Barcelona es una ciudad sumamente contradictoria, casi esquizofrénica. A nadie le gusta que le recuerden que vive en una ciudad llena de brotes psicóticos, pero el habitante de la Ciudad Condal tiene muy presentes los dimes y diretes de su casa. La mejor muestra de ello es el metro, una red de transporte que en el caso barcelonés es una suerte de Guadiana: zonas donde hay una parada cada diez metros seguidas de kilómetros de desierto solo al abasto de esos buses metropolitanos de cadencia incomprensible.
Sin embargo, para el que desee hacerse una idea sumamente fugaz de la ciudad no hay método mejor: se perderá la Zona Franca, amplias zonas de la Diagonal (que llamen así a la parada de paseo de Gracia es solo una broma), partes del Born y —por supuesto— no podrá acercarse a menos de veinte kilómetros del aeropuerto. Por tanto, si es usted uno de esos que pretende visitar la ciudad a fondo (ya sabe, como si estuviera en París o en Londres) vaya cambiando de idea. Si en cambio es usted un firme partidario de la brevedad ya puede empezar a adquirir un bono para el suburbano. Aquí va una guía pseudocultural y antihípster de las mejores paradas para sacar la cabeza. Es un viaje contrarreloj, sin tiempo para actividades placenteras: nada de comer, beber, ni tomar fotos. Siéntase obligado a recorrerlas todas: esto no es un viaje de tapeo, es más bien un bosquejo, un pupurri sociohistórico de esos lugares de Barcelona que siempre quiso pisar sin tener que pisarlos.
Solo tendrá que subir unas escaleras y echar un ojo; no se aventure a ir a más. No quiera entrar en los edificios, no haga colas, míreselo usted como de lejos, observe sin intervenir y mire el reloj todo el rato, como si fuera el protagonista de 24. Para eso es esta guía. Si se la salta y actúa como un guiri cualquiera no proteste cuando aparezcan en Facebook fotos suyas con un sombrero mexicano, sangría en mano, delante de Las Ramblas, mientras un niño presuntamente mudo del este de Europa le pide que le firme un papel mientras otro menos niño (y menos presunto) aprovecha para aplicarle un impuesto indirecto a su cartera.
Es importante saber algo del metro de Barcelona antes de adentrarse en sus tripas: esto no es Moscú, ni Londres, ni París. Las pocas estaciones que amenazaban con conservar algún vestigio de historia han sido alteradas en beneficio de un modernismo inquieto, poco ortodoxo (en la estación de plaza Cataluña, por ejemplo, se puede observar el anuncio de un establecimiento llamado El pollón, donde hacen pollos asados), que hará las delicias de los amantes del kitsch. Si tiene buen gusto cierre los ojos, pero siga atento a las manos de pianista que tratarán de aligerar su peso: algunas paradas son famosas por sus delincuentes foráneos. A ellos les conoce todo el mundo, excepto la policía y los turistas japoneses.
Tenga también en cuenta que en verano la temperatura es de 50 grados. En invierno baja hasta los 42. Vístase en consecuencia. Si es usted amante de la historia sepa que la línea 3 es la más antigua, la primera que entró en funcionamiento: la llamaban el Gran Metro. Solo tenía una vía (otro día hablaremos de los trenes de cercanías, solo para valientes y aventureros sin prejuicios) y media docena de paradas, con estación central en la calle Ferrán. Fernando, en aquella época.
Ferrán es una estación situada en Las Ramblas. De Las Ramblas se pueden contar muchas cosas: hace muchos años el Ayuntamiento detectó que debido al aumento de los rateros, trileros, traficantes y señoras con ropajes estruendosos que regalan su amor al mejor postor, la zona se había convertido en un putiferio intransitable, morada de borrachos, visitantes low-cost y tipos que igual podrían estar en Barcelona que en una prisión tailandesa. Decidieron entonces cerrar las tiendas de animales y obligar a los vendedores de periódicos a remodelar sus chiringuitos de tal manera que todos los quioscos fueran iguales. Es bien sabido que los delincuentes odian la uniformidad y a la que ven tres establecimientos iguales se reforman y no vuelven a robar. Los que no lo dejan por eso lo dejan al ver que han cerrado las tiendas de animales. Sorprendentemente la táctica no funcionó. El Ayuntamiento decidió entonces optar por una solución mucho más radical: poner unos carteles que rezaban «Atención, trileros».
