Antes de nada, tenemos que hablar de Neill Blomkamp. Un culo inquieto nacido en Sudáfrica, allá por 1979, que se enamoró de las posibilidades de la animación por ordenador cuando apenas había comenzado a caminar por la adolescencia. Cumplidos los dieciocho años, y convertido en un mañoso alfarero del 3D y los efectos especiales, Blomkamp hizo las maletas para mudarse hacia tierras canadienses e ingresar en la prestigiosa Vancouver Film School con la idea de forjar su futuro en la industria del entretenimiento. Antes de inaugurar el año 2000, el chaval ya había currado como miembro del equipo de FX en series como Stargate-SG, Mercy Point, El elegido o Terremoto en Nueva York 2.
Sus ganas de ponerse tras la cámara, sumadas a su destreza forjando y animando criaturas digitales, le facilitaron el sentarse en la silla del director en los posteriores encargos que recibiría: anuncios para Nike, Citroën, y aquel videoclip de «Tango Shoes» donde una pizpireta Bif Naked se paseaba con un tanque alisando alegremente vehículos ajenos. Entretanto, Blomkamp decidió comenzar a fraguar un puñado de cortometrajes propios en su tiempo libre. Pequeñas piezas de ciencia ficción que mezclaban imágenes reales y estética lo-fi (cámara en mano temblorosa, textura de VHS, imperfecciones visuales) con personajes CGI integrados con bastante gracia en el percal. Tetra Vaal se presentó como el falso anuncio de un modelo de robot policía ideal para patrullar regiones tercermundistas, Vivo en Joburg fue un pequeño mockumentary sobre una invasión alienígena acontecida en Johannesburgo, Tempbot se atrevió con una comedia de oficina protagonizada por otro autómata que parecía primo del de Tetra Vaal, y Yellow utilizó la financiación de Adidas para contar la historia de un androide que vive durante unos meses en sociedad tras adquirir la capacidad de pensar por sí mismo.
Todas estas piezas destacaban por estar construidas sobre una base que Blomkamp convertiría en su seña de identidad: una puesta en escena que combinaba efectos especiales espectaculares con una apariencia natural y desmañada, filmada con trazas de tecnología desfasada. Aquellos cortos ubicaron al sudafricano en la diana de los cazatalentos de Hollywood, y captaron la atención de un buen montón de público que intuía en ellos el potencial suficiente como para expandirse con historias más grandes y pretenciosas.
Tras esto, Blomkamp recibió el encargo de dirigir una serie de cortometrajes, conocidos colectivamente como Halo: Landfall, enmarcados en el universo del videojuego Halo y facturados como promoción para el lanzamiento en consola de la tercera entrega de aquella saga. Peter Jackson, ese caballero conocido mundialmente por haber perpetrado Mal gusto y Braindead: tu madre se ha comido a mi perro, observó cómo se las gastaba el salado realizador sudafricano-canadiense con sus cortometrajes, y sacó la tarjeta con la promesa de financiarle una película basada en Halo. La película sobre el videojuego nunca llegó a buen puerto, por desavenencias varias entre el director y la productora, pero Jackson decidió no guardar la cartera y le produjo a Blomkamp su primer largometraje: Distrito 9.
Distrito 9 se basaba en el cortometraje Vivo en Joburg y presentaba una aventura de acción en un Johannesburgo donde los extraterrestres malvivían hacinados en un apartheid (la segregación era otro de los temas recurrentes del cineasta). Se convirtió en un éxito de taquilla y de crítica, con nominaciones a los Óscar incluidas, que catapultó a su director a la fama. Tras aquella cinta, Blomkamp estrenó Elysium con Matt Damon y Jodie Foster a la cabeza del reparto. Una aventura de ci-fi futurista ambientada en un mundo donde la humanidad está notablemente dividida entre ricos y pobres. El film se presentó arropado en un bonito apartado artístico, compuesto de nuevo por realismo sucio entrelazado con efectos especiales muy competentes, pero careciendo de verdaderas virtudes que la hiciesen destacar. Por ello, tras su estreno se escucharon pocos aplausos en las salas.
