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En pleno siglo XXI, con el superdesarrollo de la internet y el ávido consumismo, sé que resulta un tanto absurdo hablar de cantantes no reconocidas, poco vendedoras, oscuras, pero si hacemos un pequeño esfuerzo y nos retrotraemos al mundo predigital, concretamente al mundo de los años sesenta del siglo pasado, podríamos situarnos en una coordenada muy diferente, ideal para entender este fenómeno. Además, me voy a centrar en un espacio bastante limitado, la ciudad de Nueva York, por un lado, y California, por otro, y en los años más sublimes del pop. Esos años y esas ciudades dieron cientos, miles de artistas reconocidos —unos, con una larga carrera, y otros, no pasaron de ser un one hit wonder— y luego están ellas, mujeres con un gran talento, que grabaron algunos discos memorables, pero no tuvieron ninguna repercusión y desaparecieron enseguida. Con «desaparecer» me refiero a que no solo dejaron la música, sino que murieron en unos años, olvidadas de la mano de Dios.
Una de ellas, sin embargo, ha vivido hasta hoy, (moría este mes de noviembre a los ochenta y cuatro años). Margo Guryan, además tuvo un revival en el año 2000, cuando su primer elepé del 1968, Take a Picture, fue relanzado de nuevo por varios sellos, entre ellos, el español Siesta, y se convirtió en un éxito (sic) a posteriori, sobre todo en Japón. Aparte del disco, hubo más lanzamientos en relación con Guryan: el grupo británico Saint Etienne grabó un tema suyo para su fan club, «I Don’t Intend to Spend Christmas Without You» en 1998. Linus of Hollywood se reunió con ella en Los Ángeles, y grabaron dos de sus temas en su elepé Your Favorite Records: «Shine» y «Sunday Morning» (1999), además de volver a lanzar Take a Picture.
Margo Guryan se educó en el mundo del jazz, en el barrio neoyorkino de Queens. Sus padres eran pianistas universitarios y ella siguió la tradición familiar, tocando el piano y haciendo canciones de jazz. Así, fue contratada por la división de Atlantic, en principio, como cantante, pero resultó que no «podía» cantar, se le quebraba la voz, así que quedó en el sello como compositora y de esta forma fue como varios artistas de jazz interpretaron canciones de Margo Guryan: Chris Connor, la cantante de jazz ligero, cantó «Moon Ride»; Harry Belafonte hizo su «I’m On My Way to Saturday». De esta primera etapa como compositora, trabajó con gente del jazz como Ornette Coleman y Don Cherry, y se casó con Bob Brookmeyer, trombonista y pianista, miembro del cuarteto de Gerry Mulligan.
Su relación con el jazz y su matrimonio duraron exactamente lo mismo. Entonces, un amigo compositor la recomendó que escuchara una de las canciones más bellas de la historia del pop, que venía en el disco de los Beach Boys, Pet Sounds: «God Only Knows». Alucinada con aquel sonido y su letra, tras haberla escuchada un millón de veces, escribió «Think of Rain» entrando así en el mundo de las canciones pop. Así, se la tocó con el piano a un productor de quien era secretaria, y este las mandó a la A&R de Columbia, April Blackwood, quien se las entregó a David Rosner, que se convirtió no solamente en su productor, sino en su marido. Con él volvió a grabar unas demos, para resarcirla de la experiencia anterior: inmediatamente, la canción «Think of Rain» fue grabada por dos estrellas de la época, Claudine Longet y Jackie DeShannon, en 1967.
Al año siguiente, 1968, Guryan debutó oficialmente como cantante de sus propias canciones, en un elepé llamado Take a Picture, producido nada más que por John Simon, que es una maravilla de sonidos pop, y arreglos esmeradísimos, con aroma a jazz, y un gran potencial para vender muchas copias, pero que se quedó en el lanzamiento, debido a la negativa de su artista a salir de Nueva York para venderlo en actuaciones. Como consecuencia, el sello se negó a hacer ninguna promoción más. Sin embargo, alguna de las canciones que lo integraban fueron versionadas en muchas ocasiones, a lo largo del año 1967-1968.
