Estoy comprando en un pequeño supermercado de mi barrio. Concretamente en la zona del pan. La señora que me atiende me pregunta qué deseo. De repente irrumpe una compañera suya, la de la sección de verduras y me dice en un volumen de voz notablemente alto y señalándola a ella con la mano:
—¿Ha visto una mujer más guapa y encantadora que esta?
La del pan le contesta:
—¡Tú sí que eres hermosa Y JÓÓÓVEEEN!
La otra le dice:
—TÚÚÚ, TÚÚÚ!! GUAPAAA, SIMPÁTICAAA!!
A partir de ahí se enzarzan en un cruce de piropos improvisados que van escalando en volumen:
—¡ENCANTOOO!
—¡SALEROSAAA!
—¡BONICAAA!!
—¡RUMBERAAA!!
—¡GRACIOSAAAAA!!
—¡RESALÁÁÁÁÁ!
—¡MONUMENTOOOO!
—¡BELLEZÓÓÓÓÓN!
—¡GUAPURAAAA!
Y casi acaban a bofetadas.
Resulta esencial que la expresión verbal del hablante coincida con la experiencia interna y subjetiva que tiene del mundo.
No se trata de mayor o menor sinceridad, sino de congruencia entre el estado emocional que nos habita y el discurso que lo describe. De lo contrario pueden producirse paradojas como la batalla de piropos amorosos descrita arriba.
El cuerpo ha aprendido a reflejar nuestros sentimientos sin que nos demos cuenta. Nuestras posturas corporales expresarán el pensamiento o la emoción más íntima mediante algunas manifestaciones básicas que incluyen un conjunto de subsistemas como el verbal, corporal y el cognitivo. Y de modo inverso, ese reflejo corporal afecta al modo de sentir emociones.
El funcionamiento de la mente incluye la emocionalidad, la postura y el pensamiento. Elementos que en ocasiones logramos que pedaleen juntos y otras veces van cada uno a su ritmo y objetivo hasta jugar unos en contra de otros.
En última instancia, la emocionalidad está conectada a la defensa de la vida1.
La rabia hace que el flujo sanguíneo llegue con fuerza a la periferia por si necesitamos afrontar un ataque enemigo.
Con el miedo se favorece la congelación y parálisis para valorar la posibilidad de ocultarse como comportamiento más eficiente.
El amor y la satisfacción sexual activan el sistema nervioso parasimpático, que libera una respuesta de relajación que predispone a un estado de calma y satisfacción.
El arqueo de las cejas cuando sentimos sorpresa aumenta el campo visual y permite que penetre más luz en la retina, lo cual nos proporciona más información sobre lo inesperado.
Emoción tiene que ver etimológicamente con movimiento, con agitación interna. La emoción está relacionada con pasión. Quizá los sentimientos sean un concepto mayor que englobe las emociones.
Lo que importa en la emoción no es ella misma, sino el modo como es querida.
(J. Ferrater Mora)2
La capacidad para sostener la atención tiene relación con la estabilidad emocional. El objetivo de este artículo no es una profundización exhaustiva acerca de las emociones, sino su relación con la atención y la estructura de la experiencia subjetiva. La emoción genera múltiples significados metafóricos. Por eso, la expresión verbal de una emoción en un tono de voz inadecuado o incongruente puede conectar con emociones y pensamientos distintos a los expresados o incluso contrarios.
No hay acuerdo en la cantidad de emociones existentes. Seguramente se puede hablar de áreas emocionales que comprenden matices innumerables. Podemos abordar una primera aproximación del siguiente modo3:
- Ira: rabia, enojo, resentimiento, furia, exasperación, indignación, acritud, animosidad, irritabilidad, hostilidad y en caso extremo, odio y violencia.
- Tristeza: aflicción, pena, desconsuelo, pesimismo, melancolía, autocompasión, soledad, desaliento, desesperación y en caso patológico, depresión.
- Miedo: ansiedad, aprensión, temor, preocupación, consternación, inquietud, desasosiego, incertidumbre, nerviosismo, angustia, susto, terror y, en el extremo fobia y pánico.
