. Y los únicos daños que hay que afrontar es que no hay nada más allá. Que somos los únicos responsables de esto.

  4. Kilgore

    Quizá yo sea un simio poco evolucionado pero a mi, las pocas veces que me enfrento a ella, la lumbre de una chimenea o de una cocina de leña, me sigue fascinando como debió hacerlo con los primeros ancestros que la vieron.
    Y por otra parte no se si no habremos involucionado. No se cuantos de nosotros seríamos capaces de “hacer fuego”, sin las ayudas tecnológicas de las que hoy disponemos.

    • Borges, en su “Otro poema de los dones” agradece por “el fulgor del fuego, que ningún ser humano puede mirar sin un asombro antiguo” Recuerdo en “Alfanhuí” que Rafael Sánchez Ferlosio hacía alguna reflexión muy poética sobre el asunto. Esa cita, lamentablemente, no la pude encontrar ahora. El punto es, Kilgore, que no estás solo.

      • Frabetti

        Alfanhuí conocía bien la leña. Sabía los maderos que daban llamas tristes y los que daban llamas alegres; los que hacían hogueras fuertes y oscuras, los que claras y bailarinas, los que dejaban rescoldo femenino para calentar el sueño de los gatos, los que dejaban rescoldos viriles para el reposo de los perros de caza. Alfanhuí había aprendido a conocer la leña en casa de su madre, donde también se encendía fuego, y supo que el fuego de su maestro era como el fuego de los tíos maternos, de los viajeros que llegaban vestidos de gris.
        ¡Qué grande, Ferlosio, y cuánto se le echa de menos!

    • Frabetti

      Pues no, no estás solo, como bien dice Rafa. Yo tengo la suerte de tener una chimenea en mi casa y la prefiero, con mucho, al televisor. En cuanto a nuestra involución, es un fenómeno inquietante y contra el que deberíamos luchar con más empeño. Desde que hay calculadoras de bolsillo, a mucha gente le cuesta hacer una sencilla división. Por no hablar de los ascensores, las escaleras automáticas, el automóvil personal y tantas otras prótesis que nos inducen a la atrofia física y mental.

      • CarlosF

        Perplejo me hallo antes los comentarios sobre lo pernicioso de la calculadora, o un ascensor y demás utensilios que nos «atrofian» la mente y el cuerpo. Y de gente a las que, por cómo escriben, les asocio un nivel cultural muy elevado, sin peros.

        Señores/as, la tecnología ha venido a ayudarnos, a que el ser humano pueda prescindir de un consumo energético en unas tareas que ya no son necesarias y las emplee en otras que haga que su esperanza de vida y su calidad de la misma mejoren. Que es el objetivo. Entre esas «nuevas tareas» se encuentra poder pensar mejor sobre la democracia, los derechos humanos y las vacunas, entre otros.

        No sé muy bien porqué es mejor gastar energía y tiempo en, por ejemplo, memorizar todas las calles de una ciudad, a tener un GPS; o emplear manos desnudas, palas y piquetas para hacer edificios, en vez de usar grúas y maquinaria pesada.

        • Kilgore

          Nadie reniega de los avances tecnológicos. Pero si te paras a pensarlo si el sistema se va al carajo, y podría irse al carajo, poder hacer fuego frotando dos palos o dos piedras, o construir una polea para levantar una carga seria de lo más útil. Y esos conocimientos son los que se van olvidando.

        • Frabetti

          Nadie ha dicho (no yo, al menos) que sea mejor memorizar o emplear las manos desnudas: solo señalo, al igual que Kilgore, lo limitador -y peligroso- que es perder la capacidad de hacerlo.

