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Shyamalanazo (1)

Shyamalan
He aquí un jpg que puedes escuchar en tu cabeza. El sexto sentido. Imagen: Buena Vista Pictures Distribution.

M. Night Shyamalan es ese director que gracias a El sexto sentido se convirtió en la gran promesa del cine fantástico y hoy en día, más de veinte años después de aquel éxito, sigue siendo la gran promesa del cine fantástico. Un realizador cuya producción tiene alma de balancín, por atreverse a combinar chispazos de genialidad con ramalazos de payasada y quedarse tan ancho. Alguien capaz de filmar, en Señales, una escena fabulosamente aterradora utilizando como excusa un vídeo casero de un cumpleaños, pero al mismo tiempo, también alguien al que se le ocurre insertar en dicha secuencia a Joaquin Phoenix gritándole a los niños de la tele un «vámonos» (en español en la versión original) que bordea lo ridículo. Un director capaz de lo mejor y de lo peor, con una obra emperrada en remarcar que el hombre tiene mucho potencial pero le hace falta encauzarlo. Shyamalan también es alguien que acabó cayendo en su propia trampa: el shyamalanazo final. 

De vida, milagros, un sexto sentido, gente irrompible y marcianos

M. Night Shyamalan nació como Manoj Nelliyattu Shyamalan en Mahé, un distrito de Puducherry en la India. Cuando tan solo contaba con unas pocas semanas de vida, sus padres, médicos ambos, emigraron a Norteamérica para asentarse en Penn Valley, un pueblecito perdido en tierras pensilvanas, en la zona suburbana de Filadelfia, esa tierra de príncipes raperos. El chico creció en Estados unidos y su interés por el oficio de director le sobrevino siguiendo el cliché clásico: a los ocho años alguien le regaló una cámara Super-8 y descubrió que era bonito observar el mundo a través de aquel objetivo. A la altura de la adolescencia, el chaval ya acumulaba en su cuarto más de cuarenta peliculillas caseras propias y tenía muy claro que lo suyo era contar historias desde las pantallas.

Shyamalan se sacó la carrera escolar entre las aulas de escuelas cristianas, territorios ligeramente hostiles donde la gente le miraba de lado por ser hindú: «Los profesores nos recordaban constantemente que aquellos que no estuviésemos bautizados iríamos al infierno», apuntaba el futuro director, «así que yo andaba en plan “Chicos, a mí no me han bautizado, por lo que supongo que nos veremos todos allí más tarde”». Demostró ser muy buen estudiante, haciendo rabiar a sus profesores al sacar las mejores notas de su clase en la asignatura de religión sin ser cristiano, y acabó aterrizando en la New York University Tisch School of the Arts de Manhattan para ilustrarse sobre las artes cinematográficas.

En aquellos años universitarios fue cuando decidió adoptar «Night» como segundo nombre en sustitución de «Nelliyattu». Una buena jugada, teniendo en cuenta que los norteamericanos se hacían lazos en la lengua tratando de pronunciar correctamente su verdadero nombre. Y también porque llamarse «Night» en el fondo es algo que mola bastante. En 1992, con veintiún años y recién graduado, escribió, protagonizó y dirigió su primera película, Praying with Anger. La historia de un indio americanizado que se reencuentra consigo mismo a nivel espiritual visitando la India en busca de sus raíces. O lo que es lo mismo: una cinta de bajo presupuesto que huele a tostón a kilómetros y que por eso mismo no llegó a estrenarse en salas, limitándose a pasear por algunos festivales indies a los que va la gente que se mesa mucho la barba.

La segunda película que firmaría, Los primeros amigos, le proporcionó el salto a la industria de Hollywood, pero se antojaba igual de poco apetecible que su ópera prima al presentarse como una comedia con toques dramáticos donde un niño católico decidía, tras la muerte de su abuelo, buscar a Dios. La historia incluía la aparición de un ángel celestial, sin alas y con el decepcionante aspecto de un niño rubio, aunque lo único que le acercaba realmente al género fantástico, aquel que haría famoso a su director en el futuro, era tener en el reparto a Rosie O’Donnell haciendo de monja. Shyamalan salió escaldado de aquel rodaje, tuvo que soportar los berridos en el set del miserable de Harvey Weinstein, que pagaba el asunto, y la postproducción de la obra fue tan problemática como para alargarse durante tres años. La película acabó dándose un batacazo descomunal en la taquilla, costó seis millones de dólares y solo recaudó trescientos mil billetes.

