Vamos a morir todos: los que estamos vivos, y los artefactos que la civilización ha construido. Y cuando no estemos, de unos y otros solo quedará una historia que contar. Este arranque tremendista está al lado de un índice donde figuran cabañas mutantes sobre patas de gallina, parques temáticos sobre Jesucristo y alusiones a cabezas cortadas y maldiciones. No podía ser de otra manera cuando el autor del libro es el mismo que eligió apodarse el brasas, o casi, en sus redes sociales. #LaBrasaTorrijos es un guía divertido que cada jueves nos convierte en turistas, convenciéndonos para visitar lugares que, a simple vista, no hubiéramos incluido jamás en nuestras rutas. Un contador de historias fascinantes que cuando la brevedad de las redes sociales se le quedó corta escribió un libro, este. Territorios improbables. Historias sobre lugares que (casi) no sabías que existían.
Para quien no le conozca, Pedro Torrijos tiene, además de una habilidad divulgadora extraordinaria, de esas que te hacen quedar pidiéndole más, la extraña capacidad de interesarnos por algo que no está en el top ten de preferencias comunes. La arquitectura. Ese ama trascendental que condiciona toda nuestra vida sin que lo advirtamos. Los techos, paredes e incluso los horizontes que asoman por ventanas y balcones son los elementos que usan los arquitectos para determinar cómo existimos, y bien lo sabe él, que lo es. Solo que a los mortales comunes solo nos enseñaron a admirar la arquitectura de los grandes arquitectos. Antes de las crisis, los nombres de Óscar Niemeyer, Richard Meier, Norman Foster, Zaha Hadid y Santiago Calatrava, entre otros, eran populares. Los políticos se encargaban de airear sus decisiones de pagarles magnas construcciones con dinero público que iban a hacernos a todos más felices, y al país más próspero. Pero hay otra arquitectura, mucho más humana, divertida, y sobre todo con una historia mucho más apasionante que contar, y de la que no tenemos ni idea. Ubicada en territorios por los que cualquiera de nosotros se pegaría un buen viaje.
Territorios improbables nos lleva allí, aunque nos falte el tiempo, el dinero, o exista la imposibilidad física de llegar. Porque conoceremos incluso las arquitecturas que ya han desaparecido. Con la ventaja de que aquí no se nos enseña solo la descripción de elementos formales, valores artísticos o culturales, también mencionados, sino la historia humana y social que impulsó edificios y ciudades. Lo que cuenta Torrijos es una experiencia, y es lo más parecido a realizar un viaje. A menudo divertido, a veces espeluznante, y siempre revelador.
El libro está además construido geométricamente, seguramente por deformación del autor, un músico que además es arquitecto y narrador, o un arquitecto músico que narra. Cinco apartados, diez capítulos en cada uno, algunos de diez páginas y otros de tres, que terminan para el lector con la misma pregunta: a ver dónde me lleva este tipo ahora. Concisos, divertidos y entretenidos, lo cierto es que este es además el volumen ideal para leer en el váter, pues es fácil acabar un capítulo entero y levantarse satisfecho.
Lo primero que atiende son las arquitecturas desaparecidas en «Lo que ya no está». Y por qué debería importarnos entonces. Pues para empezar porque así sabremos de un ruso que empieza por querer construirse una cabaña y acaba elevando quince plantas a base de troncos y esfuerzo a la rusa. Que no fuera arquitecto habría tenido un pase, pero su verdadera profesión, y el final rocambolesco, son tan buenos que ni parece real. No haré spoilers. Pero sí aludiré a que existe una ciudad alemana íntegra y abandonada, puritita expresión del colonialismo occidental, y casi lección filosófica, porque ahora anda medio comida por las arenas del desierto y por los turistas. Lo que hizo Henry Ford en la Amazonía tampoco tiene desperdicio, sobre todo cuando descubrimos que una de las razones para que saltara por los aires fue el intento de imponer el vegetarianismo a los currantes. Aunque mi favorito, por su conexión con nuestro Estados Unidos de la era Trump y sucesores, es ese parque temático de Jesucristo que también acaba mal.
El segundo bloque lleva por título «Lo que tenemos delante pero no vemos» y resulta muy esclarecedor para los no entendidos en arquitectura. Estamos poco habituados a considerar que lo es aquello que no se parece a un edificio. Puede serlo un solar, nacido de la cabezonería de algunos propietarios que se niegan a ser expropiados, o un pueblo entero construido diez metros bajo tierra. Las motivaciones que hay detrás de este grupo de territorios imposibles resultan tan insólitas que bien podrían haberse mutado en relatos literarios, o novelas de misterio, incluso de terror. Casi ha ocurrido a veces, con el folclore dando explicaciones propias a detalles arquitectónicos, como las ventanas contra brujas, otra vez en Estados Unidos.
