«Esta es la novela en la que he sentido una mayor libertad de creación», manifestó Baltasar Porcel durante la presentación a la prensa de Las manzanas de oro, en febrero de 1980. Era fruto, dijo, de veinte años de trabajo y reflexión, concretados en tres meses de intensa escritura, y se trataba de una obra «amoral», «en la que los personajes no acatan ninguna regla de conducta y siguen el viejo principio de la lucha del hombre contra el hombre —homo hominis lupus—, y en la que el erotismo se manifiesta en el acto sexual desenfrenado».
Porcel había redactado a la vez las versiones en catalán y en castellano, «ya que me considero un escritor bilingüe». El título aludía al mito «de la búsqueda de lo que se desea y la conquista de lo que relumbra y atrae, escondido en lo recóndito de una caverna».
En el avance editorial que publicó La Vanguardia se describía muy sucintamente la trama: «La mística búsqueda del Santo Grial le sirve al autor para crear una novela alucinante, en la que una original aventura de tensa acción aparece bañada por la exaltación sexual, la crueldad y la ambición».
Aquel año 1980 Baltasar Porcel era ya una figura incontestable en el panorama de la literatura y el periodismo catalán, con amplia audiencia en el resto de España.
El autor nacido en Andratx, Mallorca, en 1937, e instalado en Barcelona desde 1960, había ganado prestigio con sus primeras novelas ambientadas en su mundo isleño de infancia y juventud. En Solnegro, La luna y el velero y Los argonautas había reflejado las vivencias del pueblo natal, sus habitantes, conflictos, historias duras de postguerra; también sus figuras pintorescas, las navegaciones e itinerarios de sus marinos y contrabandistas (el mar sería una constante en su obra). Las versiones originales eran en lengua catalana, pronto vertidas al castellano por el mismo Porcel o por personas de su confianza.
Y a la vez, había conseguido un importante eco mediático con sus entrevistas y reportajes para las revistas Serra d´Or y Destino, que le reportaron numerosos reconocimientos y le permitieron relacionarse con los personajes destacados del momento.
Porcel, que en su etapa de formación, y en el plano tanto vital como literario, recibió las influencias de tres grandes figuras con quienes mantuvo relaciones fecundas y complicadas (Llorenç Villalonga, Camilo José Cela y Josep Pla), evolucionó con rapidez en sus concepciones del trabajo narrativo. De una primera fase encuadrada en un realismo con fondo de filosofía existencial, y notas tremendistas de impronta celiana, se había movido hacia una visión más influída por los vanguardismos de los años 60 y por las figuras del boom sudamericano como Gabriel García Márquez o Mario Vargas Llosa, a quienes trató en Barcelona, y a algunos de los cuales, como Juan Rulfo o Manuel Scorza, Porcel publicó en la colección que dirigía para editorial Planeta.
Esa perspectiva relativamente próxima al realismo mágico, aplicada a su universo de personajes y ambientes mallorquines, cristalizaba en Difuntos bajo los almendros en flor, que le valió el premio Josep Pla en enero de 1970 y representó su consagración.
«La novela —reflexionaba por estas fechas— no debe reconstruir la realidad ordenándola a través de una historia, sino captar momentos, episodios, rasgos, de esta realidad, y montarlos por medio de un engranaje estético que suprima los enlaces e intermedios. El orden y el sentido no nacerán entonces del hilo convencional conductor, sino de una serie de centros de intensidad emocional, intelectual, estética».
Simultáneamente, a partir de su viaje a Oriente Medio para Destino en 1968, que dio pie a su libro-reportaje El conflicto árabe-israelí, Porcel había iniciado un exhaustivo periplo de viajes por el todo el mundo. Vivió en primera fila las agitaciones contraculturales, el hippismo, el black power, la contestación feminista de la época en París, Nueva York y California. En una entrevista de 1973 con su viejo amigo el escritor Jaume Pomar, le confiesa: «Dentro de poco pienso visitar Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Yugoslavia y Rumanía. Después, los Países Escandinavos. Luego Latinoamerica, seguramente Chile, Argentina, Perú y Brasil, lo que ya tendría que haber hecho antes del verano, pero me fui a los Estados Unidos y México por segunda vez… ¡Ah, y tenía que haber ido por todo el Sahara, en jeep, hasta más abajo del Níger y desde el Atlántico hasta Argel, pero con esto de la sequía y la peste he tenido que suspenderlo… de momento».
