Este texto ha sido el ganador del concurso DIPC–LSC-Laboratorium en la modalidad de ensayo de divulgación científica de Ciencia Jot Down 2021. Puedes leer aquí el relato ganador en la modalidad de narrativa.
La emperatriz cogió el pequeño capullo de seda entre sus dedos. Jugueteó con él mientras observaba el frondoso jardín en el que descansaba su vista. Sus ropajes reposaban sobre el asiento. La taza de té humeaba lentamente mientras ella esperaba para bebérselo. Le sorprendió el calor excesivo al llevarse la taza a los labios. En ese instante, el capullo de seda cayó en la infusión. See-ling-see tardó unos minutos en sacarlo del líquido dorado y, cuando lo hizo, este se deshizo en un hilo suave y resistente de cientos de metros. Cuando See-ling-see sostuvo entre sus dedos el hilo de seda fue como tocar la nada.
Durante miles de años los gusanos de seda (Bombyx mori) habían tejido sus capullos ocultos a los ojos de los hombres. See-ling-see tan solo los observó durante unas semanas. Cada gusano de seda completaba su ciclo de vida en sesenta días. Las larvas salían de los huevos y comenzaban a devorar las hojas de la morera. Comían una cantidad en hojas de morera equivalente a veinte veces su peso. Cuando habían crecido lo suficiente, de las glándulas bucales comenzaba a salir un hilo de seda. Los gusanos cruzaban los hilos de seda durante setenta y dos horas tejiendo un capullo blanco y sedoso a su alrededor. Allí se escondían a todos los ojos del mundo durante tres semanas, en los que las crisálidas se convertían en mariposas. Al salir, tenían tal cantidad de tejido adiposo que no necesitaban comer durante los doce días que les quedaban de vida. En esos días se acoplaban machos con hembras a veces durante diez horas seguidas. En los tres días posteriores, las hembras ponían cientos de huevos y luego morían.
See-ling-see domesticó a aquella bella criatura dos mil setecientos años antes de la era cristiana. Los secretos de su cría se guardaron celosamente dentro de las fronteras de China por cientos de años. Otra leyenda dice que fueron unos monjes los que llevaron huevos de gusanos de seda y semillas de morera ocultos en sus bastones de bambú hasta Constantinopla en el siglo VI. Así, esta ciudad cumplió una vez más su papel de lazo entre Oriente y Occidente. Desde allí llegó a Italia, y en 1494 a Francia.
La cría del gusano de seda era complicada y requería de unas condiciones caprichosas. Por eso la sericultura se rodeó durante siglos de supersticiones: «No hay nada que deba evitarse más en la cría de gusanos de seda que los efectos del ruido y el frío; un grito repentino, el ladrido de un perro, incluso una carcajada, han destruido bandejas enteras de gusanos; y crías enteras perecen en las tormentas eléctricas […] Es esta necesidad de tener una temperatura artificial la que crea la gran dificultad de criar gusanos de seda», se lee en el Chinese Repository de 1832. Ese mismo año, Hans Christian Andersen publicó sus cuentos de hadas y Charles Darwin llegó a las islas Galápagos a bordo del Beagle. En el camarote que compartía con el capitán Fitz-Roy tenía un ejemplar de los Principios de Geología de Charles Lyell y otro de Personal Narrative de Alexander von Humboldt.
En 1835, una británica, de nombre Mary Anne Whitby, estaba de viaje por Italia cuando conoció a un compatriota que se dedicaba a la industria de la seda. Este le explicó que había duplicado el capital que había invertido en la cría del gusano de seda en tan solo tres años.
La señora Whitby decidió introducir la sericultura en su querida Inglaterra. Le llevó una década conseguirlo. Su principal motivación fue liberar a la isla de la dependencia de la seda cruda que provenía del continente, así como dar trabajo a «las esposas y las familias de nuestros hermanos más pobres». Aunque al principio tuvo algunos problemas técnicos, solventó todas las dificultades y demostró, en contra de los prejuicios imperantes de la época, que las mujeres inglesas eran capaces de hacer este trabajo de forma óptima.
