Susan Sontag lo tenía claro: si tuviera que elegir entre The Doors y Dostoyevski, elegiría por supuesto a Dostoyevski. Pero ¿por qué tendría que elegir? Sontag metía así el dedo en la llaga de la distinción entre la «alta» y la «baja» cultura, y lo hacía, curiosamente, blandiendo a Dostoyevski, escritor que ha dado pie a interesantes reflexiones por parte de personas como Freud, Borges o Gide, pero también a parte de una canción de Belle and Sebastian y otra de The Go-Betweens.
Es posible que Dostoyevski sea tan popular como los Beatles —que, a su vez, son más populares que Jesucristo—, otra cosa es que la imagen que se ha impuesto en la cultura popular se corresponda exactamente con la realidad. Belle and Sebastian, por ejemplo, asocian al escritor con la tristeza («I’m not as sad as Dostoevsky, I’m not as clever as Mark Twain»), y no voy decir yo que fuera la alegría de la huerta, pero sí que hay también un Dostoyevski más burlón, más sarcástico, y ese lado de su escritura es menos conocido. Thomas Mann calificó a «este crucificado» de «gran humorista», pues en sus tramas introducía un gran «número de travesuras». Un ejemplo de ello es Una historia desagradable, publicado recientemente en Nórdica, un ácido retrato social que tal vez logre arrancar alguna que otra risa al lector, aunque en el fondo no tenga mucha gracia, ya que la visión que ofrece de la sociedad y del ser humano no es muy optimista que digamos.
David Foster Wallace, que consideraba al ruso tan genial como divertido, alertaba de los peligros de la canonización de los escritores: tendemos a ver a los «autores canónicos en tonos sepia, apaciblemente muertos», y así es complicado imaginárselos como seres vivos. Virginia Woolf es quizá la excepción. Ella tenía la costumbre de traerlos de vuelta a la vida, en concreto, a la época y lugar en que vivía, por eso un día se preguntó cómo se habría comportado Dostoyevski redivivo ahí, en el césped de la entrada de la vicaría1. Partiendo de uno de los relatos del ruso y de los detalles que conocía de su vida (había leído la biografía que escribió su hija), no le resultó difícil ponerlo a andar por el césped e imaginar qué diría.
Yo, que hasta ahora nunca había leído una biografía del escritor, intenté jugar al juego de «levántate y anda» y la verdad es que no me salió muy allá. Traté de imaginar a Dostoyevski con su levita y esa barba hípster con la que ha pasado a la posteridad (supongo que ese era el aspecto Dostoyevskiano al que se referían The Go-Betweens en su canción). Lo imaginé hablando con mendigos, con prostitutas, en plan William Vollmann, pero sé que cuando abría la boca no era él quien hablaba. Lo que decía se parecía sospechosamente a Raskólnikov o a Iván Karamázov, y, como es sabido, por muy cerca que estén cuando hablan, el ventrílocuo y su muñeco no son exactamente lo mismo. Sabía que el escritor era epiléptico, que fue condenado a trabajos forzados en Siberia, que sufrió un simulacro de fusilamiento o que en Las Vegas habría estado en su salsa. Pero poco más. Es al leer una biografía cuando te das cuenta de lo poco que sabes en realidad de esa persona de la que creías saberlo todo por haber leído sus libros. Conocía bien al Dostoyevski de papel, por así decir, pero sabía mucho menos del Dostoyevski de carne y hueso.
Coincidiendo con el bicentenario de su nacimiento, acaba de publicarse en Ediciones del Subsuelo una biografía del escritor escrita por Virgil Tanase. En ella se repasan aspectos más o menos conocidos de su vida: su familia, su relación con las mujeres, su ideología, su caída en desgracia (fue condenado por conspirar contra el zar), su relación con otros escritores (su rivalidad con Turguénev o su hipocresía respecto a Tolstói, cuya obra consideraba «cursi y falsa» pese a alabarla en público), su popularidad (en la última parte de su vida, Dostoyevski conoció algo parecido al fenómeno fan, aunque la fama no le llegó tanto por sus novelas como por sus columnas y crónicas).