Spanky and Our Gang, Bobby Gentry y Glen Campbell, cantaron «Sunday Morning». Ah, y Marie Laforet la hizo en francés (con letra de Michel Jourdan) con el título «Et Si Je T’Aime». Carmen McRae y Julie London versionaron dos canciones: McRae interpretó «Can You Tell» y «Don’t Go Away» para su elepé Sounds of Silence (1968), y London cantó «Sunday Mornin’» and «Come to Me Slowly» en Yummy, Yummy, Yummy (1969).
Se retiró de la grabación, y continuó con sus clases de piano. Al final, se convirtió ella misma en profesora, que escribió y grabó varios discos para estudiantes de piano. Pero no volvió a la música pop.
Karen Dalton, una nómada en New York
Hace muy poco tiempo que la página Light in the Attic ha desplegado un «todo» de la cantante Karen Dalton: las últimas grabaciones que realizó con Richard Tucker, su marido, en Colorado durante el año 1966. Precisamente se llama así, 1966, y son las canciones que dejó en una cinta de grabadora, incluyendo varias versiones que no habían salido antes, como «Reason To Believe» y «Don´t Make Promises You Can´t Keep, de Tim Hardin, y «Other Side of this Life», de Fred Neil. Lo ha sacado Delmore Recording Society. Igualmente, allí se puede comprar el álbum 50 aniversario de In My Own Time, de 2006, en edición de lujo: presentado en tres caras de 45 rpm y la cuarta, la performance en The Montreux Golden Rose Pop Festival, el 1 de mayo de 1971, algo que nunca había salido.
Karen Dalton es a día de hoy bien conocida entre los aficionados a la música, como todas estas que incluimos en este artículo. Es más, ha sido carne de texto en revistas modernas, lo cual es suficiente para pensar que ya ha sido deglutida por la cultura actual. A esto ha ayudado la edición de dos documentales sobre ella: en 2018, A Bright Light. Karen Dalton and the Process, y en 2020, In My Own Time: a Portrait of Karen Dalton, que se estrenó en el festival de documentales de Nueva York. El estilo de Dalton es único, mezcla de raíces muy blueseras, mezcladas con melodías folkies, R&B y una voz impresionante, voz que no se parece a nadie, aunque podamos encontrar en ella trazos de Billie Holliday, Nina Simone y Jean Ritchie, entre otras muchas. De tan especial, estamos ante una cantante que podría haber sido tan grande como Janis Joplin. En su voz encontramos esa difícil mezcla de ternura y dureza que solo pueden manejar las más grandes. Armada con su banjo y un guitarra de doce cuerdas, abandonó a su familia y su ciudad, Enid, Oklahoma, y partió para el New York, ese espectral y duro de la escena folk, del Greenwich Village.
Allí, como es normal, coincidió con todos los músicos. Y cantó y tocó con ellos, además de hacer versiones de sus canciones. La portada que tiene el segundo documental es, desde luego, un anzuelo para vender a Karen Dalton en el siglo XXI, y el haber contado con artistas actuales hablando maravillas de ella, como Nick Cave y Angel Olsen. Pero esto no es de ahora, ya en la era de los cafés-cantantes de New York hubo quien lo pensó y así lo ha dejado impreso en su primer libro de memorias. Bob Dylan, en Chronicles Vol 1. (Simon and Schuster, 2004) decía: «Mi cantante favorita de toda la escena era Karen Dalton. Era una chica alta, blanca que cantaba blues y tocaba la guitarra, a la moda, larguirucha y sensual. (…) tenía una voz como la de Billie Holliday y tocaba la guitarra como Jimmy Reed, y todo lo llevaba hasta el final. Canté con ella un par de veces».
