¿He sido cancelado? (Dave Chappelle)
Creo que el trabajo de un cómico consiste en hacer divertida cualquier cosa que diga. Nada está más allá de los límites. (Donald Glover, defendiendo que no hay líneas rojas en la comedia)
Personalmente, creo que casi todo son líneas rojas. (Norm Macdonald, siendo Norm Macdonald)
No tengo gracia, ni algo parecido a un sentido del humor funcional. Debido precisamente a estas desdichadas carencias, los buenos cómicos me producen una fascinación rayana en la hipnosis. El don de hacer comedia es, a mis ojos, algo sobrenatural. Creo que con la debida práctica podría aprender casi cualquier otro oficio, pero no ese. Me resultaría más fácil convertirme en jedi que en cómico. Aun así, la comedia como arte me impone reverencia, y con frecuencia me pregunto en qué consiste exactamente.
Creo que una de las claves del humor, si acaso la principal, es que seamos cómplices de un equívoco. La comedia surge de manera espontánea cuando percibimos que algo parece una cosa, pero al mismo tiempo sabemos que en realidad es otra. Esto se ve en con claridad en las formas más básicas de humor: el de los bebés y el de los animales. Cuando un adulto se tapa la cara ante un bebé, este se ríe porque es cómplice del equívoco y entiende que el adulto no ha desaparecido. La risa es una forma de comunicar su regocijo, como si quisiera decirle al adulto: «Sé que aún estás ahí, sé que no me has abandonado, y sé que intentas entretenerme».
Incluso en niños que ya no son bebés, existe una risa «primitiva» que está ligada al juego, y que es una señal social destinada a que los demás participantes del juego sepan que pueden continuar. Algunos animales, como los perros, ríen de manera muy visible cuando juegan. Esto es importante porque muchos juegos básicos son entrenamientos para la vida adulta, e incluyen simulacros de actividades violentas como la lucha o la caza. El perro ríe y hace saber a los demás participantes dos cosas: que su agresión no es real, y que entiende que la agresión de los otros tampoco es real. Los humanos hacemos lo mismo. Piensen en la típica escena de un padre o una madre jugando con sus hijos al «soy un monstruo que te va atrapar». Los niños, de manera natural, suelen responder riendo histéricamente mientras fingen que corren por sus vidas. La risa expresa que están a gusto, que lo están pasando bien y que, aunque hacen como que huyen, no se sienten amenazados: entienden el contexto lúdico. Si dejasen de entenderlo, se sentirían amenazados o confusos, y cambiarían la risa por el llanto.
La risa es, pues, un indicativo de que el individuo entiende que participa en una situación simulada. Es necesaria para que el juego físico continúe sin contratiempos. Sin embargo, la risa se extiende a muchos otros equívocos que ya no tienen que ver con el juego físico. Y no solamente en los humanos; los animales pueden poseer un sentido del humor muy elaborado que incluye encontrar graciosas situaciones equívocas que, físicamente hablando, no les incumben. En otras palabras: los animales son susceptibles a la comedia. En especial los primates, como demuestra este video que, probablemente, es el mejor vídeo de todo internet:
Esta adorable orangutana se ríe porque entiende el contexto de lo que acaba de suceder. No piensa que la bolita ha desaparecido mágicamente (aunque, por un par de segundos y hasta que cae en la cuenta, se queda perpleja). Sabe que parece que la bolita ha desaparecido, pero que en realidad el humano la ha escondido. Y eso le resulta gracioso. Lo cual conlleva una considerable cantidad de inteligencia por su parte, porque requiere que sea cómplice de un equívoco en el que ella misma no participa. Y para ella, esto es comedia como lo sería también para una niña muy pequeña: «Me estás queriendo tomar el pelo, ¿eh?».
