Las putas, los mafiosos, las pitonisas, los yonquis a golpe de mando a distancia. Señoritas neumáticas exponiendo un cuerpo tan artificial como deformado en una piscinita hinchable de las que utilizan los niños en el jardín de la parte trasera del adosado. Un movimiento sexi que agita la turgencia después de haber desgranado la última ruptura con el penúltimo novio sin quiebra emocional. Dificultad en la empatía. Relatos del incesto y del asesinato conviven con amas de casa ludópatas que abandonaron a sus hijos a los que ahora intentan recuperar en un plató televisivo de la mano del siempre entusiasta hombre del show. Un aparentemente respetable presentador de informativos narrando un crimen oscuro acontecido en el cuarto de estar del tercer piso de cualquier miserable bloque de viviendas en periferia sin determinar. El hastío tiene marca genérica y el paraíso de la aventura a territorios exóticos ha mutado en pobre experiencia desde que las compañías low cost convirtieran el globo terráqueo en algo realmente pequeño. Carcajadas e insolencia aderezadas con cocaína en horario infantil. Otra mamachicho junto al arquitecto de moda mostrando novedosos centros de mesa fruto de una demencial composición con velas blancas y redondos de acero. Suplementos dominicales con la primera chica del enésimo movimiento revolucionario en portada, el desnudo es sustituido esta vez por un vestido exclusivo y ensayada mueca en el rostro. Un presidente anuncia en grandes titulares que publica nuevo libro. El sexo es explícito y sin ápice de misterio, para qué. La crítica lo celebra.
Si los medios de comunicación de masas son una expresión del mundo, hace tiempo que este se define por su capacidad para autoconsumirse sin restricciones morales. El amor al mundo y el cultivo de toda la gama emocional se convierten ahora en conceptos transgresores dentro de esta parrilla blasfema.
Una sociedad en fuga de un aburrimiento aparente donde la única fórmula de supervivencia posible parece consistir en intensificar las impresiones para llegar a sentir. Un espectáculo disfrazado de experiencia liberadora y subversiva, donde los códigos de una emancipación pasada se aplican ahora pervertidos y desprovistos de su esencia primordial. La droga es sintética y de uso generalizado en el cuarto de baño de la banca mundial. Fin del malditismo.
Distintas maneras de implementar vidas colapsadas que rechazan el sosiego necesario para hacer algo que merezca la pena, saltando de una sensación a otra, agotándose rápidamente y donde las palabras más irreverentes del diccionario han decantado hacia vocablos insospechados: camaradería, amor, la necesidad de comunicarse, el juego, la costumbre, etc.
La vida social ha sido sustituida por su imagen representada, innumerablemente distorsionada para acabar convertida en mercancía. Así, la insurrección llevada a cabo por los movimientos al margen o subterráneos, difícilmente resiste el poder de seducción del gran espectáculo en una coyuntura donde la lobotomía es frecuente.
152. En su sector más avanzado, el capitalismo concentrado se orienta hacia la venta de bloques de tiempo «totalmente equipados», cada uno de los cuales constituye una sola mercancía unificada que ha integrado cierto número de mercancías diversas. Es así como puede aparecer en la economía en expansión de los «servicios» y entretenimientos la fórmula de pago calculado «todo incluido» para el hábitat espectacular, los seudodesplazamientos colectivos de las vacaciones, el abono al consumo cultural y la venta de la sociabilidad misma en «conversaciones apasionantes» y «encuentros de personalidades» (…).
El párrafo citado es uno de los doscientos veintiún clasificados en los nueve capítulos de La sociedad del espectáculo (1967) de Guy Debord, en el que se avanza ya la influencia de los medios de comunicación en connivencia con los poderes en el diseño del nuevo escenario mundial. Debord, líder del movimiento situacionista, clave a la hora de entender el devenir histórico de la práctica artística ligada al hecho paisajístico, fundamenta su pensamiento en el descubrimiento de la aventura cotidiana, la práctica diaria como expresión de la arcadia inalcanzable. Así se explica la deriva, una de las experiencias más importantes desarrolladas por los situacionistas, la cual consistía en el redescubrimiento de los escenarios cotidianos de la vida diaria como ideal homérico. Definieron la deriva (Internationale Situationniste, 1958) como el «modo de comportamiento experimental ligado a las condiciones de la sociedad urbana o la técnica de paso ininterrumpido a través de ambientes diversos». La deriva situacionista propone una utilización experimental no productiva del espacio urbano, defendiendo el carácter fragmentario de zonas urbanas diferenciadas frente al carácter homogéneo y uniforme de la sociedad de los espectadores. Pero los situacionistas no serían los primeros en situar lo cotidano en el centro del debate de esta nueva subjetividad.
