Puede que el ser humano moderno haya perdido la curiosidad por su entorno y solo le queden irresolubles cuestiones filosóficas rebotando en el caletre. El mapa ofrece pocos enigmas una vez alcanzados los polos, contadas las islas, pisadas las cumbres y rastrilladas las selvas. Se ha vuelto exacto y frío como un satélite. Ni reinos africanos del preste Juan ni shangri-las en las laderas himalayas quedan para inflamar la imaginación de los intrépidos, y el misterio sobrevive ahora en las profundidades del tiempo. Porque quizá sepamos qué hay detrás de unas montañas, pero no qué ocurrió allí hace tres mil, ocho mil, veinte mil años.
Hacia 1965, el culto y carismático Thor Heyerdahl es una celebridad. Hace dos décadas que varios académicos con las posaderas soldadas al sillón se rieron de sus teorías y, entre chirigotas, le desafiaron a demostrarlas. Según ellos y sus lecturas, era completamente imposible que los antiguos peruanos hubieran navegado hasta la Polinesia en una balsa de troncos. En cien días, como es sabido, Thor y su Kon-Tiki culminaron la travesía y desencajaron los dogmas y las mandíbulas catedráticas, haciéndose, de paso, famosos gracias a las ventas del relato de la hazaña y el Óscar otorgado a su versión documental.
Ahora, el noruego no tiene una teoría concreta que poner a prueba, pero sí un misterio que le ronda la cabeza. Aunque los barcos de papiro egipcios, reproducidos en las paredes de las tumbas, fueron hechos para el apacible Nilo, sus líneas parecen propias de la navegación marina y se diría que provienen, de algún modo, de esa práctica. No es una reflexión surgida súbitamente. Lleva tiempo Heyerdahl investigando y cavilando acerca del asunto de las naves fabricadas con tallos; tratando de intuir el rastro de una tradición remota que ha alcanzado nuestros días salpicada por varios rincones del planeta, como si hubiera saltado en esquirlas hace decenas de siglos.
En lugares tan distantes entre sí como la isla de Pascua, Chad y el lago Titicaca existen esas peculiares embarcaciones que también se han construido en México y Marruecos. Discurriendo sobre eso anda Thor cuando, en 1966, el artículo de un respetado antropólogo expone las semejanzas entre las naves de tallos peruanas y egipcias, junto a una lista de rasgos culturales comunes que parece difícil explicar sin un antiquísimo contacto. Las pistas apuntan en una dirección, pero otra vez se estrellan contra un axioma de hierro: cruzar el océano en una embarcación hecha con tallos es imposible. Ergo, todo parecido es casual.
Los partidarios de las teorías difusionistas defienden la capacidad navegante de algunos pueblos remotos, y los aislacionistas la desdeñan. Se debate, diserta y chismorrea, pero por suerte hay un tipo con nombre de superhéroe dispuesto a hacer algo más para resolver la cuestión crucial. ¿Pudo una nave de tallos de papiro amarrados en haces enfrentarse al pavoroso Atlántico? Se viene la chaladura, porque lo cierto, reflexiona Thor, es que nadie sabe cuándo se cruzó el gran charco por primera vez; y que algunos pueblos indígenas recibieron a los conquistadores españoles sin sorpresa, como si estuviesen, estos últimos, repitiendo una visita ancestral.
Las ruedas catalinas se ponen en marcha en el cerebro del noruego. ¿Quién podrá construir en pleno siglo XX una embarcación así? Sorprendentemente, las naves de tallos que no han sobrevivido en Egipto sí lo han hecho en el centro de África, y allá marcha Heyerdahl para internarse en una región en que la hostilidad entre musulmanes y cristianos se parece mucho a una guerra civil. Por error, en el documento que le proporcionan para poder filmar dice, en francés, que su ocupación es «arzobispo» en lugar de «arqueólogo». Lo corrigen a tiempo para evitar que los mahometanos radicales le rebanen el pescuezo en cuanto asome. Recorre el desierto sorteando cien problemas en cada aldea y viaja al gran lago Tana, a mil ochocientos metros de altitud, donde las barcas mantienen la forma egipcia. Los monjes que viven en las islas del lago le dicen que los tallos se pudren muy pronto, aunque las pequeñas naves se dejen secar cada día después de su uso. En el lago Chad, sin embargo, las embarcaciones parecen ser más robustas. Heyerdahl va añadiendo piezas al puzle y brinca por el mapa en busca de papiro y constructores para su chalana vegetal. Cuando abandona la zona aún no ha resuelto el problema, pero debe mantener otros platillos en el aire.