Coja el metro en plaza Cataluña, línea 3, y vaya hacia Ferran. Bájese del vagón y suba las escaleras. En una esquina verá un Kentucky Fried Chicken (en Nueva York solo queda uno, aquí tenemos media docena) y en la otra un McDonald’s. Una representación perfecta de la gastronomía local. Si mira usted esa calle que sube y tiene vista de aguilucho verá la Generalitat y el Ayuntamiento. En realidad además de vista de aguilucho deberá tener poderes, ya que las dos instituciones solo se ven una vez se ha accedido a la plaza. La Generalitat es la máxima institución de gobierno en Catalunya y es una fusión de tres diputaciones entre 1359 y 1412 (seiscientos añitos de nada). En la puerta hay unos tipos vestidos de fallera que son en realidad la guardia de honor de los Mossos de Esquadra, la policía catalana. No hace falta que sepa nada más de esa parte de la ciudad, excepto que si pasea usted por ella a partir de las doce de la noche es probable que acabe recitando una parte de aquel célebre monólogo de Blade Runner: «He visto cosas que no creeríais…».
La siguiente parada es fácilmente accesible a pie pero aquí hemos venido a jugar. Vuelva al metro y bájese en Liceu. Aquí hay que ponerse serios. El Liceu es el Taj Mahal de la burguesía catalana, diseñado por tres arquitectos catalanes (Santiago Calatrava aún no había nacido), Miquel Garriga i Roca (1847), Josep Oriol Mestres (1862); Ignasi de Solà-Morales (1999) e inaugurado el 4 de abril de 1847. La sala principal se redecoró en 1909 y pronto se convirtió en punto de encuentro de la opulencia local (la ópera es lo que tiene). Se incendió, arrojaron una bomba, se volvió a incendiar (esta última fogata, en 1994, es bastante interesante porque se expropiaron varias fincas para reconstruirlo y se sacó presupuesto de debajo de las piedras. Todo se hizo por Catalunya, naturalmente). Mire la fachada, mírela bien, pero mientras lo hace no olvide esconder su cámara de video, agarrar su cartera muy fuerte con la mano y pensar que los nuevos arquitectos (Ignasi de Solà-Morales, Xavier Fabré i Lluís Dilmé) no supieron prever que delante de su trabajo se producirían la mayor parte de robos a ciudadanos foráneos de la ciudad. Allí se han visto más desplumes que óperas. Debe ser por eso que a pocos metros hay una transitada comisaría de los Mossos. Y otra de la Policía Nacional. Al gusto del consumidor. Si nota que le tocan no es porque sea usted especialmente atractivo/a sino porque intentan expropiarle. Sí, a usted también.
A pesar de todo sepa que si se levanta usted pronto encontrará una honda satisfacción en el paseo desde la Rambla de las Flors hasta la de Santa Mónica. Podrá incluso dejar de mirar sus pertenencias durante un rato.
Otra parada interesante, pasado el intenso trago de conocer el núcleo de la ciudad que duerme todo el rato, es paseo de Gracia. Si hay una zona donde guiri, asfalto y lujo se fundan con más elegancia esa es paseo de Gracia. Asome usted la cabeza. Esta zona ha fascinado a Brad Pitt, Woody Allen, Edward Norton, Tobey Maguire o Leonardo Di Caprio. Todo por culpa del modernismo catalán, de Puig i Cadafalch, Enric Sagnier o Domènech i Montaner, y la peculiar arquitectura de la arteria en cuestión. La Casa Batlló a su izquierda, la Pedrera a lo lejos, la Casa Fuster allá donde su vista dice basta. La belleza de los edificios que se erigen en este paseo marcial es abrumadora, esta vez sí, quizás, le convendría atreverse a pasear. Tiene cinco minutos. Correr es de pobres, así que no lo haga. No pierda la dignidad por unos edificios.
