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Nostalgia del futuro: el viaje de las palabras

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Este artículo encuentra disponible en papel en nuestra trimestral nº4 especial Rutas.

La Real Academia de la Lengua (RAE) cumple más de trescientos años siendo una de las instituciones más desconocidas, hecho al que sin duda ha contribuido el hermetismo que ha mantenido durante mucho tiempo. Aprovechando que los próceres de la lengua han bajado la guardia, vamos a hacer una incursión en los dominios de las palabras con el propósito de conocerla un poco más.

Actualmente la RAE tiene dos sedes, ambas en Madrid. Una en la calle Felipe IV, junto al parque del Retiro, el Museo del Prado y el monasterio de San Jerónimo el Real, conocido como «Los Jerónimos» al igual que, por extensión, el monumental barrio donde se encuentra, de ineludible visita para los turistas por la densidad de lugares de interés focalizados en el denominado eje del Prado. Es un edificio de 1894, obra de Miguel Aguado de la Sierra, que rezuma solemnidad y no está abierto al público. En esta sede se encuentra el Salón de Plenos, donde los académicos se reúnen religiosamente cada jueves —literalmente, pues se lee una oración en latín al inicio— a puerta cerrada y sin acceso a los «mortales» (salvo en una ocasión excepcional: con motivo de la conmemoración del bicentenario de la Constitución de Cádiz, en que se celebró una sesión plenaria de cara al público, fuera de sede). El edificio alberga una biblioteca compuesta por tres colecciones: la propia de la Academia, la cedida por Dámaso Alonso (que consta de unos cuarenta mil volúmenes) y la de Antonio Rodríguez-Moñino, cedida por su viuda (unos diecisiete mil volúmenes). En total suman aproximadamente doscientos cincuenta mil volúmenes entre los que se encuentran manuscritos, incunables y primeras ediciones de los principales escritores españoles. 

A un «ahí mismo», según el sistema métrico madrileño, se encuentra la Casa Museo de Lope de Vega, propiedad de la RAE, en la encrucijada de calles del barrio de las Letras en las que nacieron, vivieron o murieron Quevedo, Góngora, Lope, Cervantes y otros muchos personajes ilustres, sin hacer por lo general ninguno de ellos lo que le corresponde en la calle que lleva su nombre. 

La otra sede de la RAE se ubica en un edificio de carácter funcional cedido por el Ministerio de Asuntos Exteriores, situado en la calle Serrano. Es el llamado Centro de Estudios de la Real Academia. La mayoría de los departamentos están en esta sede: Instituto de Lexicografía, Departamento de «Español al día», Fundación Rafael Lapesa, el Banco de datos léxicos del español, los departamentos de Informática y Lingüística Computacional y la Escuela de Lexicografía Hispánica. 

La Real Academia Española es una singular institución que se ha ocupado de la lengua española atendiendo a propósitos tan altísonos como los enunciados en el lema «Limpia, fija y da esplendor» y reformulados posteriormente en términos más comedidos en el artículo primero de sus Estatutos, según el cual, la Academia «tiene como misión principal velar por que los cambios que experimente la lengua española en su constante adaptación a las necesidades de sus hablantes no quiebren la esencial unidad que mantiene en todo el ámbito hispánico». 

Los objetivos, los proyectos, las funciones e incluso la liturgia de los actos de la Academia siguen siendo los mismos tres siglos después. Sin embargo, está experimentado un proceso de modernización en cuanto a los medios de trabajo, difusión y comunicación.

Nuestra expedición discurre por esa Academia actual, facultada para tutelar la lengua de cuatrocientos cincuenta millones de personas, que encara su destino con «nostalgia del futuro» según el oxímoron formulado por Darío Villanueva, que ocupa el sillón D y es director de la Real Academia de la Lengua, quien ejercerá de guía en este recorrido.

