(Viene de la primera parte)
El humor no hace un daño físico inmediato, aunque el daño moral es una cosa que, pese a parecer demasiado abstracta, puede cuantificarse, al menos hasta cierto límite. Todos somos, espero, partidarios de una libertad de expresión lo más extensiva posible, pero también entendemos que deben existir ciertas limitaciones. Las justas. Por ejemplo: no veo por qué debería impedirse que Fulano insulte a Mengano. Un insulto será desagradable, pero es pasajero. Sin embargo, cuando Fulano insulta a Mengano a todas horas y por todos los medios, sin dejarlo respirar, la cosa puede considerarse acoso. Lo mismo sucede con el maltrato psicológico, con las amenazas, o con las calumnias. Todas ellas son acciones verbales que no hacen un daño físico per se, pero sí buscan provocar un daño psicológico, y van más allá del mero deseo de expresarse con libertad. Limitar estas cosas es necesario, pero hay que hacerlo en casos extremos.
Muy distinto es pretender que la mera expresión de una idea controvertida pueda ser perseguida por la ley, aun cuando no medien acoso, amenaza o calumnia. Ahí es donde empiezan los grises. Si un cómico empieza a reírse de usted, personalmente y concretamente de usted, bueno: quizá tenga usted motivos para intentar callarlo. Pero si el cómico se burla de un colectivo, de una religión, o de cualquier otra cosa que no sea una persona concreta, no veo por qué debería usted sentir el impulso de pedir que se intervenga.
En el caso de la comedia, creo que lo mejor y lo más sensato es dejar que sean los propios espectadores quienes decidan los límites del humor. Cuando escribo esto, aún está reciente la controversia que ha rodeado a The Closer, el último de los programas especiales de comedia de Dave Chappelle en Netflix. Ya saben, las acusaciones de que Chappelle es tránsfobo, basadas en sus chistes sobre transexuales y en la afirmación de que se identifica con las TERF, trans-exclusionary radical feminists. No tengo una opinión concreta sobre la posibilidad de que Chappelle sea realmente tránsfobo. Puedo entender a quienes piensan que sí, y puedo entender a quienes piensan que no. Y puedo entender a quien se sienta molesto/a por el humor sobre un colectivo. Pero supongamos que alguien agrede una persona transexual, y otro alguien decide echar la responsabilidad del suceso sobre Dave Chappelle. Eso no tendría sentido, dado que el cómico nunca ha sugerido que se agreda a alguien (lo cual, además, es penado como incitación en cualquier país normal). La responsabilidad de una agresión es exclusiva del agresor.
Esto no significa que, desde una perspectiva de la comedia como disciplina, Chappelle no esté cometiendo errores. Chappelle es indudablemente, y pese a sus defectos, uno de los grandes de la comedia. Te puede caer bien o mal, pero el hecho no es discutible: ahí están su dominio del ritmo, del tono, del escenario y de todos los aspectos técnicos de la comedia. Pero con The Closer se ha puesto a la defensiva (además, después ha seguido haciendo extrañas declaraciones preguntándose sobre si ha sido «cancelado»), lo cual me hace pensar que, o bien está dolido en su ego, o bien le está gustando este nuevo papel de enfant terrible. El abandonar por momentos el contexto cómico, el alejarse del equívoco entre ficción y realidad, ha provocado además que The Closer no sea su mejor trabajo. Ojo, contiene buenos momentos cómicos, cómo no, y además demuestra que Chappelle, cuando se pone a narrar, es un excepcional narrador. Pero excepcional. Véase cuando, al final de especial, habla sobre su amiga transexual.