Tras el trastazo, Shyamalan comenzó a moverse por la parte trasera del mundo del cine ejerciendo como escritor de cualquier cosa que le pusieran delante. Se encargó de elaborar el libreto de Stuart Little, esa cinta con un ratón asquerosamente adorable que, por alguna razón arcana e insondable, en España tenía la voz de Emilio Aragón. Y también ejerció de escritor fantasma para rehacer gran parte del guion de Alguien como tú, una tontada romántica de finales de los noventa. Este último fue un trabajo que a Shyamalan le daba tanto apuro reconocer, ni siquiera aparece en su ficha oficial de IMDB, como para que el caballero tardase unos nada desdeñables catorce años en confesar su participación como guionista de aquello. Tenía cierta lógica, porque es probable que nadie te vaya a tomar en serio en Hollywood si en tu currículo figura una película protagonizada por Freddie Prinze Jr. Entretanto, su cabeza había comenzado a fraguar nuevas historias originales, relatos que él mismo definía como «más oscuros y profundos» y cuyo tono achacaba al tremendo bajonazo que le produjo el fracaso de Los primeros amigos.

Shyamalan
Estas son las cinco primeras películas en las que estuvo implicado Shyamalan. A la sagacidad del lector le corresponde adivinar cuál de ellas es la que lo convirtió en estrella.

Entre aquellas ideas se encontraba el guion de una película con niño y fantasmas, El sexto sentido, una historia que se le ocurrió a Shyamalan tras ver un episodio de El club de medianoche (Are You Afraid of the Dark?), la popular serie de terror para adolescentes de Nickelodeon. Más concretamente, lo que hizo Shyamalan fue adaptar la premisa del capítulo «La historia de la chica soñada» de la tercera temporada de El club de medionoche, un cuento protagonizado por un zagal que acababa descubriendo, en el desenlace del episodio, que estaba muerto y no era más que un fantasma que solo podía ver su hermana. Inspiraciones y fusilamientos narrativos aparte, el libreto de El sexto sentido propició un bonito follón cuando el indio comenzó a moverlo entre los despachos de los grandes estudios. Porque desató una pequeña guerra entre varias compañías que querían atrapar los derechos de algo que olía a bombazo. Finalmente, un productor de Disney, David Vogel, decidió comprar el guion a lo loco, sin consultar a sus superiores, desembolsando tres millones de dólares de golpe y ofreciendo a Shyamalan la dirección de la película. Vogel tuvo buen ojo, pero la osadía de sacar la cartera sin recibir la aprobación de su compañía le costaría el puesto de trabajo a la larga.

La historia de El sexto sentido arrancaba con un psicólogo infantil, llamado Malcom Crowe e interpretado por Bruce Willis, sufriendo un desagradable asalto en su propia casa a manos de un expaciente al que no fue capaz de ayudar años atrás. Y continuaba meses más tarde, con el terapeuta aceptando tratar a un niño de nueve años, Cole Sear, interpretado por Haley Joel Osment, que sufría un trastorno similar al de aquel agresor que allanó su piso. Lo jugoso del asunto es que el pequeño rapaz padecía un mal singular: aseguraba ser capaz de ver fantasmas.

Era un punto de partida fantástico para facturar una cinta de horror competente, pero Shyamalan fue un poco más allá y fabricó un artefacto redondo. La película se estrenó con menos bombo del habitual, pero se convirtió en un taquillazo descomunal, en gran medida gracias a un público que recomendaba ir a verla a sus conocidos antes de que algún desalmado les contase el final. Y es que aquellos últimos minutos de película contenían la jugada maestra de Shyamalan, un giro final inesperado que le daba la vuelta a toda la historia: el protagonista, Malcom, descubría que en realidad había fallecido en el prólogo del film, durante el asalto inicial, y no había sido consciente hasta entonces, al igual que la audiencia, de que en realidad era un fantasma.

