Alicia no tenía la menor idea de lo que era la latitud, ni tampoco la longitud, pero le pareció bien decir unas palabras tan bonitas e impresionantes.
Hijo de un pastor protestante, profesor de Matemáticas y «Don» de la Universidad de Oxford; considerado el mejor retratista de niños del siglo XIX, autor de libros con títulos impronunciables (Fórmulas de trigonometría plana, El libro V de Euclides tratado de un modo algebraico, en cuanto hace relación a magnitudes conmensurables, etc.), burgués diácono de la iglesia de Inglaterra, el reverendo Charles Lutwidge Dogson, o bien, Lewis Carroll, fue el escritor rebelde de la imaginación y la fantasía en tiempos de formalidad y buena letra.
Domesticador de serpientes y sapos; prestidigitador; editor, siendo niño, de revistas manuscritas para niños; zurdo (según algunos testimonios), tartamudo, bello, sordo de un oído; inventor de cajas de sorpresas, de rompecabezas, de aparatos inútiles; insomne; entusiasta de las bicicletas en su juventud y de los triciclos en su madurez; creador de juegos de palabras incluso en idiomas que no conocía, como cuando dijo I am fond of children (except boys), que en inglés no es un juego de palabras, pero sí en castellano: «Me gustan los niños, a excepción de los niños».
Autor de poemas como este:
Creía ver un Elefante,
un Elefante que tocaba el pífano;
mirando mejor vio que era
una carta de su esposa.
«¡De esta vida, finalmente» —dijo—
«siento la amargura!»
Creía descubrir un Búfalo
instalado sobre la chimenea;
mirando mejor vio que era
la sobrina de su cuñado.
«¡Sal de aquí» —dijo—
«o llamo a la policía!»
Creía ver una Serpiente de cascabel
que le interrogaba en griego;
mirando mejor vio que era
la mitad de la próxima semana,
¡Lo único que siento! —dijo—
«es que no pueda hablar».
Creía ver una Inferencia
demostrando que él era el Papa.
Mirando mejor vio que era
un pedazo de jabón de mármol.
«¡Dios mío» —dijo—
«un hecho tan funesto
destruye toda esperanza!»
(Canción del jardinero loco, 1889-1893)
Inventor de un nuevo método de adición, de acuerdo con el cual, para sumar 2 + 1 habría que hacer lo siguiente:
Tomamos Tres como base del razonamiento que hacemos… Un número apropiado para comenzar… Le sumamos Siete, y Diez, y lo multiplicamos todo por Mil menos Ocho. El resultado que obtenemos lo dividimos, como ve, por Novecientos Noventa y Dos; le restamos Diecisiete, y la respuesta debe ser exacta y perfectamente justa. (La caza del Snark, 1889-1893).
Lewis Carroll fue, en realidad, Lewis Carroll.
Y debió ser de la conjunción de varias de sus aficiones, —y de la obsesión, según dicen, por Alice Liddell—, que surgieron las obras por las que ocupa un lugar en la historia de la literatura: Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del espejo.
Alicia representa el sueño inglés, el ideal de una cultura. Alicia encarna en cierta forma el alma del pueblo inglés. Dice Jaime de Ojeda, traductor de Alicia en el País de las Maravillas al español, que la popularidad de este libro en el mundo anglosajón se deriva de lo que Alicia tiene de ejercicio onírico: es el sueño de toda una cultura, caracterizada por su autodisciplina y una formidable represión de instintos.
Con un audaz sentido del humor —tan inglés— y con sus textos previos sobre lógica nos descubrió ya adultos el sinsentido imperante en el País de las Maravillas y las normas de comunicación que reinan en el nuestro.
Pragmática subversiva o el sentido del sinsentido
Vayamos al inicio del cuento: Alicia está en un paraje de la campiña inglesa, un locus amoenus que invita al reposo y a la imaginación. Cuando el sueño la atrapa, ve correr a un conejo. No le sorprende que hable, y sí, sin embargo, que lleve un reloj.