Al margen de los avatares de su historia personal, sin duda tan entretenida como sus novelas, la biografía se detiene en la génesis de todas sus obras. La literatura de Dostoyevski es en gran medida un producto de su época. Todas las novelas lo son, claro, pero en este caso más si cabe. Como muestra Tanase, Dostoyevski extraía elementos de sus novelas directamente de los periódicos. Los excrementos con los que unos padres embadurnan a su hija para castigarla en Los hermanos Karamázov no salieron de la mente de Dostoyevski, sino de un juicio que se estaba celebrando en Járkov. La trama de Crimen y castigo parte también de varios sucesos que conmocionaron a la opinión pública (al parecer a más de uno le dio por cargarse a un usurero para robarle). Lo mismo ocurre con el parricidio, tema clave en Los hermanos Karamázov.
La publicación de los siete primeros capítulos de Crimen y castigo vino a coincidir con el asesinato de un usurero y su sirvienta por parte de un estudiante (ya digo que por aquel entonces se habían dado algunos casos). Este hecho hizo que algunos pensaran que si conocía los retorcidos pliegues de la mente del asesino como la palma de su mano, su mente no debía de ser muy distinta. En este sentido, uno de los puntos álgidos de esta biografía tiene que ver con la famosa «confesión de Stavroguin». La confesión iba a formar parte de Los demonios (1872), pero permaneció inédita hasta 1923 por lo escabroso del tema (recordemos que trata de la violación y muerte de una niña). Al ser rechazado por su editor, Dostoyevski leyó el capítulo a algunos amigos para conocer su opinión. Según Nikolái Strájov, presente en aquella lectura, el escritor no se limitó a leer el texto sin más, sino que lo leyó con auténtica delectación. Strájov se lo contó a Tolstói en una carta en la que también afirmaba que un supuesto amigo de Dostoyevski le había contado que este «se vanagloriaba de que, en una ocasión, en un balneario, había abusado de una jovencita que su institutriz le llevó». Tanase zanja tan escabroso asunto con un escueto «ningún otro testimonio corrobora estas acusaciones tan concretas de Strájov».
De este tema, llamado a veces «el incidente Strájov», se ocupó Rafael Cansinos Assens hace unos cuantos años. En el prólogo de «La confesión de Stavroguin», Cansinos Assens, traductor de Dostoyevski y buen conocedor de su obra, recordó un pasaje de las memorias de Anna Grigórievna (segunda esposa del escritor) en el que se aludía a la famosa lectura: «Habiendo fallado todos que la escena resultaba harto realista, trató mi marido de encontrar una variante a esa escena, según él, indispensable para caracterizar a Stavroguin. Se le ocurrieron varias, entre ellas un episodio en un baño, un suceso real que alguien le había referido. En esa escena aparecía complicada la institutriz, y de ahí tomaron pie precisamente los amigos de Dostoyevski, entre ellos Strájov, para decir que ese detalle podía provocar el enojo del público, cual si el autor le echase a la institutriz la culpa principal de su crimen y formulase de este modo una objeción a la llamada cuestión femenina»2. La versión de los hechos de Anna Grigórievna difiere considerablemente de la de Strájov. De hecho, Anna siempre defendió a su marido y no podía entender de dónde había salido aquel rumor tan pernicioso.
Pero la sombra de la duda nunca desapareció del todo. Críticos como Joseph Brodsky, recordaba Cansinos Assens, señalaron que el tema de la violación de una niña aparecía reiteradamente en la obra de Dostoyevski (algunos no dudaron en calificarlo de «obsesión»). El tema aparecía «ya insinuado en Humillados y ofendidos, cual un conato frustrado» y más tarde se sublimaba en un sueño en Crimen y castigo. Obviamente, escribir sobre un asunto determinado, incluso en el caso de que se convierta en monotema, no te convierte en culpable de nada. En Shakespeare, por ejemplo, la violación está presente de forma explícita en La violación de Lucrecia o Tito Andrónico y de forma más velada en Coroliano, Enrique V, Enrique VI, El sueño de una noche de verano o La tempestad3; sin embargo, solemos asociarlo con el amor puro de Romeo y Julieta. Tal vez la diferencia es que Dostoyevski entra de lleno en la mente de estos personajes tan execrables, en sus motivaciones, en sus sueños, y eso ha llevado a más de uno a preguntarse si no conoce demasiado bien la ciénaga que describe.