Esta gran apertura de mirada y experiencia hace de Porcel uno de los contadísimos autores españoles de su tiempo con perspectiva realmente global. Y parte de lo bueno, lo malo y lo terrible que ha podido percibir en sus andanzas, desde el periodismo salta a su narrativa. En la novela Caballos hacia la noche, de 1975, ya combina el mundo mítico mallorquín de los primeros libros, imbuido ahora de fuerte carga mitológica, con la ambientación internacional. Esta obra recibe los premios Prudenci Bertrana, el de la Crítica Literaria y el Internazionale Mediterraneo. El filósofo José Luis L. Aranguren la comenta en El País, destacando la fuerte campaña de promoción de la editorial Plaza&Janés («asómbrese con un autor insólitamente audaz») y con ella la voluntad del autor de ofrecer a la vez «una novela de élite y un best seller. Porque en verdad quiere ser, y doy por cierto que lo va a ser, lo uno y lo otro».
En la segunda mitad de los años 70 Porcel, a instancias del empresario y futuro presidente de la Generalitat catalana Jordi Pujol, dirige un tiempo Destino, etapa que concluirá con una fuerte crisis y la ruptura con su viejo mentor Josep Pla. Gana el premio Espejo de España con su retrato biográfico del anarquista Joan Ferrer y traba buena relación con el rey de España, Juan Carlos I, sobre quien escribirá a menudo en las décadas siguientes. Colabora regularmente en La Vanguardia. Y medita su siguiente aventura narrativa, la que el lector tiene ahora entre las manos.
A Baltasar Porcel, que aunque autodidacta estaba en posesión de una cultura vasta y profunda, le gustaba vincular algunos de sus textos a relatos miticos. A la recreación del accidentado viaje de una lancha de contrabando, la Botafoc, desde Gibraltar hasta las Baleares, la había titulado en 1967 Los argonautas. Para su nuevo proyecto quiso referirse al Jardín de las Hespérides y sus frutas que daban la inmortalidad.
Las manzanas de oro es la novela que sigue a Caballos hacia la noche y, como la anterior, ofrece constantes saltos en el tiempo y en un crescendo de secretos —sobre todo relaciones familiares non sanctas— que se van desvelando.
La acción arranca en el barrio barcelonés de Vallvidrera, domicilio habitual de Porcel, cuando el narrador (del que sabemos que nació en el año 1900) se reencuentra con Carla Omedes, un amor de adolescencia que se vio bruscamente interrumpido cuando ella contrajo una extraña enfermedad que la devolvió a lo atávico. Pronto arranca otra evocación, la del padre del protagonista, Tobías, quien cuando es un niño le enseña la montaña de Montserrat, a la que identifica con el Montsalvat guardián del Santo Grial del ciclo artúrico.
Tobías había sido marino y aventurero, como lo será su hijo. A lo largo de la novela, las historias del Ángel de la Guarda, donde navegó su padre a las órdenes del misterioso señor Ulano, y la del Lord Macaulay donde se embarca el hijo, se entremezclan. A partir de aquí se suceden los avatares en un abanico de escenarios que nos llevará del valle de Baztán a Costa del Marfil, con guiños a Joseph Conrad, de quien el propio Porcel , en su faceta de editor, había recuperado una novela.
El autor describe la tragedia del esclavismo en África Negra («el continente donde más ha persistido, que más esclavos ha exportado»). Encontraremos alusiones al animismo («la materia muere, pero un diferenciado espíritu perdura. En el árbol y en la hierba, en el agua y en las nubes, en las bestias, hay un elemento inmaterial que habita») , que no debía ser extraño ni antipático a la filosofía de materialismo vitalista del autor. De forma recurrente surge un erotismo brusco y despiadado, y escenas muy desagradables de tremenda brutalidad y violencia, machista y de todo tipo.