  5. E.Roberto

    El primer fuego a voluntad, los primigenios sonidos articulados que con el paso del tiempo en comunidad cobrarían sentido, esos pocos momentos con relativa calma del clan alrededor de una hoguera. Me has hecho recordar viejas fantasias, Carlo, casi idénticas que aumentaron aún más luego del alunizaje en los sesenta. Muy bueno.
    “En la hoguera crepitaban tostándose un montoncito de semillas, un puñado de granos y tantas raíces. El embrujo del resplandor sinuoso y la tibieza en sus cuerpos les había hecho olvidar el hambre de invierno. Él se levantó y lo mismo hizo su amigo. Momentos antes había bastado solo un cruce de miradas y gestos con la boca y la lengua; Tengo hambre, decían. ¿Vamos? Algo encontraremos. Recordaba haber visto mas de un pájaro, que vaya a saber porqué no lograban alzar el vuelo, pero rápidos para los saltos y los esquives, no muy lejos, y hacia allá irían. Se pusieron en pie bajo la mirada interrogativa de los otros, tomaron sus cortas lanzas puntiagudas endurecidas con el fuego y se alejaron. Mientras lo hacían alcanzaron a oir un tumulto de advertencias, y una de ellas era que salir en dos era peligroso; el clan de los barbudos -así llamaban a ese agresivo grupo en el cual hasta las mujeres tenían barba- no andaban lejos, pero eran lentos, jamás los alcanzarían si tenían que escapar; no tenían resistencia. Lo único de temer eran sus astucias, pues eran muy crueles. Dos de sus compañeros habían caido en sus garras peludas y de ellos no supieron más nada. Controlaron que no anduviesen en las cercanías y siguieron. Con un solo pájaro saltarín bastaría para los dos. Bien asados eran deliciosos. Para el fuego tenía sus piedras maravillosas. No necesitaban nada más. El problema era que su perro podría robárselos primero, ya que era él quien los olfateaba antes de que desaparecieran. Los seguía a poca distancia sabiendo que iba a comer. Era el único cachorro de una perra que tiempo atrás anduvo merodeando su grupo sin atreverse a acercarse. Los observaba desde lejos, sigilosa y desconfiada alrededor del fuego esperando el momento propicio para robar los restos. Y de un día para otro, así como apareció, así desapareció dejando a su cachorro que había aprendido sus vicios: robar. Estaban seguros de que los barbudos se la habían comido. Se detuvieron a olfatear el aire. Una fragancia conocida les llegaba, mas no sabían de dónde. También el perro se detuvo, pero erizando los duros pelos de su lomo. Los había hallado, no estaban lejos. Empuñaron sus lanzas para poder arrojarlas con mayor fuerza mientras comenzaron a caminar agachados, sin hacer ruido, lentamente, lentamente, pero de repente y de la nada surgió ese felino peligroso con un pájaro entre sus fauces. Sus dos lanzas partieron al mismo tiempo sin dar en el blanco. Estaba todo perdido por más que su perro le pisara los talones, ya que si lo alcanzaba y lograba apropiarse de la presa, cómo harían para convencerlo de que lo compartiera con ellos. El efecto sorpresa se había desvanecido como el humo, y le pareció que por el hambre pesaba menos ya que estaba a casi un centímetro del suelo, pero el dolor inmediato a su oreja izquierda lo hizo volver a la realidad: el viejo turco barbudo de Don Ezequiel, el vecino, con su idioma incomprensible era quien lo llevaba derechito para su casa, de la cual vio salir a su madre. Y de mano en mano pasó su oreja, también los gritos: ¡Mocoso de porquería! ¡Ya me tenés cansada¡ ¡Hace una hora que te llamo para la cena! ¡Siempre haciéndome pasar vergüenza con Don Ezequiel por las gallinas que le faltan! ¡Vos y ese vago de tu amigo! (que ya había desaparecido, el muy cobarde) Aguantó el dolor sabiendo que su madre haria siempre lo mismo. Aflojaría el apretón para poder sacarse la temible chancleta. Y comenzó a correr esperando que a su madre le creciera la barba, como al turco Ezequiel».

    • Frabetti

      Viejas fantasías casi idénticas, tú lo has dicho. Arquetipos comunes a todas las culturas, que tienen que ver con nuestras necesidades más básicas, nuestros miedos más ancestrales y nuestras ilusiones más luminosas.

  6. José María Peláez

    Estupendo articulo. Gracias! Tan solo quería aclarar que la relación de Prometo con Frankenstein no es por la criatura sino por el doctor que la crea. Prometo además del fuego es también responsable de la creación del hombre modelado o esculpido. A esas figuras era necesario que una divinidad les diera la inteligencia o el alma que aparece representada en ocasiones como una mariposa en la cabeza.La misma que sale por la boca al morir.

  7. Dos cosas que he observado -en mí mismo- y me resultan preocupantes, es que la tecnología está haciendo que la memoria se vaya haciendo cada vez más prescindible. Años ha, yo me sabía de memoria unos veinte números telefónicos. Ahora que no tengo necesidad de recordarlos por tenerlos en la agenda del móvil, me sé solamente tres o cuatro. Cada vez que la memoria me flaquea recurro a “googlear” lo que sea. Dentro de un tiempo no muy lejano ya ni tendremos que usar las manos para hacer búsquedas en internet. Bueno de hecho ya mismo se puede hacer con la voz, pero pronto ni eso. Me pregunto si la memoria se perderá, si se convertirá en irrelevante.

    • Frabetti

      La memoria es la base de la identidad, y de una forma u otra la utilizamos -y ejercitamos- continuamente. Lo que se está atrofiando es alguna de sus «aplicaciones», como la que has señalado (recordar listas de nombres o números). En realidad, hablar de «la» memoria es equívoco, pues se trata de un conjunto de funciones sinérgicas, algunas automáticas y otras deliberadas. La atención juega un papel clave, y ya no prestamos atención a los números de teléfono porque no necesitamos recordarlos.

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