Pero no pensemos que estos territorios improbables se limitan al extranjero, al contrario. De nuestro país recoge Torrijos ejemplos que además de pasar desapercibidos apenas han llegado a conocimiento general. Una ciudad de plástico y aire en Ibiza, un arquitecto español que después de dejar obras inmortales se construye un pozo para follar, y rodarlo en vídeo. Más de dos mil escenas. Se citan incluso esos momentos de brillantez que solo parecen darse aquí, cuando las condiciones sociales y culturales son las peores. El Pabellón de los Hexágonos sería el mejor edificio de una Expo dedicada al futuro, adelantándose a los edificios modulares, adaptables e inteligentes… en plena España franquista, castiza y a medio desarrollar. La cual, naturalmente, lo criticó con ferocidad.
La modularidad de este caso, incluido en el apartado «Lo que no podemos dejar de ver», casi parece el eje central del libro. Es lo que no puedes dejar de leer, aunque eso es algo que ni sabes antes de empezarlo, y de lo que estás muy seguro una vez lo terminas. Cómo pueden existir en el mundo tantos ejemplos arquitectónicos de los que no has oído hablar en tu puñetera vida, y singularidades tan fascinantes como unos ovnis posados sobre montañas. Por qué el cine, la literatura y el arte no nos han saturado más, o al menos un poco, con esos escenarios. La respuesta es sencilla: carecíamos de guía que nos orientara por este recorrido. Ahora ya lo tenemos.
Es que incluso en aquellos casos de los que sí habíamos oído hablar esconden otras singularidades, como ciudades dentro de una ciudad. Resulta tan difícil imaginarse que el parque de atracciones de Walt Disney fuera algo más que eso. Casi produce escalofríos considerar que construyeron un lugar para vivir al lado, a su imagen y semejanza, con el objetivo de que sus residentes fueran felices al modo ratón Mickey. Lo que describe Torrijos no es solo una pesadilla distópica, sino el reflejo de un modo de pensar hoy muy presente, la vida hecha escenario, la realidad banalizada. Porque este, además de ser un libro ameno y enriquecedor, es para quien quiera deleitarse pensando un poco después de su lectura, un retrato de lo que somos en el siglo XXI. Una sociedad múltiple, cada vez menos ceñida a los cánones académicos y muy a menudo delirante. Nos hemos tomado en serio el postureo, y acabamos creyendo que ese disfraz es lo que somos. Y lo construimos.
Resulta esclarecedor también que la arquitectura pueda combatir tal tendencia. Estos territorios menudean en ejemplos capitalistas como Disney, pero nos llevan también hacia otros modos de concebir el mundo. Por ejemplo a cómo son los edificios chinos de una sociedad totalmente igualitaria. No la comunista, qué va, eso sería demasiado facilón. Los tulous de Fujian tienen su origen en el siglo XIII y sus dependencias son iguales, misma vivienda para todos, al estilo del activismo social, y lo gordo es que solo hemos sabido de ellas hace unas pocas décadas. Cuando el mundo parecía suficientemente explorado resulta que algunos rincones aún permanecen semiocultos, y eso devuelve la fe en la posibilidad de descubrir, y maravillarse.
El autor se ha guardado lo mejor para el final, o al menos esa es la sensación que tiene el lector y lectora a medida que avanzan las páginas. Los dos últimos bloques, «Lo que no queremos mirar» y «Lo que no debería existir» contienen esos territorios que deberían haber sido, más que improbables, ficciones. Un castillo lleno de habitaciones sin ventanas y sótanos en el Chicago de finales del XIX, la arquitectura como la concibió un asesino en serie para servir a sus propósitos. El pueblo que lleva ardiendo décadas pero donde los habitantes todavía se aferran a sus casas, después de muchos intentos de expulsión, con ese rasgo tan humano de agarrarte a tu suelo y techo como casi única certeza ante un mundo inseguro. El arquitecto megalómano que ideó cerrar el Mediterráneo con una gran presa en Gibraltar, y que durante dos décadas fue tomado en serio.
Lo dicho. Esta es una guía de viaje a lugares que jamás hubiéramos imaginado, ni quizá descubierto. Y su poder de seducción es tal que creeremos haber acompañado a quien imaginó, construyó o disfrutó esos espacios en los que no hemos estado nunca. Bueno, después de la lectura, un poco sí habremos estado. Y tendremos la alentadora convicción además de que el mundo sigue siendo un lugar muy grande, todavía por descubrir, y con gente con especial talento para descubrírnoslo.
Ha visto bien el nicho de mercado, se lo ha currado y tiene un marketing magnifico. En Twitter es muy padre.
Larga vida al gran arquitecto que nos ilumina con su divulgación didáctica al resto de mortales con capacidad escasa para entender el sobrio mundo de la arquitectura.