«Este tipo de instituciones han llegado donde han llegado porque han ido evolucionando y adaptándose a las necesidades de cada momento. La Academia tiene una razón de ser muy poderosa: la lengua no se extingue y está siempre en movimiento. Por otra parte, hay que pensar que cien años después de su fundación se produce la independencia de las repúblicas americanas; ahí la Academia Española fue un instrumento útil para mantener esa unidad porque entendió muy bien que la lengua era propiedad de los hablantes. Este trabajo cuajó ya en el siglo XX en una coordinación entre todas las academias a través de la Asociación de Academias de la Lengua Española y se ha perfeccionado durante los últimos decenios. Al conmemorar el tercer centenario lo que queremos es tener, no nostalgia del pasado, sino nostalgia del futuro. Nos vamos a interesar mucho en plantearnos qué es lo que tenemos ahora que afrontar, y para eso contamos con las academias americanas».

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Centrada en esta política panhispánica, la Academia ha venido materializando su vocación de servicio público y divulgación con la puesta a disposición libre de sus obras y la prestación de diversos servicios a través de su página web, creada en 1998 y renovada hace pocos años. En este nuevo portal los usuarios tienen a su disposición todos los recursos de la RAE: diccionarios, Gramática, Ortografía, banco de datos y catálogo de la biblioteca. También se incrementó la presencia del servicio de consultas, cuenta con una mediateca y ofrece más información y documentación institucional.

El primer servicio que se puso en marcha fue el de consultas en línea del Departamento de «Español al día». Se inauguró el mismo año de la creación de la página web, con el objetivo de ampliar y modernizar el procedimiento que la Academia había venido ofreciendo desde siempre por medios más tradicionales. En estos quince años ha recibido seiscientas mil consultas. Un equipo de siete personas, todas ellas filólogos hispánicos especializados en español normativo cuya responsable es Elena Hernández, atienden desde el Centro de Estudios de la Real Academia las consultas, procedentes de España en un 50%, de Hispanoamérica en un 40% y en un 10% de países en los que el español no es lengua oficial, la mitad de EE. UU. y Brasil, país en el que se ha detectado un notable aumento de interés por el español. Cada miembro del equipo se ha especializado en un área de consultas para optimizar el trabajo y homogeneizar las respuestas recurrentes. Con esta experiencia se ha desarrollado el Diccionario panhispánico de dudas (DPD) cuya actualización permanente es otra de las funciones del Departamento y gracias al cual las consultas diarias en línea se han reducido considerablemente. Según Elena Hernández:

«El servicio de consultas tiene una doble utilidad, que resulta esencial para una institución como la RAE: por un lado, constituye un observatorio privilegiado de las dudas más frecuentes que se plantean los hablantes en el manejo cotidiano del idioma y permite detectar la aparición de nuevos fenómenos lingüísticos, en especial, neologismos y extranjerismos que se incorporan al uso de los hispanohablantes.  Por otro lado, a través de las respuestas, la RAE puede realizar una difusión activa de la norma, mucho más eficaz que esperar que los hablantes se acerquen a sus publicaciones. El canal de consultas en Twitter permite multiplicar exponencialmente esa capacidad de difusión». 

Las consultas más frecuentes son sobre acentuación en el caso de las mayúsculas o el polémico «solo» tras la modificación de la norma en la última Ortografía. En los últimos tiempos también abundan las cuestiones sobre el femenino de determinadas profesiones o cargos desempeñados tradicionalmente por hombres como «médica», «música», «cartera» o «verduga» (esta última ha originado un estudio que generará una entrada en el DPD) y, en sentido contrario, masculinos atípicos como «azafato», «comadrón», «amo de casa» o «pitoniso».

En junio de 2011 se inauguraba otro servicio innovador: la Unidad Interactiva del DRAE, mediante el cual los usuarios pueden proponer la incorporación de nuevas palabras o acepciones. Durante este tiempo se han recibido ochocientas treinta y cinco propuestas, de las cuales doscientas treinta y ses han derivado en modificaciones que se verán reflejadas en la vigésima tercera edición del Diccionario. Las recibidas desde enero de este año serán estudiadas para la siguiente edición, todas reciben acuse de recibo y son contestadas en un sentido u otro. Según Silvia María Fernández, responsable de UNIDRAE:

«El servicio es una idea del secretario de la Institución, que satisface por distintos motivos tanto a los proponentes como a la Real Academia Española, pero sobre todo mejora, enriquece  y beneficia al Diccionario de la lengua española». 