Unos años más tarde, el realizador estrenó Chappie, una versión ampliada de su cortometraje Tetra Vaal. O lo que vendría a ser un remake de Cortocircuito que aquí llegaba coprotagonizado por Ninja y Yolandi, los coloridos miembros del grupo Die Antwoord, y rebozado en fabulosos FX de polvo y chatarra. Desgraciadamente, Chappie era anodina en su guion y desarrollo, provocando que todo el mundo comenzase a rascarse la cabeza mientras se preguntaba si el creador sudafricano daba para algo más o ya era hora de dejar de prestarle atención.
En 2017, Blomkamp montó su propia compañía de efectos digitales, Oats Studios, y se dedicó a asaltar internet estrenando gratuitamente diversos cortometrajes de todo tipo, la mayoría de los cuales estaban cargados de CGI excesivos, divertidos y llamativos. La idea detrás de aquella jugada era tantear el terreno para, quizás, convertir los cortos que gozasen de más exitoso en largometrajes, un movimiento que en el fondo era su modus operandi habitual. Recientemente, Netlix ha añadido a su catálogo toda la producción del estudio, ordenándola un poco, porque en internet estos vídeos flotaban desperdigados entre la web de Oats Studios y los campos de YouTube. En conjunto, se trata de una remesa muy variada que contiene nuevas invasiones marcianas repletas de famosos, historias de terror con monstruos espaciales construidos uniendo decenas de cadáveres humanos, sketches sobre un presidente de Estados Unidos fiestero y deplorable, una guerra de Vietnam reimaginada con monstruos sobrenaturales y viajes en el tiempo, gags absurdos ambientados en una teletienda catastrófica y más historias sobre androides en futuros distópicos.
Algunas de estas peliculillas conforman productos competentes, otras no pasan de la mera anécdota sin mucha sustancia, y otras son poco más que una demo técnica de unos segundos para demostrar el pulso tecnológico del estudio. Desgraciadamente, todas las que parecen interesantes son también un coitus interruptus consciente, pues dichas entregas solo se limitan a presentar la historia y desarrollarla brevemente, sin llegar nunca a cerrarla o avanzar demasiado en ella.
Además de a todo lo anterior, el nombre de Neill Blomkamp también estuvo asociado durante cierto tiempo a una nueva entrega de la saga Alien, cancelada cuando Ridley Scott volvió a arrullar al xenomorfo, y a una nueva secuela de la Robocop original, titulada Robocop Returns, que nunca fructificaría. En general, el hombre andaba perdido en tierra de nadie y con la cara de quien tiene pinta de haber vendido todo el pescado a esas alturas. Alguien que parecía estar rodando una y otra vez la misma película porque no daba para más.
Hasta que a finales de 2020 se notificó la sorpresa: aprovechando el encierro mundial por culpa del covid, el director se había tirado semanas rodando en secreto y con cuatro perras una historia de terror de su propia cosecha. Aquel anuncio resultaba muy interesante porque implicaba que Blomkamp por fin iba a salirse de su línea de puntos para tantear algo diferente, cambiando de género. Y también porque suponía que, al tirar de un presupuesto de guerrilla, aquellos horrores no iban a llegar revestidos con robots, marcianos o las excesivas fanfarrias que habitualmente sepultaban su obra. Despojada de los efectos especiales abrumadores y de los lugares comunes, la nueva película del cineasta tendría que demostrar que era capaz de valerse por sí misma gracias a su guion y su ingenio.
El problema es que lo que nos acaba de llegar es Demonic. Y ocurre que Demonic son palabras mayores, y en su mayoría malsonantes. En la trama, Carly (Carly Pope) es una mujer que lleva años sin tener contacto alguno con su madre tras descubrir que aquella tenía como afición el calcinar y envenenar a tropas de inocentes. De manera inesperada y casual, Carly descubre a través de un conocido que su progenitora se encuentra en coma en las dependencias de una empresa llamada Therapol, una extraña organización que parece dedicarse a la investigación médica. La mujer accede a contactar con su madre e introducirse en su cabeza a través de una simulación, un mundo virtual construido gracias a la tecnología de Therapol. Pero, para sorpresa de absolutamente nadie, nada bueno sale de ahí.