No tengo un juicio moral que hacer sobre Chappelle y, ante la duda, prefiero ponerme a favor de la libertad de expresión del cómico. Defender al cómico no significa alabar todo lo que hace. Sí he pensado que, si Chappelle continúa por ese camino de anteponer sus circunstancias personales a la comedia —cosa que, como vemos, Norm Macdonald nunca hizo ni aun padeciendo cáncer—, corre el riesgo de que sus propios seguidores se terminen aburriendo. Insisto: Closer no está mal, pero es un Chappelle al ralentí y no está entre sus mejores rutinas. Anticipa lo que supondría escorarse demasiado por el camino de Twitter, y, si exceptuamos la religión, no hay nada peor para la comedia que Twitter. La comedia es el arte de hacer reír, no de hacer pensar. Si hace pensar, miel sobre hojuelas. Pero los hermanos Marx o Lucille Ball no estaban ahí para lanzar grandes mensajes. Chaplin lanzó grandes mensajes, pero solamente empezó a hacerlo tras decenas de largometrajes que casi nunca contenían moralejas.
La comedia puede moralizar, pero rara vez sale bien. Ponerse a hablar en serio durante sus rutinas convirtió al George Carlin de los últimos años en un predicador más que un cómico. Dicho de otro modo, terminó siendo más convincente que gracioso. Chappelle parece querer ir por ahí, pero si sus ideas consisten sobre todo en defenderse a sí mismo, no veo el interés. Chappelle es muy inteligente, pero quién sabe, quizá la comedia ya no le importa, y desde luego no necesita el dinero. En fin, es inevitable echar de menos sus años más despreocupados. Recordemos que en su día fue capaz de rechazar un contrato de cincuenta millones de dólares cuando decidió no seguir con su exitoso Chappelle Show. Y lo hizo sencillamente porque se sentía artísticamente incómodo.
https://www.youtube.com/watch?v=F3c_-dde-wo
Insisto: dejemos que los seguidores de un cómico decidan sobre su futuro. Incluso antes de que existiesen las ponzoñosas «redes sociales», un cómico que conseguía notoriedad traspasando ciertas líneas corría el riesgo de perder a su público si no cambiaba de registro. En los años ochenta, el cómico Andrew Dice Clay se hizo inmensamente popular con su personaje de macarra de Brooklyn que hablaba como si estuviese en una taberna. Su comedia se basaba más en la chabacanería que en la sofisticación, y no a todo el mundo sentaba bien. Cuando apareció como invitado en Saturday Night Live, el episodio tuvo mucha audiencia, pero la cómica del programa Nora Dunn se negó a participar alegando que Clay era un machista. En la misma línea, Sinead O’Connor canceló su actuación musical. Ellas tenían sus razones y actuaron en consecuencia, pero esto afectó poco a Clay. Tampoco le afectaron los problemas con la censura cuando, actuando en los premios MTV, decidió llevar a la pequeña pantalla sus característicos poemas malsonantes. La MTV decidió vetar su presencia (y el veto no sería levantado hasta 2011), pero esto reforzó la imagen de Clay como valiente provocador. Al año siguiente, de hecho, Clay estaba en lo más alto y fue capaz de llenar el Madison Square Garden en dos noches consecutivas, cosa que ningún cómico había conseguido. Además, vendió discos de comedia por centenares de miles de ejemplares. Incluso protagonizó una película que tuvo bastante repercusión en España; aún hoy, conozco a gente que cita frases de ahí.
Hay un motivo por el que Andrew Dice Clay no es recordado como un mártir de la libertad de expresión: su carrera feneció como debería fenecer la carrera de un cómico. Esto es, no porque su comedia es «inmoral», sino porque deja de ser efectiva. Lo que acabó con él no fueron el veto de MTV o las protestas de quienes consideraban su comedia machista y homófoba, sino que su material era repetitivo y el impacto de su concepto estaba destinado a desgastarse. Cuando su propio público se cansó, Clay empezó a ser visto como una parodia de sí mismo, hasta el punto de que ¡otros cómicos empezaron a parodiarlo a él! Y esto es señal de un inminente cataclismo. El día en que Gilbert Gottfried apareció en televisión imitando de manera histriónica a Andrew Dice Clay, las risas de la audiencia sonaron a martillazos. Eran los martillazos sobre los clavos en la tapa del ataúd donde yacía la idea de que la comedia de Andrew Dice Clay seguía siendo cool.