Como curiosidad, una de las acepciones que aparecerá modificada responde a una de las primeras solicitudes llegadas a la unidad, procedente de Australia, en la que una usuaria pedía reconsiderar la definición «loción para el cabello» de la palabra «champú» por la de «jabón líquido», con buen criterio según determinó la Comisión Delegada del Pleno tras un minucioso estudio. 

Esta interacción con los hablantes ha resultado fructífera, según explica Darío Villanueva:

«Nos resulta muy gratificante el retorno que nos da la interacción con los usuarios y los hablantes. Tanto los servicios que estamos prestando de consultas lingüísticas como el servicio que nos están prestando a nosotros los usuarios a través de la Unidad Interactiva del Diccionario. Es lo que estamos haciendo también en Twitter, donde resolvemos consultas lingüísticas y recibimos mensajes de cómo tenemos que perfeccionar el diccionario y, sobre todo, transmitimos mucha información ágil sobre lo que es la actividad de la Academia para ir modificando esa percepción que está muy arraigada en la mentalidad de la gente de que es un sitio un tanto aislado, elitista e incluso misterioso; lo cual también tiene una vertiente positiva, porque crea una especie de aureola que le da a la Academia un cierto prestigio. Ahora nosotros quisiéramos conservar ese prestigio, pero también  ir suavizando las aristas de incomunicación, de aislamiento».

Otro de los síntomas de modernización de la RAE es la aplicación de las nuevas tecnologías a proyectos inabarcables en otros tiempos y que supondrán una gran aportación para el de estudio de la lengua.

Uno de ellos es el CORPES XXI, el Corpus del Español del Siglo XXI, proyecto panhispánico coordinado por el académico Guillermo Rojo, cuyo objetivo es reunir trescientos millones de formas del español y que supone la continuación de los ya existentes CREA y CORDE. El resultado será la creación de una gran base de datos que constituirá una herramienta imprescindible para el estudio de la lengua. Se presentará durante la celebración del tercer centenario y estará disponible en la web de la RAE al igual que los otros corpus.

 «Cada año estamos metiendo en nuestras memorias informáticas veinticinco millones de formas. No son veinticinco millones de palabras porque no hay tantas en el español, son realizaciones concretas de una palabra en un determinado contexto. Las tomamos en un 70% de fuentes americanas y un 30% de fuentes españolas, que priman un poco sobre el porcentaje estándar de lo que sería un distribución rigurosamente demográfica, porque en estos momentos el español peninsular significa el 10% escaso del español total, pero este porcentaje 70-30 significa mucho en relación con aquella tendencia hispanocéntrica que tenía el Diccionario en épocas anteriores. Proceden esas realizaciones de prensa, radio, televisión, de la literatura, de la política, de la publicidad, del lenguaje científico, etc. Es un mapa detalladísimo de lo que es el español actual en su evolución y en su distribución geográfica, por tanto, es una fuente magnífica no solo para elaborar el Diccionario sino para elaborar el resto de las obras de la Academia». 

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Otro proyecto de futuro que se beneficia de las nuevas tecnologías es el Diccionario histórico de la lengua española, cuyos recursos básicos están disponibles desde 2012 en el portal de la Fundación Rafael Lapesa y que, gracias a la digitalización de unos diez millones de papeletas del Fichero General de la Academia y a la creación del Corpus del Nuevo Diccionario Histórico, permitirá el estudio sistemático de la trayectoria diacrónica del español. Repasando las fichas escritas a mano por los primeros académicos para la elaboración del Diccionario también podemos hacer un emotivo recorrido por la historia de la lengua española.

«Es un viejo proyecto que llegó a dar de sí una edición que la guerra civil destruyó. Luego se retomó, pero el proyecto era tan ambicioso que las previsiones de tiempo en función de los recursos con que se contaba eran descabelladas. Ahora se está haciendo sobre una planta distinta, una planta basada en las bases de datos informáticas y mediante un sistema relacional de las acepciones».

A más largo plazo, la Academia tiene previsto concluir uno de los cuatro objetivos marcados por los fundadores junto a los de elaborar un diccionario, una gramática y una ortografía: contribuir a la difusión y conservación de los grandes textos de la literatura española.