La señora Whitby era una mujer de amplios intereses, como suele suceder en las personas inteligentes. Lo que sabemos de ella es que era terrateniente, anticuaria y artista. Tenía, además, inquietudes científicas. Durante un tiempo había sido vecina del eminente geólogo Charles Lyell. Había leído sus libros y se carteaba habitualmente con él.
En 1846, dio una charla sobre sus resultados en la Asociación Británica para el Avance de la Ciencia en Southampton. Entre el público que acudió aquel día estaba Charles Darwin. Al terminar su intervención, este, emocionado por lo que acababa de escuchar, le hizo multitud de preguntas sobre las diferentes variedades de gusanos de seda. Seguramente, Darwin le explicó como el ser humano había realizado un «gigantesco experimento durante milenios al someter a animales y plantas a domesticación o cultivo. Un experimento que la propia naturaleza había intentado sin cesar durante el paso del tiempo».
La señora Whitby se convirtió gustosa en uno de los muchos investigadores que se carteaban con él.
Down Farnborough Kent
2 septiembre 1847
Estimada señora,
Su gran amabilidad al darme el año pasado en Southampton información sobre las variedades del gusano de seda, me hace aventurarme una vez más a molestarla. Siempre que he observado las polillas criadas a partir de gusanos de seda mantenidos por niños, las alas han estado más o menos arrugadas, y me han asegurado que nunca pueden volar. ¿Es esto cierto, especialmente en Francia e Italia? Si es así, ¿podría informarme de si los machos y las hembras son igualmente incapaces de volar? Supongo que están en las mismas condiciones que nuestros patos domésticos, y le agradecería enormemente cualquier información sobre este punto.
El año pasado fue usted tan amable que me dio la esperanza de que probaría dos experimentos sobre la herencia (un punto en el que estoy particularmente interesado) en el estado de oruga. El primero era si la especie de párpados negros produciría hijos con párpados negros. El segundo, era ver si las orugas muy gordas (creo que usted llamó las llamó Frales y me las describió de una manera muy graciosa) producirían polillas; y si es así si su descendencia sería igualmente gorda y sin seda. Realmente no puedo decir lo agradecido que estaría de conocer los resultados de tales experimentos; porque en un trabajo que tengo la intención de publicar dentro de unos años sobre la variación, apenas habrá datos sobre el mundo de los insectos.
Permítame otra pregunta, a saber, si ha observado alguna vez alguna diferencia de hábitos, como la forma de arrastrarse, comer, hilar, etc., en las orugas de las diferentes razas que ha mantenido.
Con mucho respeto, querida señora.
Mi más sincero agradecimiento,
Charles Darwin.
La señora Whitby comenzó a velar el sueño de sus crisálidas. Cuando salían del capullo, medía sus alas y observaba si volaban. También observaba detenidamente si los gusanos tenían o no párpados negros. Seleccionó a veinte que los tenían, los mantuvo separados del resto y los cruzó entre ellos. Luego apuntó en su cuaderno: «Todos sin excepción tenían párpados, algunos más oscuros y marcados que los otros, pero todos tenían párpados más o menos visibles». Cuando tuvo resultados suficientes, sobre esta y otras cuestiones planteadas por Darwin, los redactó y los envió.
Down Farnborough Kent
12 agosto 1849
Mi querida señora,
No puedo expresar suficientemente mi agradecimiento por las extraordinarias molestias que se ha tomado en este interesante experimento del que me envía el resultado. Había perdido todas las esperanzas de saber si las peculiaridades de la oruga eran hereditarias, pero ahora el punto está ampliamente probado: hay una gran diferencia entre una probabilidad, por muy alta que sea, y un experimento como el que usted ha hecho.
También le agradezco mucho la información sobre las razas de orugas del sur de Francia; no sabía que las diferencias fueran tan grandes.
