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La Luna es Baker Street

Arthur Conan Doyle 221 B de Baker Street
Arthur Conan Doyle. 221 B de Baker Street

La época de los grandes viajes galácticos, del destripamiento de la Tierra o de las inmersiones atlánticas del Nautilus, la época de la conquista por tierra, mar y aire de la fantasía más fantástica a manera de ciencia ficción y aventura exótica también fueron los años de la eclosión del género policíaco, de los turbios relatos criminales, de una ciudad que empezaba a descubrir su lado más oscuro y salvaje. Dos de las naciones europeas que engendraron a gigantes de la novelística decimonónica (Francia e Inglaterra) asistieron al nacimiento de los dos escritores que pusieron las bases de los géneros más populares del siglo XX: Julio Verne y Arthur Conan Doyle

Es bien sabido que con Sherlock Holmes el género policiaco y el relato detectivesco comienzan su andadura moderna. Así pues, si en la narrativa de Verne destacan los visionarios, los soñadores de mundos futuros y las predicciones tecnológicas, el personaje más célebre creado por Conan Doyle es la más pura de las frialdades deductivas. La inteligencia de Holmes no tiene más objetivo que el descubrimiento de un caso. No se fija más meta futura que dilucidar el delito y encontrar al culpable. Para ello, y en este punto coincide con Verne, se sirve de la ciencia. Porque Conan Doyle no solo instaura una iconografía detectivesca (el Dupin de Allan Poe o el Vautrin de Balzac no alcanzan la entidad fundacional de Holmes) sino que también se vale de la ciencia forense en sus pesquisas. 

Sin embargo, junto a los conocimientos avanzados en química, figuran desconocimientos astronómicos como el de los principios copernicanos. En Estudio en escarlata, la primera de las narraciones holmesianas, el detective reconoce a Watson ignorar que la Tierra gira alrededor del Sol. De hecho, le parece una futilidad que nada le aporta para hacer bien su trabajo: único objetivo en la vida de Holmes. Por otra parte, el apego a la realidad inmediata diferencia claramente el relato policíaco de la ciencia ficción y el género aventurero. Aun así, nada me parece más aventurero que sumergirse en un caso de Sherlock Holmes. Con mucha maestría, Conan Doyle convirtió «las cacerías» de su detective en un juego de ingenio de una imaginación desbordante. Como el propio Holmes, partimos de un spleen demoledor, de una realidad desencajada para alcanzar la plenitud participando en una aventura intelectual. Es en esa aventura donde coinciden los dos escritores. 

Por otra parte, tal y como indicó Borges, creemos en Sherlock Holmes al igual que lo hace Watson. Nos fascina el personaje y su idiosincrasia. Su asexualidad más que una posible homosexualidad reprimida. Una asexualidad solo quebrada por Irene Adler, la única mujer capaz de vencer a Holmes en su propio terreno. La mujer que se convierte en la mujer, en el único representante del sexo femenino que conmueve al gélido y misógino detective. Rémora victoriana, la mujer no tiene mucho que hacer en el universo, ya sea terrenal, ya sea galáctico, de la aventura. Pero, en fin, el final de Escándalo en Bohemia es noble, con una justa dosis de melancolía:

Y así fue como se evitó un gran escándalo que pudo haber afectado al reino de Bohemia, y como los planes más perfectos de Sherlock Holmes se vieron derrotados por el ingenio de una mujer. Él solía hacer bromas acerca de la inteligencia de las mujeres, pero últimamente no le he oído hacerlo. Y cuando habla de Irene Adler o menciona su fotografía, es siempre con el honroso título de la mujer.

(Anti)Sobrenaturalidad

La ficción científica es puramente positivista. No importa dónde se ubique la acción sino sus principios basados en la razón. Es comprensible en Julio Verne, pero, por el contrario, el caso de Conan Doyle es curiosísimo. De formación científica, en sus últimos años se dedicó a todo tipo de actividades —con perdón— delirantes. En su artículo en Jot Down sobre Conan Doyle, Ernesto Baltar: 

Miembro fanático de la Society for Psychical Research, este médico escocés de aspecto serio y frondoso mostacho había dedicado las últimas décadas de su vida a la evangelización sin tregua del espiritismo. Creía en todo tipo de fenómenos paranormales, como la comunicación con los muertos, la telepatía, la hipnosis o las habilidades mediúmnicas, e incluso defendía la existencia de las hadas y los gnomos.

