Francis Scott Fitzgerald escribió el relato de «The Curious Case of Benjamin Button» influenciado por una sentencia de Mark Twain: «Era una lástima que el mejor tramo de nuestra vida estuviera al principio y el peor al final». La historia, adaptada al cine por David Fincher, reparaba en la vida de un hombre que con el transcurso del tiempo va haciéndose más joven. La ficción de Fitzgerald sirve de analogía para introducir el curioso caso de Tom Brady, el quarterback que dominó la NFL durante veintidós años.
La plenitud física de Brady no bebió del ingenio de uno de los mejores escritores del siglo XX, sino de Alex Guerrero, un gurú de medicina alternativa al que conoció tras la temporada de 2006, cuando comenzó a sentirse aquejado por un dolor en la ingle. Ahora bien, consagrarse en exclusiva a sales del Himalaya, dietas extremas, sesiones de meditación rigurosas y programas físicos orientados a la flexibilidad, contracción y relajación de músculos tampoco te permiten interpretar mejor sistemas defensivos. Entonces, ¿por qué Brady fue un quarterback válido para la élite?
Partamos de el hecho de que el gran argumento competitivo de Tom Brady fue su lectura. Pese a ello, había dudas en torno a su capacidad para adaptarse al sistema abierto de Bruce Arians en Tampa Bay. Dudas razonables, si asumimos que Brady históricamente había sido un quarterback de ritmo, que cimentó su reinado durante la era Belichick en dos etapas más o menos tangibles: la primera con Charlie Weis como coordinador ofensivo y la segunda con Josh McDaniels (brevemente interrumpida por la gestión de de Bill O’Brien) como sucesor. Weis cobijó al primer Tom Brady bajo el manto del viejo sistema Ernhardt-Perkins. En realidad, la gran variante que hicieron Weis y Belichick sobre la idea de Ron Ernhardt y Ray Perkins fue una cuestión de terminología, organizando todo a partir de conceptos. Es decir, los integrantes de la ofensiva no interpretaban un plan de acción a partir de un árbol de rutas, sino de palabras. Lo más importante de todo es que se trataba de conceptos asimilados de manera coral, que no estaban supeditados por una formación y que no necesitaban de un número ilimitado de jugadas. Los Patriots tuvieron éxito con el sistema porque dotaba de flexibilidad a su ofensiva sin restarle ritmo y autonomía a Brady, la pieza que hacía que todo cobrara sentido.
La gestión de McDaniels fue continuista con la idea global, aunque buscó incorporar tendencias de las ofensivas spread de la NCAA, particularmente con la democratización de la Air Raid de Mike Leach, el actual entrenador de Mississippi State. Dicho sistema explotó a mansalva un concepto llamado mesh, cuyo fundamento es el desarrollo de rutas cruzadas para provocar trafico en la zona de linebackers y abrir ventanas de pase alrededor de ellos, en el escape o en las esquinas. Al final, tanto el objetivo de Weis como el de McDaniels era el mismo: crear desequilibrios en las asignaciones defensivas, los famosos mismatches. Por ello, en buena medida, la interpretación de Brady fue responsable de que florecieron los dos mejores receptores slot de la última época: Wes Welker y Julian Edelman.
En resumen, Brady brilló durante dos décadas atacando zonas cortas e intermedias, sin la necesidad de retar a menudo a los esquineros, porque el sistema le permitía encontrar duelos favorables con receptores de slot, alas cerradas y corredores enfrentando a linebackers y safeties. ¿Esto quiere decir que Brady es un quarterback de sistema? No. Tanto el sistema más clásico de la Ernhardt-Perkins como las variante de la Air Raid moderna están al alcance de cualquier libro de jugadas de la NFL. Diseñar y ejecutar son el día y la noche.
Para entender los motivos que llevaron a Brady, más allá de teorías de conspiración, a embarcarse en el reto de cambiar de franquicia tras dos décadas de fidelidad absoluta y administrar un ataque más vertical, reparemos en el hecho de que se trataba, pese a su legado inabarcable, de un líder estigmatizado como un quarterback que emergió de un sistema sin fisuras. Los Bucs lo sedujeron con el mejor cuerpo de receptores que haya tenido en su carrera (seguramente incluso mejor que el de 2007), una defensiva competitiva y el hecho de poder trabajar con alguien como Bruce Arians, quien se ha distinguido por desarrollar quarterbacks en la élite (Manning, Roethlisberger, Palmer, Luck). Era imposible reprocharle a Brady haber elegido un proyecto ambicioso en detrimento de pasar sus dos últimos años productivos en una franquicia que ya no era capaz de rodearlo de talento, aún cuando se tratara de una franquicia con la que estaba íntimamente vinculado a todos niveles y con la que ganó seis anillos de Super Bowl.
Hay un aspecto que define perfectamente la diferencia entre la filosofía ofensiva de Arians y la herencia de Nueva Inglaterra: agresividad. Pensemos en una situación de blitz. Con Arians el enfoque está en penalizar el espacio cedido por la defensiva para acumular gente en la caja, mientras que en el sistema de los Patriots se busca ajustar en la línea para contrarrestar la carga. Una ofensiva ve una oportunidad de producir una jugada grande; la otra evita, ante todo, un posible sangrado. El sistema Air Coryell, con el que se ha asociado a Arians a lo largo de su carrera, es mucho menos creativo en términos conceptuales en relación a todo que había visto Brady en la NFL. Más bien se trata de un esquema de que se construye a partir de estirar el campo, proponer duelos individuales favorables y capitalizar cualquier ráfaga de inspiración.
Ahora, la evidencia respecto a que Brady logró imponerse a un sistema vertical es incontrovertible. Pensemos que el mito de la trayectorias profundas estuvo muy influenciado por el personal y la filosofía de Nueva Inglaterra. La única vez que tuvo una amenaza profunda legítima fue en 2007, con Randy Moss, el año en que se devoró la NFL. Es cierto que bajo ese escenario no tenía la precisión de Russell Wilson, pero su capacidad intelectual era capaz de sacarlo a flote. Adaptarse a un nuevo plan supuso todo un reto. Adaptarse a un nuevo plan suponía todo un reto, aunque para alguien con el talento interpretativo de Brady castigar defensivas saliendo del play action en trayectorias cruzadas profundas y dobles postes —un escenario bastante habitual en el playbook de Arians— no significó un problema. No obviemos el hecho de que, bajo el mismo sistema, James Winston tuvo la mayor cantidad de pases interceptados desde 1988. Si bien se trata de un sistema agresivo per se, la magia reside en no forzar la jugada grande, sino en identificarla.
Resulta muy desconcertante que exista gente obstinada en normalizar el estado de forma de Tom Brady, como si no tuviera ningún mérito haber transformado a una nueva franquicia, brillado con otro reparto y adoptado como propio un sistema completamente ajeno a los ¡cuarenta y cuatro años! Basta mirar el epílogo de Peyton Manning y Drew Brees para poner en perspectiva su última gran obra: envejecer con dignidad.
Como absolutamente analfabeto en lo referente al fútbol americano, no he entendido casi nada y, a la vez, me parece admirable el hecho y formidable la historia.
Gracias.
Esto debe de ser interesantísimo para los que les guste ese deporte….
Qué bueno que apuesten por historias deportivas especializadas en revistas culturales. Gran texto.
Brady tramposo. En el deflagate le pillaron con el carrito del helado, pero claro, como «the show must go on», todo quedó en un capón y agua de borrajas. Indiscutible el número de títulos, pero también su trampa. Que lo pillaran una vez no significa que ésta fuese la única.