Y entonces, ¿qué es lo qué pasó? Pues la personalidad de Dalton, que no estaba hecha para ser estrella, ni siquiera para una cantante normal. Tenía aversión por los escenarios grandes y a las giras; en el escenario nunca interactuaba con la gente. Además, el hecho de grabar la ponía muy nerviosa, y siempre salía del estudio enfadada, porque no se estaba haciendo como ella quería. De hecho, su primer disco, para Capitol (1969), se pudo terminar porque Nik Venet, el productor, por entonces americanizado Nick Venet, y justo antes de firmar también a los Beach Boys, llamó a Fred Neil y la engañaron diciéndole que estaban haciendo unas versiones, así en plan amiguetes, y que no estaban grabando. Así, nació It’s So Hard to Tell Who’s Going to Love You the Best. En él, aunque sea de esa manera, podemos escuchar versiones grandiosas de Fred Neil, Jerry Roll Morton, Elmore James, y canciones propias de Dalton, como «How Did the Feeling Feel to You», que con el acompañamiento de Fred Neil a la guitarra resulta un escándalo de bueno.
El disco, a pesar de todo esto, no se vendió, en parte por la desidia de Capitol por vender a una cantante que no quería venderse, ni salir a actuar, ni hacer promoción, ni nada. Harta de estos manejos con una discográfica y el pésimo resultado, decidió coger a sus dos hijos y volvió a Oklahoma. Bueno, es que no les he contado lo de su vida privada: con dieciocho años ya había tenido dos hijos, niño y niña, y se había casado dos veces, separándose también. Supongo que el hecho de dejar a los niños en Oklahoma (a veces se traía a la niña, que prácticamente era la madre en esa relación) le ocasionaba mucho pesar. Entre eso, y los sinsabores con la música, la hicieron darse a las drogas, como casi todos por entonces, pero ella por razones añadidas. Primero a las anfetaminas, y enseguida a la heroína.
De todas formas, la voz de Karen Dalton no había quedado olvidada en ese parón. Harvey Brooks, bajista por entonces de Bob Dylan en Bringing it All Back Home y Highway 61 Revisited, la trajo de vuelta a New York con un contrato con Just Sunshine Records, que era del promotor del festival Woodstock. Esta vez, para la grabación, se reservó durante seid meses el Bearsville Studio, propiedad de Albert Grossman, otra vez una relación con Dylan. El repertorio de este segundo disco es de calidad superior que el primero. Está lleno de versiones de clásicos del soul y canciones como la que lo abre, «Something on Your Mind» escrita por Dino Valenti para ella; «How Sweet it Is», la inmortal canción interpretada por Marvin Gaye para la Motown; o «When a Man Loves a Woman», que popularizó Percy Sledge en 1966 para Atlantic. Y además, los arreglos (aquí sí hay) están muy cuidados. A pesar de ello el disco no se vendió, aunque su sello se implicó más en su distribución y la colocó de telonera de Santana en una gira por Europa, justo tras el éxito de estos en Woodstock y el álbum Abraxas. Apenas pudo salir en Montreux, y en el resto de la gira ya ni eso.
Al volver a Estados Unidos se recluyó en Colorado con su tercera pareja, Richard Tucker, pero no implica que no siguiera tocando música en su hogar, incluso en algún club cercano al principio. Pero cuando sus hijos se hicieron mayores y la dejaron, cayó aún más en sus adicciones .Además, fue diagnosticada del virus del VIH por haber compartido agujas. En los años finales de su vida, los primeros noventa, vivía en casa de Peter Walker, célebre guitarrista que mezcla la guitarra española con elementos de raga, y que no hace mucho puso a la venta un libro de poemas y escritos que había dejado Dalton en su casa, y al que se apuntó también. Por fin, Karen Dalton murió en 1993. Una década después comenzó el revival que llega hasta hoy.
Judee Sill, la cantante de las estrellas
Esta es, sin duda, la historia más triste y conmovedora de cuantas he relatado. Ella lo tenía todo para ser la primera o entre las primeras cantautoras de la escena folk de la costa oeste, junto a tíos como J. D. Souther y Jackson Brown, entre otros. Fue de las primeras artistas que fichó David Geffen para su sello, Asylum Records.
Ella componía sus propias canciones, unas canciones que no se parecen a ninguna otra. Quizá en la forma sí, en un pop impoluto, lleno de coros angelicales, donde hay muchas influencias del rock, del country, del gospel y del folk, e incluso hay ciertos toques de psicodelia y de música clásica. Hay un rastro de Laura Nyro, con los mismos ecos de Laurel Canyon. Pero las letras… quizá Jim Morrison (o Brian Wilson, como dijo de ella Andy Partridge), pero con un tinte totalmente distinto. Ella se había vuelto una creyente, tras unos principios iba a decir negativos, pero la verdad es que la infancia y la adolescencia de Judee Sill fueron trágicas, como de telefilm de la cadena Crimen + Investigación.
