El secreto de tu So’ho
Podría decirse, de manera un tanto aventurada, que Última noche en el Soho es una película sobre James Bond sin serlo. O, para ser más precisos, es una película que reflexiona sobre todo aquello que James Bond representaba hace medio siglo, y sobre cómo esto se percibe hoy en día desde puntos de vista encarnizadamente opuestos entre la nostalgia ciega y el revisionismo histórico. Y si no, que se lo pregunten a Pérez-Reverte, que se lamentó amargamente en Twitter (¡durante días!) de la pérdida de virilidad del viejo Bond en la reciente Sin tiempo para morir. «Pero», estarán ustedes pensando, «¿qué diantres pinta 007 en una película del director de Zombies Party?». Pues a primera vista nada, se lo reconozco. Y, sin embargo, James Bond es la ventana (o una de las múltiples ventanas posibles, en todo caso) que nos permite asomarnos al último largometraje de Edgar Wright y descifrar algunas de sus claves. Y eso con apenas un par de referencias (una explícita, otra más sutil) en sus casi dos horas de metraje.
Cuando Eloise (Thomasin McKenzie) inicia su viaje soñado por el Londres de los años sesenta, lo primero que encuentra es la marquesina de un cine que anuncia con orgullo la proyección de Operación trueno (1965), la cuarta película de James Bond, protagonizada, por supuesto, por el único e inimitable Sean Connery. Esa imagen, filmada en glorioso y casi épico contrapicado, sirve como carta de presentación de la época pasada en la que se adentra la protagonista; de su promesa de glamur, sofisticación y estilo. Pero ahí mismo reside la trampa, y Eloise lo va a descubrir a golpe de (ir)realidad: habitualmente, el pasado tiene poco que ver con esa imagen romantizada que albergamos en el imaginario colectivo, y la verdad suele ser mucho más cruel y descarnada de lo que el cine o la música nos han vendido.
Eloise, nacida en el siglo XXI, siente añoranza por una época que no conoció, y así se lo expresa a su anciana casera Ms. Collins, interpretada por Diana Rigg. «La música era mejor», admite esta. Pero lo verdaderamente escalofriante de esa frase es lo que Rigg no llega a decir: que si la música era mejor, todo lo demás era peor. En particular, para las mujeres. Por eso, tras la fachada de los felices sixties Eloise irá viendo —mediante un brillante juego visual y narrativo de identificaciones entre personajes— el lado oscuro de todo lo que creía amar. En ese viaje, le servirán de guía y ancla un deslumbrante Matt Smith y, sobre todo, una Anya Taylor-Joy que se adueña de cada escena con sus gestos, sus miradas y su voz. El Jack interpretado por Smith es, a todos los efectos, el James Bond de esta película, con sus luces glamurosas y sus sombras obscenamente misóginas. La Sandie de Taylor-Joy podría ser el trasunto británico de Betty Elms, aquella entusiasmada aspirante a estrella que llegaba a Hollywood para comerse el mundo en Mulholland Drive. Y Eloise (una McKenzie que transita con enorme habilidad esa progresiva pérdida de la inocencia y la cordura) contempla sus vidas, a veces partícipe y a veces testigo desde un mundo ajeno, separado apenas por un cristal.
Y lo que esta particular Alicia encuentra al otro lado del espejo —de los miles de espejos que pueblan las escenas, como puertas de ida y vuelta a la locura— no es precisamente bonito. Así, Última noche en el Soho muta poco a poco desde la ligereza de aquel Londres por el que corrían alegremente los Beatles en Qué noche la de aquel día hacia los terrenos del cine de terror, y más en concreto del neogiallo británico de la reciente In Fabric de Peter Strickland o de los capítulos más fantasmagóricos del Doctor Who de Steven Moffat. Por eso la presencia de Smith —protagonista de esta última— en el reparto no parece casual, como tampoco lo es la de actores de la órbita del free cinema inglés como Terence Stamp o la mencionada Rigg, en su papel póstumo. Porque, una vez más, Edgar Wright convierte su película en una máquina de absorber y regurgitar referencias; y una vez más el resultado de ese cóctel es algo completamente único y personal, con el sello inequívoco del director de la trilogía del Cornetto. Wright maneja los tiempos con la destreza de quien hizo de la pista sonora de Baby Driver una sinfonía de percusión; la ironía, con el aplomo de quien firmara la mejor comedia de zombis de la historia; y el discurso —corrosivo, contundente, incluso salvaje— como quien sabe que sufrimos aún los efectos de la muerte del sueño dorado del cine, ese que se rompió en mil pedazos cuando conocimos a aquel monstruo llamado Harvey Weinstein.
No puede sorprender, pues, que la película comparta un cierto ADN con otras cintas recientes como The Assistant de Kitty Green o Una joven prometedora de Emerald Fennell. El cine —el mundo— ha cambiado para siempre, y precisamente por eso, parece decir Wright, es el momento de dejar de romantizar tiempos peores. Porque el pasado nunca fue tan bonito como lo pintan los nostálgicos. Los que echan de menos a aquel James Bond tan elegante que presidía el cartel de Operación trueno, que inventó el cóctel Vesper, se enfrentó a villanos megalómanos y por el camino forzó a más de una mujer a acostarse con él. Última noche en el Soho es una llamada a despertar de la alucinación colectiva y tramposa de la nostalgia, y ese, en los tiempos que corren, es un valioso regalo.
Otra película más feminoide panfletaria del Pensamiento Único.
Lo peor es que van de irreverentes, de radicales; cuando es este tipo de cine (de ideología feminista que criminaliza al varón por el mero hecho de serlo) es el que sistemáticamente se financia-subvenciona por las grandes (y pequeñas) productoras.