Si no es pedir un favor demasiado grande, le agradecería mucho que se tomara la molestia de informarme, si alguna vez observa algo notable en el principio hereditario, o en las diferencias de estructura o hábitos entre las razas del gusano de seda. No me atrevo a hacer más que insinuar mi curiosidad por saber si el carácter de no producir seda resultaría hereditario, es decir, si sería posible hacer una raza con capullos desprovistos de seda. A los ojos de todos los cultivadores de seda, esto parecería sin duda el más inútil de los experimentos que jamás se haya intentado.
Le ruego que acepte mi más cordial agradecimiento.
Charles Darwin.
Un año después, Darwin recibió la lamentable noticia de que la señora Whitby había tenido un accidente. Aquel experimento descabellado de crear una variedad de gusanos que hiciera capullos sin seda no pudo realizarse. Tan solo una persona tan entusiasta como ella habría dejado todo de lado para hacerlo.
Darwin tenía multitud de cartas que había ido recibiendo durante años de sus corresponsales, así como trabajo propio, con información sobre perros, gatos, caballos, asnos, cerdos, cabras, ovejas, conejos, gallinas, palomas, patos, gansos, pavos, canarios, abejas de colmena, gusanos de seda, cereales y plantas culinarias (incluyendo guisantes), árboles frutales y ornamentales.
Continuó con la escritura del libro en el que estaba trabajando: La Variación de los animales y las plantas domesticados. Parecía imposible generar una hipótesis a partir de tal inmensa cantidad de datos recogidos de diversas fuentes. La sinergia de personas tan valiosas como la señora. Whitby había sido asombrosa. Darwin nombró a todos sus colaboradores en la obra e hizo una descripción detallada de sus observaciones. Algunas tan curiosas como las que se relacionaban con los instintos. Contaba cómo los gusanos de seda domesticados perdían los instintos naturales. Al ponerlos sobre una morera, a veces, cometían el error de comer el pedúnculo de la hoja, con lo que caían al suelo. De igual modo, algunas razas de gallinas habían perdido el instinto de incubar los huevos y eran ponedoras permanentes. Se preguntaba cómo se podía heredar un instinto y si quedaba latente en la descendencia.
La primera parte del libro es un compendio de todos los datos que tenía sobre distintos animales y plantas. La segunda parte es un acto de honestidad y valentía científica.
Soy consciente de que mi punto de vista no es más que una hipótesis o especulación provisional; pero hasta que se proponga una mejor, servirá para reunir una multitud de hechos que en la actualidad quedan desconectados. (…) En un próximo capítulo, dedicado a una hipótesis que he denominado Pangénesis, se intentará mostrar los medios por los que los caracteres de todo tipo se transmiten de generación en generación.
Darwin cuenta en su autobiografía que la hipótesis de la pangénesis fue maltratada desde el principio. El 19 de marzo de 1868, en una carta al geólogo Charles Lyell, manifestaba lo siguiente: «Mi temor siempre ha sido que la pangénesis fuera un niño nacido muerto, por el que nadie se alegrara ni llorara». En eso estaba equivocado. Aquella hipótesis provisional, aun siendo errónea, influyó en genetistas como Galton, Weismann, de Vries, Brooks y Ross, convirtiéndole a él en padre de la genética.
A su muerte, Darwin había escrito veincinco libros y un gran número de artículos que cubrían áreas tan dispares como la biología evolutiva, la genética, la psicología, la geología, la morfología y fisiología de las plantas. También publicó cuarenta y cinco artículos breves en la revista Nature, desde su lanzamiento en 1869 hasta 1882, año en que Darwin falleció. Además, se cruzó cerca de quince mil cartas con colegas.
Cuando Darwin falleció, el mundo ya no era el mismo que el que le había visto nacer. Humboldt había descubierto la naturaleza, Lyell había revolucionado la geología y él había hecho lo mismo con la biología.