Gracias a sus contactos en Egipto logra el permiso para acordonar una zona de desierto junto a la Gran Pirámide. Allí nacerá la nave, en el mismo ojo del enigma, por más que el ministro y sus expertos en papiro adviertan también a Thor de que el material se desintegrará en dos semanas. Especialmente tajante resulta el director del Museo de El Cairo, para quien las antiguas embarcaciones no servían siquiera en el Mediterráneo y jamás rebasaron las bocas del Nilo. Pensar en que pudieron surcar el océano, afirma, es un disparate colosal. Si el permiso se ha concedido finalmente es porque las autoridades, tras mucho discutir, han convenido en que puede ser un experimento de cierto valor. Eso sí: que a los señores aventureros no se les ocurra excavar en el área cedida porque darían con las tumbas de los tíos y los primos de algún faraón.
Parece que nadie tiene fe en la idea, y a Heyerdahl le entran las dudas. Costará un dineral, es una apuesta arriesgada. ¿Qué va a pasar si no tiene éxito? Tanto las tropas funcionariales como los monjes lacustres han pronosticado la descomposición de los tallos en quince días marineros. Todo un panorama. Thor necesita un empujón, y se lo da una carta de Abdullah, a quien conoció en Chad, ofreciéndose para ir con otros dos expertos compatriotas a construir un artefacto que cabalgue las olas del mar. Abdullah no ha visto jamás el mar, pero, ¿qué importa eso?
El resto es pan comido para un tipo como Thor Heyerdahl: mandar cortar tallos en los confines de África, hacerlos atravesar extensiones, montañas y guerras tribales, conseguir seiscientas autorizaciones y disponer un campamento preparado para empezar el trabajo en cuanto el cargamento de material llegue a El Cairo. Si es que consigue llegar.
¿Y la tripulación? Descartados los escandinavos de la Kon-Tiki, parece buena ocasión para añadir un experimento al experimento: juntar siete hombres de diferentes colores, nacionalidades, ideas y recorridos, y comprobar si pueden convivir y ayudarse mientras derivan sobre unos vegetales apretados. Si eso no es poco en cualquier tiempo, menos lo es en plena Guerra Fría. Tras danzar de nuevo de país en país, el noruego decide que en el futuro cascarón irán un buceador egipcio, un alpinista italiano, un nativo de Chad, un antropólogo mexicano y él mismo, pero también un marino estadounidense y un médico de la URSS. A este último lo han recomendado los contactos soviéticos de Thor, quien solo ha pedido que el candidato supiera inglés y tuviera sentido del humor. Yuri, que así se llama, confesará más adelante que justo antes de su encuentro con Heyerdahl se había bajado un vodka por miedo a no parecer lo bastante divertido.
Mientras los constructores no llegan a El Cairo, Heyerdahl vuelve a escaparse a América, pero un telegrama le avisa de que Abdullah ha sido detenido por error en Chad, así que se va a intentar rescatarlo de las garras de la burocracia. Entre fárragos diplomáticos, al presidente de la república se le ocurre de paso que hay que someter al consejo de ministros si se puede permitir que un ciudadano de Chad viaje por alta mar en un koday de papiro. Pero Thor, ese hombre que todo lo resuelve, logra superar la sucesión de esperpentos sin perder las formas para, finalmente, llevarse a sus constructores a Guiza.
El lugar no solo resulta simbólico. También permite repasar de vez en cuando las pinturas de las cámaras egipcias para copiar los detalles de la nave, aunque algunos de ellos, sin utilidad aparente, no son tenidos en cuenta. Arrancan la tarea siguiendo un diseño que respeta las costumbres de los chadianos y las líneas de las reliquias faraónicas. Todo en esta historia es mezcla, y desde el primer día se habla y se trabaja en inglés, árabe, italiano, buduma, noruego, sueco y francés. Doscientos ochenta mil tallos después, el Ra está terminado, y una muchedumbre encabezada por embajadores y capitostes observa como quinientos gimnastas egipcios arrastran por las arenas el artefacto dorado hasta la carretera. Su destino final es el puerto marroquí de Safi, donde, entre nuevas autoridades y fanfarrias, es bautizado con leche de cabra por la mujer del pachá.
La nave flota. Eso es bueno. Pero casi ninguno de los tripulantes tiene experiencia marinera y Abdullah no sabe siquiera que el mar es salado. Algunos días después, siete hombres y una mona suben a la embarcación y son izadas las banderas de sus países y la vela con el símbolo del dios Sol. Con la emoción del momento, el buque encargado de remolcarlos acelera más de la cuenta y al Ra se le parte allí mismo uno de los tres remos que pretendían servir de orza. Pero ahora toca navegar y, sobre todo, comprobar si la nave es gobernable. Su sistema se ha copiado de unas pinturas con miles de años, ¿qué puede salir mal?