En los humanos adultos, por descontado, la comedia puede ser mucho más compleja, pero el equívoco sigue siendo importante. Toda comedia, de cualquier género, sucede en un contexto que no es real, la ficción (o, de suceder en la vida real, se deriva de otros equívocos como sucesos que parecen peligrosos pero que, cuando terminan sin consecuencias serias, inspiran un tipo de risa que es en parte un producto del alivio: el humor físico de toda la vida). El equívoco de la ficción permite que casi cualquier historia, incluso una muy truculenta, pueda ser contada de forma graciosa, siempre que el narrador sea hábil y que los oyentes entiendan que la historia no es real. Uno de los chistes más salvajes que he oído en mi vida no me lo contó un borracho desconocido en una taberna. Lo contó Ricky Gervais en uno de sus espectáculos:
Los espectadores se ríen porque entienden el contexto: es una comedia. Si pensaran que es una historia real, nadie se reiría. La distinción entre ficción y realidad es fundamental. Sin esa distinción, la comedia elaborada no podría existir, y menos aún la comedia elaborada que toca temas tabú. En uno de sus espectáculos, el cómico Bill Burr hablaba sobre una tertulia femenina de la televisión —supongo que se refiere a The View— cuyas integrantes, al tratar el tema de la violencia doméstica, promulgaban que nunca existen motivos para golpear a una mujer. Lo que aquí transcribo parece una salvajada, pero Bill Burr, que lleva años siendo uno de los mejores cómicos del planeta, tiene un perfecto dominio del tono y del contexto cómico. Consigue que su público, en el que hay muchas mujeres, lo encuentre gracioso:
¿No hay motivos para golpear a una mujer? ¿En serio? Puedo decirte diecisiete motivos, así de primeras. Si me despiertas de un estupor alcohólico, aún sería capaz de decirte nueve. Hay un montón de motivos para golpear a una mujer. No debes hacerlo, pero sentarse ahí y sugerir que no hay motivos… menudo nivel de ego hay detrás de semejante afirmación. Qué estás, ¿levitando sobre el resto de nosotros? ¿Nunca te pones insoportable? Vosotras, mujeres: ¿cuántas veces a la semana pensáis en pegarle una colleja a vuestro puto hombre? [Una mujer del público responde: «¡Todos los días!».] Ahí lo tienes. Todos los días. Pero no lo hiciste, ¿verdad?
La pederastia o los maltratos son temas extremadamente delicados y serios en la realidad, pero nadie en su sano juicio diría que Gervais defiende la pederastia o que Burr defiende la violencia. En ambos casos se entiende que lo importante es el contexto cómico en el que se dicen las cosas. Lo importante no es lo que se dice, sino quién lo dice. Y sobre todo con qué intención lo dice: eso que tradicionalmente se llama animus iocandi, «intención jocosa». Aun así, ¿es el animus iocandi un cheque en blanco? ¿Hay barreras que se debería respetar? ¿Hay algún asunto que los cómicos deberían abstenerse de tratar? ¿Si la comedia hiere los sentimientos de un colectivo, es justo pedir que el cómico se autocensure? ¿Existen los límites del humor?
El problema de la comedia es que necesita renovarse constantemente, lo cual implica explorar y, por ende, terminar traspasando líneas rojas que quizá otros no quieren que se traspasen. En Europa, el papel de traspasar las líneas en el humor lo han ejercido casi siempre revistas impresas; tenemos el ejemplo actual (y heroico) de Charlie Hebdo. En España, las revistas satíricas han tenido siempre muchos más problemas judiciales que los humoristas convencionales. En los Estados Unidos, este papel le ha correspondido a la comedia stand up, lo que aquí denominamos sencillamente monólogos cómicos. Al menos como la entendemos en el siglo XXI, la stand up comedy, la «comedia que se hace de pie», es un género típicamente estadounidense. Por cercanía geográfica y cultural también se ha practicado mucho en Canadá, el Reino Unido, Irlanda o Australia, aunque todos esos países beben de lo que se ha hecho en los Estados Unidos. En la Europa continental tiene menos tradición. En España, de hecho, la stand up es algo relativamente nuevo. Y digo relativamente porque hubo excepciones, si bien muy sui generis, como Miguel Gila y otros.
Poco antes de escribir esto falleció mi idolatrado Norm Macdonald (el único motivo por el que no le dediqué un in memoriam es porque, casualmente, hacía muy poco que había escrito sobre él). De las raras veces en que Norm hablaba en serio obtuve la noción de que el cómico necesita sorprender al público. Que un cómico, al sentarse a escribir su material, ha de explorar y traspasar ciertas líneas. El material recién escrito será puesto a prueba en los clubs, y los espectadores que han pagado una entrada serán quienes harán saber al cómico si se ha excedido traspasando líneas, o no. Esa es la prueba de fuego: lo que opine el público habitual de la comedia, no lo que opine el resto. Norm también insistía en que el cómico debe buscar la risa, no el aplauso ni la aprobación ideológica. De manera velada, mostraba bastante desdén por la tendencia de la gente a escandalizarse. En una de sus rutinas pronunciaba la frase: «Adolf Hitler es el hombre más grande que jamás haya existido» y, justo a continuación, decía al público presente: «Este es el motivo por el que os pedimos que no uséis aparatos de grabación». En realidad, la frasecita describe los sentimientos del perro de Hitler, pero Norm bromeaba especulando que, en caso de producirse un escándalo, su defensa sonaría a excusa de escolar: «No lo dije yo, lo dijo el perro». Una manera como cualquier otra de señalar lo ridículo que es que la gente se escandalice ante afirmaciones cuyo contexto no conoce.