Nació en Oakland, y de niña perdió a su padre. Su madre, enseguida, trasladó a la familia (ella y su hermano mayor) a Los Ángeles, y se volvió a casar con Kenneth Muse, animador de Disney y de otros dibujos, como Tom y Jerry. Las relaciones en el hogar no eran buenas: siempre había peleas entre los padres, y con los niños. Sill recordaba a su padrastro como a un alcohólico que la emprendía a golpes con los perros y los gatos (irónicamente), y luego con ellos. Y en cuanto terminó el instituto, se casó con un hombre mucho más mayor que ella, empezando a moverse con gente que daba palos en tiendas y gasolineras a punta de pistola, y con veinte años ya estaba en el reformatorio. Allí descubrió los himnos baptistas, y aprendió a tocar el órgano de la iglesia.
Al salir del reformatorio, sucedió que su madre murió de repente, y su marido se ahogó en un río mientras iba de LSD. Poco después volvió a casarse, esta vez con Bob Harris, pianista que por entonces trabajaba en clubs. Más tarde, pondría arreglos en las canciones de su mujer, en la de los Turtles y más adelante, en el grupo de Frank Zappa. Los dos se aficionaron a la heroína. Tanto, que ella volvió a las andadas criminales para costearse su adicción: robar a la gente, incluso pasarse a la prostitución. Al poco, fue pillada estafando cheques y volvió a prisión. Haciendo una llamada de ayuda desesperada a su hermano, descubrió que este acababa de morir de una infección de hígado.
Sola, en la cárcel, decidió abandonar la heroína por sí sola y centrarse en hacer de su vida otra historia. Y empezó muy pronto: mientras estaba todavía en la cárcel, los Leaves de L. A., grabaron «Dead Time Bummer Blues», y poco después los Turtles sacaron en single «Lady-O». Ya en la calle, Graham Nash la llamó para producirla un disco, un single de debut: «Jesus Was a Cross Maker», que no es una canción de religión (aunque lo parezca), sino sobre la ruptura entre J. D. Souther y Linda Ronstadt. David Geffen la buscó para ofrecerla un contrato con Asylum, siendo la primera mujer en solitario de Laurel Canyon.
Ese disco, que se llama igual que ella, sigue siendo a día de hoy algo sencillamente increíble. Desde que empieza, con «Angels Crayon», que habla de la imaginería wicca, al rockabilly estilizado de «The Phantom Cowboy», arreglos neobarrocos en «The Archetypal Man», balada de amor por un ser angelical, como «Lady O», acompañada por arreglos plenos de riqueza; baladas contundentes protagonizada por seres que representan lo contrario, en «Jesus Was a Cross Maker»; baladas sencillas, donde el instrumento principal es la voz, llena de matices, de Judee Sill, como «My Man On Love», y las tres que lo cierran, ensoñaciones sobre el amor universal: «Lopin’ Around Thru the Universe», «Enchanted Sky Machines», con toda clase de orquestación, que preparan el final del disco: «Abracadabra», una canción que empieza como sencilla para abrirse en un torrente de coros y arreglos. Pero esto no había hecho nada más que empezar.
El segundo y último elepé de Sill, Heart Food (1973), es decididamente un disco más maduro y aún más orquestado, o mejor dicho, con las orquestaciones mejor puestas. El productor, de cinco estrellas, fue Henry Lewy, por entonces el productor de Joni Mitchel. La propia voz de Sill se muestra en todo su esplendor. Hay joyas, como «The Kiss» (con una letra magnífica sobre el beso que une a dos personas opuestas), o «The Vigilante», que tiene un aire country y otra letra estupenda sobre ese justiciero con botas que se pasa todo el tiempo controlando para que no nos pase nada.
El disco fue muy bien recibido por la crítica, pero las ventas fueron un desastre. Para acabar de rematarlo, Sill se fue de la lengua en una charla en Londres en la que llamaba a los grupos de rock «mocosos», y de Geffen decía que era gay. Enseguida las palabras llegaron a oídos del magnate, y el contrato con Asylum terminó.