Casi inmediatamente, el único marino a bordo cae enfermo y las espadillas que funcionan de primitivo timón hacen catacrac. Todos miran a Thor. Parece que la barcaza mantiene el rumbo adecuado; y en efecto, van a la deriva, pero… ¡así será más interesante el experimento! Con viento fuerte, la embarcación avanza a veces de proa, a veces de costado y a veces de popa. Pierde un trozo de vela. Después de dos días en el mar, se han roto tantas cosas que sus ocupantes ya no pueden hacer mucho más que esperar que los vientos y las corrientes les empujen en buena dirección. Salvan el peligroso paso entre las Canarias y el cabo Jubi y el Ra se mete, poco a poco, en el océano.
La vida no es sencilla para los audaces. En la rechinante cabina ruedan unos por encima de otros al dormir, y cada jornada han de improvisar respuestas para nuevos contratiempos. A cambio, pueden casi acariciar ballenas durante el día y ensimismarse en el vértigo cósmico por la noche, con las estrellas brillando arriba y el plancton centelleando abajo. Las primeras tempestades les hacen comprender el sentido de varias de las piezas dibujadas en las pinturas murales, y concluir que a aquellas soluciones no se ha podido llegar navegando el Nilo. Solo librando largas batallas con el mar. Cuando la cola empieza a hundirse, descubren que los detalles que desdeñaron por estéticos eran tan prácticos como indispensables. Con todo, la pelota dorada del Ra sigue entera pasadas tres semanas, y los tallos permanecen en su sitio desmintiendo a los expertos que jamás han navegado en nada semejante.
La tripulación está compuesta de extremos: un soviético y un yanqui, un analfabeto y un erudito, un rico heredero y uno que no tiene nada, un militar y un convencido pacifista. Mientras en tierra firme arde Vietnam, se hacen pruebas atómicas y estallan conflictos salpicados de propaganda ideológica, en el Ra se festeja con jolgorio el paso de cierto meridiano, cantando en todas las lenguas y discutiendo amigablemente de política. Los siete hombres han alcanzado su comunión tras miles de kilómetros de penurias oceánicas, compartiendo el trabajo, el miedo y los prodigios del mar. En una época en que el mundo se divide en dos bloques criminalmente ofuscados, el estadounidense Norman le dice a su compañero soviético: «Eres un buen hombre, Yuri. ¿Hay más como tú en Rusia?».
También la vista sobre la comunidad académica adquiere otra perspectiva mientras se atraviesan residuos de petróleo y llueven peces voladores. El mexicano Santiago Genovés, profesor universitario, recuerda la tinta que sudó para conseguir que le permitieran participar en algo tan heterodoxo, pues es sabido que los científicos trabajan en laboratorios y bibliotecas, y que el lugar indicado para experimentar con los tallos es una bañera, no el Atlántico.
Lo cierto, sin embargo, es que la popa se sumerge sin remedio. La nave avanza ya más como sapo que como cisne, y alguien propone sacrificar la única balsa salvavidas para cortarla en tiras y amarrarla a la cola por ver si la reflota. Cargarse el bote parece otra locura, así que ha de ser consensuado: lo piensan, lo analizan, lo discuten y van por la sierra. Pero la solución dura justo lo que el mar tarda en arrancar todos los trozos de goma. Así que la situación se vuelve desesperada y también frustrante, porque están ya en aguas americanas. Viajando entre jarras y odres de piel de cabra, barbudos navegantes llegan desde el este, como en los tiempos remotos, y se aproximan a las costas de México. Un buen momento para hablar sobre las prodigiosas culturas de una y otra orilla, los calendarios astronómicos y las serpientes emplumadas. Incluso a los antes reacios a la idea les parece ahora muy real la posibilidad de antiguos contactos.
Pero la popa se hunde, y, además, la nave se raja en dos a lo largo, al romperse la sujeción de los haces. Aunque parece el fin, son capaces de medio recomponerla y dormir en una cabina tronchada y anegada. Las visitas de pájaros de la costa aumentan como anunciando una tempestad que, finalmente, destroza lo que quedaba sano a bordo. Han aguantado lo inverosímil y están muy cerca de las Barbados, pero ya no hay nada más que puedan hacer.
Contactan por radio con un yate no muy lejano, que va hacia ellos en medio de la tormenta y, tras un par de días, consigue encontrarlos: siete náufragos sobre una mole vegetal semisumergida y rodeada de aletas de tiburón. Con ese cuadro, no os creáis, hay una última asamblea en la que varios sostienen que deben seguir a bordo en tanto quede un tallo a flote, pero apoyarán lo que diga Thor, y este decide que no puede arriesgar todas esas vidas. Ya han demostrado lo que querían demostrar, pues una nave de papiro con la popa defectuosa y completos inexpertos al mando se ha quedado a pocas millas de culminar la travesía. Y tras dos meses y cinco mil kilómetros recorridos, el Ra es tragado por las aguas.