Las ideas de Norm al respecto son importantes por dos motivos. Uno, no hay cómico estadounidense que no venere su figura, y recordemos que los Estados Unidos son la NBA del stand up. Y dos, a Norm le importaba mucho el arte de la comedia. Solamente después de su fallecimiento supimos que llevaba diez años padeciendo cáncer, y que vivía sin saber cuándo llegaría su temprano final. No se lo había contado a nadie más allá de su familia y de su productora y mejor amiga, Lori Jo Hoekstra. Según deducen quienes le conocían de cosas que Norm dijo sobre otras personas enfermas, ocultó su cáncer para que el público no sintiese pena por él, lo cual hubiese arruinado el contexto cómico que rodeaba su persona pública el noventa y nueve por ciento del tiempo. Por ejemplo, nunca ocultó sus problemas con el juego, pero estos podía incluirlos en su comedia porque no provocaban lástima.
El cáncer era otra cosa: iba a matarlo a él, pero no iba a permitir que matase su comedia. Esto le da otro sentido a muchas cosas en la última década de su carrera, y en especial a los chistes que empezó a hacer sobre el cáncer cuando, ahora lo sabemos, ya estaba enfermo y hablaba sobre sí mismo: «Mi tío Bert tiene cáncer intestinal. Está muriendo. En los viejos tiempos, un hombre podía simplemente enfermar y morir. Hoy, tiene que librar una batalla. Así que mi tío Bert está librando una valiente batalla. Que he presenciado, porque voy a visitarlo. Y esta es la batalla: está tumbado en la cama del hospital, con una cosa en su brazo, viendo Matlock en la televisión. (…) Pero no es culpa suya, ¿qué cojones se supone que debe hacer? [hace como que se golpea el vientre]. Es simplemente una cosa negra en su intestino». Por cierto, una ironía: muchos medios han hablado de su muerte empleando la misma expresión de la que Norm se burlaba con desdén: «Batalla contra el cáncer».
El cáncer era la cosa más seria en la vida de Norm, pero él hacía comedia sobre ello. Hay muchos ejemplos de cómo puso la comedia por encima incluso de lo que convenía a su propia carrera. Otros también lo hicieron. El gran mártir de la comedia stand up fue, por supuesto, Lenny Bruce. Comenzó su carrera a mediados de los cincuenta y no era necesariamente el mejor, pero empezó a destacar cuando hizo cosas que nadie más en el mundillo se atrevía a hacer. En sus apariciones televisivas era bastante comedido (salvo la mención, muy atrevida para la TV de entonces, de la actividad sexual de Elizabeth Taylor). En los clubs, sin embargo, trataba de manera explícita toda clase de tabús, desde el sexo a la religión pasando por el racismo o el aborto. También tenía unas tendencias socialistas que entonces eran consideradas «antiamericanas». Para rematar, hacía un uso continuo de palabras malsonantes. Pero no buscaba escandalizar por escandalizar. Se tomaba muy en serio su trabajo. Cuando empezó a improvisar monólogos sobre la marcha inspirándose en lo que hacían los músicos de jazz, pedía a los espectadores que no lo interrumpiesen: «Por favor, no aplaudáis; hacéis que pierda el ritmo».
Lenny Bruce, a su pesar, inició una cruzada por la libertad de expresión, y estaba destinado a perder su batalla para que otros después pudiesen ganar la guerra. En 1961 fue detenido por primera vez bajo el cargo de «obscenidad». Bruce se defendió con habilidad y el juez le concedió la absolución. Sin embargo, la policía se envalentonó también y empezó a presentarse en todos sus espectáculos, esperando cualquier ocasión para echarle el guante. Tras una detención por posesión de drogas, llegó la segunda acusación por obscenidad. Obtuvo una segunda absolución, y eso lo envalentonó. Para entonces, su fama de «obsceno» le iba precediendo incluso en otros países: actuó en Londres y puso los pelos de punta a algunas figuras influyentes, así que el Reino Unido le prohibió la entrada en el país. En Australia se encontró con espectadores hostiles que iban a sus espectáculos con la intención de arruinarlos, mientras que otros sencillamente se marchaban de las salas y dejaban las butacas vacías.
