Salvo si goza usted de una memoria propia de computadoras, estará de acuerdo conmigo en que la cultura cinematográfica de cada cual se compone no de metrajes de 120 minutos almacenados en el cerebro como unidades de memoria inquebrantables, sino más bien de momentos y de sensaciones unidas a esos momentos. Si ha visto usted una película como Relatos salvajes, quizá no sepa recitarla de principio a fin, pero sin duda es capaz de revivir determinadas secuencias, y es muy posible que recuerde dónde la vio, con quién estaba y qué se dijo para sus adentros, o en voz alta, en el mismo instante en que terminó esa película, una de las más sorprendentes y diabólicamente entretenidas de lo que llevamos de siglo.
Esta clase de impacto es la que buscan quienes hacen cine, porque no hay quien se dedique al séptimo arte y no haya crecido a la luz de su propia colección de momentos predilectos. Sin embargo, no es fácil conseguir ese impacto. Cada película que vemos en una pantalla es el resultado de un proceso largo y complicado en el que pueden fallar muchas cosas. Un proceso de algunas de cuyas etapas estamos bien informados: se habla mucho de la dirección de las interpretaciones. Existen libros repletos de anécdotas de los rodajes. Pero en la creación de una película entra en juego una labor que suele pasar desapercibida para el público: la visión de conjunto que una empresa productora puede aportar no solamente a esa única película, sino a otras que pueden ser muy distintas, pero que han sido concebidas bajo el prisma de una particular filosofía de trabajo. Esta labor unificadora, cuando está bien hecha, suele resultar en el reconocimiento de una productora, habitualmente invisible, como marca pública que tener en cuenta. Un ejemplo notorio es lo sucedido dentro de la división cinematográfica de Disney: mientras una de sus productoras, Marvel Studios, desarrollaba un plan sólido bajo criterios claros y el aplauso general, otra productora, Lucasfilm, parecía ir dando tumbos sin una dirección concreta. Otro ejemplo de lo importante que es la filosofía unificadora de una productora es Blumhouse. Conocida por haberse especializado en un terror bastante formulario, aunque también muy rentable, Blumhouse decidió dar un golpe de timón hacia el prestigio y empezó a producir películas de más calidad, siguiendo el ejemplo de A24 —aunque más distribuidora que productora, A24 ha acumulado un considerable prestigio—, hasta conseguir un logro inusual: que una película de terror, Get Out, obtuviese una nominación como mejor película en los Óscar. Así de importante puede llegar a ser la filosofía que impera en una productora.
En el ámbito del cine hablado en español, hay una productora decidida a convertirse en una referencia internacional. K&S Films fue fundada en 2005 por dos argentinos, el productor Oscar Kramer —fallecido en 2010— y el empresario Hugo Sigman, que aún ejerce de presidente. Desde entonces, el prestigio internacional de K&S Films fue creciendo hasta el punto de que en el último lustro ha acumulado una impresionante conjunción de resultados. Por ejemplo, en 2014 K&S Films produjo la que fue la película más taquillera en la historia de Argentina, Relatos salvajes, esa espectacular e inolvidable antología de historias breves centradas en la venganza y la insensatez; entre otras muchas distinciones, Relatos salvajes fue nominada como mejor película en habla no inglesa tanto en los Óscar como en los BAFTA británicos. Al año siguiente, otra película de K&S, El Clan, batió también marcas en la taquilla argentina. Incluso más llamativo es el hecho de que K&S ha ganado tres de los últimos seis goyas a la mejor película iberoamericana (Relatos salvajes en 2014, El Clan en 2015, La odisea de los giles en 2019), más la nominación de El ángel en 2018. Los reconocimientos se extienden a películas dirigidas por cineastas españoles, pero también producidas por K&S. En 2016, la extraordinaria Truman, un sereno —y sorprendentemente parco en melodrama— estudio sobre la mortalidad, arrasó con cinco de los Goya más importantes: mejor película, mejor dirección, mejor guion original, amén de sendos premios para las interpretaciones de Ricardo Darín y Javier Cámara, que formaron uno de los dúos cinematográficos mejor compenetrados en lo que llevamos de siglo. Más reciente en la memoria está la friolera de diecisiete nominaciones que obtuvo Mientras dure la guerra de Alejandro Amenábar.
