De negro vestía Darth Vader.
Eh, pero también Batman.
Según una iconología básica, resulta lógico que el mal ande grapado a la oscuridad y las tinieblas. Pero el bien también se permite batallar desde el negro. Es el color de la pena y el luto. Por eso —y para exhibir austeridad— lo visten los curas: sin necesidad de ponernos estupendos ni santurrones (¡esto es Jot Down, por Dios!), basta recordar que el negro de las sotanas simboliza la muerte en Cristo, esa entrega total de quien ha optado por el sacerdocio.
También el padre Brown y el padre Karras vestían de negro.
A todo lo que no consume mucha peña pero está más que decente se le suele aplicar esa porosa etiqueta de «producto de culto». Apparitions (2008) se convirtió en ese tango: una serie de culto. Terror teológico. Un drama de seis episodios que solo podría haber realizado la BBC, la televisión europea que más arriesga, en el país europeo que mejor se lleva con la pluralidad interna y la incorrección política. Hagan una encuesta sencilla: ¿quiénes descorchan, geográficamente hablando, las risotadas más irreverentes?
Ricky Gervais, por ejemplo, como cualquier cómico, hace sangre con los «sospechosos habituales»: los judíos, la derecha y la Biblia. Pero, ay, también es capaz de entrar en terrenos donde muchos humoristas ya no se atreven tanto, so pena de ser acusados de imperialistas, racistas, machistas, homófobos o malnacidos… En una de sus series, tan cruel como irónica, la protagonizaba un enano; en otra se mete en la piel de Derek, un discapacitado.
¿Y qué demonios (nunca mejor dicho) tiene que ver la carcajada corrosiva con Apparitions, una serie protagonizada por un cura católico, apostólico y romano? Pues que ambas parten de una misma semilla de libertad creativa, donde la necesidad estética y narrativa se impone a la restricción ideológica o moral. Apparitions es como El exorcista, pero para la pequeña pantalla y en versión british. Eso implica que, como suele ocurrir con la portentosa serialidad británica, para contrarrestar la inferioridad de presupuestos y acabado técnico, ponen todo el guion en el asador. No son series perfectas y resulta habitual tropezar con una subtrama de saldo o un secundario que chirría, incluso en las producciones más mimadas. Sin embargo, la mecánica parte de despeinar el tópico para abofetear las expectativas de la audiencia. No mediante fuegos de artificio, sino cocinando la historia a fuego lento, insuflando autenticidad en los personajes y excavando en sus motivaciones, como ocurre con Apparitions.
Es un relato efectivo y efectista desde los títulos de crédito, con una estatua de la Virgen llorando sangre. El piloto confirma el aura diabólica con la madre Teresa de Calcuta como gancho y una brutal escena en una sauna. Desde el Telegraph lo zurraron de lo lindo, mientras que el Times, además de destacar la soberbia interpretación de Martin Shaw, aplaudía la fuerza sobrecogedora de la trama, una actualización de una de las semillas dramáticas más antiguas: la batalla de la luz contra las tinieblas, de Dios contra Satanás, del bien, siempre imperfecto, contra el mal, siempre totalizante.
Apparitions, en consonancia con la perfecta imperfección británica, contiene tramos en los que el guion flojea y un par de personajes cosidos al cliché, pero en general se trata de un producto de excelente calidad, duro, sin concesiones, complejo. Incómodo.
Además, cuenta con una particularidad sorprendente: es un drama sobrenatural que entra al cuerpo a cuerpo teológico. Dios y la Iglesia no son solo un paisaje donde ubicar conflictos intercambiables. No. Son parte esencial del drama. Sin anteojeras ideológicas. El creador, Joe Ahearne, se declara como un «fervoroso ateo» que, sin embargo, encontró en la aventura de este exorcista una historia poderosa, capaz de aplicar una vuelta de tuerca al terror televisivo para hacer «pensar a la gente» en lugar de, simplemente, «hacerles saltar de sus asientos».
Porque, al final, además de un divertimento de lo más perturbador, Apparitions ofrece una jugosa reflexión en torno a la aparente dicotomía fe-razón. Un ring donde hacer guantes con esos nuevos ateos (Dennett, Harris o un guiño malévolo hacia Dawkins en el piloto) que proclaman el fraude de Dios. No solo por los enfrentamientos que el atormentado padre Jacob mantiene con las diferentes encarnaciones del demonio, sino sobre todo por sus discusiones con una psiquiatra que le evalúa en los últimos episodios y el toma y daca con el viscoso cardenal Bukovak; el azufre del infierno también se respira dentro de la Iglesia, como es lógico. El cierre de la serie —con un capítulo verdaderamente espectacular, rodado en Roma y con vistas al Vaticano— conjuga narración y mensaje para acabar ofreciendo —pura coherencia interna— un alegato contra los escépticos. Y eso es lo más inesperado: un país como Gran Bretaña, donde el catolicismo es muy minoritario, se embarca en producir la ficción religiosa más aguerrida y canónica que uno recuerda. Quien no quiera llegar tan lejos y solo aspire a un divertimento de género, no se arrepentirá con las andanzas del padre Jacob en Apparitions. Porque la serie, por mucho que el héroe vista de negro y alzacuello, no inyecta doctrina en vena, sino que narra un conflicto dominado por la aventura y el terror.
Es imposible de encontrar, esta serie! Se queda una con las ganas…
Pues yo la encontré en su día, en inglés con subtítulos of course, la vi y me gustó bastante. Quizás porque siempre he tenido este nick en JD y soy cura, jaja
La recomiendo también a los no creyentes eh. Es muy entretenida y no hay dislates teológicos como en la mayoría de películas de este género, salvo El Exorcista.