- Alegría: felicidad, gozo, tranquilidad, contento, beatitud, deleite, diversión, dignidad, placer sensual, estremecimiento, rapto, gratificación, satisfacción, euforia, capricho, éxtasis y finalmente manía.
- Amor: aceptación, cordialidad, confianza, amabilidad, afinidad, devoción, adoración, enamoramiento y ágape.
- Sorpresa: sobresalto, asombro, desconcierto, admiración hasta la alucinación.
- Aversión: desprecio, desdén, displicencia, asco, antipatía, disgusto y repugnancia.
- Vergüenza: culpa, perplejidad, desazón, remordimiento, humillación, pesar y aflicción tendente a la melancolía.
El análisis transaccional4, por su parte, sintetiza cinco áreas emocionales naturales y primarias: alegría, amor, rabia, tristeza y miedo.
Censura de la emoción primaria
Cuando el contexto no nos permite manifestar lo que sentimos o incluso cuando la persona desarrolla mecanismos de autocensura con respecto a lo que siente, otras emociones secundarias o neuróticas ocupan su lugar.
Una característica de estas falsas emociones es que duran más tiempo, ya que toman vida en un discurso circular que invade el propio diálogo interno.
Otra diferencia entre emociones primarias y secundarias es la fuerza o debilidad que producen en la persona5.
Las emociones primarias llevan a la persona a la acción y le dan fuerza. Son simples, no requieren explicaciones largas, pueden ser potentes y fuertes, pero se experimentan sin dramas. Manifiestan un predominio de la atención sobre el exterior.
(…) soy tan feliz
que soy feliz tan solo (…)
(José Corredor-Matheos )6
Las emociones secundarias quitan fuerza y conducen a la persona al dilema, haciéndole transitar del análisis a la parálisis. Estas emociones sustituyen a la acción, producen debilidad en la persona y en quienes le rodean. En ellas predomina la atención a las imágenes interiores.
En ocasiones, las personas perciben un deseo que consideran excesivo, y ello les conduce a la vergüenza por este riesgo de censura, que inicialmente es exterior hasta que se internaliza y autogestiona por la propia persona. Y de ahí a la melancolía hay poca distancia. En este sentido, la experimentación de emociones funciona como reguladora de la neurosis.
En otro orden de cosas, están las emociones sistémicamente adoptadas. En este caso, la persona está instalada en un sentimiento ajeno. Genera un mecanismo de doble transferencia. Es el caso en el que, por ejemplo, una hija adopta con sus parejas, la emoción que su madre hubiera debido adoptar con la suya. El mecanismo incluye una proyección de la emoción sobre otra persona.
Por último, podemos hablar de metasentimientos. Sentimientos sin emoción. Pura fuerza concentrada y próxima a la experimentación de arquetipos: el valor, la humildad, la serenidad, el daño que alguien hace a otro sin querer hacerlo como un cirujano a su paciente. La finalidad de todos estos sentimientos es el conocimiento profundo de la realidad, siempre relacionado con la acción. Conocimiento que nos permite discriminar lo esencial y lo secundario.
Lo que nos hace sufrir no son las emociones calificadas como negativas o vigiladas por la sociedad, como podría ser el caso de la rabia o la tristeza, sino aquello que sentimos al movilizar una emoción sustituta o metaemoción, en teoría, más presentable7.
Me acuerdo de repente de cuando era niño y veía, como hoy no puedo ver, a la mañana rayar sobre la ciudad. Entonces no rayaba para mí, sino para la vida, porque yo, entonces (no siendo consciente), era la vida. Veía la mañana y sentía alegría; hoy veo la mañana, y siento alegría, y me pongo triste. Ha quedado el niño, pero ha enmudecido. Veo como veía, pero por detrás de los ojos me veo viendo; y solo con ello se me oscurece el sol y el verde de los árboles es viejo y las flores se marchitan antes de aparecer. Sí, antes yo era de aquí; hoy, a cada paisaje, por nuevo que sea para mí, regreso extranjero, huésped y peregrino de su presentación, forastero de lo que veo y oigo, viejo de mí.