Son muchas estatuillas y nominaciones para enumerarlas todas. Entre mis películas favoritas de K&S, no obstante, también se cuentan otras de las que quizá se ha hablado menos en España. Tengo debilidad por El último Elvis, cuyo protagonista, operario en una fábrica durante el día e imitador de Elvis Presley por las noches, vive consumido por su obsesión con el rey del rock, y persigue un sueño imposible que solo él entiende, mientras se empeña en ignorar la realidad de su entorno; me gusta la fina línea de duda entre simpatizar con el personaje y sentir horror por su condición mental, como en El invisible Harvey, en la que James Stewart interpretaba a un alcohólico que se hace amigo de un conejo invisible. Otra película no muy conocida en España, pero que también me resulta particularmente entrañable, es Tiempo de valientes, comedia centrada en una pareja de policías; es decir, una buddy movie, pero con la característica sorna argentina —¡cómo olvidar la secuencia en que uno de los protagonistas, pistola en mano, se empeña en que la mujer de su compañero lo está engañando!—.
El impacto de K&S Films no es producto de la casualidad, obviamente. Si antes citaba a Marvel, Lucasfilm o Blumhouse, era para recalcar el hecho innegable de que una productora tiene la capacidad para dejar una impronta característica. En estos casos es más fácil, porque hablamos de tres productoras centradas en géneros muy concretos: fantasía, ciencia ficción, horror. En el catálogo de K&S Films, por el contrario, hay géneros variados, y sobre el papel parece más difícil encontrar un tejido conector entre películas que son muy distintas entre sí. Poco tienen que ver películas basadas en criminales reales como El Clan y El ángel, con el existencialismo de Truman o El último Elvis, o con la tierna cotidianidad de El perro. Sin embargo, como sucede con todas las productoras donde se cuida el aspecto creativo desde la propia cúpula, termina emergiendo ese tejido conector de un modo u otro. Por lo menos parece emerger bajo la mirada de los espectadores de a pie como usted y yo, para quienes el funcionamiento interno de una productora no deja de ser un pequeño gran misterio. Y no siempre sucede que los espectadores tenemos la oportunidad de satisfacer esa curiosidad, pero esta vez han tenido la bondad de respondernos, desde la propia cúpula de K&S Films, Matías Mosteirín, el director general, y Diego Copello, el director de negocios. Son dos mentes pensantes muy involucradas en el día a día de una productora donde, según mi impresión, las decisiones artísticas y las decisiones de negocios son prácticamente la misma cosa. K&S Films se ha labrado un considerable prestigio en relativamente poco tiempo, pero se involucran mucho en cada proyecto y no producen como una cadena de montaje, sino más bien como un taller de orfebrería. Esto se aprecia en su catálogo, donde hay dramas, comedias, thrillers y hasta documentales.
