La potenciación de las capacidades del ser humano mediante tecnología atrae cada vez más interés e inversiones. Es algo que llevamos haciendo desde las primeras herramientas de piedra. Pero ahora se trata de dar un paso más allá, generando implantes compatibles con nuestra biología. Insertar la herramienta en nuestros músculos y cerebros creando seres que trascenderán el actual concepto de humanidad. Elon Musk es uno de los convencidos, y de ahí sus repetidos intentos de conectar cerebros con ordenadores mediante su proyecto Neuralink, que ya ha generado las primeras interfaces funcionales.
Brazo biónico que emula el movimiento gracias a su conexión con los huesos y nervios. Comercialización prevista para 2024.
El transhumanismo no es nuevo. El término lo inventó Julian Huxley, hermano del escritor de Un mundo feliz y defensor de la eugenesia en su concepción moderna, mediante diagnóstico prenatal e ingeniería genética. Lo desarrollaron en los sesenta como filosofía en la Nueva Escuela de Nueva York, de donde siguen saliendo figuras destacadas, como la economista Mariana Mazzucatto, o John Maynard Keynes en el pasado. Uno de sus docentes, el futurólogo transhumanista FM-2030, devolvió la popularidad a estas ideas en los noventa con el que hasta la fecha es el libro más influyente de la disciplina. Are You a Transhuman?: Monitoring and Stimulating Your Personal Rate of Growth in a Rapidly Changing World. Durante toda su vida se definió a sí mismo como un nostálgico del futuro.
Por eso es importante recordar dónde está ahora. Tras morir de cáncer de páncreas fue criogenizado para su futura resurrección en la Alcor Life Extension Foundation. Dirigida por Max More, otro relevante transhumanista, esta institución preserva a todo aquel que lo desee y pague los honorarios para su futura resurrección. Hasta la fecha, ciento ochenta y ocho personas. No hay evidencia científica de que resucitar sea mínimamente posible. Pero esa es la base del transhumanismo, afirmar que la ciencia y la tecnología harán reales todas sus predicciones.
Así lo cree el inventor Raymond Kurzweil, quien sugiere que pronto existirán robots microscópicos capaces de viajar por nuestro sistema circulatorio eliminando las células cancerígenas y las senescentes, responsables del envejecimiento. Será el primer paso hacia nuestra inmortalidad. Después volcaremos nuestra mente individual en un ordenador, y a partir de ese punto evolutivo, abandonaremos nuestras limitaciones y condicionantes como especie biológica. Entrando en una fase de alargamiento indefinido de la vida.
Es una mezcla del argumento de El hombre bicentenario de Isaac Asimov y de la película Viaje alucinante, novelada también por el escritor. Pero aquí no es ficción, sino predicción de futuro, compartida por Yuval Nohari en Homo Deus. Donde nos avisa que la inteligencia ya se está escindiendo de la conciencia mediante los algoritmos, en un proceso que no podemos detener. Debemos crear al Homo deus no para potenciarnos, sino para sobrevivir a la inteligencia artificial, y convertirnos, a fin de sobrevivir, en humanos cíborg.
Los más críticos retratan el transhumanismo como una cumbre del liberalismo, bastante distópica. Y ponen de ejemplo a Jeff Bezos, que busca una cura a la vejez a través de sus inversiones en Alta Labs, como hace Google con Calico y Verily. La afirmación que recoge el periodista Mark O’Connell de una fiesta en que hablaban los fundadores de Google, Larry Page y Serguéi Brin, es muy reveladora. Decidieron fundar Calico porque después de todo lo que habían hecho por la humanidad, solo les quedaba derrotar a la muerte.
El problema es que el rejuvenecimiento acabe estando solo al alcance de quien pueda pagarlo. Y que tu juventud y esperanza de vida dependa de cuánto dinero tengas. Los más pesimistas auguran que siguiendo este camino los ricos acabarán diferenciándose genéticamente de los pobres. Y ya no habrá clases sociales, sino clases biológicas. Nuestro origen por nacimiento marcará genéticamente nuestro destino vital.