«Estamos desarrollando un proyecto que es el que mejor responde a aquel objetivo que nunca se abordó de manera sistemática como ahora se está haciendo a través de la Biblioteca Clásica de la Real Academia Española, que empezó a publicarse hace dos años. Este año vamos a llegar ya a veinte títulos; es un proyecto de ciento conce títulos seleccionados de la literatura española desde el Cantar del Mío Cid hasta finales del siglo XIX con Los Pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán. Calculamos que la Academia va a necesitar doce años más para completar el proyecto, pero cuando esto se haga podremos asegurar que el proyecto fundacional se ha cumplido al cien por cien».

Pero es el Diccionario la obra capital de la Academia y la que impulsó su fundación siguiendo el ejemplo de la L´Académie Française y la Accademia della Crusca italiana. En el primer siglo de existencia de la Academia se publica el Diccionario de Autoridades; el actual sigue siendo heredero de aquella obra y se sigue elaborando de la misma forma, aunque con otros medios y otros procedimientos. La RAE cuenta con una plantilla —al  margen de los académicos, que trabajan gratis et amore— de unas setenta personas. El grueso lo componen lexicógrafos, lingüistas e informáticos. Son los que realizan el trabajo que posteriormente se resuelve en el Pleno, que es el órgano soberano. 

«Han pasado más de trescientos años pero en lo fundamental las cosas siguen siendo igual, el Diccionario sigue siendo obra de los académicos. A nosotros nos llaman para que sigamos manteniendo viva la vinculación con el español real a través de la percepción que tenemos de la lengua. Ahora estamos amparados por una cantidad de departamentos de apoyo que antes no había, pero, cuando al comienzo de los plenos el director dice: “papeletas”, cualquier académico puede hacer una propuesta referida a una palabra o una acepción y empieza a discutirse. Lo que allí se dice va al Instituto de Lexicografía, ahí viene el recurso a los corpus y también, no hay por qué ocultarlo, a diversas bases de datos que hay hoy en día en la red donde se puede ver qué vigencia tiene determinada palabra. Empieza un proceso de elaboración que pasa por varias comisiones en Madrid, pero que luego se manda a América para que nos digan si esa palabra o acepción existe en América y si está bien reflejada».

El Diccionario también es heredero del carácter descriptivo de aquel primero, más amplio que el las academias coetáneas, que en ocasiones es origen de críticas —aunque también lo es por motivos opuestos—. Darío Villanueva defiende los criterios que definen la confección del Diccionario que, hasta cerrar la vigésima tercera edición que se presentó en 2014, mantiene en plena actividad a los lexicógrafos de la Academia.

«En lo que se refiere al Diccionario, la Academia podrá ser criticada por muchas cosas, pero no porque sea impositiva. La actitud de los académicos fue siempre ir un poco por detrás de lo que es la lengua real, es decir: nunca cometer el error de inventar y proponer palabras, sino de ir escuchando con oídos finos lo que la gente dice y una vez que un uso, palabra o acepción  se consolidan, incorporarlos. Otro problema que tenemos es que se dirigen a nosotros individuos o grupos pidiendo que se retiren cosas que son desagradables o que hieren su sensibilidad. Esto no se puede hacer, por la sencilla razón de que un diccionario políticamente correcto sería una aberración. Lo que hace la Academia es recoger esas palabras, pero no quiere decir que promueva su uso ni que lo aconseje. Si leemos bien el Diccionario, hay unas marcas que indican la calificación que la Academia le da a palabras que están en boca de la gente: usado, poco usado, vulgar, obsceno, etc. Aunque el Diccionario tiene que ser muy poroso a la realidad del idioma, hay una voluntad normativa».

Es una necesidad de la institución el producir obras en forma de libro porque una parte de la financiación de la Academia procede de su venta. Esto entra en contradicción con su voluntad divulgativa, por la que desde 2001 el Diccionario es de acceso libre en internet, con sus correspondientes actualizaciones y enmiendas. De igual forma sucederá con la vigésima tercera edición simultáneamente a su publicación en papel; lo cual no induce a vislumbrar un futuro rentable para el libro. Sin embargo, Darío Villanueva está convencido de su continuidad. 