Algo parecido le sucedió a Tom Green, pionero que en 1994 se estaba anticipando en más de un lustro a Jackass, y en varias décadas al tipo de contenido que algunos youtubers hacen hoy (por más que los jóvenes no conozcan este precedente, y por más que otros ancianos como yo crean equivocadamente que los yotubers son estrictamente un fenómeno nuevo). Green empezó su carrera como rapero y en 1992 hizo algo de ruido en su país, Canadá, con el tema «Check the O. R.». Si me preguntan a mí, les diré que el tema no tenía demasiado que envidiar al rap estadounidense de primera línea de la época. Green era muy bueno como rapero, pero su futuro resultó estar en la comedia. Empezó en la televisión de acceso público canadiense, donde cualquier majara podía emitir un programa. Él emitía el suyo en una cadena que no era vista por casi nadie, así que se dedicó a hacer el imbécil con total libertad. Su era humor desenfadado, pueril y en ocasiones hasta truculento. Hoy quizá no llame la atención porque es un tipo de humor mucho más habitual, pero en su momento era algo verdaderamente nuevo, y su entrañablemente estúpido programa empezó a captar a la audiencia joven de Canadá:
En 1999, el ascenso de Green en Canadá hizo que la televisión estadounidense se fijase en él. Y el salto fue espectacular: obtuvo su propio programa en la MTV, que entonces era aún una cadena de enorme repercusión e influencia. En los Estados Unidos, el humor proto-youtuber de Tom Green se convirtió en un verdadero fenómeno. Si quieren ver un delicioso ejemplo de su virtuosismo para la gilipollez, vean la ocasión en que Tom Green les regaló un «putamóvil» a sus propios padres, quienes se lo tomaron con hilarante (y comprensible) indignación. Sí, son sus padres de verdad.
Aquel delicioso programa era de una cretinez insondable, pero cabe aclarar que Tom Green era un tipo inteligente y con mucho talento, y desde luego mucho más versátil que Andrew Dice Clay. Sin embargo, tuvo un problema parecido: insistió con una sola nota hasta que el público se cansó. El salto al cine fue su perdición (aunque cabe admitir que, puestos a arruinar su carrera, él lo hizo por todo lo alto y por la puerta grande). Veamos: dada la popularidad de Green en la MTV —su humor era ofensivo para los adultos, pero parecía dominar el mercado adolescente—, el estudio 20th Century Fox le otorgó graciosamente catorce millones de dólares para que rodase una película, y cometió el error de otorgarle también total libertad creativa. Al parecer, ningún ejecutivo tenía ganas de supervisar lo que veían como un subproducto para quinceañeros sin cerebro. Y bueno, qué decir: Tom Green hizo un uso muy particular de esa libertad. Se descolgó con la película Freddy Got Fingered, un inenarrable ejercicio de anarquía cinematográfica que escapa a todo adjetivo del diccionario. En comparación, el cine de los transgresores oficiales del Hollywood de aquella época —los hermanos Farrelly— parecía hecho por Sofía Coppola.
Freddy Got Fingered tenía un guion que podría haber sido escrito por un quinceañero puesto de marihuana, pero rodado con un presupuesto millonario y un equipo profesional. No digo esto en sentido peyorativo. Cuando uno se para a considerar el concepto general, la inteligencia de Green se hace evidente. No me gusta usar gratuitamente el término, pero al Tom Green de aquellos años solamente se lo puede describir con una palabra: troll. De hecho, le recomiendo a usted ver esta película no porque crea que le vaya a gustar (o no necesariamente), sino porque, se lo digo desde ya, nunca habrá visto algo semejante que haya emergido de un gran estudio de Hollywood. ¿Es Freddy Got Fingered una buena película? No, pero es una película apoteósica. Tome usted este adjetivo como mejor le parezca, porque es el adjetivo perfecto. Y ¿de qué es la apoteosis, concretamente? De la estupidez. Pero a mí me hace gracia, porque soy idiota perdido.