Con todo, mi impresión personal es que el tejido conector de sus películas es un apego al realismo. ¿Qué piensan Mosteirín y Copello? «La lectura de que todas nuestras películas tienen un estilo realista puede estar un poco acentuada por el hecho de que varias de ellas estén basadas en historias reales, como Crónica de una fuga, El Clan o El ángel. Aunque es cierto que las películas puramente ficcionales que hicimos también tienen algo de esa impronta». Es interesante comprobar cómo ven su cine quienes lo han producido detrás de la pantalla, porque los patrones que un espectador considera evidentes pueden haber emergido no tanto de una decisión estilística concreta, sino de la aplicación de ciertos criterios en el método de trabajo: «Siempre buscamos que en las historias las causalidades resulten verosímiles, los comportamientos de los personajes sean consistentes con sus conflictos y, sobre todo, nos gusta trabajar con directores con una gran capacidad de observación de la condición humana. Pero el tratamiento realista no es un patrón o una decisión estilística buscada de forma deliberada». La decisión deliberada es otra, y sí explica esa otra característica de su catálogo, la mencionada variedad de tonos narrativos: «En cada nuevo proyecto buscamos un desafío, trasponer algún límite nuevo, no repetirnos». Dicho con otras palabras: las percepciones que uno puede tener como espectador pueden tener cierto grado de acierto, pero no por los motivos que uno consideraba obvios. Es un ejemplo de cómo la labor de producción no siempre es entendida por el público o incluso por la crítica. Pero ¿apuntan los productores hacia un público determinado? Dado el creciente impacto de sus películas, podría pensarse que K&S Films ha encontrado un público diana. Sin embargo, la variedad de su cine pone en duda esta idea, y los propios Mosteirín y Copello desmienten pensar en ese público diana, aunque me sorprendieron tocando un asunto sobre el que pienso con frecuencia, y que creo que ayuda a definir buena parte del cine actual: «Tenemos claro que la mayor parte de las películas no traspasan la frontera que divide al público adulto del público joven, y le prestamos mucha atención a esto. Partimos de un público adulto, pero damos batalla durante todo el proceso para tener llegada a las audiencias más jóvenes». Este tema daría para todo un artículo aparte, pero títulos como Relatos salvajes o Truman podrían haber encajado en la última gran era de creatividad de Hollywood, que fueron los años noventa.
En la tarea de seducir al público se encierra uno de los grandes enigmas: el propio público. El qué le gustará, o el qué no le gustará. Si uno contempla la historia del cine en su conjunto, ha habido modas, corrientes e incluso géneros enteros que parecían intocables y se desplomaron casi de un día para otro, como le sucedió al wéstern, a los grandes musicales o a las epopeyas históricas que habían dominado la taquilla durante décadas. Y, teniendo la oportunidad de preguntárselo a una productora, ¿es posible anticipar los gustos del público? No, parece no siempre es posible, pero que igualmente hay que intentarlo: «No partimos de un lugar de omnipotencia, todo lo contrario, sabemos que no hay certezas, pero nuestro pensamiento y nuestra forma de trabajar se organizan en torno a la pregunta de cómo funcionará la obra, en cómo será ese recorrido que realizará el espectador de principio a fin. Por supuesto, podemos fallar o no acertar, equivocarnos, pero no podemos renunciar al intento de anticiparnos». Y una manera de intentar anticiparse es «pensándonos como espectadores de nuestras propias películas». El que un proyecto guste a quienes lo ponen en marcha podría ser una estrategia fundamental: «No sabemos no hacernos cargo de lo que hacemos. Por consiguiente, debemos reconocernos en la visión que se desprende de cada obra que producimos. Normalmente asumimos riesgos, de modo que, si nos vamos a equivocar, tiene que haber valido la pena». Viendo las grandes diferencias de tono y estilo entre películas como Cien años de perdón o Habi, la extranjera, cabe preguntarse dónde nacen los proyectos. Al parecer, todos los caminos son buenos si conducen a una buena idea: «En la historia de K&S, el origen de los proyectos fue distinto en cada caso. Hemos partido de una idea, de una obra literaria, de un tratamiento o de una primera versión de guion que nos propuso un director, guionista o socio coproductor».
Y, ¿cómo reconocer una buena idea? ¿Cómo saber por cuál proyecto apostar? ¿Existe un factor X que la intuición reconoce como característica distintiva de un proyecto? «No tenemos criterios fijos. El concepto de “factor X” pensado como un conjunto de cualidades, difícil de definir o capturar, que hace que un proyecto sea especial, que, aunque se trata de una figura abstracta, describe bien ese diferencial que advertimos en algunos proyectos, que los destaca de otros». La intuición es importante, quizá es la que aporta la chispa de reconocimiento inicial, pero no puede ni debe ser lo único: «Efectivamente se pone en juego el instinto y la intuición, pero, en nuestro caso, en la evaluación de un proyecto también hay mucho trabajo de escucha y de lectura cuando algo nos llama la atención».