Demonic plantea una historia de demonios y posesiones donde la novedad radica en visitar territorios digitales. Un relato que es capaz de apañárselas, con una soltura digna de aplauso, para que durante todo el metraje no ocurra algo mínimamente emocionante o interesante. Porque Blomkamp firma un libreto que podría haber escrito con los pies mientras miraba al techo, algo rematadamente tonto y digno de aquellas morrallas de videoclub destinadas a hacer bulto en la estantería de terror. Un texto que encadena sin parar diálogos y situaciones ridículas perfilando una historia que no pasa de anécdota, y con un villano que en lugar de parecer oriundo del infierno parece fugado de una convección de cosplays chungos.
Para rematar, el realizador lo rueda todo como si fuera la primera vez que agarra una cámara. Y la curiosa representación visual, y glitcheada, del mundo virtual en el que se sumerge la protagonista tampoco ayuda a crear tensión, porque no es posible exprimir muchos terrores sinceros de unas secuencias que evocan inconscientemente a los paseos por Los Sims. Demonic es, a grandes rasgos, un gran montón de nada. Lo que se debe sentir al asomarse a un agujero negro, un artefacto capaz de succionar toda emoción de una hora y cuarenta y pico minutos de imágenes, hay paredes que se secan de manera más emocionante en el mismo periodo de tiempo. Una película tan anodina como para que cualquier artículo sobre ella tenga que, antes de nada, comenzar hablando de toda la carrera de su creador para que al menos haya algo interesante que contar. Despojado de sus aderezos, el realizador sudafricano-canadiense no es capaz de demostrar que lo de Distrito 9 no fue un espejismo y que él mismo no es un one hit wonder. A lo mejor para la próxima. Sigue buscando, Neill Blomkamp.
Confirmada la leyenda urbana de que Distrito 9 fue salvada en la sala de montaje por Peter Jackson, porque el guión de Herr Blomkamp no tenía ni pies ni cabeza. Si alguien todavía tiene dudas de que en su debut la flauta sonó por casualidad, que se vea el «making of» de Elysium. Es un documento magistral que muestra a Blomkamp sumergido en su Apocalypse Now particular, rodando su primera película de gran presupuesto y con un reparto estelar más perdido que un pulpo en un garaje. Algunos momentos impagables del documental: Matt Damon firmó para ser el protagonista antes de que hubiera un guión terminado (Neil Blomkamp sólo llevó a la entrevista una carpeta con arte conceptual de las naves y vehículos que se verían en la película); contrató como compositor de la banda sonora a un músico sin experiencia que había colgado sus demos en Internet y que tuvo que componer los temas sin un guión, por la sencilla razón de que no existía; para rodar la escena de la emboscada en el barrio de chabolas Blomkamp tuvo la feliz idea de filmar en el mayor vertedero de basuras de México capital, convirtiendo la experiencia en un auténtico infierno para los actores y el equipo técnico (el hedor era tan insoportable que los cámaras llevaban mascarillas, cada vez que se levantaba viento o había que rodar tomas desde un helicóptero volaban nubes de polvo y arena que impedían la filmación, con los consiguientes retrasos y sobrecostes); y para rematar la faena el pobre Matt Damon tenía que rodar todas sus escenas de acción enfundado en un exoesqueleto futurista de más de veinte kilos de peso bajo un sol de justicia o soportando el calor infernal de los focos… Es un milagro que no hubiera un motín con semejante cretino al mando. El único que parecía disfrutar de la experiencia era Sharlto Copley, (quiero pensar que su entusiasmo era sincero y no fruto del consumo de drogas y/o un brote psicótico provocado por el caótico rodaje)…
¡Qué horror! ¿Shyamalan tiene sosias como creador, está creando escuela?
Yo diría que sí. Por lo pronto Blomkamp está siguiendo la misma receta que M. Night Shyamalan tras encadenar una larga racha de fracasos: escribir una secuela de su mayor éxito. En el caso del sudafricano, su ÚNICO éxito. Así que dentro de poco tendremos en nuestras pantallas Distrito 10. Recemos para que no se le ocurra rodar una trilogía, como hizo Shyamalan con Unbreakable.
Jeje, justo estaba pensando en el susodicho