La verdadera ruta de la plata no transcurre, en realidad, paralela a la N-630 desde Mérida hasta Astorga. Transcurre a unos pocos cientos de metros bajo la superficie, junto a la ruta del zinc, del cobre, de la pirita, del plomo y del carbón. Una franja de óxido subterránea que cruza España latitudinalmente desde el norte de Huelva hasta Cartagena, coincidiendo, grosso modo, con el límite superior de Andalucía.
Como ya saben de sobra aquellos lectores de nuestra publicación gemela Jot Down-Under: especial rutas por la corteza terrestre española, el mejor acceso a esta ruta se hace navegando por el Odiel hasta el antiguo muelle-embarcadero de río Tinto, en Huelva, y siguiendo posteriormente el ya conocido procedimiento de sobornar al guardés con una botella de grog y un colgante tartésico de escoria de cobre metido en un sobre manila para que nos acompañe de noche hasta la entrada de las minas de Cerro Colorado donde esperan, ya embridados, los gusanos ciegos gigantes.
Este artículo ofrece al viajero algunas alternativas a la hora de salir a la superficie para abastecer los pulmones de aire limpio y las alforjas de agua y carne fresca. Dado que el camino subterráneo a través de esta red de galerías se extenderá a lo largo de muchas lunas, sea previsor, especialmente si es su primera travesía. Existe otro contratiempo, y es que muchas de las minas están cerradas desde hace años y los desprendimientos han bloqueado galerías y accesos.
La ceguera de estos gnatostomúlidos corceles les ha dotado de una envidiable capacidad de orientación, pero, como ocurre en la carretera, es recomendable descansar cada doscientos kilómetros para no forzar en exceso sus mandíbulas. De ellas depende su vida. Al atravesar los yacimientos de plomo argentífero de Constantina, en Sevilla, fíjese en los pequeños túneles superficiales, excavados en época romana para extraer oro, pero no se distraiga demasiado con el fulgor. La salida está cercana.
Calcule media jornada más y de repente se encontrará recorriendo una mina de carbón con una galería amplia como el andén de una estación de metro, solo que cubierto todo de hollín. Moderna en definitiva. Está usted en el Pozo María, norte de Córdoba, a unos doscientos setenta metros bajo el suelo. Es la última de las minas en cerrar en la región, en 2005, pero los túneles siguen prácticamente intactos. No pase de largo esta salida o se verá obligado a continuar hasta las minas de mercurio de Almadén para ver otro haz de luz en el túnel. Además, los gusanos gigantes suelen recelar del azogue. Así que amárrelos a una de las abandonadas vagonetas mineras y busque la jaula metálica que servirá como ascensor para salir del brocal. Agite la campana y pronto escuchará el crepitar de las poleas.
Volverá a ver la luz del sol bajo un inmenso castillete metálico y junto a la N-432, ruta que conecta Badajoz con Granada. A su izquierda, sobre una colina en lontananza, se alza la villa de Fuente Obejuna. Acérquese a un lugareño y pregúntele por qué, no tenga reparos. Cuántos millones de veces habrá pronunciado esta gente la misma frase desde 1619: «Fuente Obejuna, con be, no con uve, porque viene de abeja y no de oveja. De la antigua Fons Mellaria». Más allá, hacia el límite con Extremadura, un yacimiento de plomo cercano a la aldea de Cuenca. La mina Santa Bárbara cerró a principios de los años 30 solo para reabrir tres o cuatro años más tarde, cuando alguien volvió a requerir de plomo para no-sé-qué-guerra y estuvo dispuesto a seguir agujereando la pared de la cantera.
Saltando un par de arroyos y atravesando un bancal de eucaliptos, en dirección sur, observará, frunciendo un poco el ceño, una sucesión de enormes chimeneas de ladrillo rojo que se elevan enhiestas sobre edificios derelictos. Es la antigua fundición de Peñarroya-Pueblonuevo, miles de metros cuadrados con las ruinas de un lucrativo pasado minero. Fábricas, naves, locomotoras, castilletes mineros espolvoreados aquí y allá, todo su esplendor rebozado por el óxido desde hace más de un siglo.
En la segunda mitad del XIX, esta región padeció una instantánea modernización gracias a las hordas de inversores extranjeros que llegaron para explotar el subsuelo. En Huelva fueron los ingleses los que trajeron el siglo XX antes de lo esperado, metido en un balón de fútbol. Aquí fueron los franceses, que suplieron su expolio carbonífero con la introducción de ciertos avances nunca vistos en Andalucía, como esa particularidad de introducir el cuarto de baño dentro de las casas en lugar de mantenerlo en el patio.
No escatimaron en gastos. Desde sus oficinas de la place Vendôme de París, la poderosa familia Rothschild impulsó en 1881 la creación de la Societé Minière et Métallurgique de Peñarroya, encargando al gabinete de arquitectos de Gustave Eiffel el diseño de alguno de los edificios que ahora usted contempla, espero que asombrado, con el techo y las paredes derruidas. Las hermosas cristaleras de antaño, creadas para abastecer de luz natural el interior de las naves han entretenido, como puede observar, a chiquillos y piedras de la localidad durante generaciones.
No se preocupe por el agua, podrá abastecerse de ella antes de regresar a la mina. Estando cerca de Extremadura, encontrar un pantano cerca no resultará problemático. De hecho, a menos de un kilómetro de la entrada, un embalse le brindará encantado los descartes que un afluente no quiso regalar al Guadalquivir.
Dicen que existe una relación, entre la depresión posindustrial de las zonas mineras y la calidad de la carne de cerdo, que va más allá de lo anecdótico —véanse los ejemplos del jamón de Jabugo o el gochu asturcelta—. No está demostrado científicamente, pero ninguno de los viajeros que han llegado hasta aquí a lomos de un gusano ciego gigante se ha manifestado en sentido contrario.
Existe una posada con aspecto de cortijo antiguo, aunque es de creación reciente, cerca del Pozo María, próxima al desvío a la carretera de La Granjuela. La montó Romero Torres, apellido muy cordobés solo que este no se dedicó tanto a pintar jamones como a producirlos. Es un buen lugar para degustar uno de esos cortes ibéricos cuya grasa amarga derrapa en la garganta. Si por motivos de vegetarianismo o credo mahometano no toleran especialmente bien el cerdo, la influencia cordobesa de la región les sacará de un apuro gracias a un buen salmorejo, berenjenas fritas o a la crema, un salteado de alcauciles —el corazón de la alcachofa— o un rabo de toro, plato típico en estas coordenadas.
Aliméntese bien, aproveche para cargar a lomos del gusano ciego un poco de leña de encina y llevarse en el hatillo un par de vasijas de vino de pitarra para amenizar su transcurso en las entrañas de Sierra Morena en dirección a Linares, siguiente punto probable de fuga en el camino hasta encontrar, varias jornadas más tarde, una rendija de luz al final del túnel en la Mina Artesiana de La Unión. El surco iluminará un cofre del que sobresale un palmo de mecha encerada. Préndala y corra a parapetarse tras el gusano. En unos segundos, la explosión hará temblequear los tornillos de los arcos de la galería dándole al ruido de la deflagración un aire a despertador antiguo.
Cúbrase los ojos y vaya destapándolos hasta acostumbrarse de nuevo a la claridad. Al poco de comenzar a subir una suave pendiente encontrará una caja. Dentro está el ticket. Guárdelo.