A partir de este momento todo lo que ocurre en la historia serán disfuncionalidades de las normas de comunicación, transgredidas por unos personajes que actúan —hablan— arbitrariamente, absortos en su propio mundo. Nosotros, espectadores, seremos todos Alicia, o la figura que posa delante del espejo y observa atónita un reflejo que no comprende.
Lo que puede ser mostrado no puede ser dicho.
(Wittgenstein).
Conviene usar la distinción entre decir y mostrar de un modo analógico, porque una cosa es lo que Carroll dice en sus obras y otra cosa es lo que estas obras muestran. Y lo que las obras lógicas de Carroll muestran es la contradicción entre la exposición rigurosa de una ciencia que es la ciencia del sentido, y la filtración, desde lo subterráneo hasta la superficie, de la corriente del sinsentido. La lógica de Carroll muestra por lo menos dos cosas: que la lógica, obedecida hasta sus últimas consecuencias, lleva a la locura; y que la transgresión de los principios lógicos constituye una purificación, una cura de sueño.
Lógica masturbada, por una parte, y violación de la lógica, por otra.
En palabras de John Searle, filósofo del lenguaje: «Hablar una lengua es tomar parte en una forma de conducta (altamente compleja) gobernada por reglas. Aprender y dominar una lengua es haber aprendido y dominado tales reglas».
He aquí un encuentro en el que unos personajes comparten un contexto común —una mesa— y su actitud frente a la llegada de otro. La cortesía es el componente manifiesto en la totalidad del discurso, bastante peculiar, por cierto. Una reunión que intenta evocar las fórmulas de cortesía características de la sociedad inglesa.
La mesa estaba puesta delante de la casa, bajo de un árbol, y la Liebre de Marzo y el Sombrerero estaban tomando el té. Entre ellos había un Lirón, profundamente dormido, sobre el cual apoyaban los codos, a modo de cojín, y hablaban por encima de su cabeza. «Muy incómodo para el Lirón» —pensó Alicia— «claro que, como está dormido, probablemente ni se entera».
Aunque la mesa era grande, los tres se apretujaban en uno de los extremos.
—¡No hay sitio! ¡No hay sitio —exclamaron al ver llegar a Alicia.
—¡Hay sitio de sobra! —dijo indignada Alicia, y se sentó en un gran sillón, en un extremo de la mesa.
—Sírvete algo de vino —le invitó la Liebre de Marzo.
Alicia miró por toda la mesa, pero allí solo había té.
—No veo ningún vino —observó.
—No lo hay —dijo la Liebre de Marzo.
—Pues entonces, tal ofrecimiento es una descortesía de su parte —dijo indignada Alicia.
—También lo es de tu parte sentarte sin ser invitada —dijo la Liebre de Marzo.
—No sabía que la mesa era de su propiedad —dijo Alicia—: está servida para más de tres personas.
—Tú necesitas un buen corte de pelo —dijo el Sombrerero. Había estado examinando a Alicia con mucha curiosidad, y esta fue su primera intervención.
—Y usted debería aprender a no hacer comentarios personales —dijo Alicia con severidad—; resulta muy grosero.
El Sombrerero, al oír esto, abrió de par en par los ojos, pero se limitó a decir:
—¿En qué se parece un cuervo a un escritorio?
Al hablar se hace un uso explícito de unas reglas interiorizadas por los hablantes de la gramática y de la sintaxis de la lengua, y como resultado se tienen enunciaciones «correctas». Son las matemáticas del lenguaje.
Pero a veces los números no son suficientes para resolver una ecuación.
La principal ilusión de Alicia en lo concerniente tanto al lenguaje como a la vida en general es que deben estar basados en un sistema coherente, sistemático, intrínsecamente significativo, el cual, si es respetado, nos permite controlar nuestro destino. Carroll destruye esta ilusión, demostrando una y otra vez la arbitrariedad, incluso caótica, de la naturaleza del lenguaje. Es la ambigüedad del lenguaje y su uso social.