Pero no terminó la carrera de Judee Sill. Al año siguiente grabó varias canciones en el estudio de Mike Nesmith. Este disco no llegó a salir, hasta que las canciones fueron descubiertas veintincinco años después, y mezcladas por Jim O’Rourke, salieron como Dreams Come True. Su carrera terminó en 1973, pero ella continuó escribiendo hasta sus años finales. Años que volvieron a ser una triste jornada: tuvo varios accidentes de coche, con secuelas de mucho dolor, y los médicos no quisieron recetarle determinados fármacos por su pasado, lo que provocó que volviese a las drogas ilegales. En noviembre de 1979 fue descubierta sola en su apartamento, con una aguja puesta en su brazo, y muerta desde hacía dos días. Posiblemente, una muerte accidental por intentar sobrellevar el dolor. Nos quedamos con la luz que desprenden sus grabaciones.
He leído el artículo con la vana esperanza de que uno de esos nombres «que son un tesoro no muy descubierto» coincidiera con mi muy recomendada Mary Margaret O’Hara, una maravilla que parece ser que casi nadie conoce. Les aconsejo su álbum «Miss America» de 1988 y en concreto, esa SENSACIÓN que es «Body’s in trouble», canción que cuando la escuché por primera vez, la repetí durante una hora en la que debió sonar como doce veces. Si quieren descubrir algo realmente bueno, localícenla en You Tube y puede que hagan uno de los descubrimientos musicales de su vida.
Es verdad Maestro no conocía de nada a esta tipa pero esta canción es la leche. Voy a ver si me bajo todo lo que pueda y investigar sobre ella. Gracias Master!
Me encantó conocer a estas tres mujeres increíbles. Y me encantó la playlist… La seguiré escuchando estos días.
El único pero, los laismos, no es propio de JD.
Qué guay leer sobre Margo Guryan en Jot Down!
Mi querido Paco Tamarit, con su proyecto Serpentina, hizo una versión chulísima de ‘Love Songs’ .
Él me la descubrió, y quemé la cinta donde me grabé Take a Picture…
Mi mejor recuerdo de toda la época de Myspace fue que pude hablar con ella y preguntarle por músicos que tocaban en sus discos, y que dijera que le había gustado mucho «Momento Garci», una de las canciones que teníamos en el reproductor de Señor Mostaza.
No puedo parar de escuchar la de Karen Dalton. Esa mujer juega en otra liga
Está bien el artículo, buscaré musica de los artistas mencionados. Siempre está bien hacer un descubrimiento.
Yo voy a poner a las hermanas Kate y Anna McGarregli, canadienses, que no sé si son muy conocidas, creo que no. Cantan indistintamente en inglés o francés y son una delicia, con aires folk. Una muestra:
https://www.youtube.com/watch?v=JB6-sH5jozA&list=RDJB6-sH5jozA&start_radio=1&rv=JB6-sH5jozA&t=219
Grace Morales canta mejor.
No es mujer, pero Bill Fay merece un artículo para él sólo como ejemplo de cantante desconocido maravilloso.
Margo Guryan me parece aburridísima. En su estilio prefiero a Vasthi Bunyan. Karen dalton tiene una voz demasiado áspera para mi gusto aunque he de reconocer que la primera canción del disco es maravillosa.
No es solo que prefiera a Vasthi Bunyan. Es que Vasthi Bunyan es maravillosa.
Descubri a Karen Dalton a finales de 2013 y me fascinó la primera vez que la escuché. Su voz, muy Billie Hollyday, mi apreciadisima Billie Holiday, es maravillosa y única. Las canciones tan tristemente bellas me parecen de lo mejor que he descubierto en muchísimo tiempo. Tengo una lista en Spotify fechada en enero de 2014 en la que además de Karen Dalton, y entre otros, destaca Josephine Foster, siendo esta mas actual ( desde 2000 hasta hoy) que Karen Dalton, aunque con una voz aguda similar, pero distinta. Dos maravillosas mujeres con un estilo similar, a pesar de la diferencia de años entre una y otra.