La película se pegó un batacazo en taquilla. Aunque el humor de Tom Green era tan descerebrado y cafre como de costumbre, su joven público no recibió bien el salto a la ficción, probablemente porque les parecía lo mismo de siempre pero sin la gracia añadida de que Green lo hiciese «en la vida real». El público adulto, por descontado, quedó horrorizado al enterarse de las cosas que aparecían en el film. Los críticos se ensañaron con Tom Green y Freddy Got Fingered obtuvo seis premios Razzie, los «Óscar» paralelos que se conceden a las peores películas de cada año. Cabe señalar que Green fue también un pionero a la hora de recibir estos premios. Antes de él, ninguno de los anteriores agraciados con los Razzie se había dignado aparecer en la ceremonia. Pues bien, Tom Green no solo se presentó orgullosamente y para sorpresa de todo el mundo, sino que llevó su propia alfombra roja. Era como si la implosión de su carrera no le importase un comino, cosa que no puede decirse de Dice Clay.
Lo malo del troll es que la fórmula corre el riesgo de agotarse, y eso fue lo que pasó. Los jóvenes también le dieron la espalda al programa de televisión de Tom Green porque aparecieron programas como Jackass (2000), que nunca hubiesen existido sin Green, pero eran más extremos e hicieron que su humor pareciese repentinamente inocente. Y los adolescentes, ya se sabe, rechazan todo aquello que suena inocente. Green trató de reformarse apuntando al público adulto con un talk show inspirado en el de su ídolo David Letterman, pero su imagen de gamberro pueril estaba demasiado asimilada por los espectadores. Hoy, Green es mucho menos popular que entonces, aunque muy respetado por quienes todavía le siguen. Además, sigue llevando el hip hop en la sangre. Si tiene usted afición a improvisar rap, nunca se le ocurra desafiar a Tom Green, porque podría usted salir trasquilado/a.
Así pues, sucede que perfectamente puede ser el propio público de un cómico quien lo abandona más por desidia que por indignación. Y eso es lo saludable. La comedia es un ecosistema que se regula a sí mismo. Cuando el público decide que un tipo de comedia ya no tiene gracia, ese cómico está perdido. A la comedia que ya no funciona hay que dejarla morir, no matarla antes de tiempo.
La comedia, cuando lo es de verdad —y no es un cómico opinando sin pretender hacer comedia—, no puede ser inmoral. O, si puede serlo, ¿a quién afecta? Porque la comedia es un equívoco, una ficción que a veces puede parecer realidad, pero no lo es. Y pedirle moralidad al contenido de una ficción es un ejercicio de incapacidad para entender los límites de la realidad, o, peor aún, un ejercicio de autoritarismo. La comedia debe ser un santuario donde se permita más flexibilidad que en otros ámbitos. Hablo por supuesto de flexibilidad moral y social, no de crear una excepción legal sobre el acoso, la amenaza, la calumnia, etc. Porque, obviamente, esas cosas ya no son comedia. Pero sí creo que es inherente a la comedia el que se digan cosas que quizá no queremos escuchar. Por supuesto, podríamos vivir en un mundo donde toda la comedia fuese blanca e inofensiva, pero eso sería como vivir en un mundo donde toda la música fuese apta para sonar en un ascensor. ¿Quién demonios querría vivir en un mundo así?
Una alegación legítima es, por supuesto, la pregunta: ¿y si la comedia es usada para difundir ideas nocivas? ¿Acaso no es eso un problema? Pues la verdad es que no debería serlo. Como comentaba sobre George Carlin o Chappelle, es fácil detectar en qué momento un cómico abandona el contexto de la comedia y emplea sus rutinas para soltar un discurso (ideológico o de otro tipo). Es fácil detectar que ya no existe animus iocandi. Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que decía George Carlin (y no con otras) cuando sermoneaba, pero en esos sermones no lo percibo como cómico, sino como columnista. Lo veo, como diría Norm Macdonald, buscando el aplauso más que la risa. Y eso es respetable, pero no es comedia. Cuando un cómico prefiere opinar, ha abandonado el santuario.