¿Esto era un spoiler? Difícilmente a estas alturas, porque El sexto sentido hoy en día es famosa por su sorpresa final, hasta el punto de que dicha revelación es conocida incluso por quienes no han visto la película. Aquel twist ending fue tan efectivo como para convertirse en un elemento popular y representativo de la película, algo muy difícil de esquivar. Es el equivalente al plano final de El planeta de los simios, a la identidad del asesino en Asesinato en el Orient Express de Agatha Christie, al destino de Romeo y Julieta o al «Yo soy tu padre» de El imperio contraataca. Un espectador tendría que haber vivido aislado de la sociedad durante los últimos veinte años para sentarse completamente virgen ante esa cinta. Joder, si ni siquiera la banda sonora de la película se molesta en guardar el secreto: la última pista de la partitura firmada por James Newton Howard se titula «Malcom está muerto», así, a pelo y sin rodeos, casi parece una troleada del compositor.

Shyamalan
El sexto sentido. Imagen: Buena Vista Pictures Distribution.

El truco de El sexto sentido no era novedoso, pero estaba muy bien ejecutado. Porque Shyamalan lo aplicaba con precisión, tejiendo la historia a medida de la sorpresa y valiéndose de estratagemas para jugar con el espectador. Gracias a ello, existen dos formas de ver El sexto sentido: por primera vez, y en una segunda vuelta donde todo encaja mientras la historia se reescribe de manera diferente. Ahí residía la genialidad de aquel guion, en ser capaz de desviar la atención con habilidad y, al mismo tiempo, salpicar el relato con decenas de pistas que resultaban obvias una vez conocido el secreto.

Para hacerlo, el director tiró de todo tipo de argucias. Planteaba situaciones donde la ausencia de interacción de Malcom con otros personajes (que no podían verle al ser un fantasma) no era evidente a primera vista. Deslizaba detalles como vestir al psicólogo exclusivamente con la ropa que había utilizado la noche en que falleció, insinuar su naturaleza fría y fantasmal con secundarios que se abrigaban cuando lo tenían cerca, o mostrar el color rojo en pantalla solo cuando el mundo de los vivos se cruzaba con el de los muertos. Incluso se atrevía a juguetear con la educación visual preconcebida de la audiencia: una escena, en apariencia trivial, mostraba a Malcom intentando abrir la puerta del sótano donde guardaba sus pertenencias, pero al no conseguirlo, el hombre rebuscaba las llaves en sus bolsillos. La película cortaba en ese momento la secuencia para reubicarse inmediatamente en otro plano donde aparecía Malcom en el interior sótano. Parecía un simple trabajo de montaje, pero realmente era otra artimaña simpática: en la historia, el espíritu de Malcom era incapaz de abrir aquella puerta, que estaba bloqueada en el mundo de los vivos, y por eso Shyamalan no podía mostrarlo haciéndolo, pero el público, acostumbrado a esas ediciones en el cine, daba por sentado que lo había hecho. Entretanto, el relato también aprovechaba para soltar por sus fotogramas unos cuantos fantasmas y situaciones aterradoras. Todo era un gran truco, sí, pero uno bien orquestado.

El sexto sentido fue un éxito tremendo que encumbró el nombre de su creador. Recibió seis nominaciones a los Óscar (mejor película, mejor director, mejor guion, mejor actor de reparto, mejor actriz de reparto y mejor montaje) aunque no se llevó ninguno a casa, y se convirtió en la segunda película más taquillera del año, por detrás de aquel Episodio I de Star Wars protagonizado por Jar Jar Binks. El único problema de la película era paralelo a ella y solo se manifestó a posteriori: cuando su creador decidió convertir ese giro final que torcía culos en las butacas, ese shyamalanazo, en su firma personal.

Shyamalan
Nick Fury on motherfucking wheels. El protegido. Imagen: Buena Vsta Pictures Distribution.