Las especulaciones sobre la psique del que para muchos ha sido uno de los mejores psicólogos de la historia son infinitas. Es difícil saber si Dostoyevski era un psicópata, como se ha dicho, o si cabe hablar aquí de una obsesión. En cualquier caso, habría que considerarla en el marco de una obsesión aún mayor (en el sentido de que ocupa un lugar más prominente en su obra). Me refiero a su «obsesión» religiosa. Durante los años de trabajos forzados en Siberia, tal vez por pura supervivencia, Dostoyevski se volvió muy religioso. Encontró la fe en la adversidad y llegó a una conclusión peculiar: «A través del sufrimiento, de la humillación y de la mácula se descubre la verdad de Cristo». Como recoge esta biografía, esta creencia lo llevó a elegir a una prostituta como transmisora del mensaje de Cristo en Crimen y castigo. Su editor pensó que muchos considerarían esa escena una blasfemia y no quiso arriesgarse a publicarla (el episodio en cuestión nunca llegó a publicarse, al menos tal y como lo escribió Dostoyevski en un primer momento).
Es posible que algo similar ocurriera con la confesión de Stavroguin. El escritor quiso que su personaje fuera un depravado capaz de cometer los actos más execrables y después se arrepintiera y expiara sus crímenes. El pecado y la redención iban a ser también los grandes temas de «La vida de un gran pecador», uno de los proyectos literarios que nunca llegó a ver la luz. Que alguien encuentre la fe en el sufrimiento puede ser una cuestión de supervivencia mental, pero es, cuando menos, llamativo que para encontrar a Cristo alguien tenga que cometer un acto tan terrible como el que confesaba Stavroguin. Eso, cuenta Tanase, que el camino hacia Cristo pasara necesariamente por el crimen y la depravación, es lo que no entendía el editor que se negó a publicar la confesión. Es posible que en Siberia Dostoyevski conociera a asesinos y violadores que finalmente se «convirtieron». Puede que escribir sobre sus crímenes fuera su forma de absolverlos. Tampoco se puede descartar que él no se viera muy distinto de aquellos hombres. A ciencia cierta es imposible saberlo.
Junto al Dostoyevski que no dudó en ocuparse de los aspectos más oscuros del ser humano, encontramos en esta biografía a un Dostoyevski más de andar por casa, un hombre que leía a sus hijos libros para niños y rezaba junto a ellos cada noche, que untaba trozos de pan en vodka para desayunar, que cantaba mientras se aseaba, que era tan despistado que un día, paseando por la calle y pensando tal vez en una de sus tramas, no reconoció a su mujer y a su hija cuando estas se acercaron para gastarle una broma. Anna Grigórievna, por cierto, parecía entender perfectamente la mente de su marido: una vez, cuando la fecha de entrega de una novela se acercaba peligrosamente y a él no le venía la inspiración, lo mandó a un casino con la esperanza de que la desesperación y la culpa volvieran a poner en marcha el motor de su escritura (daba por hecho que su marido no pararía hasta perder todo el dinero que llevaba encima).
Este Dostoyevski de andar por casa, «de una infinita bondad» a ojos de su esposa, es la antítesis del Dostoyevski malvado dibujado por Strájov. ¿Quién de los dos es el verdadero? Para Tanase, pueden serlo ambos. Que nadie espere, por tanto, que el escritor vaya a salir totalmente absuelto, o totalmente condenado, de estas páginas. En ese sentido, no estamos ante la biografía «definitiva» de Dostoyevski —un biógrafo anterior, Henri Troyat, ya dijo que no hay una biografía completa y concluyente del escritor ruso, ni siquiera en Rusia—. No obstante, se trata de una magnífica puerta de entrada a la vida y obra de este genial escritor, un hombre «contradictorio y de actos sorprendentes», como escribe Tanase, que seguirá dando de qué hablar durante otros doscientos años.
Notas
(1) Woolf V. Dostoyevski en Cranford. En: Horas en una biblioteca. Barcelona: El Aleph Editores, 2005. Edición y traducción de Miguel Martínez-Lage.
(2) Cansinos Assens R. Fiódor Mijáilovich Dostoyevski. El novelista de lo subconsciente. Biografía y estudio crítico. Arca Ediciones, 2021
(3) Kujawińska K. Shakespeare’s representations of rape. Acta Philologica 2016; 49: 91-8.
Dicen que el naturalismo en la literatura nació con Dostoyevski y no con Zola. Que su escabrosa vida fuese la fuente de sus historias es tan normal como un paraíso tropical y sus palmeras.
Fabuloso artículo sobre uno de los autores de mi vida.
Enhorabuena.
Hola, mi nombre es Jairo y soy Dostoievskiano…Excelente texto, Gracias!
¿Cuáles son las mejores ediciones en castellano de las obras de Dosto?
Principalmente estaría interesado en una buena traducción de Los hermanos Karamazov.
A mí me gustan mucho las ediciones de Alba.
Muchas gracias a todos por vuestros comentarios.