El tener gracia es el santuario. El humor, mientras sea realmente humor, no debe tener límites. Todos decimos cosas controvertidas en privado, todos bromeamos con tabús en privado, pero la comedia es el único laboratorio en el que se puede experimentar con ideas controvertidas y tratar tabús ante la vista de todo el mundo. Un buen cómico es capaz de decir cosas que muchos otros piensan en privado. Cuando Chris Rock distinguía entre negros y negratas, decía algo que muchos otros negros piensan pero no dicen, y que por descontado ningún blanco estadounidense puede decir sin que lo consideren miembro del Ku Klux Klan. No es un asunto que pueda tratar como debe una tertulia televisiva, no es un asunto que pueda tratar un noticiario. Es un asunto que, en público, solamente puede tratar un cómico como Chris Rock. Si los buenos cómicos no pudiesen tratar los temas controvertidos como solamente ellos saben, estos temas quedarían exclusivamente en mano de tertulianos, periodistas y usuarios de Twitter. Líbrenos Dios de esa aterradora posibilidad.
He leído esta entrada y su primera parte en diagonal. Nos habla de señores que no conozco, salvo alguna que otra excepción, para ilustrar una tesis poco definida y muy genérica. Lo cierto es que el tema que quiere tratar es mucho más complejo de lo que aparenta (y de esa complejidad algo nos indica en su texto) porque todo ser humano (salvo determinados perfiles psicológicos) tiene un código moral, posee cierta entidad grupal (y por tanto es capaz de defender al grupo cuando siente que este ha sido atacado) y se ve influido por el componente situacional que ejerce presión sobre él para actuar de alguna manera.
Y, por supuesto, el ser humano cuenta con sistemas que interpretan mensajes sujetos a dobles interpretaciones o a los que les agrada la sorpresa de un desenlace inesperado cuando la historia apuntaba a otro. Pero esos sistemas no están al margen del ambiente cultural de cada individuo y se ven influidos por el idioma en que se han construido los engaños que dan lugar a la risa. Por ese motivo me resulta extraña la continua invocación a humoristas anglosajones.
¿No hay un humor particular patrio que se podría tratar en sus entradas?
¿Por qué ha desperdiciado la excelente oportunidad de explicarnos el motivo por el que Rober Bodegas fue injustamente tratado hace unos meses?
A mí me sugiere cierta cobardía de no coger el toro por los cuernos para justificar con mayor claridad el mensaje que nos ha querido transmitir. Quizá porque la complejidad del asunto supera con mucho sus buenas intenciones.
Y ahora dejemos paso al ejército de aduladores que viene a continuación.
«Y ahora dejemos paso al ejército de aduladores que viene a continuación.»
No deja de ser curioso que un personaje anónimo, que parece defender el derecho a sentirse injuriado, termine faltando a cualquier otro que se exprese de manera diferente que él.
Póngase usted de acuerdo consigo mismo.
Gracias señor blunsbur por su acertada reflexión. Ya era hora de que alguien desenmascarara la vergonzosa cobardía de este autor. Además, en mi humilde opinión, tiene mucho más mérito ser capaz de hacerlo en diagonal.
¿Emilio te robó la moto o la novia, para estar tan cabreado con él? Si el artículo habla de comediantes ingleses y americanos es probablemente porque Emilio conoce sus carreras mejor que las de humoristas españoles. Cosa que no es difícil de deducir si has leído otros artículos suyos en Jotdown.
¿Por qué se ha perdido la oportunidad de hablar sobre Rober Bodegas? Pues seguramente porque yo he tenido que mirar en google quién coño es ese y al autor le pasaría lo mismo. Igual que la primera noticia de la existencia de David Suárez que tuve fue cuando vi que había un escándalo porque un cómico afrontaba un juicio por un chiste.
A mi me pareció muy bueno el artículo, es específico sobre los límites del humor de la stand up americana y ya lo dijo en el artículo anterior. Por eso no me parece de recibo el comentario anterior ni que sea taaaan complejo el tema. Lo es si entramos en la parte psicologica del asunto pero no si se toma como lo que es: un comentario sobre el stand up americano. Y ademas sirvió para meter todos esos links a chistes buenísimos!!..