(Fernando Pessoa)8
Una mala economía de las emociones puede producir relatos inadecuados a nuestra adaptación a la realidad. Relatos que se proyectan sobre el mundo confirmando la peor de nuestras sospechas. Podríamos decir que encontramos lo que previamente andábamos buscando y a veces quedamos hechizados en un círculo sin aparente salida, conformado por lo que sentimos y el sentido que le damos.
Pondré un ejemplo de lo que estamos hablando. Conocí la extraña historia de alguien que temía acabar con la vida profesional que había construido exitosamente. Temía tomar decisiones inadecuadas que le llevaran a la ruina. Pero no se refería a acciones erróneas, sino voluntariamente autodestructivas del tipo: ¿y si un día me da por derribar todo lo construido? Estas acciones estarían agazapadas en algún rincón de su conciencia y las tomaría contra su propia voluntad. Sospechaba que una parte de sí mismo deseaba forzar la bancarrota como un deseo nefasto y escondido contra el que no podía luchar.
Quizá fuera una idea heredada de alguna rama de su árbol genealógico, quizá una influencia de su entorno o de películas, novelas, en fin, de cualquier estímulo exterior. En apariencia, los negocios le iban bien y no tenía ningún motivo para pensar en ello y mucho menos para llevarlo a cabo.
Este temor le hacía sufrir enormemente. Pasaba mucho tiempo observándose para ver si emergía en su mente el deseo de arruinarlo todo. Lo cierto es que aparecía muchas veces (ya que él mismo lo convocaba sin querer, cada vez que se ponía a prueba pensando si la idea acudiría a su mente o no) y esto le llenaba de angustia.
Tiempo después pensó en ello, pero esta vez no se angustió y entonces se preocupó doblemente ya que, si no le asustaba arruinarse, era la prueba irrefutable de que esta tentación podía atacarle con toda normalidad. Así pues, decidió que era mejor angustiarse voluntariamente ante la idea de arruinarse. De este modo decidió mantener bajo su control mental la idea de que podría ir a la bancarrota. Ideación acompañada de una gran ansiedad como único modo de tranquilizarse ante la idea de perder todo lo que había conseguido.
La historia descrita constituye un hechizo difícil de resolver con un razonamiento lógico. En ocasiones, la dificultad existencial es un problema y a la vez, una solución.
Finalmente, añadir la dimensión temporal puede ayudar a la exploración de emociones, ya que la experimentación del sentimiento en su inmediatez no permite el análisis racional del mismo, el paso del tiempo permite enriquecer la emoción al poder añadirle la dimensión cognitiva.
El pasado es hermoso porque nunca comprendemos una emoción en el momento. Se expande más tarde, y por eso no tenemos emociones completas sobre el presente, tan solo sobre el pasado.
(Virginia Woolf)
Notas
(1) Ver artículo que escribí en Jot Down: «La intención adaptativa del pensamiento y el comportamiento». En él desarrollé con más extensión esta idea.
(2) Ferrater Mora, J. 1998. Diccionario de Filosofía. (Pág: 994)
(3) Goleman, D. (1996) Inteligencia emocional. (Pág. 442ss)
(4) Artículo de Josep Lluis Camino Roca y Arantxa Coca Vila. (2006): «Una teoría de las emociones para el análisistransaccional».
(5) Bert Hellinger, en Gunthard Weber (1999): Felicidad dual. Barcelona: Herder. (Págs. 287 ss.)
(6) Corredor Matheos, J. (2004) El don de la ignorancia. Barcelona: Tusquets. (Pág. 75)
(7) Virginia Satir (1976). En contacto íntimo.
(8) Pessoa, F. (1985): Libro del desasosiego. Barcelona: Seix Barral. (Pág. 106)
¡Qué Grande fue Pessoa!
1.73 m. Así era de grande Pessoa.