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Exhumando cadáveres para curar infantes, la Alcalá de Henares del Siglo de Oro

Alcalá de Henares siglo de oro

Mi abuela siempre lo decía: «Alcalá de Henares: curas, putas y militares». Yo, como niño que era, reía al oírle decir «putas». Años después comprendí el origen de este refrán: la relevancia internacional de la Universidad de Alcalá, primera ciudad universitaria del mundo (que no universidad), atrajo a todas las órdenes religiosas por sus estudios de Teología y Derecho Canónico. También provocó la llegada de un buen número de prostitutas dispuestas a exprimir algo más que la bolsa de los alumnos: jovencitos de buena familia, con dinero, lejos de papá y mamá y teniendo que cumplir solo las leyes de la universidad, bastante más laxas y relajadas que el fuero ordinario. Si hoy en día los estudiantes Erasmus tuvieran inmunidad para cometer delitos, sucedería algo parecido a lo que cuenta Agustín Moreto en su obra El valiente justiciero

Rey ¿No hay justicia en Alcalá?

 Inés ¿Pues ahora dudáis de eso? 

Es lugar estudiantino, 

y si alguno hace un mal hecho

en partiéndose a Alcalá

es lo mismo que a un convento. 

Hoy, al oír hablar de Alcalá de Henares, muchos madrileños piensan que se trata de otra ciudad dormitorio. Olvidan que es una de las treces ciudades patrimonio de la humanidad de España, lo cual es un aliciente que no tienen, por ejemplo, Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao o Sevilla. Nuestra visita será un recorrido turístico literario por el Siglo de Oro que comenzará en la plaza de Cervantes, porque en Alcalá es omnipresente: la plaza de Cervantes, el Teatro Cervantes, la Librería Cervantes (situada tras la plaza y muy recomendable para los amantes de las librerías con encanto), la funeraria Cervantes… lo cual tiene su gracia, ya que los Cervantes abandonaron Alcalá cuando Miguel solo tenía cuatro años. Al fondo de la plaza están los restos de la antigua iglesia de Santa María: una torre mirador y la llamada Capilla del Oidor, donde aún se conserva la pila en la que fue bautizado Cervantes. 

El eje principal del casco histórico es la calle Mayor, la segunda calle soportalada más larga de Europa. Los comerciantes, moriscos o judaizantes, solían vivir encima de las tiendas, con lo que los soportales impedían ver si alguien pretendía robarles de noche. Lope de Vega, uno de los más ilustres estudiantes universitarios, lo relata en El saber por no saber y Vida de San Julián de Alcalá de Henares.

Claudio —   Estaba este buñolero

perro morisco, en calzones

blancos, pensando traiciones,

y tiré el perol entero.

Pero mi espada le ha visto

y le pinché de manera

que el grito que dio se oyera

en escuelas, vive Cristo.

Aun así, los comerciantes conseguían vigilar la tienda. Acérquense al portal del número 13 y miren hacia arriba. Enhorabuena: acaban de descubrir una mirilla medieval.

Hacia la mitad de la calle Mayor, encontrarán el Hospital de Antezana, fundado en 1483. Es el hospital de caridad más antiguo de Europa en funcionamiento. Sobre el arco de entrada al patio está la cocina en la que trabajó san Ignacio de Loyola mientras estudiaba en Alcalá. Rodrigo de Cervantes, padre de Miguel y a la sazón cirujano sangrador, atendía aquí a sus enfermos. No ganaba mucho, pero el trabajo le quedaba cerca de casa: puerta con puerta.

El Museo Casa Natal de Cervantes es, de largo, el edificio más visitado de Alcalá, igual que la foto en la estatua de don Quijote y Sancho a la entrada es la más repetida. Cervantes no pudo saber que otro alcalaíno célebre, Manuel Azaña, nació en la casa de la calle Imagen que está justo enfrente. Lo curioso es que Azaña tampoco lo llegó a saber: hasta ocho años después de su muerte no se conoció la ubicación de la casa cervantina; para entonces la original ya no existía, siendo la actual una recreación donde imaginar la vida cotidiana de entonces. Los muebles son originales de la época, así como la pared que hay en la botica. No se pierdan la colección de ediciones cervantinas del segundo piso: entre las joyas, un ejemplar de la edición pirata de Lisboa de 1605 del Quijote.