En este sentido, se hace hincapié en el material escrito. Todos los cinéfilos hemos crecido con la anécdota de John Ford arrancando páginas del guion en pleno rodaje, y es una bella anécdota, pero ¿no requiere el cine un sólido material escrito? Incluso directores que no escribían guiones se preocupaban mucho por la base escrita: Hitchcock tenía toda la película estructurada en su cabeza antes de empezar a rodar, y Kubrick documentaba cada secuencia con obsesión enciclopédica. Mosteirín y Copello nos dicen que «lo más importante es la calidad del guion como herramienta esencial». También es, por cierto, el elemento que puede presentar más dificultades durante la producción. Cuando les pregunté sobre los obstáculos que superar en el proceso de realizar una película, esperaba alguna respuesta relacionada con la financiación u otros asuntos que, por más pedestres, no dejan de ser fundamentales. Pero la respuesta me sorprendió como solo la visión de unos productores puede sorprender a un espectador: «Muchas veces, la etapa con mayores incertidumbres o con decisiones más difíciles y conflictivas es la del guion hasta lograr una versión de rodaje». Aunque, pensándolo bien, puedo identificarme con las dificultades que conlleva la escritura, ese oficio de gente masoquista. No obstante, aclaran que «la visión del director es fundamental, ya que trabajamos con directores-autores y es muy importante para nosotros comprender cómo será esa mirada, comprender que el director, los productores, el elenco y todos quienes conformamos el equipo de un proyecto tengamos una visión común sobre lo que pretendemos contar». De las cosas que nos explicaron desde K&S, deduje que la visión comunitaria es básica, pues hacen numerosas alusiones al concepto de equipo: «Los desafíos son parte de la tarea de producir. En la conformación del elenco, en la búsqueda de locaciones, en el montaje o en la creación de la música siempre hay retos y mucha autoexigencia, y también por supuesto muchas dudas que sortear y decisiones que tomar en equipo. Somos una empresa con una cultura colaborativa».
Otra de mis curiosidades giraba en torno a la gran acogida crítica que las películas de K&S han obtenido en ámbitos no hispanoparlantes. Incluso la crítica estadounidense, que todavía es bastante anglocéntrica —aunque cabe admitir que lo es cada vez menos—, ha recibido con entusiasmo varias de esas películas. En la página Rotten Tomatoes, que es el principal escaparate de la crítica anglosajona y una de las maneras en que muchos espectadores internacionales descubren ciertas películas, Relatos salvajes tiene un 94 % de críticas positivas y Truman un 99 %. Obviamente, las productoras siempre desean que su cine sea bien recibido, pero es habitual que se centren en el público nacional, por lo general considerado la apuesta más segura. K&S Films, sin embargo, no oculta su ambición de traspasar fronteras: «Pensamos en términos de mercado nacional e internacional, y nos interrogamos sobre qué elementos de la obra podrían tener una lectura o impresión distinta en el público local y el público internacional». Dada la creciente acumulación de premios y nominaciones, ¿son los premios los que ayudan a abrir ese mercado internacional, o son las buenas críticas? Me intrigaba la visión que unos productores pueden tener al respecto, pues entre los espectadores lo habitual es sobredimensionar la importancia de los premios y desdeñar un tanto la influencia de la crítica: «El rol de los críticos es muy importante, sobre todo en el marco de los festivales internacionales, y especialmente en los mercados sajones y en Francia». Un rol que juzgan «probablemente más relevante que los premios».