Shyamalan se convirtió de golpe, con tan solo veintinueve años, en la gran esperanza india del cine norteamericano. Tras la desmesurada fama amasada de El sexto sentido, o la primera película en la que Bruce Willis hacia el fantasma sin pegar tiros, el director se encontró con Disney besándole los pies, George Lucas y Steven Spielberg llamándole al móvil para ofrecerle colaborar en el guion de una nueva entrega de Indiana Jones y los productores ofreciéndole cheques locos para convertir más ocurrencias de las suyas en películas.

Aprovechando el impulso, Shyamalan escribió y dirigió El protegido (2000). Una película protagonizada por Bruce Willis y Samuel L. Jackson que partía de una premisa la mar de llamativa: Willis interpretaba a David Dunn, el improbable único superviviente de un accidente de tren, alguien que inexplicablemente no presentaba ni un solo rasguño tras la desgracia acontecida. La principal sorpresa de la trama fue descubrir que en realidad se trataba de un cuento de superhéroes de cómic reubicado en un entorno realista. En cambio, lo que no resultó tan novedoso fue toparse con otro giro final, uno que esta vez era más flojo y menos elaborado que el de El sexto sentido. Además, en aquella película Shyamalan ya daba muestras de renquear al cometer uno de los grandes pecados del mundo del cine: rematar la historia con textos sobreimpresos en la pantalla a modo de resumen, como si aquello fuese una teleserie chusca de los ochenta.

Curiosamente, Disney decidió promocionar la cinta como un thriller sobrenatural, en contra de los deseos del productor, para esconder que en realidad la película versaba sobre superhéroes. Porque en aquella época, alejada del cansino fenómeno Marvel actual, los tebeos en el noveno arte eran un repelente de para el público. «Eso solo le interesa al tipo de gente que va a las convenciones» le dijeron los ejecutivos de Mickey Mouse a Shyamalan cuando se le ocurrió mentar los tebeos, «y vas a cabrear a todos los que estamos en esta habitación si vuelves a utilizar esa palabra [cómic]». El protegido era un producto bastante decente, que no brillante, pero su paso por las salas de cine sería discreto. Con el tiempo, una parte del público se dedicó a rescatarla y a dar tanto la brasa con ella como para que haya acabado convirtiéndose en una de esas películas con cierto culto detrás. 

La siguiente ocurrencia de Shyamalan fue Señales (2002). Una invasión alienígena, mucho más minimalista que aquellas a las que nos tiene acostumbrados el cine, donde Mel Gibson (interpretando a un exsacerdote, je) y Joaquin Phoenix se las veían con hombretones verdes from outer space en una granja perdida en algún lugar de Pensilvania. En esta obra, nuestro fantasioso indio-americano ya no incluía un twist ending como tal, sino una perversión de ese concepto en forma de inexplicables pistolas de Chéjov. Señales recaudó mucha pasta y legó a la humanidad aquella utilísima imagen de los gorritos de papel de plata, pero con ella el público comenzó a sospechar que en las creaciones de Shyamalan existían algunos elementos que bordeaban la tontería. 

Shyamalan
Nunca podremos agradecerle a Señales lo suficiente esta estampa, en especial durante las épocas de magufadas. Imagen: Buena Vista Pictures.

Un par de años más tarde, en 2004, ocurrió algo inquietante. La cadena Sci-Fi Channel anunció el estreno de un documental titulado The Buried Secret of M. Night Shyamalan (El secreto escondido de M. Night Shyamalan). Un reportaje que había surgido de manera accidental: durante el rodaje de un making of de la inminente nueva película de Shyamalan, titulada El bosque, los responsables de filmar lo que ocurría entre bastidores intuyeron que el director ocultaba un secreto importante. No solo se mostraba esquivo, por lo visto en el set existía la norma de no mirarle a los ojos, sino que además a su alrededor sucedían cosas raras, fallos técnicos sobre todo, que atufaban a presencias paranormales.

A base de indagaciones y entrevistas, el documental acabó descubriendo que Shyamalan, siendo niño, había estado clínicamente muerto durante media hora al (casi) ahogarse en un lago helado. Y por lo visto, tras recuperarse de forma milagrosa, desde entonces poseía capacidad de comunicarse con los espíritus, algo que, fíjate, alimentó su obsesión por lo sobrenatural. Los días previos a la emisión del programa, el propio Shyamalan mostraba públicamente un notable cabreo con aquel especial filmado sin su consentimiento.