Lenny Bruce sabía que estaba abriendo heridas en la rígida moral de la época, peo sus dos absoluciones del delito de obscenidad lo llevaron a cometer un error fatal: creer que la libertad de expresión estaba efectivamente protegida por la ley de su país. Era verdad que la primera enmienda de la Constitución estadounidense protege la libertad de expresión, y que la cuarta enmienda protege al ciudadano frente a la persecución abusiva del poder judicial o del gobierno. Pero esto era sobre el papel. Lenny no consiguió distinguir la ley escrita, que en teoría debe ser respetada, de su aplicación en el mundo real, donde esa misma ley puede ser retorcida y manipulada en función de intereses diversos.
Así que, en vez de bajar una marcha para evitar nuevos problemas y poder tener una vida más tranquila, creyó que tener la Constitución de su parte era un escudo frente a la censura. Pero solo hacía falta que molestase más de la cuenta a los sectores conservadores para que se movieran resortes que estaban fuera de su alcance, provocando que los jueces empezasen a mostrarse menos favorables. En 1964 empezó la peor parte de su calvario. Fue detenido varias veces sobre el mismo escenario. Tras una de esas detenciones fue juzgado y, por primera vez, recibió una condena bajo la acusación obscenidad. La pena era de cárcel, aunque Lenny quedó en libertad bajo fianza hasta que su apelación fuese resuelta por un tribunal superior.
Desde el punto de vista profesional, esta condena supuso el final de su carrera, porque el dueño del club donde había actuado la noche de autos fue condenado también. Esto provocó que muchos otros clubs de comedia se negasen a contratar a Lenny Bruce. Se dio cuenta de que estaba perdiendo la batalla judicial y social, sintiéndose arrinconado y en una terrible espera para saber si por fin entraba en la cárcel. Su consumo de drogas empeoró notablemente, aunque eso no le impidió ponerse a estudiar leyes con la intención de defenderse a sí mismo en la apelación.
No obstante, era tal su obsesión con el asunto legal que pronto se volvió incapaz de hablar de otra cosa, incluso en sus cada vez más esporádicas (y nada rentables) actuaciones en garitos pequeños. Cayó en una espiral de paranoia. Una noche, se le acercó el músico Frank Zappa, que era su admirador. En un detalle muy Zappa, este le mostró a Lenny su carta de reclutamiento y le pidió que estampase en ella su autógrafo. Bruce se negó a firmar, seguramente pensando que Zappa formaba parte de alguna conspiración gubernamental para enviarlo a Vietnam.
Desesperado y en la ruina económica, Lenny Bruce apareció muerto por sobredosis de morfina en el baño de su vivienda. Era el 3 de agosto de 1966; ese mismo día había recibido un aviso de desahucio. Nunca se ha sabido con seguridad si la sobredosis fue accidental, o si el desahucio fue la última gota que lo condujo al suicidio. Si quieren ver una película sobre esta historia, el gran Bob Fosse dirigió una muy interesante titulada Lenny y protagonizada por el siempre fantástico Dustin Hoffman. La vida fue injusta con Lenny Bruce, quien pagó un precio excesivo por decir cosas como las que veinte años después se hicieron habituales en la comedia. Hoy se habla de la cancel culture, pero lo de querer acallar a quien vulnera verbalmente la moralidad de cada cual no es un fenómeno nuevo. De hecho, la historia demuestra que es peor cuando la presión la ejercen jueces, policías, políticos, y otra gente con poder. La tentación de pedir que se elimine aquello que nos molesta es fuerte. Todos la hemos sentido alguna vez. Pero la consecuencia de que eliminen lo que no nos gusta podría llevar a que después eliminen lo que sí nos gusta.
(Continúa aquí)
Aunque le hayas echado sin citarlo un balón de oxígeno a David Suárez, la izquierda de este país se ha convertido en una gran monja que se siente ofendida absolutamente por todo. Ayer mismo Sor Carmen Calvo habló:
https://twitter.com/hora25/status/1465445594382708749
Que nadie se mueva. Todo el mundo al suelo. El mero hecho de entrar a discutir si un chiste es bueno o malo debería dar vergüeza a esto adalides de la moral. Los de la derecha ya ni te cuento. Cuando una reacción o un castigo son desproporcionados, el hecho que los pudiera provocar debe ser irrelevante. Si alguien te mata de una paliza porque le parece fea tu camiseta nadie entra a discutir si era bonita o no. ¿Importa? Ante la desproporción, el detonante da igual. Sin embargo, en «delitos» de libertad de expresión, la desproporción de la justicia no parece ser así.