Pero a Heyerdahl le gusta terminar las cosas. Aunque se ha jurado no volver a las andadas, el Ra II se echa al mar diez meses después, desde el mismo sitio, con igual objetivo y casi idéntica tripulación. Esta vez, los constructores han sido aimaras del lago Titicaca y se ha hecho todo en secreto, mientras Thor escribía el relato del primer viaje para conseguir dinero.
El Ra II resulta un éxito; un diseño ancestral realizado con pasmosa maestría. Los contratiempos se dan, pero son menos. Las soluciones vuelven a improvisarse, pero sobre una nave mejor. En cincuenta y siete días, Norman Baker, Santiago Genovés, Yuri Senkevich, Kei Ohara, Carlo Mauri, Georges Sourial, Madani Ait Ouhanni y Thor Heyerdahl alcanzan las islas Barbados. Para llegar allí no han atravesado un escritorio, sino un océano.
¿Hubo alguna explicación sobre por qué el material no se deshizo, o no tan rápido, como pronosticaban todos los expertos?
Hola Pablo, la explicación parece estar en que los expertos en papiro jamás habían navegado, ni siquiera visto, una nave construida de ese modo, y desconocían cómo se comportaban en el mar los haces de tallos así amarrados. Transcribo las palabras de Heyerdahl:
«… los especialistas habían experimentado en una bañera y con tallos sin amarrar, mientras que nosotros navegábamos a bordo de una nave bien terminada y por la salada mar. La experiencia había mostrado a los que construyeron embarcaciones de tallos desde Egipto al Perú, que el tallo absorbe agua a través de la cortada extremidad porosa, no de la vaina apretada y fibrosa que lo cubre. Por ello usaron técnicas especiales para construir sus naves de tallos, comprimiendo las extremidades de las gramíneas de forma que apenas pudiera entrarles agua. El “papiro” y “las naves de papiro” probaron ser dos cosas completamente distintas».
Un saludo.
Esto de dejarse llevar por el viento, o mejor dicho por las tormentas de las ideas y la pasión es maravilloso. Espléndido artículo, señor, que me ha descolocado un poco. Esos nombres de bautismo, Ra y Ra II me resuenan menos, diría que son silenciosos, todo por culpa de la Kon Tiki. Me informaré mejor gracias a su divulgación.
Mil gracias, E. Roberto. Cierto, Heyerdahl es la Kon-Tiki y parece que nada más. El título del artículo va por ese lado.
El libro Las expediciones Ra es fácil de encontrar en el mercado de segunda mano y no le decepcionará. Un saludo y muchas gracias por leer.
Emocionante artículo. Otro con similar «locura», el cántabro Vital Alsar, muerto el año pasado. Narró la odisea con sus compañeros en el libro «¿Por qué imposible? Las balsas».
Hola, Deithí. Conocía a algunos de los navegantes inspirados por Thor, pero no a Vital Alsar. Me lo apunto, gracias. Otro tipo interesante es Tim Severin, con su viaje basado en la leyenda de san Brendan… Un saludo.
Han pasado muchos años ya de las expediciones narradas. Mí pregunta es si se ha comprobado la existencia de trazas genéticas similares entre peruanos, polinesios, egipcios, etc. También me parece increíble que migraciones de ese tipo no fueran contadas, cada uno a su manera, por los pueblos involucrados.
En ultima instancia no sería definitoria la prueba genetica ???
Hola, Marcelo. En efecto. En el caso de la Polinesia, un estudio genético confirmó, el año pasado, la presencia de americanos en las islas mucho antes de la llegada europea. El titular repetido en los períódicos del mundo fue “La ciencia da la razón a Thor Heyerdahl”.
https://www.nationalgeographic.com/history/article/dna-pre-columbian-contact-polynesians-native-americans
https://diariodeavisos.elespanol.com/2020/07/la-ciencia-le-da-la-razon-a-thor-heyerdahl-73-anos-despues-de-la-expedicion-kon-tiki/
Tal como comentas, los pueblos sí parecían tener memoria de los hechos, pero esa memoria llegó a nuestros días en forma de leyenda. Los antiguos relatos legendarios que Heyerdahl conoció en la Polinesia fueron precisamente los que le pusieron sobre la pista de la teoría que le valió las burlas de la comunidad científica y que, setenta años después, la propia ciencia confirmó.
Qué interesante. Tengo que mirar esto con más detenimiento porque es un tema fascinante. Como apunte, recomendar el museo Kon-Tiki en Oslo. Está muy bien. Hay una reproducción exacta de la balsa de troncos así como de otras embarcaciones vikingas de igual interés.
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