No debemos olvidar nunca el mensaje que el poeta y naturalista alemán Johann Wolfgang von Goethe dejó para nosotros:
El espectáculo de la naturaleza es siempre nuevo, porque siempre está renovando espectadores. (..) Envuelve al hombre en las tinieblas y le hace anhelar siempre la luz. Lo hace depender de la tierra, aburrida y pesada y, sin embargo, siempre lo sacude hasta que intenta elevarse por encima de ella.
Esta es la historia de algunos espectadores que se elevaron por encima de la tierra.
Bibliografía
Seda. Alessandro Baricco. 1996.
The Variation of Animals and Plants Under Domestication. Charles Darwin.1868.
Charles Darwin and Mrs. Whitby. Ralph Colp, JR., M. D. Bulletin of the New York Academy of Medicine Vol 48. Nº 6, julio 1972.
Disease in a minus chord. Edward A. Steinhaus. 1975.
La invención de la naturaleza. Andrea Wulf. 2015.
Darwin and Mendel: The historical connection. Yongsheng Liu. Advances in Genetics, Volume 102. 2018. Darwin Correspondence Project. Cambridge University. Darwin Correspondence Project | (darwinproject.ac.uk) Autobiografía. Charles Darwin. 1887. Biblioteca Darwin. Universidad Pública de Navarra. Nature: Aphorisms by Goethe. T. H. Huxley. 1869 Nature volume 1, páginas: 9–11.
Merecido premio, excelente artículo. Muy bien JD. Agradecido.
Se reposa en un banco de la plaza, viendo pasar de árbol en árbol los gorriones ciudadanos, y más arriba, en fuga, emigrando las bandadas sin saber que se desplazan para mantener el equilibrio de este mundo tan solo regresando al mismo lugar en donde han nacido, y a mis pies la hecatombe turbulenta de la vida diminuta, insectos impávidos en avanzada, hormigas levantiscas bidireccionales como los automóviles que pasan siempre apurados por la nafta. En el cielo emigran aves, polen y semillas, debajo de la grava el humus nos transforman; las madres arrastran niños, estos sus mascotas, los obreros cavan zanjas y los aviones… rompen la formación de las bandadas. Hay un gran quehacer alrededor de este pacífico banco de la plaza. (Otro expectador, pasivo que ve pasar el mundo)
¡Felicidades por el premio Charo! Interesante adentrarse en la sericicultura y el darwinismo y buen trabajo Jot Down con estos premios. Hace 4 años yo también observé gusanos de seda en una caja, no sé si los observé como La emperatriz o como Ann….
De 24 gusanos, 3 hicieron precozmente sus capullos en las esquinas de la caja, dejaron sus ovillos pegajosos de seda entre la maraña de morera y de gusanos entregados a la lucha de comer y comer. Mientras esto sucedía otros 3 gusanos de repente dejaron de comer, su carne blanda se convirtió en más fofa y su color adquirió otras tonalidades, se extinguieron poco a poco, se murieron al fin y sus cuerpos quedaron inertes en el cartón frio, rodeados de cacas de gusanos y de morera y de más gusanos que comían o se hacían crisálida en el silencio de la noche.
4 gusanos emigraron con ayuda a otra caja y fueron a parar a un dueño que les alimentó a otro ritmo y les procuró nueva temperatura, cerca de un ventanal. De los 14 restantes, al menos 11 se pusieron de acuerdo para alzar sus cabezas como autómatas , desinteresarse de la morera y buscar su hueco en la caja para lograr su cometido vital de transformarse, reproducirse y morir.
Y finalmente en la caja uno quedó solo por casi 2 semanas comiendo en soledad sin prisa y sin pausa, sin echar de menos a los otros ocupados en la metamorfosis, apurando los resquicios de las hojas ya secas.
Que las cosas ocurrieran así significó que para uno de los tres gusanos que se adelantó y para el que tanto se atrasó no hubo otra polilla de ojos muy negros y alas blancas recién estrenadas que zumbara frenética sus cortas alas queriendo agradarle, que juntara su órgano inhiesto a su órgano hendido o viceversa, que muriera a su mismo tiempo dejando tras de sí un reguero de huevos en común.
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