Siendo optimistas, también podríamos replicar inteligencias como las de Einstein o Stephen Hawking en ordenadores y seguir aprovechando su capacidad indefinidamente. Fue la posibilidad que exploró Charlie Brooker en «White Christmas», episodio de Black Mirror.
Cuándo ocurrirá todo esto. La comunidad científica es escéptica. Cada vez que una empresa o startup como Alta Labs o Calico anuncian un éxito, se reserva el resultado de las investigaciones. Es la práctica habitual en ciencia, compartir para cotejar hasta estar seguro de que el resultado es válido y extrapolable a todos. Si no quieren evaluarlo a la luz pública, critican, es porque no han conseguido logros.
Lo que nos lleva a la aplicación empresarial de este movimiento, que podemos considerar su popularización, más alejada del concepto filosófico y más pegada a logros que generen industrias millonarias. Aquí los avances sí están siendo tangibles, y suelen ser médicos.
La primera vacuna contra el envejecimiento ha sido probada con éxito en ratones. Técnicamente lo que hace es eliminar las células senescentes, que no pueden seguir dividiéndose ni renovándose, pero que permanecen en el interior de nuestro organismo indefinidamente. Generando las enfermedades de la vejez, alzhéimer, aterosclerosis o cáncer.
En la Universidad Miguel Hernández de Elche la implantación de un centenar de electrodos conectados a la región cerebral encarga de la visión permitieron a Bernardeta Gómez, ciega desde hace dieciséis años, percibir patrones, reconocer letras del alfabeto y jugar al comecocos. Sus ojos no percibían luz, una retina artificial transformaba el estímulo visual en eléctrico y lo enviaba al cerebro.
Steve Larkin vivió durante dos años gracias a una mochila donde portaba un corazón artificial externo, y hasta jugó al baloncesto valiéndose de esta máquina, fabricada por SynCardia.
Estos ejemplos serían interpretados por un transhumanista como demostración de que estamos más cerca de la singularidad, ese momento en que nos hibridaremos con las máquinas dejando de ser humanos. Rebajando las expectativas, los científicos de los tres casos, que no se conocen entre sí, han afirmado lo mismo desde lugares muy distantes del mundo: esto es apenas un comienzo, queda mucho por investigar, y mucho más para fabricar en serie cualquiera de estas soluciones.
Tenemos también la interpretación de los economistas, que asocian transhumanismo y cuarta revolución industrial. Klaus Schwab fue de los primeros en usar ese término, y como fundador del Foro Económico Mundial —y de su famosa asamblea anual en Davos—. Su última predicción, el Gran Reinicio. Una nueva etapa económica, tras el coronavirus, con una neoglobalización donde todos los productos se habrán convertido en servicios. No poseeremos nada, ni el coche, ni la ropa, accederemos a cualquier posesión material mediante el pago por uso. Las casas serán hospitales asistidos por inteligencia artificial, y la popularizada telemedicina es un primer paso hacia ello. Y solo los países capaces de incluir la inteligencia artificial y la robotización en sus estrategias de desarrollo continuarán siendo sociedades avanzadas y capaces de generar bienestar.
Hay derivadas militares del transhumanismo, y muchos millones públicos invertidos. DARPA, la agencia de proyectos de investigación avanzados de defensa, en Estados Unidos, subvenciona desde 1999 programas de investigación biohíbrida. Entre sus hitos se incluyen ratas cuya conducta puede controlarse desde ordenadores portátiles, y semiconductores implantados en la pupa de una polilla, para que cuando alcance la madurez formen parte de su red neuronal y puedan ser dirigidas a distancia. La investigación biohíbrida es un campo de avance fundamental, y ahora mismo la Unión Europea está financiando un proyecto para regenerar, mediante esta tecnología, la médula espinal. Tetrapléjicos que vuelven andar o soldados robocop, la herramienta es la misma, su aplicación la diferencia.