En esta misma calle Mayor transcurre un capítulo del Quijote de Avellaneda con muy mala leche en el que los estudiantes universitarios apalean a don Quijote a escasos metros de la casa de Cervantes. Recuerden que Miguel, de familia humilde, jamás pudo costearse unos estudios universitarios. El consejo que el mesonero da a don Quijote parece, pues, una amenaza directa a Cervantes tras haber ofendido a Lope de Vega en su primera parte:

Por su vida, señor caballero, que no se meta con estudiantes; porque hay en esta universidad pasados de cuatro mil, y tales, que cuando se mancomunan y ajuntan hacen temblar a todos los de la tierra; y dé gracias a Dios, pues le han dejado con la vida, que no ha sido poco.

La ya mencionada casa del presidente de la II República no se puede visitar, al igual que el convento de la Imagen, unos metros más allá. En él fueron prioras santa Teresa de Jesús y sor Luisa de Belén de Cervantes, hermana de quien se imaginan.

Si tuercen a la derecha al finalizar la calle podrán llegar a uno de los restaurantes con más encanto de la ciudad: La Cúpula, ubicado en el antiguo colegio-convento de los Capuchinos. Pero nuestra ruta continúa a la izquierda, hacia el convento de San Bernardo. Fundado por el cardenal Sandoval, protector de Cervantes, es físicamente imposible no alzar la cabeza al entrar: una majestuosa cúpula elíptica corona una nave en la que las diversas capillas y balcones, a modo de palcos y gallineros, eran utilizados para disfrutar de la representación de la ceremonia. Previo pago, por supuesto, y con mejores vistas dependiendo de la clase social a la que se pertenecía. Como las acusaciones anónimas y particulares a la Santa Inquisición estaban a la orden del día, la mejor coartada era que todo el pueblo te hubiera visto previamente en misa. Las capillas más caras, por tanto, eran las más cercanas al altar, desde las que apenas se ve la ceremonia pero es el lugar desde el que mejor se es visto. Una vez al año el sol entraba por el óculo situado enfrente del altar y se reflejaba en el antiguo suelo de mármol, provocando una sensación de ingravidez. En ese mismo momento, las monjas de clausura situadas detrás del retablo comenzaban a cantar a coro mientras otras arrojaban pétalos de flores sobre los fieles desde la barandilla escondida en la linterna de la cúpula. Y en el balcón principal, como un dios solemne que contempla la liturgia satisfecho, don Bernardo de Sandoval, arzobispo de Toledo e inquisidor general de España.

Así se hacían las cosas en el Siglo de Oro español. Teatralmente. Las compañías de cómicos de la legua, al llegar a Alcalá, poco tendrían que hacer ante un público acostumbrado a espectáculos así. Aunque, si hablamos de compañías, no debían ser malas las que tenía el cardenal Sandoval, que exigió para la construcción del convento que este estuviera conectado al gran palacio arzobispal adyacente. Está tan bien conectado que un pasadizo une directamente las dependencias del palacio con la misma clausura. Es una buena excusa para visitar el museo religioso de la parte superior, aunque el pasadizo no es transitable. Hace años se pretendió incluirlo en un ciclo de visitas turísticas junto a otras galerías subterráneas que conectan conventos de clausura masculinos y femeninos; desde el Obispado se dijo que era imposible porque no existían. De nada sirvió que el interlocutor mostrara con fotografías que él mismo había estado allí: las galerías subterráneas nunca habían existido. Y punto. Obviamente, no hubo visita turística.

Tampoco se puede visitar el Palacio Arzobispal porque es la residencia del obispo. Es lógico. ¿Acaso ustedes le enseñarían su casa al obispo de Alcalá? ¿No? Pues él tampoco se la enseña a ustedes. Pueden, en cambio, admirar la bella fachada, y disfrutar recordando la historia de la canonización de san Diego, que comenzó aquí. 