Y lo hace jugando con el fenómeno de la referencia para crear locura (léase ironía, hipocresía, presuntuosidad):
—Cuando éramos pequeñas —siguió por fin la Falsa Tortuga, un poco más tranquila, pero sin poder todavía contener algún sollozo—, íbamos a la escuela del mar. El maestro era una vieja tortuga a la que llamábamos Galápago.
—¿Por qué lo llamaban Galápago, si no era un galápago? —preguntó Alicia.
—Lo llamábamos Galápago porque siempre estaba diciendo que tenía a «gala» enseñar en una escuela de «pago» —explicó la Falsa Tortuga de mal humor—. ¡Realmente eres una niña bastante tonta!
—Tendrías que avergonzarte de ti misma por preguntar cosas tan evidentes —añadió el Grifo.
Los hablantes manipulan el lenguaje para conseguir que satisfaga sus necesidades comunicativas; pueden ser innovadores, pero no originales, y son «limitadamente» libres, puesto que están sometidos a la disciplina de reglas y convenciones. El lenguaje está supuestamente «hecho» y, sin embargo, hay que rehacerlo en cada una de nuestras enunciaciones. Si no queremos que peligre la comunicación, no podemos transgredir impunemente las normas, como hace aquí Humpty-Dumpty:
—Aquí tienes una gloria.
—No sé qué quiere decir con una gloria —dijo Alicia.
—Por supuesto que no lo sabes… a menos que yo te lo diga. He querido decir «Aquí tienes un argumento bien apabullante».
—¡Pero gloria no significa «argumento bien apabullante»!
—Cuando yo uso una palabra, esa palabra significa exactamente lo que yo decido que signifique… ni más ni menos.
—La cuestión es si uno puede hacer que las palabras signifiquen cosas tan diferentes.
—La cuestión es, simplemente, quién manda aquí.
Si no queremos mutilar la vertiente social del acto comunicativo debemos estudiar los principios que regulan la conversación (cortesía, modestia, generosidad, cooperación… para saber más, lean a Grice), pues de lo contrario:
Si conocieras al Tiempo tan bien como lo conozco yo —dijo el Sombrerero—, no hablarías de matarlo. ¡El Tiempo es todo un personaje!
Resultará que en el País de las Maravillas el «Tiempo» es una persona a la que se puede perder, golpear, se le puede hablar e incluso matar. Y por matarlo, otro habitante del País puede ser sentenciado a muerte. Desde el punto de vista de la pragmática, lo que encontramos es que los personajes fracasan en reconocer la convención que entraña una metáfora y que hace que esta tenga valor comunicativo. Desde lo estilístico existe el procedimiento de mirroring (‘reflejo’) para convertir el sentido en sinsentido y, en el caso de las metáforas, este reflejo o inversión se produce cuando estas son tomadas literalmente.
Como ocurrió con los cuadros de William Turner, hay quien dice que también Carroll se dejó llevar por sus vicios, incluido el de las matemáticas, al escribir su obra. Lo cierto es que con toda su obra creó una atmósfera de significación con un único fin:
Este es, creo, el primer intento (con la excepción de mi pequeño libro El juego de la lógica, publicado en 1886, un intento muy incompleto) que ha sido hecho para popularizar esta fascinante disciplina. Me ha costado años de duro trabajo: pero si llegara a ser, como espero que sea, una verdadera ayuda para los jóvenes, en las escuelas secundarias y en las familias privadas, como una valiosa adición a su inventario de hermosas recreaciones mentales, tal resultado me repararía, multiplicado por diez, el valor del trabajo realizado en su elaboración. (Lewis Carroll, introducción a Lógica simbólica).