Igual sucede en el proyecto de la empresa Strateos. Uno de sus desarrollos servirá para el análisis patológico de tumores en la investigación del cáncer mediante tomografía, eliminando biopsias y detectándolos por pequeños que sean, en sus primeras fases de desarrollo, cuando son más fáciles de curar. Pero 3Scan no se presentó así a los inversores, sino como una tecnología que logrará el escaneado completo de un cerebro humano para emularlo en un ordenador. Las promesas cíborg pueden atraer inversores, y el transhumanismo también puede ir de eso.
Además de pensadores y economistas, tenemos a los que ya han empezado a aplicarlo. Personas que se han implantado chips o antenas para potenciar sus capacidades. Antes de dar algunos ejemplos, quiero recordar a Manuel Rodríguez Delgado, médico español. Durante el franquismo conectó electrodos al cerebro de un novillo, deteniendo sus embestidas y obligándole a que diera la vuelta en una finca de Córdoba. Su instrumento, el Stimoceiver, es un modificador o controlador de la conducta que desarrolló trabajando en Estados Unidos. Miguel Delibes se burló de él tras un encuentro por la absoluta insensibilidad que el médico mostró hacia las posibilidades distópicas de su desarrollo. De hecho ese fue el motivo por el que tuvo que abandonar Estados Unidos. Le vincularon —erróneamente, hay que deci— con la CIA y un intento de controlar mentalmente a la población mundial. Pero fue un auténtico pionero cuya labor sentó las bases para los microelectrodos de silicio actuales, que implantados en una corteza motora cerebral humana permiten mover un brazo protésico. Tom Wolfe le citó en La hoguera de las vanidades.
Su equivalente actual es Kevin Warwick, científico e ingeniero, experto en robótica. Ha demostrado que ya disponemos de la tecnología para conectar cerebros humanos entre sí, él mismo y su esposa llevan implantados chips en los brazos para operar máquinas, y asegura que los implantes para hacernos más inteligentes llegarán en unas décadas. De hecho la interfaz para escribir en un ordenador sin teclado, con solo el pensamiento, ya existe.
En 2008 Warwick mostró este robot, operado a distancia por un cerebro biológico, fruto del cultivo de neuronas extraídas de una rata, y capaz de enviar los impulsos para el movimiento a la máquina.
Neil Harbisson, artista, es el primer transhumano, reconocido como cíborg por el gobierno británico. Más o menos. Aceptaron que apareciera en la foto de su pasaporte con la antena que tiene implantada en su cráneo, y conectada directamente a su cerebro, que él considera un órgano más. Le permite recibir mensajes, imágenes, llamadas, está conectada con los satélites, y le da acceso a internet. Aunque sobre todo convierte los colores en vibraciones, modo de superar su defecto congénito, ver solo en escala de grises. Creó la Fundación Cyborg para ayudar a convertirse en transhumanos a todos los que lo deseen. Una posición defendida, al parecer, por el 51 % de los españoles.
Harbisson no es una excepción, aunque lo haya llevado muy lejos. Cada vez más personas, especialmente en el norte de Europa, han comenzado a implantarse chips bajo la piel para usarlos como tarjetas de crédito contactless, llaves para las puertas de sus casas y coches o para fichar en la oficina. Una opción menos invasiva son los tatuajes NFC, chips adhesivos para la piel, y desarrollados junto Microsoft. Y existen también los productos sanitarios implantables activos, de uso médico.
Están los que exageran en la práctica del transhumanismo y los que directamente deliran. Algunos conspiranoicos afirman que las imágenes al microscopio de las vacunas de ARN mensajero evidencian la presencia de ingeniería de telecomunicaciones. El famoso plan mundial para controlarnos. ¿Vacunado? ¡Ya eres transhumano!
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Que empiezen por curar eml cancer…por ejemplo…asi lo facilito….y luego que sigan con sus chifladuras deshumanizadoras
Fuerza y ánimo, Joan.