Sea como fuere tiene usted que volver al metro. Una vez allí ya puede correr. En el suburbano no rigen las mismas reglas que en el mundo de fuera. Aquí puede ser usted un morlock si le apetece, la mala educación no está mal vista, ni tampoco los auriculares de trescientos euros que hablan de lo mucho que sufre usted la crisis, ni la señora que habla a voz en grito —el móvil es, simplemente, atrezo— de la liposucción que le han hecho mal dejándole una sola nalga en el sitio donde se supone que tiene que haber dos.
En El palacio de la luna, de Paul Auster, el protagonista recibe un encargo del anciano al que cuida: «Vaya al metro, entre en el vagón que quiera, en la ruta que le apetezca, cierre los ojos e imagine los rostros de las voces que escucha». No es literal, perdí el libro hace años, pero se me entiende. Bien, no intente esto en Barcelona, es probable que le asalte el deseo de estrangular a medio vagón. El suburbano de la Ciudad Condal es como el Sónar: llega un momento en que todas las músicas se mezclan y solo las drogas te permiten engañar a tu cerebro y creer que estás escuchando música.
Pero no se detenga. Va usted a hacer dos paradas del tirón. Bueno, puede escoger: Jaume I o Barceloneta. En la segunda podrá oler usted el mar; en la primera olerá a hípster. La Barceloneta es el barrio de pescadores, convertido por obra y gracia de las ditirámbicas ordenanzas municipales en bastión de pisos patera para turistas con piel de gamba, arietes de la especulación inmobiliaria que tanto gusta en este país. A pesar de ello es un sitio lleno de rincones apetecibles y un par de restaurantes sin menú, ni pizarras con precios, ni desplegables de colores. Otro día, en un una ruta menos estresante, acérquese usted por allí y busque un rato. Hay cosas —amigos y amigas— que aún no salen en ninguna guía. Como ese restaurante con pinta de bareto cutre donde se juntan muchos de los cocineros de esta maldita ciudad.
Jaume I es la parada con más estilo de Barcelona. A pocos metros de El Born, ese barrio donde cada vez que excavan un metro encuentran un yacimiento romano, lleno de tiendas que son lo mejor del mundo para los que nunca compran nada pero se vanaglorian de tener un gusto exquisito para decidir cuáles son los mejores escaparates. Allí una tienda cierra cada cinco minutos y otra abre en su lugar para vender algo más absurdo que la anterior. Es posible que encuentre la mayor densidad por metro cuadrado del planeta de tíos con bigote y camisa de cuadros y de chicas tatuadas con gafas de pasta. Si tiene usted alergia a los hípsters tardará solo unos segundos en morir. Ahora bien, las cosas como son: el barrio, que empezó su andadura en el siglo XIII, contiene cosas tan bonitas como la basílica de Santa María del Mar (una maravillosa iglesia gótica, demostración de que aún quedan cosas decentes en el seno de la madre Iglesia) o el Mercat del Born. Si nos ponemos serios, en este barrio se encuentra gran parte de la obra de uno de los arquitectos más deliciosos de la capital catalana: Josep Fontserè i Mestre. Colaborador de Gaudí, hormiga soldado y creador de una de las cosas más delicadas y espectaculares que se pueden ver en la Ciudad Condal: el Diposit de les Aigües (actualmente una biblioteca de la Universidad Pompeu Fabra y un paraíso para los amantes del silencio y la luz natural).