El humor es algo muy simple, te ríes o no te ríes.
También es muy necesario y la falta de él denota una sociedad en crisis, como pasa en el mediometraje «La Gioconda está triste».
Es uno de los mejores flotadores para ayudarnos a superar los malos tragos de la vida o simplemente un medio para despertar el placer de la risa.
Y esto es lo que hace el cómico.
También dice el artículo ideas muy acertadas con las que estoy de acuerdo, como que tiene que darse dentro de un contexto y sacarlo de él suele ser con afán de desvirtuarlo para algún fin poco noble (a veces tengo la sensación de que los que no tienen sentido del humor se molestan por ver cómo otros sí lo tienen).
También estoy de acuerdo con que es el público el que lo reconoce y lo premia con su risa en última instancia. Cuando algo deja de hacer gracia es el primero que lo manifiesta. Por eso es él quien debe juzgar un chiste con su risa o su silencio.
No hay mucho más.
– Una vez fueron dos de Leganés a Lepe y les preguntaron si no estaban hartos de ser el hazmerreír de la península, a lo que respondió un lugareño que más hartos debían estar ellos por lo del monstruo (yo no creo que este chiste sea ofensivo en general para los habitantes de esa localidad).
– En una conversación entre hombres, uno le pregunta a otro si su mujer grita mucho al hacer el amor, a lo que le responde el primero que la suya lo hace sobre todo después, cuando se limpia con la colcha o con las cortinas (yo no creo que esto sea ofensivo para los hombres en general).
Siempre habrá alguien que se ofenda, pero mientras el público se ría, será humor sin más.
San Pedro va a un convento, reúne a las monjas en fila y pregunta a la primera:
-Usted ¿ha tocado algún pene?
-Sí, con este dedito.
-Pues métalo en la pila bendita para que se le purifique.
A la segunda monja, la misma pregunta:
-Sí, con esta manita.
-Pues métala en la pila bendita.
La monja situada en cuarto lugar se adelanta un puesto y San Pedro le pregunta:
-¿Por qué se cuela usted?
-Mire San Pedro; Si he de hacer gárgaras prefiero hacerlas antes de que Sor María meta el culo.
Santa Claus reparte regalos por todo el mundo. Cuando llega a África unos niños ven el trineo pasar y le gritan: «¡Santa Claus, aquí aquí!» A lo que él les responde: «Ah, si no coméis no hay regalos». Y pasa de largo.
Es un chiste muy viejo que siempre me ha hecho mucha gracia. Y más ofensivo no puede ser. Porque además de ofensivo es muy brillante: de una tacada deja en evidencia la hipocresía de la navidad, la de muchos padres al premiar-castigar a sus hijos de forma paradójicamente pueril y lo injusto de la pobreza infantil (todas lo son, pero la infantil es, además, cruel). Y todo con un chiste cruel y ofensivo.
Chappele no me hace gracia, aunque he de admitir que con el tiempo supo hacerse su sitio. Muy al principio de su carrera ni en américa le tomaban muy en serio, recuerdo alguna coña a su costa en los Simpson.
La peli de Andy Dice Clay y su apoteósico doblaje (Pablo Carbonell si mal no recuerdo) forma parte del adn de los que rondamos la cuarentena.
Norm Mcdonald era Dios.
No creo que deban existir límites para el humor… aunque el contexto importa. Teniendo claro el público al que te diriges no debería haber problema.
Algunos de los mejores chistes que he oído son mega cafres.
Entretenida lectura, gracias.
Artículo interesante si bien creo que está obviando un aspecto fundamental de la polémica: las circunstancias de quién es objeto de la mofa.
Nada tiene que ver una broma de Gervais sobre una niña sin connotación alguna, es decir, imaginaria o genérica, que hacerlo sobre las circunstancias concretas de alguien.
Por descontado que no es lo mismo que sea uno quien elija bromear o no sobre sus propias circunstancias a que venga a hacerlo un tercero.