El infante don Carlos, hijo de Felipe II, persiguiendo en este palacio a una doncella para hacer unas cosas, cayó rodando escaleras abajo. Días después ningún médico de la corte había conseguido aún que se recuperara. A alguien se le ocurrió desenterrar a fray Diego (un franciscano del que se decía que realizaba milagros más de un siglo atrás) y ponerlo en el lecho del infante, a ver qué pasaba. Dicho y hecho. A los pocos minutos don Carlos abrió los ojos, quizás por la impresión de tener en la cama un cadáver incorrupto. Todo está perfectamente documentado, excepto lo que sucedió con la doncella. Felipe II, que tenía mucha mano en círculos católicos, envió el cadáver a Roma y, a su regreso a Alcalá, el fraile ya era santo. La celebración debió ser espectacular, y el mismo Lope de Vega le dedicó su comedia San Diego de Alcalá. La fama de san Diego fue tan grande que le dieron su nombre a una ciudad de California. 

Alcalá de Henares siglo de oro

Muy cerca del palacio se encuentra la plaza de los Santos Niños, presidida por la catedral Magistral, título que solo ostentan dos catedrales en el mundo: Alcalá de Henares y Lovaina. Si pueden, acérquense un 13 de noviembre, día en que se abre la urna que contiene el cuerpo aún incorrupto de san Diego.

En una esquina de la plaza se encuentra el estupendo mural que el dibujante argentino Miguel Rep realizó sobre el Quijote. Desde esa esquina pueden tomar la calle Mayor en busca de algún sitio para comer y emular a los estudiantes de la época. Como Guzmán de Alfarache, el pícaro protagonista de la novela homónima de Mateo Alemán que se congratulaba de su condición de alumno: 

¡Oh dulce vida la de los estudiantes! (…) ¿En qué confitería no teníamos prenda y taja, cuando el crédito faltaba?

Ustedes, sin embargo, tendrán que pagar lo que consuman. Mala suerte. O no tanta, porque pueden aprovecharse de la llamada guerra de tapas declarada desde hace años en Alcalá: algunos establecimientos (como el Índalo, o los pertenecientes al grupo Casa Rojas) acompañan la consumición con tapas de un tamaño más que considerable. También pueden volver hacia la plaza de Cervantes por la calle Escritorios, donde encontrarán el convento de las Agustinas, cuya cúpula es una de las más características de la ciudad, y su origen también el más característico: ya hemos hablado de cómo las putas conseguían llevar a los estudiantes a su terreno terrenal. Algunas veces, sin embargo, eran ellos los que las llevaban al suyo. Es decir, al religioso. Las buenas mozas se sentían arrepentidas de su vida pecaminosa y comenzaban a profesar en algún convento. Muchas de ellas se aburrían de la vida contemplativa y volvían a las andadas y a las corridas; luego volvían a arrepentirse y luego otra vez a reincidir, lo que terminaba revolucionando los conventos, que debían estar rodeados de mozos esperando a que alguna se escapara por una ventana. Así, fray Francisco del Niño Jesús, enfermero del ya mencionado Hospital de Antezana, decidió crear un convento específico para este tipo tan peculiar de religiosas: las llamadas arrecogías. Lope de Vega escribió sobre fray Francisco otra comedia: El rústico del cielo

Una visita a Alcalá de Henares no suele llevar más de un día. Un día intenso, es cierto, pero no más. Si tienen tiempo suficiente, aprovechen para recorrer algunos edificios menos conocidos: el claustro de la Facultad de Arquitectura, el Colegio de Caracciolos, la biblioteca del Colegio de Trinitarios o el Colegio de Málaga. Todos ellos están muy cerca del convento de las Agustinas y solo abren entre semana. Un poco más allá están la Hostería del Estudiante y el Parador de Alcalá (buenas opciones para comer y para el café de después), y el Teatro Universitario La Galera, edificio bastante deteriorado que originalmente fue la iglesia de un colegio-convento fundado por Santa Teresa y cuyo primer rector fue San Juan de la Cruz. 