The Buried Secret of M. Night Shyamalan duraba dos horacas, había sido dirigido por Nathaniel Kahn, un documentalista nominado en dos ocasiones al Óscar, y en su metraje incluía sesiones de ouija, adolescentes turbios encapuchados que adoraban al cineasta y entrevistas a famosetes como Adrien Brody o Johnny Depp. Pero olía a tostada chamuscada desde el planeta más cercano. Y con razón, porque en realidad todo aquello era un timo. Una farsa ideada por Shyamalan y compañía para darle más publicidad al lanzamiento de El bosque. La treta no duró demasiado, Sci-Fi Channel tuvo que admitir que todo era un hoax y los ejecutivos de la NBC (hogar del Sci-Fi Channel) pidieron disculpas y se fustigaron públicamente. En sus casas, los espectadores norteamericanos comenzaron a pillarle verdadera manía al realizador y sus fantasmas.

El bosque se presentaría en 2004 con un reparto tremendo compuesto por Bryce Dallas Howard, Joaquin Phoenix, Adrien Brody, William Hurt, Sigourney Weaver, Judy Greer, Michael Pitt, Frank Kranz, Jesse Eisenberg y el propio Shyamalan en un cameo simpático reflejado en un cristal. Pero el estreno de la película, una fábula sobre un pueblo de colonos del siglo XIX que vivía acosado por monstruos extraños, no ayudaría demasiado a disipar las sospechas sobre el talento del creador.

Por un lado, porque la errónea promoción de El bosque, que vendía la cinta como una historia de horror cuando realmente era un drama de misterio, engañó a muchísimos espectadores que acabaron saliendo del cine disparando sapos por la boca. Por otra parte, porque el guion aquí también se marcaba de nuevo un shyamalanazo, un giro que pretendía reescribir la película como hizo El sexto sentido. Pero en este caso el twist ending era tan absurdo como para que la mayoría de la audiencia fuese incapaz de tomárselo en serio. El crítico Roger Ebert resumió el sentir general al apuntar a ese shyamalanazo como culpable de todo en su reseña de la película:

‘El bosque’ es un error de cálculo colosal. Una cinta basada en una premisa que no la puede soportar, una premisa tan transparente que sería objeto de risa si la película no fuese tan mortalmente solemne […] Llamar a su final un anticlímax no es solo un insulto para los clímax, sino también para los prefijos. Es una sorpresa cutre, que en la escalera de la originalidad narrativa tan solo está un peldaño por encima del «Todo era un sueño». De hecho, el secreto es tan tonto que nos hace desear el poder ser capaces de rebobinar la película para no descubrirlo nunca.

Lo cierto es que, a pesar de la tormenta de palos que ha llovido sobre ella, es posible defender El bosque, porque la película tiene ciertas virtudes, contiene escenas más que dignas y un tono interesante. Su revelación es tontorrona, sí, pero si uno se la toma con ligereza, como si fuese un capítulo inflado de alguna serie de cuentos fantásticos tipo En los límites de la realidad o Historias asombrosas, la cosa no está ni tan mal, eh. Años más tarde, otro crítico llamado Carlos Morales revisitaría El bosque y daría en la diana al sentenciar que «el verdadero giro de guion aquí es que la película que el público quería ver no era la que Shyamalan había rodado».

(Continúa aquí)

Shyamalan
El bosque. Imagen: Buena Vista Pictures Distribution.

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13 Comentarios

  1. El bosque es una de las películas más infravaloradas que conozco.
    El final precisamente es asombroso y es una película que se puede leer en muchas claves,pero fundamentalmente como una gran metáfora sobre saber la realidad aunque duela o no. Mejor que el show de thruman en mi opinión.