Sin duda se trata de un libro que proyecta de forma incesante sucesivas emociones fuertes sobre el lector. No hay personajes con los que se pueda desarrollar empatía, todos son malas personas. No es una obra para todos los públicos pero sí una narración fuerte, extraña y ágil, una revisión muy inusitada del género de aventuras a partir del conocimiento de primera mano de los paisajes que recrea y que le permiten salir a Porcel del mundo mallorquín que había dado por agotado con Caballos hacia la noche (aunque lo recuperará a partir de Primaveras y otoños, de 1987). Cultural e históricamente plasma un rico y complejo universo. Las manzanas de oro constituye una creación oscura e insólita dentro de la narrativa catalana y española de los años 80, que vivía un periodo de efervescencia motivada por el espíritu de la Transición democrática.
Porcel publicó la versión en lengua catalana con Edicions 62, su sello habitual. Para la versión en castellano dio un salto de Plaza&Janés, que se había encargado de varias de sus novelas anteriores, a Planeta, con cuyo propietario José Manuel Lara mantenía excelente relación y para quien había trabajado en varias ocasiones. Para hacernos una idea de sus relaciones contractuales, en el archivo de Porcel encontré una carta del departamento de derechos de autor de Planeta, informándole (28 de julio de 1978) del envío de un cheque de 75.000 pesetas correspondientes a la segunda parte del avance de los derechos de autor de Las manzanas de oro, que aún tardaría dos años en llegar a librerías.
Este libro, en la edición de Planeta, se vendió «normal, cinco o seis mil ejemplares», según me explicó el propio autor, y no llegó a repetir el éxito de Caballos hacia la noche, varias veces reeditada. Sin embargo la editorial utilizó sus sinergias, y la revista Playboy, entonces de su propiedad, encargó a los pintores Arranz Bravo y Bartolozzi seis cuadros de ilustración del texto, que se reprodujeron en sus páginas y se expusieron en la galería barcelonesa Dau al Set.
Las manzanas de oro fue encuadrada por la crítica en la tradición de la novela bizantina, como «un conjunto lleno de vitalidad, de efectos y contrastes», realizado «con un gran elan narrativo» (Antonio Valencia). Ramon Pla i Arxè la consideró un proyecto narrativo «impecable», lastrado por cierta dispersión. Para Isidor Cònsul es una pieza insólita que remite a las narraciones de Stevenson, Kipling, Melville o Jack London; reivindica la novela de aventuras bien hecha y marca «una inflexión importante en la obra de Porcel respecto al mundo de Andratx, una traición explícita a sus raíces isleñas».
El crítico catalán de referencia e íntimo amigo de Porcel, Joaquim Molas, considera que el texto está marcado por la fragmentación del discurso en el tiempo y el espacio, con episodios aparentemente desordenados, buscando sorprender y provocar el interés del lector. Utiliza el recurso del viaje-investigación (que ya había empleado en Caballos hacia la noche) y enlaza con una de las obsesiones porcelianas, la necesidad de poseer un linaje antiguo y sólido, junto a una tradición cultural.
Molas señala que se trata, en suma, de una «reflexión —amoral— sobre el mal», que se vería compensada por su siguiente novela, también de ambientación africana, Los días inmortales (1984), auténtico «poema de amor» y una reflexión alternativa sobre el bien y la entrega. Ambas novelas ofrecerían respectivamente la cara más nocturna y la más solar del Porcel de los años 80.
Baltasar Porcel falleció en el año 2009 y su obra, tan seguida y celebrada en su momento, ha ido saliendo poco a poco del primer plano siguiendo la norma casi inexorable de los autores fallecidos. Por ello hay que celebrar la iniciativa de Jot Down de rescatar esta narración de un autor vigoroso y heterodoxo, que vivió y viajó intensamente, fue testigo de su época como pocos y se mostró, en fin, como una figura siempre sugestiva y diferente.
Este texto constituye el prólogo a la nueva edición de Las manzanas de oro que Jot Down Books publica dentro de su nueva colección «Los libros rescatados» dirigida por Basilio Baltasar y que incluirá las primeras siete novelas de Porcel. Sergio Vila-Sanjuán es también autor de la biografía El joven Porcel (Destino, 2021).
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