Tambien se olvida de que no es lo mismo bromear sobre las decisiones que ha tomado alguien de manera adulta y responsable que hacerlo sobre aquellos aspectos de la vida de alguien que no sólo no se han elegido sino que además son motivo de sufrimiento para quien las padece y su entorno.
Dicho de otro modo, parece difícil que alguien entienda que se haga burla de la pobreza salvo que sea alguien que vive esa realidad quien lo haga.
No obstante entiendo que el anterior comentario tiene sentido en nuestro entorno y tiempo: probablemente un emperador romano tuviera otro parecer.
Dicho lo anterior, sí creo que vivimos en una sociedad cargada de individuos con la piel muy fina y una capacidad de indignarse muy por encima de sus posibilidades.
Comparto la idea de que sea el propio público quien le haga ver a un comediante que por cierto camino es mejor no andar pero no que necesariamente ese público tenga que ser concretamente el del comediante: si se tiene valor para decir ciertas cosas también se debe tener para asumir las consecuencias de decirlas.
Por último, quedaría por definir el aspecto legal del limite a la libertad de expresión. A mi juicio una ley no deja de ser un acuerdo establecido por la sociedad para limitar o condicionar un aspecto de nuestras vidas o forma de organizarnos. Dado que lo anterior puede variar en el tiempo la legislación también puede y debe hacerlo y por ello el debate será permanente.
Amplío mi comentario inicial no para defenderme de las críticas, algunas las tendré merecidas y otras no tanto. Lo hago tan solo para explicarme mejor. Trataré de no extenderme. Lo tengo difícil.
Nuestra sociedad da cobijo a religiones, grupos sociales, etnias y culturas. Todos estos grupos forman una interacción compleja que dan lugar a un orden jurídico que tiene que lidiar muchas veces con intereses contrapuestos. Estos grupos poseen un sistema de creencias y valores con referencias morales. El sistema de derechos y libertades de las sociedades occidentales ha decidido protegerlos casi como si individuos se trataran de forma que se proscribe cualquier tipo de ataque a los valores que representan. Una manifestación de esta situación consiste en la protección de la religión y determinadas culturas aunque estas atenten, por ejemplo, contra la igualdad de sexos. La religión islámica (también la católica pero a un nivel diferente) reclama protección contra sus valores aunque algunos de ellos vayan contra dicha igualdad. Pasa de la misma forma con determinadas etnias como la gitana.
Defender como límites de la libertad de expresión únicamente aquellos que invadan la frontera de los delitos contra el honor (como la injuria o la calumnia) no se corresponde con la estructura de nuestro ordenamiento. En el capítulo IV del Título XXI del Código Penal se incluyen determinados delitos contra el ejercicio de derechos fundamentales y libertades públicas entre los que se incluyen castigos y penas para quien, por ejemplo, ofendan los sentimientos de los miembros de una confesión religiosa, hagan públicamente, de palabra, por escrito o mediante cualquier tipo de documento, escarnio de sus dogmas, creencias, ritos o ceremonias. Similar protección tienen también los miembros de determinados grupos sociales por razón de sus creencias, por su pertenencia a una determinada nación o por su orientación sexual. Animo al que quiera que se acerque al CP y examine las conductas delictuales que protegen un bien jurídico distinto al que se refiere a la persona ¿Eliminamos el carácter delictual a quien ofenda a esos grupos si somos capaces de provocar la risa de las personas de un auditorio?
Una manifestación del componente situacional se puede comprobar cuando se comparan las risas de los que acuden en vivo a un evento humorístico con los que lo reciben a través de medios de difusión como la radio o la televisión. El ser humano que integra un auditorio se comporta de distinta forma. Hay una predisposición diferente y esta se contagia entre los individuos. El hombre cuando forma parte de la masa puede perder parte de sus facultades intelectivas. Hagan un acercamiento a las obras de Freud, Le Bon o Moscovici sobre la psicología de las multitudes. ¿La risa en ese caso avala la actuación del humorista?