  2. de ventre

    mejor que el show de truman es hasta «jaimito médico del seguro»…

    debo haber visto sólo la mitad de la filmografía de manoj, pero me encanta todo lo que he visto. coño, si me gusta hasta «el incidente». me chifla el ritmo lento de sus pelis. mi favorita es «el protegido», porque eso de que a lo mejor eres un superhéroe toca una tecla que no falla nunca.

    la última que vi fue la de «múltiple» y pasé un mal rato divertidísimo.

    como sé que más irregular que la tos, tomo la prevención de revisar primero las críticas… la última («tiempo») me ha quedado aún pendiente, pero como había gente que la trituró y otros que aplaudieron con las orejas, me tienta muchísimo.

    sigan vigilando los cielos

    j

    • «Tiempo» es de lo mejor que ha hecho Shyamalan en mi opinión, aunque no es una película redonda: tiene las típicas escenas forzadas y poco verosímiles a las que ya nos tiene acostumbrados. Las intepretaciones son excelentes como es habitual en sus películas.
      Es una película profundamente inquietante y desasosegante que juega (***spoiler***) con uno de los mayores miedos del ser humano: el miedo a envejecer.

  3. Andrea Moss

    Deseando leer la segunda parte del artículo, cuando entramos en la fase de la carrera de Shyamalan en que parece empeñado en que cada uno de sus films sea más ridículo, soporífero y pedante que el anterior: LA JOVEN DEL AGUA, EL INCIDENTE, AVATAR: EL ÚLTIMO GUERRERO, AFTER EARTH… Auténticos ñordos como pianos que Jess Franco no tocaría ni con una pértiga de dos metros. O sea, es como ver un suicidio artístico en directo. No me explico cómo este tío no está dirigiendo un kebab en Mumbai después de tantos fracasos seguidos.

  4. Si hay algún director al que pronto se le vieron las costuras es a este.Si, tiene obras muy interesantes,pero son las menos.Su principal problema,en mi opinión,es que se las da de buen guionista cuando no,no lo es.Pienso que si dejará ese puesto, y se dedicara solo a dirigir,su cine podría ganar muchos enteros ya que domina a la perfección todo lo demás.

    • Totalmente de acuerdo. Siempre he tenido la impresión de que sus películas, a pesar de partir de buenas premisas, resultan ser tremendos fiascos y me he atrevido a pensar que se debe a los guiones…historias que funcionan como relatos cortos pero no en el formato de largometraje, algo que un buen guionista (o varios) seguro hubiese sabido superar.

  5. ¡Cómo me gustaría que no hubieran cancelado Muchachada Nui! Con Shyamalan tenían material para diez programas de Celebrities como mínimo.

  6. Es muy irregular, eso es cierto pero nos ha dado un puñado de buenas películas. En el arte prefiero a alguien capaz de sorprenderme para bien a veces y de irritarme para mal en otros antes que ser cumplidor siempre y convertirse en uno de tantos buenos profesionales – que también son necesarios pero ya hay suficientes -. Particularmente El Bosque me parece una gran película, con mucho más detrás de lo que parece. Luego tuvo sus años malos – que serán carne del artículo que vendrá – pero en estos últimos años se ha recuperado, La Visita es una muy buena película de género, quizás el problema que muchos tienen con este director es que esperaban – y el intentó serlo – que fuese uno de los grandes que jugase en la liga de los Kubrick, Polanski y cia. cuando lo que es es un buen director de género fantástico en sus acepciones amplias ( terror, superhéroes, fantasmas, thriller )

    • Totalmente de acuerdo. Yo sigo pensando que tiene un gran potencial, que sus películas son distintas, pero necesita resistir a la tentación del giro final, superar su propia (y pesada) sombra.

  7. Mejor trabajado el final de El bosque, donde viesemos los elementos contemporáneos con la misma extrañeza e incapacidad de reconocimiento que los vería alguien del siglo XIX, yo creo que sería una gran película. Pero, vaya, sí, su cine peca de ser una versión Ultimates de las historias de la EC.

  8. Pues a mí me encantan «El bosque», «El protegido» (letrero final aparte: innecesario) y «Señales». «El sexto sentido» me pareció correcta y «La joven del agua», la que me desenganchó de este director. Pero oye, tres maravillas son tres maravillas.

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