Ideología Hembrista para polarizar (aún más) a la población; perjuicio que acabará pagando (como siempre) las clases sociales más desfavorecidas.
The Assistant de Kitty Green me pareció una obra muy contenida en la forma y con un mensaje muy valioso relacionado directamente con el Me too; la directora era coherente con lo que quería representar.
Pero, que TODAS las producciones estén obligadas a tener una impronta feminista ya es un síntoma de agotamiento de ideas y de mediocridad intelectual.
La «Decadencia de Occidente» cada vez es más palpable.
Menudo relato te has montado colega ¿Sabes que hay vida más allá de Jordan Peterson? Gracias a la existencia de facto de una gran amalgama de pensamientos tenemos algunos tan divertidos como el que aquí expones.
Así está el patio. De tres comentarios, uno se queja de hembrismo y otro de que un protagonista sea negro. Tela marinera.
@Edu
El «patio» está diseñado por el Pensamiento Único, por la «Cultura Woke», la cultura de la CANCELACIÓN.
Las neo-monjas y la nueva inquisición; usted, por lo que se ve, es feliz siendo un simple monaguillo de la nueva religión.
Ése es el precio que usted paga, ser acólito del de un tipo de pensamiento pueril de «Kumbaya inclusivo racial y sexual»; a duras penas será consciente del efecto que esto tendrá a largo plazo, pero, tranquilo usted, que la Realidad se acabará imponiendo, como siempre a lo largo de la historia.
Mientras tanto, que le vaya bien con su superioridad moral y su nueva masculinidad.
Los que apreciamos el arte, sin mirar el color de la piel o la entrepierna del artista respetamos su postura.
Estoy con tu opinión, Jav. Gracias a la atmósfera de misandria se han cargado unas cuantas producciones. La factoría Marvel, para empezar: «Capitan(a) Marvel», «The Black Widow» y «Ojo de Halcón 2» que, vaya, es una tía, lo mismo que su antagonista (aunque como es tía y sorda, tiene sus razones de afecto para combatir al héroe, etc.)
«La Fundación» es otra víctima. Adiós a Asimov. Sobreprotagonismo femenino hasta agotar: la gran cazadora, la guardiana, etc., interpretando papeles en esencia masculinos, que dependen de la fuerza. Por eso en las competiciones olímpicas no se mezclan los sexos.
Lo de «capitana» es un asunto exclusivamente patrio, ya que en inglés solo existe «captain», así que no es cosa de la «factoría Marvel». El personaje de Kate Bishop ya existe en el cómic y hace exactamente lo que en la serie: tomar el relevo de Hawkeye. Está visto que los pollaviejas no quieren ceder la hegemonía, su hegemonía, que es la suya y por tanto es la buena, y nunca debe cambiar.
Me encanta que esta gente se crea pensamiento único cuando se repiten a lo loco. Cuánta arrogancia! Poco sabes de ese movimiento.
No me he quejado que uno de los protagonistas sea negro, si lo entendiste así, es que no sabes «leer», por lo que no le veo sentido darte una respuesta más elaborada, sería una pérdida de tiempo.
Ahora dilo sin llorar.
Muy interesante (y arriesgada) lectura en relación con Bond. Solo apuntar que me sorprende que se cite a Rigg y Stamp, pero no a Rita Tushingham (la abuela), tan free cinema o más que los otros dos, y que la relación con el giallo no se concrete más con sus raíces, teniendo en cuenta que la llegada de McKenzie al centro de estudios artísticos tiene bastantes paralelismos con la de Jessica Harper en «Suspiria» y que los protagonistas del film van a un club llamado «Inferno», dos claras conexiones con Dario Argento.
La lectura de la película que hace éste texto me parece no sólo arriesgada, me parece totalmente forzada, como si fuese necesario buscar «algo inteligente» para justificar su escritura. A mí me ha gustado la película, se deja ver. La producción es impecable, dinero bien invertido. Pero que tenga más lecturas, vamos, no es Mulholland Drive…si parte de la historia es en los años 60s, es trabajo de los guionistas y la producción referenciar bien la época, no veo que tenga más trascendencia…mencionar a Proust en una película, novela o una canción no los hace profundos o trascendentales, se requiere una elaboración más compleja …
Lo único que me molesta un poco es esa tendencia de la inclusión que parece llegó para quedarse: el chico debía ser negro, claro, seguro se barajaron actores asiáticos, etc. Si hubiese sido hecha en USA sería latino, y tendría un amigo gay muy simpático y buena onda…en fin. Y claro, como producto de estos tiempos, está a medio camino entre el thriller, la fantasía, el terror, con el “me too” como aderezo, una indefinición de género que como receta parece ser tendencia …
Se agradece la presencia de Terence Stamp, de Diana y de Rita, hacen más llevadero su metraje…
Ayudemos a pinchar el ya molesto globo Taylor-Joy. ¿De verdad soy el único al que le parece que esta chica pasa por cada plano como si estuviera posando? Un poco de dinamismo, por favor, de naturalidad, que el cine no son fotos fijas en las que haya que salir con la pose perfecta todo el tiempo. Thomasin McKenzie se la come por completo, no deja ni los huesos, esta chica ya me impresionó en Leave No Trace (2018) y va camino del estrellato. Ah, y hola, Harvey Weinstein que estás en la cárcel, ahí te pudras, mientras los melancólicos del statu quo previo ven peligrar la integridad de sus genitales por una simple película. Será que dicha integridad siempre fue cuestionable.
Direccion de actores. No hay nada casual en que parezca que posa ect.. esta hecho con toda la intencion. El personaje de Mckenzie es otro perfil. Cada una actua como le piden para su personaje y el de Anya tiene que ser asi.
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