Unas actividades que resultan sorprendentes en alguien que escribió El perro de Baskerville, una historia cuya resolución se antoja una apología del empirismo más que de cualquier otra cosa. También es verdad que Conan Doyle, heredero cultural del romanticismo, cultivó el relato gótico, género más propicio a sus veleidades paranormales. Sea como fuere, las premisas científicas de Holmes pueden aplicarse a la concepción de la ciencia ficción de Verne. Más allá de las diferencias estéticas existentes entre la novela policíaca y la ciencia ficción, ambos géneros parten de una realidad terrenal. Para entendernos, la posibilidad de vida en el universo se plantea como hipótesis científica. Los fantasmas y demonios son pura especulación de la imaginación aterrada. 

Asimismo, la aventura holmesiana se inicia en la jungla de adoquín. El crecimiento de la urbe moderna —así como de sus monstruos urbanos como Jack el Destripador— propicia el acomodo callejero del detective privado. A partir de ese momento, se instaurará una corriente negra circunscrita a la ciudad y a su crónica social. En las aventuras de Sherlock Holmes aún se aprecia de una manera muy incipiente. Pero, en cierto modo, anticipa la gran corriente realista del género. El adoquinado que dejará paso al asfalto. Los devotos lectores del género policíaco (y de sus derivaciones cinéfilas) sabemos bien que no hacen falta asombrosos viajes en el tiempo y en el espacio para vivir apasionantes historias de sillón. Nos conformamos con la existencia de un delito, varios sospechosos y la presencia de un huelebraguetas con graves problemas de estabilidad emocional. Probablemente (y soy consciente del maniqueísmo de la hipótesis) el viaje sea la principal diferencia que separa el noir de la ciencia ficción. Como bien sabía Holmes en sus fases de bajón, hay viajes a otras latitudes menos dolorosas que mejor es emprenderlos sin salir de las cuatro paredes del apartamento. Al fin y al cabo, el juego intelectual que plantea el relato detectivesco, la lúdica ejercitación de la lógica y sus misterios pueden convertirse en una odisea mucho más titánica que viajar a la Luna. Y es que para algunos no existe Luna más fascinante que la que brilla desde la ventana del 221 B de Baker Street.   

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3 Comments

  1. Creo que este artículo mejoraría si en lugar de ser obra de Jordi Bernal, fuera obra de Jordi Bernet.
    A todo esto, ¿en dónde está Frabetti?

  2. José Carmona

    Interesante artículo. Pero precisamente al contraponer en cierta forma el género policíaco y el de aventuras, me ha hecho pensar que en realidad las historias de Holmes tienen muy poco de analítico y mucho de acción. Es decir, no entran en el juego limpio del posterior whodunit, ya que las «pistas» sólo se dan al final, narradas por un Watson que no se entera generalmente de nada hasta la sorpresa conclusiva. Ni tampoco tienen la crítica social expuesta a través de un ambiente criminal, del posterior género negro. Y lo que sí se nos narra es la peripecia del detective y su biógrafo a través del Londres victoriano, o incluso sin salir de sus habitaciones, pero siempre con un carácter aventurero. Creo que la única obra puramente detectivesca de Holmes es «El sabueso de los Baskerville». En el resto, me da más la impresión de que predomina lo aventurero.

  3. Will Rogers

    «Más allá de las diferencias estéticas existentes entre la novela policíaca y la ciencia ficción, ambos géneros parten de una realidad terrenal. Para entendernos, la posibilidad de vida en el universo se plantea como hipótesis científica. Los fantasmas y demonios son pura especulación de la imaginación aterrada.»
    Eso era al principio, H P Lovecraft, entre otros, demostró que era posible plantear fantasmas y demonios como hipótesis científica.

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