En ese mercado internacional, España juega un papel «decisivo». K&S es una productora argentina y la mayoría de sus películas son argentinas, pero también ha trabajado con directores, guionistas y actores españoles, hasta el punto de producir algunas películas que cuentan como españolas a la hora, por ejemplo, de participar en festivales o entregas de premios. De hecho, la presencia de K&S Films en el cine español ha empezado a hacerse notar con fuerza. Desde hace varias décadas ha habido una simbiosis esporádica —y bastante natural— entre ambas cinematografías, algo que para el público resulta más visible en el habitual intercambio osmótico de actores y actrices, pero en el caso de K&S Films la simbiosis ya no es tan esporádica: «Prácticamente todas nuestras películas han sido hechas en coproducción con España. Esto ha conformado vínculos y canales de comunicación y de intercambio permanentes con nuestros colegas productores, directores, actores y actrices en España, y esto ya forma parte de nuestra vida y cotidianeidad como productores. La productora está abocada, desde hace un tiempo ya, a desarrollar proyectos desde y para el mercado español». Esta tendencia se ha intensificado con el tiempo: además de Mientras dure la guerra, dirigida por Amenábar, Truman también fue escrita y dirigida por un español, Cesc Gay; Séptimo (el thriller protagonizado por Ricardo Darín y Belén Rueda) fue dirigida por Patxi Amezcua, y Cien años de perdón por Daniel Calparsoro. Más allá de esto, la vocación internacional de su cine se manifiesta en un pequeño detalle que parece una nimiedad tonta, hasta que uno lo analiza bien. Muchos recordarán que el cine argentino empezó a ser popular en España hacia el cambio de siglo; una de aquellas películas, Nueve reinas, era magnífica, pero contenía algunos fragmentos de diálogo ininteligibles para el español medio. Esto apenas sucede con las películas de K&S Films que, como sucede con todo cine de vocación internacional —léase Hollywood, o léase la industria mexicana del doblaje—, evita la sobrecarga de jergas locales.
El afán de internacionalización hace inevitable preguntarse por el papel que desempeña, por ejemplo, Ricardo Darín, que aparece en varias de las películas más importantes de K&S y que es, sin discusión, la mayor estrella del cine argentino a nivel internacional: «Ricardo es un actor especialmente conocido fuera de Argentina, y su presencia en un proyecto tiene un efecto muy objetivo en el mercado español internacional. Su caso es especial». Aunque Mosteirín y Copello nos recuerdan algo que ya sabe cualquiera que haya seguido, aunque haya sido de manera casual, el cine que nos llega desde aquel país: «Más allá del reconocimiento particular que pueda tener un actor, Argentina se destaca por tener actores y actrices muy talentosos, una tradición actoral muy potente que eleva y nutre creativamente a la producción audiovisual en nuestro país, y que contribuye decisivamente a la calidad de las películas y de los contenidos audiovisuales. En K&S apreciamos mucho esta cualidad de nuestra cinematografía, y es un recurso que reconocemos como una fortaleza y fuente de inspiración». Pero hay más. Es posible que haya en España mucha gente que desconoce la magnitud de la industria del celuloide de nuestros hermanos transatlánticos. La creciente relevancia de K&S Films en la escena española o internacional cobra sentido si pensamos en el cine argentino no solamente como un cine que nos resulta cercano por cuestión de idioma, familiaridad y afinidad cultural, sino como el producto de una potencia cinematográfica legítima. Si España es actualmente la novena industria cinematográfica del mundo en cuanto a volumen productivo —lo cual es mucho, habiendo por delante países como Estados Unidos, la India, China, Corea del Sur, etc.—, Argentina es nada menos que la decimoprimera, y la que encabeza Latinoamérica por delante de potencias como México y Brasil. En cuanto a capacidad productiva, el cine argentino está a la par del cine alemán y por delante de industrias tan establecidas y tradicionales como las de Italia o Rusia. Así pues, la conexión entre el cine español y el argentino no se reduce al accidente lingüístico, sino a la confluencia entre dos industrias hermanadas por lo inevitable de un destino compartido. Como el destino compartido de los dos conductores que discuten en Relatos salvajes, pero ¡con un desenlace no tan romántico!