Si ya ha tenido bastante, se siente como un jabalí en el pueblo de Obélix, o está harto de comportarse como un espía en el Berlín de los años 50, déjese de metro, ascienda a la superficie y disfrute de una ciudad a la que no la entiende ni la madre que la parió. Y esconda esa cámara, por el amor de Dios.
Pero si hay metro en la Zona Franca y en el Aeropuerto. La mitad de las cosas que se comentan, son mentira o no aplican desde hace tiempo…
La estación de metro de Ferran (que no Ferrán) o Fernando hace muchos años que no existe.
Madre mía, pero que cantidad de mentiras y estupideces se pueden leer en cinco minutos! Esta persona ha escrito el artículo de oídas? Porque me parecería muy raro que haya estado alguna vez en la ciudad…
No has piso Barna en tu vida Hulio
Muy bonito, me gusta
Este parece que no ha pisado Barcelona en su vida, con una redacción completamente parcializada en fomentar una cara de la ciudad que no es, o no predomina al menos.
El que ha escrito esto no ha estado en su vida en Barcelona, y ademas no ha mirado ni el plano del Metro. Entre otras cosas no existe actualmente ninguna estacio que se llame Ferran ( existio Fernando pero se elimino hace mas de 50 años cuando se prolongo la actual linea 3)
El autor del artículo lleva muchos años viviendo en Barcelona, si no recuerdo mal reside en el barrio de Fort Pienc (lo sé porque él mismo lo ha comentado algunas veces en un programa de radio donde colabora como crítico de cine). Así que todos los comentarios que dicen que no ha pisado Barcelona en su vida andan errados. A mi, como sufridor habitual del metro de Barcelona, me ha parecido un artículo divertido y con algunas pullas bien tiradas.
Que el autor viva en Barcelona me lo creo, pero solo si la aseveración va acompañada de «subió un vez al metro cuando era crío», porque la estación de Ferran no existe desde el 68.
Por otra parte hay que reconocer que el título del artículo no miente, como guía para visitar la ciudad es completamente inútil, a no ser que considere que los límites de la ciudad actual coinciden con los de la Barcino romana y que lugares como Universitat o Arc de Triomf deben ser considerados extrarradio.
Será de Barcelona, pero la verdad es que es un artículo bastante insustancial e inexacto. No sólo por la parada de Ferran que yo no he visto jamás desde que llegué a Barcelona. Ni en Jaume I hay hipsters (porque los que hay, que tan poco son tantos, están en el Born y hay que dar un paseíto) ni la parada de la Barceloneta huele a mar porque todavía está escondido. Podemos hablar del barrio del Born o de la Barceloneta pero entonces no sé que pinta el metro aquí.
Es como aquello que se cuenta: Un periodista inglés tenía que escribir sobre lo francés, París, y el mundo de los Bovary, el paisaje y el paisanaje. Pues bien: su barco cruzó el canal de La Mancha y llegó a tierras galas de madrugada. El inglés, antes de bajar, vio en el muelle a un borracho que cantaba algo que se parecía a «La Mer», que sostenía una botella que podría ser de absenta. y que, se peleaba con la luna.
Pues ya tenía el artículo: con darle una vuelta a «Historia de dos ciudades», unos cuantos (300 por ejemplos) falsos datos, y mucho sarcasmo, ya podía volverse a casa.
Una sintaxis que solo transmite confusión, sobre todo en el primer párrafo, unido a un desconocimiento de las líneas de metro que le hace describir una estación que no existe, me hace pensar que el que escribe es periodista solo de anhelo que confunde ser veraz, certero, claro y sobre todo inteligente con ser meramente graciosillo y pedante.
¿Son todos los articulos de Jotdown de este cariz? Menos mal que no he suscrito.
Lo peor que he leído nunca en Jotdown (y eso que el listón está bajando alarmantemente). Un cúmulo de inexactitudes, falsedades, lugares comunes y caricaturas obsoletas. Es decir, todo aquello de lo que un articulista debe huir. Y un buen articulista ni se plantea escribir.