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Invasión: nos atacan los alienígenas pero nadie lo sabe

Invasión. Imagen: Apple TV +
Invasión. Imagen: Apple TV +

Aquella atrevida versión de La guerra de los mundos que Orson Welles retransmitió en la radio y que tanta popularidad le granjeó tenía un punto de pureza que ya no existe. Y es que, a pesar de las advertencias previas, muchos oyentes pensaron que estaban siendo invadidos por extraterrestres y reaccionaron en consecuencia a esa noticia. En el momento en el que lo escucharon, lo experimentaron. 

Y digo que hay algo puro en eso porque en todos los relatos posteriores que hemos recibido desde la ficción, nosotros, los espectadores, los lectores, ya nos identificamos como audiencia y sabemos que los retos a los que se enfrentan los personajes tienen que ver con la venida de seres de otros mundos. Nosotros somos conscientes porque hemos leído las sinopsis, hemos visto los anuncios y sabemos cómo se titula la historia. E.T., La llegada, La guerra de los mundos… tenemos claro a qué vamos. Ellos, los seres de la pantalla, no tienen ni idea de que protagonizan un relato de ataques alienígenas.

A la hora de establecer una narración, siempre hay que pensar en cómo se administra la información. Si los personajes saben más que la audiencia, lo que ocurre es confuso y, si esta sensación se alarga en el tiempo, el público puede acabar claudicando por aburrimiento e incomprensión. Si saben menos, se genera un suspense que mantiene el interés. Es el fundamento de la intriga. Como esto puede durar lo que el relator desee, se corre el riesgo de estirar demasiado la goma y romperla, de que el espectador, harto de tener tanta información y de que nadie en la ficción se entere de nada, decida abandonar. Es complicado, por ejemplo, empatizar al cien por cien con la confusión que invade a todo un planeta cuando no dejan de pasar cosas raras y ningún ser humano se entera de la misa la mitad. 

Bienvenida, sin embargo, Invasión. Porque tras cuatro horas de televisión, los personajes siguen sin saber exactamente qué está pasando… y no importa. O, al menos, no importa todavía porque interesa descubrir qué hace cada una de estas personas, escasas de información, cuando la situación les lleva al límite, cuando se enfrentan a lo desconocido y cuando lo desconocido les fuerza a colocarse frente al espejo.

Hace años, Damon Lindelof estrenó en HBO The Leftovers, una narración que ya le daba la vuelta a las catástrofes. A pesar de tener un planteamiento distópico —el dos por ciento de la población desaparece de repente y somos testigos del desconcierto que ahoga a los supervivientes—, la serie de Lindelof nunca quiso aclarar, sino realizar un estudio del ser humano y su comportamiento tras vivir algo inexplicable. En realidad, ya lo había intentado antes, en Perdidos. En ese caso, el éxito obligó a retorcer la trama y elaborar respuestas a cuestiones que nunca se deberían haber planteado. The Leftovers, en cambio, se mantuvo en sus trece y decidió no resolver la pregunta inicial —por qué ha pasado eso— sino dar testimonio de qué ocurre después, qué hacen aquellos que se han quedado en tierra, metafórica y literalmente. 

No es culpa solo del compositor Max Richter que Invasión remita, irremediablemente, a The Leftovers. Además de música y ambientación parecidas, ambas comparten un objetivo común: el efecto que lo extraordinario tiene sobre lo que parece ordinario.

Creada por Simon Kinberg (productor de Marte o Logan) y David Weil (guionista de Solos y Hunters, entre otras), Invasión intercala múltiples historias que suceden en diferentes partes del mundo: Estados Unidos, Japón, Afganistán, Reino Unido… En cada uno de estos microcosmos, la realidad de los protagonistas ya está bordeando el conflicto: un sheriff se tiene que jubilar pero no quiere, una feliz madre de familia descubre que su marido no es quien parece ser, una pareja cuyo amor está mal visto en la sociedad a la que pertenecen se enfrenta a una separación, un soldado estadounidense destinado en Afganistán vive en riesgo cada día y un adolescente que sufre abusos en el colegio se enamora de una compañera. Todas las tensiones que generan esas situaciones individuales se ven exacerbadas por el hecho de que… bueno, les invaden los marcianos. Pero no lo saben. Solo saben que está ocurriendo «algo más» y que no tienen control sobre ello. Nosotros absorbemos una perspectiva global, pero cada uno de ellos solo tienen su punto de vista local para intentar resolver los interrogantes. «Qué ocurre» no es tan importante como «qué hago yo frente a esto». 

En una escena del segundo capítulo, cuando Aneesha Malik (el personaje interpretado por Golshifteh Farahani, una de las caras más «famosas» del elenco) quiere abandonar su casa para ver qué demonios está pasando fuera, su marido la retiene. «No es seguro salir a la calle», alega, apelando a lo desconocido. «¿Y es seguro quedarme en casa?», replica ella, devolviendo la discusión al hogar. El intercambio remite al que realizan los personajes de Jude Law y Natalie Portman en Closer, de Mike Nichols. Invasión, en determinados momentos, es igual de cruda que ese filme lleno de tensiones y sentimientos. Llevados al límite, los personajes son tan impredecibles como humanos. De hecho, aquí no hay efectos especiales abrumadores como si esto fuese Independence Day, sino que las explosiones y las bolas de fuego suceden en un segundo plano o directamente en una elipsis. Es como si los creadores asumiesen que la audiencia ya sabe cómo va esto y no hiciese falta deleitarnos otra vez con un ataque extraterrestre. 

Porque, a pesar de los dineros que se ha dejado Apple+ en el rodaje de esta serie, se ha apostado al verdadero caballo ganador, el que retiene a los espectadores en su sofá: los personajes en quienes invertimos nuestro preciado tiempo.

Así, de momento, Invasión no epata ni parece necesitarlo. Porque, aferrada a las historias personales, funciona.

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