Pero la joya de la corona, el edificio que no se pueden perder por nada del mundo, es el Colegio Mayor de San Ildefonso, también conocido como Universidad Cisneriana. En la actualidad es el rectorado de la Universidad de Alcalá. Para una mejor primera impresión, no entren desde la plaza de Cervantes: salgan a la calle Libreros, continuación de la calle Mayor, y giren a la derecha por la calle Bedel. Si aún tienen tiempo, vean antes en Libreros el Colegio del Rey. Allí estudió Quevedo y es ahora sede del Instituto Cervantes. 

Deléitense el tiempo necesario en la fachada de la Universidad mientras intentan comprender la intrincada simbología que encierran sus llamas de fuego, sus alabarderos y sus padres de la Iglesia. Una vez en el primer patio, llamado de Santo Tomás de Villanueva, intenten imaginar la vida cotidiana de los estudiantes del XVII. Para ello, nada mejor que recordar lo que Quevedo nos cuenta en El Buscón acerca de las novatadas alcalaínas: 

Comenzaron a escarrar y tocar al arma y en las toses y abrir y cerrar de las bocas, vi que se me aparejaban gargajos. (…) Fue tal la batería y lluvia que cayó sobre mí, que no pude acabar la razón. Yo estaba cubierto el rostro con la capa, y tan blanco, que todos tiraban a mí, y era de ver cómo tomaban la puntería. Estaba ya nevado de pies a cabeza, pero un bellaco, viéndome cubierto y que no tenía en la cara cosa, arrancó hacia mí diciendo con gran cólera:

—¡Baste, no le deis con el palo!

Que yo, según me trataban, creí de ellos que lo harían. Destapeme por ver lo que era, y al mismo tiempo, el que daba las voces me enclavó un gargajo en los dos ojos. 

En el segundo patio se encontraban la cárcel universitaria y la puerta de los burros, por donde salían encerrados en un carro los alumnos que no conseguían aprobar el examen final tras veintiún años de estudio. El resto del alumnado tenía permiso para acompañar al carro por toda la ciudad increpando, insultando y escupiendo al dueño del suspenso. En más de una ocasión se le llegaban a romper los brazos o las piernas. No era para menos: la tradición obligaba a quien aprobaba a pagar dos días de fiestas a la ciudad. Si suspendes, nos quedamos sin fiestas; si nos quedamos sin fiestas, te rompemos las piernas. 

El examen se realizaba en la sala más hermosa de toda la ciudad: el Paraninfo, donde cada 23 de abril los reyes de España entregan el Premio Cervantes de las Letras. Accesible solo con visita guiada, merece la pena aunque solo sea por ver el maravilloso artesonado. En las paredes, además, podrán ver el nombre de los más prestigiosos alumnos que pasaron por allí, unos más célebres que otros. Es muy posible, por ejemplo, que no conozcan a Gabriel Bocángel, un excelente poeta que tuvo la mala suerte de ser contemporáneo de los más grandes de todos los tiempos. En un bello y sereno soneto dirigido a sus propios versos, presiente que estos serán tan olvidados como él mismo. 

Ocios son de un afán que yo escribía
en ruda edad con destemplada avena;
arbitrio del amor, que a tal condena
a aquel que la templanza aborrecía.

Canté el dolor, llorando de alegría,
y tan dulce tal vez canté mi pena
que todos la juzgaban por ajena,
pero bien sabe el alma que era mía.

Si de todos no fuereis celebradas,
voces de amor, mirad mi pensamiento:
veréis que no mejor fortuna alcanza.

Ningún discreto os llame malogradas,
que, si os llevare solamente el viento,
allá os encontraréis con mi esperanza.

Con la desamortización de Mendizábal la Universidad fue trasladada a Madrid. No el edificio, claro, sino la institución, que desde entonces es conocida como Universidad Complutense, gentilicio de Alcalá ya que Complutum era el nombre romano de la ciudad. La mayoría de los edificios universitarios fueron convertidos en cuarteles. Así fue como llegaron los militares del refrán que tanto repetía mi abuela. Pero no es este el momento de hablar de ellos, sino de terminar nuestra visita. 