El autor se ha valido de diversos comediantes anglosajones para transmitirnos sus opiniones sobre los límites del humor (en general) sin hacer alusión alguna a las diferencias (si las hay) entre las concepciones culturales de nuestra sociedad en particular. Tenía varios ejemplos genuinos para aplicar sus opiniones. A mí se me vinieron a la cabeza dos casos especialmente notorios:
https://www.publico.es/sociedad/libertad-expresion-humorista-rober-bodegas-retira-video-monologo-gitanos-recibir-400-amenazas-muerte.html
https://www.periodicodeibiza.es/vips/television/2016/05/02/321626/gag-jose-mota-sobre-enfermo-terminal-genera-aluvion-criticas.html
En ambas situaciones el autor de las bromas ha tenido que replegarse y pedir disculpas a los ofendidos. También lo hicieron los medios que difundieron las actuaciones de los humoristas.
Creo que ampararse en el humor de otras culturas (en otro idioma) para divulgar sus opiniones sobre un tema cuyo título era lo suficientemente explícito y su ámbito genérico “los límites del humor” me ha parecido un recurso del autor para no complicarse la vida.
La libertad de expresión tiene doble vuelta. Si defendemos la libertad del humorista también tendremos que defender la de aquellos que manifiestan su disgusto por la ofensa recibida. Si esta se dirige frente a un determinado grupo (o a sus miembros), la acción colectiva a través de las redes sociales y medios similares puede dar lugar a consecuencias bastante desastrosas para el autor de la broma. Esa acción colectiva está presente hoy más que nunca por los medios de difusión y de ataque.
En ese ámbito la censura no solo opera en el propio humorista, también lo hace en el medio en que se divulga la broma. ¿No tiene Jot Down su propio código de actuación en este ámbito? No me creo que la respuesta sea negativa. ¿Por qué no nos ha hablado el autor de esas normas internas?
Hemos creado una sociedad de sentimientos y los políticos tienen su parte de culpa en ello. Mientras afloren estos sentimientos las decisiones de los individuos pueden apartarse de la razón. Y a mucha gente no le importa. La verdad es secundaria si hablamos de las creencias de un colectivo. Cualquier acción dirigida a reflejar esa contradicción, aunque sea a través del magnífico mecanismo del humor, tiene consecuencias para su autor. Por ese motivo este se autocensura y decide no orientar su creación para reflejar las contradicciones entre la verdad material y las ideologías y creencias de un colectivo. Porque en ese caso la ofensa ante el colectivo supuestamente ofendido conlleva, además de la crítica particular del recurso humorístico, el escarnio de la risa por parte del público. Y eso para muchos, quizá estos no sean lectores de Jot Down, es imperdonable.
He leído su comentario en diagonal y, aún así, me ha parecido aburrido. Y no confunda aburrido con erróneo, equivocado o un tostón. No, sólo aburrido. Y sus contratos suelen tener interés incluyendo aquellos con los que estoy en desacuerdo
Obviamente, donde pone contrato es comentario
Acabo de cerrar mi comentario y me ha venido a la cabeza un ejemplo en forma de broma de la mentalidad de ofendidos que impera en la sociedad. El chiste venía a decir algo así como (no soy bueno contándolos) «Me ofende gravemente que la gente haga chistes sobre enfermos de cáncer porque mi padre se murió de un ataque de risa que le produjo un chiste sobre enfermos de cáncer».
Creo que la broma es buena porque contiene uno de esos giros inesperados que le gustan al cerebro y porque refleja la mentalidad de mucha gente y su derecho a que sus sentimientos no se vean atacados aunque estos precisamente tengan su origen en hechos totalmente contradictorios.
En fin.
Pero, ¿en dónde te posicionas tú? A mi me recuerdas a uno de esos obreros católicos que tenían mentalidad de la clase a la que pertenecían, pero que a la hora de votar lo que manifestaban eran sus valores católicos votando al partido de sus patrones. Muy culto y tal, pero a la hora de la verdad, un inconsecuente «¡vivan las cadenas!»
La cultura de cancelacion , lo politicamente correcto y los ofendidos de redes sociales se estan cargando a todo el mundo…
estamos en una epoca peligrosa de censura e intolerancia…
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