La Lógica simbólica de Carroll es una obra de transición entre la lógica tradicional y la lógica moderna. La lógica de Carroll no es una lógica que se preocupa por los fundamentos de la matemática, como lo haría la matemática moderna, sino más bien una ayuda pedagógica. Carroll consideraba la lógica como una de las más altas recreaciones de la mente, por encima de los juegos y los rompecabezas, y eso que él mismo fue el creador del juego del scrabble. Podríamos casi hablar de una lógica lúdica. Como Alicia en el País de las Maravillas, la Lógica simbólica es un libro lúdico, un libro que se va ejecutando a sí mismo según vamos resolviendo sus problemas y acertijos.
Una lógica para detectives.
«La lógica, obedecida hasta sus últimas consecuencias, lleva a la locura». Esta afirmación es un mero disparate, y afirmar que eso es lo que muestra la lógica de Carroll es un disparate aún mayor.
El autismo, por ejemplo, contraviene tu aserto.
Y la equiparación ‘lógica de Carroll’ con ‘disparate’ ratifica….la lógica de Carroll.
El artículo es para enmarcar en lo inmarcesible.
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Estos excelentes artículos son una fuente inagotable de estímulos. Agradezco el recordar viejas lecturas.
La figura era de humo, pero del humo de los sueños, o sea bien real porque detrás de él se veía el horizonte y la neblina húmeda del mar. Qué tal, marinero, cómo va la caza del bisonte, me preguntó el primero en abordar mi ballenera, dedicada a ellas con compasiva fortaleza, solo para demostrar que sabía rimar, pero no remar, ya que otros lo hicieron en su lugar. Muy bien, su excelencia. He aquí la real cédula, con mi nombre, o sea yo en grafía gótica sin gotas de tinta que desluzcan lo inaferrable; las cabezas permitidas y en cuáles puntos y no de los equinoccios anuales es permitido pezcazar. Como verá y de acuerdo al astrolabio, las estrellas que no están y al horizonte estoy en perfecta regla real pues estamos acá, en este preciso y circunscripto punto de mis cartas marineras. Y con mi dedo lo señalé. Acá por la mitad, gritó a rajagola esa pesadilla de humo r negro con un parche de pizarra rígida sobre su diestro ojo, sobre el cual apoyaba un catalejo y miraba, si es que miraba lo que yo no podía ver, por lo visto o no, bien lejos. El otro, el sano lo tenía bien abierto, como de asombro se diría. Os estáis burlando de mi imperfección tal vez marinero. Dios me valga, su señoria. Por cierto que no. Ni en sueños me atrevería a tal insensatez. Bien. Entonces veamos esos registros de bitácora… a la mitad. Dos cabezas como máximo dice el rey. Bien. Cuántas habéis… pezcazadas. Después de furibunda y extenuante lucha dos, con pérdidas de ambos lados, su excelencia, o sea una que están faeneando en la bodega. Fue entonces que sonrió a la mitad. Veo que entendéis, que tenéis sensibilidad, que despreciáis la burocracia, ese sistema binario del intelecto que nos lleva a la confusión. Vos no sabéis cuán claro veo todo, sin sombras, sin ambigüedades. Lo que es, es y lo que no es, no es. Dejadnos solos, ordenó a la chusma que comenzaba a chusmear. Decidme, buen amigo, cómo hacéis para identificar la cabeza de este mamífero de pesadilla que ni manos ni cuello tiene. Oh, su excelencia, ha tocado usted una cicatriz moral. Cuántas veces he querido pezcazar solo el cuerpo, mas soy humano, siempre famélico y a la deriva, y es repugnante comerse las ideas que seguramente tendrán, pues no hay cabezas sin cuerpo y viceversa. Son inseparables. Una condena. Me observó atentamente, siempre a la mitad, luego las nubes blanquísimas y pocas que pasaban lentas sobre nuestras cabezas que para él eran grises y cargadas, señal de próxima tempestad. Os aconsejo amainar, cambiar rumbo y buscar reparo. Y después de firmar el visto bueno me recomendó que cuidara mi cabeza, pues eran muy pocos los tuertos en el reino de su majestad. Y de repente, como si se elevara de las mismas aguas cerrando el cielo, llegó la tormenta queriendo castigar a mi ballenera..