En los años sesenta, el filósofo y urbanista francés Henri Lefebvre acuñó el concepto: «sociedad burocrática de consumo dirigido», con él trataba de sintetizar los rasgos centrales de una sociedad en la que la cotidianidad se ha constituido en un verdadero territorio controlado. «Sociedad de la abundancia», «sociedad del ocio», «sociedad de consumo», conceptos todos ellos que nominan a lo cotidiano en nuestros días, empezaban a ser material de trabajo de las ciencias sociales en la década de los sesenta. Frente a este panorama donde pareciera que lo cotidiano es solo adjetivable con el vocablo «miseria», Lefebvre cree encontrar una veta para la renovación: la crisis permanente puede tomar un papel determinante. Es posible que no todo deseo sea transformado en necesidad que satisfacer, que no toda creación sea transformada en producto ni las coacciones, como el ocio programado, el espectáculo o la cultura de centro comercial, sean vividas necesariamente como experiencias liberadoras. En esta búsqueda hace una apuesta por la vida urbana y la ciudad a través de la conquista activa por parte de sus habitantes. Una revolución fundamentada en la posibilidad de que lo cotidiano actúe sobre lo urbano, y lo urbano sobre lo global.
La Crítica de la vida cotidiana fue publicada por Lefebvre en el año 1947, en ella el humanista francés trató de desenmascarar el carácter infundado del convencionalismo de lo cotidiano presentando la ciudad como la fuerza central de la insurrección estética contra la alienación del día a día.
El libro se presenta a través de una trilogía (1947/58, 1961, 1981—fechas de los originales franceses—) y constituye un estudio profundo de cómo la cotidianidad configura la base de todo un pensamiento activo que se opone a las lógicas del poder. Para ello, Lefebvre destaca la necesidad de recuperación de lo imaginario como llave que abre la posibilidad de concebir lo creativo y lo nuevo. Lo imaginario, olvidado por el pragmatismo de las ciencias sociales y el urbanismo, como pieza clave para la afirmación de un nuevo derecho: el derecho a la ciudad. Un derecho formulado como la conquista del ciudadano de la calidad urbana y de la construcción del espacio dentro de la lucha de poderes. Los estudios de Lefebvre sobre la vida del día a día fueron esenciales y una de las mayores contribuciones intelectuales que motivaron la fundación del movimiento Internacional Situacionista.
«Lo cotidiano son los actos diarios pero sobre todo el hecho de que se encadenan formando un todo» (Lefebvre, 1981). Lo cotidiano no se reduce a la suma o el agregado de acciones aisladas, como el comer, el beber o el vestirse. Es necesario ver el contexto de estas acciones, los encadenamientos y el todo que componen a través de las relaciones sociales, «sobre todo porque su encadenamiento se efectúa en un espacio social y en un tiempo social» (Lefebvre, 1981). No importan tanto los hechos, sino los hilos que los conectan.
Estas características lo llevan a plantear la similitud entre lo cotidiano y el lenguaje en el sentido de que ambos tienen formas aparentes y estructuras trascendentes. Lefebvre recurre desde el inicio de su reflexión a la apología del antihéroe del Ulises de James Joyce. La estructura de la trama desarrollada en las veinticuatro horas de un día cualquiera (16 de junio de 1904 en Dublín) y de un hombre cualquiera, Leopold Bloom, expresan esta relación micro/macro revelando en la narración de un día la historia del mundo y de la sociedad. Así, mediante la célebre narración, Lefebvre vislumbra la presencia de los componentes de la vida cotidiana: el espacio, el tiempo, la pluralidades de sentido, lo simbólico…
Los viejos maestros nos señalaron el nuevo código de la insurrección. Tanto la Internacional Situacionista, como Henri Lefbvre fueron alineados por la crítica en sectores radicales, lo lúcido de su pensamiento no fue del todo reconocido, seguramente por su claro posicionamiento político. Su capacidad para reconocer la capacidad transformadora de lo cotidiano, la reconquista de la rutina potencialmente poblada de tradiciones, ritos y proverbios, cualidades todas ellas hoy secuestradas por lo poderes económicos de marca global, fue su precioso legado.
Reconocer comportamientos, usos y costumbres para captar cambios y tendencias a partir del uso de los espacios y de los tiempos concretos con los que poder transformar el relato de nuestras vidas en una letanía tan personal como autoconstruida.
… y olvidaba el azar de la circunstancia, la calma o la precipitación, el sol o el frío, el principio o el fin de la jornada, el sabor de las fresas o del abandono, el mensaje medio entendido, la primera página de los periódicos, la voz en el teléfono, la conversación más anodina, el hombre o la mujer más anónimos; todo lo que habla, hace ruido, viene a la mente, existe. (Jaques Sojcher)