¿Es una osadía reescribir a los clásicos? ¿En qué plaza pública deberíamos colgar al insensato que se atreve a ello? No suele salir bien (duele, pero recuerden el Psicosis de Gus Van Sant, o El planeta de los simios de Tim Burton…) por lo que tiende a considerarse un imposible o directamente, un sacrilegio. Ahora le toca el turno a Ingmar Bergman y su serie de 1973 Secretos de un matrimonio, remakeada para HBO en cinco episodios protagonizados por Jessica Chastain y Oscar Isaac, que, lo avisamos desde ya, ofrecen un recital interpretativo de los de ovación cerrada.
Si enmendarle la plana a un clásico es un asunto peliagudo, también lo es plantear historias que subviertan roles de género, sobre todo si el resultado final no deja en buen lugar a la mujer. «Igualdad, igualdad… ¿no queríais igualdad?». Atender al mantra enarbolado por la ultraderecha a modo de mofa no puede ser más ridículo. No se confundan: la lucha feminista no pasa por obviar comportamientos inadecuados, sino por proponer una representación distinta, que no legitime nada. Al fin y al cabo, son los viejos y fosilizados cánones los que han permitido preservar estereotipos.
Hagai Levi es el atrevido profanador del clásico de Bergman, y visto lo visto la elección no podía ser más certera. Tras cinco temporadas como showrunner de The Affair, Levi se ha convertido en un maestro a la hora de alternar y equilibrar las miradas de los dos miembros de una pareja. Aquella serie confrontaba dos puntos de vista, dividiendo cada episodio para ofrecer una perspectiva distinta de los mismos sucesos. La combinación de ambas lecturas construía un nuevo relato, demostrando la imposibilidad de encontrar en cualquier historia una verdad única y libre de subjetividades. Quizá es por eso que desde su concepción, esta Secretos de un matrimonio es la forma en que Levi viene a contestar al original de Bergman: como si fuera la segunda mitad de un episodio de The Affair, planteando el otro punto de vista, abriendo nuevos enfoques y fisuras al alumbrar las zonas en penumbra que quedaban soterradas en el clásico de 1973.
Pero quizá sea aventurarse demasiado (y pecar de sobreexplicación, ese gran mal de la crítica de cine) y en realidad, Levi, más que contestar a Bergman, esté sencillamente actualizándolo. Porque parece descabellado plantear hoy la desintegración de un matrimonio de la misma forma que Bergman lo hacía en los años setenta del siglo pasado: no por falta de verosimilitud, sino por una cuestión de focalización. Lo que podía ser normal o aceptado entonces, es y ha de verse como una anomalía hoy. Y la serie no va de anomalías, sino todo lo contrario: de un matrimonio que podría ser el de cualquiera. Así que, aunque se mantiene bastante fiel a la estructura de la original, la clave está en que invierte (¿o quizá subvierte?) los roles de aquella, y se pregunta cómo afecta esa inversión al resultado.
¿Cómo aproximarse a esas ficciones desde el presente? ¿Cómo analizar una secuencia en la que el hombre golpea a la mujer, como sucedía en la de Bergman, sin centrarnos en el maltrato? Ante una escena así, hoy lo conyugal dejaría de ser el epicentro del relato. La cosa iría, sencillamente, de machismo. Y quizá sean indisolubles e impregne esa institución, pero al eliminar de la ecuación la cuestión del maltrato, la historia de Levi se oxigena y consigue que, sin excesiva crueldad, ese elemento no contamine todo el discurso. Sí, aquí también hay violencia: el cineasta no esquiva lo problemático, se zambulle en ello y sale victorioso. En definitiva, en esta nueva versión de Secretos de un matrimonio no se trata de mostrar una violencia estructural basada en el poder, sino de ahondar en la que surge como consecuencia de la nefasta gestión de un conflicto, como estallido emocional del que no encuentra argumentos verbales… ¿Es, acaso, una justificación? Quizá sí, sé que sí. Ahí está el verdadero valor de una actualización, o más bien de una relectura: en su capacidad para situar al espectador delante de problemas (o historias, o estereotipos) que desafíen sus convicciones y saquen a relucir las incoherencias que todos arrastramos. ¿Cómo condenar la traición de esta mujer, su infidelidad o su egoísmo, si a cambio no hay sumisión, no hay renuncia? Porque ya está bien de victimización, y de esa doble moral con que se juzga a las mujeres y que el audiovisual se encarga de legitimar.
Y entonces Levi hace su truco de magia y rompe la cuarta pared: en Secretos de un matrimonio todos los episodios comienzan mostrando cómo los intérpretes llegan al set de rodaje, o terminan de maquillarse… Esos primeros minutos dejan al descubierto el artificio, haciendo evidente el paso de lo real a la ficción. Demostrando también que, al igual que el cine, el matrimonio es un constructo con una serie de engranajes que aquí van a emerger no como elementos visuales, sino como reproches. Cada uno de estos prólogos se siente como una suerte de descompresión: tras la condensación de dolor y sufrimiento que se respira capítulo a capítulo en esa (casi) exclusiva localización, la única forma de no asfixiarse es poder salir a respirar una bocanada de aire, para, de nuevo, volver a entrar en esta convención cinematográfica. Dicho de otro modo: necesitamos ver a Oscar o a Jessica segundos antes de convertirse en Jonathan y Mira, porque solo así podemos sobrevivir a la devastadora experiencia.
Qué gran áctor es Isaac cuando no le ponen a hacer chorradas en Star Wars y demás paridas para adolescentes.
¡Que increible serie Secretos de matrimonio, que interpretación de Jessica Chastain y Oscar Isaac!. Y el argumento, diálogos y primeros planos de miradas , gestos , movimientos dentro de un espacio cerrado (el domicilio como lugar cerrado e íntimo , albergando dolor, miserias y violencia física y espiritual).
Lo malo/bueno de la serie : que me ha revuelto por dentro aflorando recuerdos y vivencias personales que estaban arrinconados dentro de mí. Absolutamente recomendable si tienes un mínimo de sensibilidad y no te importa enfrentarte con tus experiencias , las buenas y las malas.