Y ya que estamos en el Siglo de Oro, hagámoslo con un corral de comedias. En la plaza de Cervantes se encuentra el más antiguo de Europa que esté documentado. Uno de los edificios más bellos de España, como también su historia: fundado en 1601, se le añadió en el XVIII una cubierta al modo neoclásico; en el XIX se construyeron palcos con planta en elipse y en el XX se convirtió en un cine que cerró hacia 1970. En la década de los 80, unos alumnos universitarios descubrieron que el espacio escondía mucha historia. El autor de la restauración, Peridis, decidió con muy buen criterio no rescatar únicamente el corral de 1601 para así no perder un coliseo neoclásico y un teatro romántico. El resultado es un espacio único en el que recordar los versos de Tirso de Molina, también estudiante de Alcalá: 

¿Qué fiesta o juego se halla

        que no le ofrezcan los versos?

         En la comedia, los ojos

        ¿no se deleitan y ven

        mil cosas que hacen que estén       

        olvidados tus enojos? 

  Para el alegre, ¿no hay risa?

        Para el triste, ¿no hay tristeza?

        Para el agudo, ¿agudeza?

        Allí el necio, ¿no se avisa?.

Así acaba nuestra visita literaria. Ustedes, sin embargo, pueden continuar. Las piedras son bellas, sí, pero el verdadero legado de la época está en los libros y en los escenarios. Prosigan ahora por su cuenta leyendo a Cervantes y a Quevedo. A Lope, a Tirso o a Calderón. A santa Teresa y a san Juan de la Cruz. Un legado bellísimo que se gestó en esta ciudad que no hubiera sido gran cosa sin el Siglo de Oro. A partir de ahora, sin embargo, ya saben que la viceversa también es cierta.

Alcalá de Henares siglo de oro

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5 Comments

  1. Teresa

    Qué maravilla de texto. Enhorabuena.

  2. Boticario alcalaino

    Genial.
    Voy a recomendar está lectura

  3. Carlos

    Que buena lectura!, ¿ En que revista saldrá esto mismo en papel ?

  4. Hippolytus Jr.

    Interesante artículo. Efectivamente, la ciudad de Alcalá de Henares es una gran desconocida, incluso para sus propios habitantes que ignoran su fascinante historia. Como complutense me voy a permitir enriquecer el artículo y puntualizar ciertas cosas:

    -Sobre el tema de las prostitutas, hay una calle que les hace honor, la Calle Damas y un refrán que decía «A Alcalá, putas, que llega San Lucas» haciendo referencia al inicio del curso que era el 18 de Octubre, puesto que cuando terminaba el curso, los estudiantes abandonaban Alcalá y las meretrices con ellos.

    -La pila donde se bautizó Cervantes es una copia, la original se rompió durante la guerra civil.

    -Al infante D. Carlos no le curó evidentemente la momia de San Diego, sino que lo hizo el Divino Vallés, médico personal del Rey y uno de los pioneros de la medicina en España.

    -Lo del título de Magistral de su Catedral viene dado porque solamente aquellos que eran Doctores en Teología podían dar misa.

    -Lo de la guerra de las Tapas ya quedó atrás, ahora hay mas variedad en restaurantes y con mejor calidad.

    Finalmente, y aunque no tenga que ver con el Siglo de Oro, es muy recomendable visitar, además de lo que se cita en el artículo, las ruinas de la ciudad romana de Complutum, los restos del Castillo de Alcalá la vieja y el Palacio de Laredo, actual museo Cisneriano.

  5. Diego Ortega

    Pues tengo que hacer una corrección: la Casa de Cervantes sí es la casa original, lo de que es una reconstrucción es un mito urbano. Investiguen un poco la historia de la casa y de por qué la familia Cervantes, aún con pocos recursos, pudo vivir en ella (un lío de faldas de una tía de Cervantes con un miembro de la poderosa familia de los Mendoza).
    Aún con esta corrección, fenomenal artículo, como complutense os animo a todos a visitar nuestra preciosa ciudad.

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