Si tanto les preocupan a los salvapatrias sus compatriotas con discapacidad que hagan algo con la ley de dependencia y esos lugares donde no se aplica. Ha tenido muchos años los de un signo y otro, pero ha preferido hacer otras cosas.
Bueno, no veo que la derecha de este país se haya matado a defender a Valtònyc, a Pablo Hasél o a los famosos titiriteros del Alqa-ETA. Ni a David Suárez tampoco.
Qué manera más elegante de hablar de David Suárez sin mentarle
Fantástico como siempre Emilio. Deseando leer la segunda parte. Siempre he defendido que la libertad de expresión es sagrada, que todas las ideas son expresables (que no respetables) y que salvo la injuria o la calumnia (alguien con poder acusando a otro de cosas serias sin pruebas), nada debería estar vetado. Si yo cuento un chiste sobre judíos sin serlo, tendré más o (probablemente) menos gracia, pero si lo cuentan Woody Allen o Larry David te descojonas, porque forman parte del colectivo (una vez más, como bien se dice en el artículo, el contexto es fundamental). No quiero decir que un no judío -y extiéndase a cualquier etnia o religión- no pueda tener gracia haciendo humor sobre colectivos ajenos, pero para eso hay que ser muy buen comediante.
Estoy esperando tu reseña de Get Back y 3,2,1 McCartney, Emilio!
Texto tan excelente como necesario, Emilio, esperando la segunda parte, la tercera, las que sean necesarias.
El personaje de Ricky Gervais en Atfer Life, creo que en el primer capítulo, va a visitar a su padre en un hogar geriátrico y lo encuentra acompañado de una enfermera que estaba aseándolo y hablándole con mucho cariño…Tony, el personaje, le dice a la enfermera: si él fuese una mascota, ya lo habrían puesto a dormir…
«Los espectadores se ríen porque entienden el contexto: es una comedia. Si pensaran que es una historia real, nadie se reiría. La distinción entre ficción y realidad es fundamental.» Y para eso hace falta un mínimo de inteligencia. Un mínimo. Se ve que el fiscal y los de la asociación que denunció a este chaval estaban en la cola del pelo el día que repartieron esa inteligencia….
Menudo artículo, Don Emilio.
La cita al principio, los datos para los muy cafeteros y mucho respeto al stand up. Este puede ser el ansiado siguiente capítulo de Comedia Perpetua desde que no renovaran el curso pasado.
Creo que Don Emilio podría ser una phiena insigne…incluso Phiena y Yoryer.
En fin: muchas gracias por este artículo brillante y entretenido a partes iguales. Espero con muchas ganas la segunda parte.
Con los artículos de Emilio me pasa, que antes de empezar a leerlo ya me voy preparando para hacer algún descubrimiento. Este no fue una excepción. Hasta ahora pensaba que Lenny Bruce era un personaje de ficción de la serie de “La maravillosa Sra. Maisel“ Gracias Emilio. Otra vez más. Tú sigue escribiendo como siempre, como si no te terminaras de creer eso de que eres tan bueno como nosotros nos creemos que eres.
Si te interesa puedes ver Lenny (1974) de Bob Fosse con Dustin Hoffman en uno de sus mejores papeles…
Te agradezco mucho la recomendación.
Ojalá esta payasada de la cultura de cancelacion sea una moda y se acabe…
la generacion de ofendiditos no saben distinguir ficcion de realidad…
Le dijo un amigo a otro:
– Me voy a ausentar de casa durante una semana. ¿Te podrías encargar de mi gato mientras?
A lo que le respondió el amigo:
+ Claro hombre, no te preocupes que me lo llevo a la mía mientras.
A los dos días recibe un WhatsApp que decía:
+ Tu gato se ha matado.
El sujeto en cuestión le responde indignado:
– ¡Pero mira que eres bruto, zoquete y zopenco!
¡Además de no ser capaz de encargarte del bienestar de mi gato, me transmites la mala noticia de una manera tan abrupta!
¿No me lo podías haber dicho de una manera más escalonada, preparándome el cuerpo para tan fatal desenlace?
Por ejemplo, que primero se había subido a un árbol, que luego se cayó y se hirió una pata, que la herida se infectó y que el veterinario no pudo hacer nada.
A los dos días recibe otro WhatsApp que decía
+ Tu padre se ha subido a un árbol…
Quizá, el chiste de Suárez sería gracioso si él tuviera síndrome de Down. Probablemente, la indefensión no está entre las cosas más graciosas.
Gracias por el artículo.
Pingback: El privilegio del bufón (a propósito del chocarrero señor Duque) – Colectivo Perrotrespatas