Una curiosidad que sirve para ilustrar el uso como herramienta del diccionario en línea en la aldea global es un dato sobre la palabra más consultada: tradicionalmente es «cultura»  salvo, como hecho aislado, durante dos meses de verano en 2012 en los que apareció en primer lugar «majunche». Este fenómeno se debió a que Hugo Chávez utilizaba este término, de uso muy restringido, para dirigirse a Henrique Capriles, lo que produjo una consulta masiva. En este ámbito de comunicación mundial, se esboza el futuro del DRAE.

Inmersa en los problemas que afectan al mundo editorial, la Academia sufre también los recortes en otra de sus vías de financiación. El rey Felipe V, cuando la convirtió en Real, estableció que el Estado contribuyera al mantenimiento de la Academia a base de una parte de la renta procedente de la venta del tabaco. La institución ha seguido recibiendo aportaciones del Estado desde entonces. En 2013 la subvención designada asciende a 1900000 euros, lo que supone un recorte de más del 50% respecto a años anteriores. La tercera vía de financiación es la del patrocinio privado, que se fraguó tras superar la etapa franquista en situación de precariedad, y parece ser la forma de garantizar la supervivencia de la institución.

«Desde la transición democrática hay un instrumento muy eficaz para la Academia que es la Fundación Pro Real Academia Española, que fue una iniciativa de la época del primer Gobierno de Felipe González. El presidente de honor es el rey y el presidente ejecutivo es el gobernador del Banco de España. En esa fundación están muchas personas particulares y también hay empresas y organismos públicos, incluidas las comunidades autónomas. Estos patronos hacen una aportación anual a la propia fundación, que se gestiona por sí misma y tiene sus rendimientos de capital, y lo que hace es ayudar económicamente a la Academia».

Hemos recorrido superficialmente la RAE con el ánimo de invitar a conocerla en profundidad. A menudo se percibe el estudio de la lengua, por pertenecer al ámbito humanístico, como ajeno a la ciencia. Acercarse a la Academia, el laboratorio de las palabras, incita a conocer sus métodos de estudio y el trabajo que se realiza tras el decorado de mármoles, tapices y alfombras.

Una forma de aproximarse es a través del patrimonio cultural del que podremos disponer virtualmente mediante la página web de la RAE, reformada para mejorar su usabilidad y con nuevos recursos y publicaciones. Al tiempo que escribo «usabilidad» me pregunto si algún académico fruncirá el ceño al leerla. Sería una buena propuesta para incluir en la próxima edición del Diccionario.

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4 Comentarios

  1. E.Roberto

    Quién lo hubiera dicho que mi existencia antojadiza tenga en edificios (supongo que neo clásicos, porque no los he visto), parte de la culpa si no toda; más efecto que causa. Vaya con el azar y cósmico devenir: cuatro muros fríos y rígidos con ancianas y ancianos honorables condenados eternamente a leer, a mirar, a oír, a oler, a sentir y presentir a la ibérica con a lo lejos hijastros precolombinos que se resisten al conservadurismo y en continua rebelión. Hay que matar a nuestros padres pero, quién tiene el coraje si, volviendo a nacer por gracia oculta y de manera incomprensible elegiríamos otra vez esta lengua que nos vio nacer, aun sabiendo que hay otras, misteriosas y tal vez por muertas más íntimas para nosotros, pero no: tiene que ser Ella. Y aquí no vale eso de que más vale pájaro en mano que cien volando. Es irracional. Hablar, al igual que hinchar por un equipo es una condena gratuita impuesta a inocentes para que después, creciendo nos demos cuenta de que jamás lo podremos ser. Disculpe el desvarío metafísico. Muy lindo su artículo sobre un misterio que, al igual que las grandes corporaciones me imagino a sus directivos como figuras fantasmales defendiendo privilegios.

  2. Proyecto de greguería: El gran acierto de la RAE es el mismo que el de Zamenhof. Una lengua pertenece a sus hablantes.

  3. Pingback: ¡Pinchemos la burbuja del español!  - Jot Down Cultural Magazine

  4. Pingback: ¡Pinchemos la burbuja del español! | Fundéu Guzmán Ariza

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